Antiguas preguntas cubanas, siempre renovadas. Entrevista a Ana Cairo Ballester

Ana Cairo (1949-2019)

06/04/2019

En homenaje a la profesora cubana Ana Cairo Ballester (1949-2019), una de las intelectuales cubanas más destacadas de Cuba desde el siglo XX hasta hoy, que acaba de fallecer en La Habana el pasado 3 de abril. Sin Permiso, cuyo equipo pudo conocer de cerca su obra y tratarla personalmente, lamenta extraordinariamente su pérdida. (La entrevista fue realizada por Julio César Guanche). SP

Ana Cairo cumple dentro del ámbito intelectual cubano varias funciones de primer orden, pero la que más aprecio, en el plano personal, es la de constituir un archivo de la memoria cubana.

Quien la ve recorrer, siempre a pie, el trayecto comprendido entre la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana —a cuyo claustro pertenece desde 1973—, la Biblioteca Nacional José Martí, una de sus casas verdaderas, y el barrio periférico de Santos Suárez, donde vive «agregada» en casa de su madre, con su cabello siempre en agreste desafío contra el orden y cargando ad aeternam con bolsas de diferentes linajes, no puede concebir la calidad de la imaginación histórica ni el alcance de la sensibilidad de esta mujer «mestiza», como rezaría el lenguaje de un censo de población.

La entrevista que sigue es una indagación sobre la genealogía de los temas que se encuentran en la base del «Discurso de la Universidad». Recoge cómo los asuntos hoy tratados aparecieron y se reeditaron en la historia nacional, en la creencia de que ese tipo de abordaje, esa búsqueda de orígenes y conexiones, es imprescindible para completar la calidad de cualquier análisis sobre el presente.

¿Por qué cree usted que Fidel haya escogido a la Universidad de La Habana para pronunciar este discurso?

Fidel tiene una relación emocional de mucha cercanía con la Universidad de La Habana. En 1994 aseguró en el Aula Magna que en la Colina «se había hecho revolucionario»,[1] pues su actividad política comenzó durante su estancia allí. Pero algo similar ya había afirmado en 1959. El 11 de mayo de ese año, al hacer la apertura del curso académico, manifestó sentirse «raro» en esa condición, porque la mayor parte de sus discursos hasta esa fecha habían sido pronunciados a los amigos en los bancos de la Universidad.

La Universidad ocupa un momento importante, muy querido, en su vida personal. Es el espacio donde él siente que se conformaron sus ideas hasta alcanzar la organicidad de un proyecto político.

El «Discurso de la Universidad» es, pues, propio de tal sensibilidad, aunque también de su forma de trabajar. Se trata de un discurso donde él va haciéndose preguntas, en voz alta, a sí mismo y a sus interlocutores. Esta es una variante interesante de su método de análisis: él se formula las interrogantes sobre las cuales trabajará en los próximos años. Además, se las hace en la Universidad, de modo similar al que se las hacía cuando era estudiante.

Creo que el hecho de estar en la Universidad recordando sus tiempos de estudiante desencadenó un «discurso de la memoria» que funciona en dos planos: la memoria de un estado emocional y la memoria de los problemas para los cuales quiere encontrar nuevos interlocutores.

Al mismo tiempo, para entender el discurso y el escenario escogido para pronunciarlo, es necesario recordar una antigua práctica de Fidel en relación con la Universidad. Desde 1959, él acostumbraba a venir sistemáticamente a la Colina a dialogar, a escuchar ideas, a someter a consulta temas de la hora. Hay infinidad de recuerdos, anécdotas, de momentos difíciles en que Fidel vino a la Plaza Cadenas a discutir —a veces terminaba a las dos, a las tres de la mañana—, sobre todo durante la década del 60 e incluso todavía hasta 1974.

En los bancos de la Plaza Cadenas tuvieron su origen muchos discursos, pero sobre todo Fidel convirtió esos encuentros en un método de trabajo para intercambiar con un público conocedor, con cierta experiencia política, donde podía encontrar diversidad de opiniones.

Antes de 1959, la Plaza Cadenas —repito el nombre antiguo porque pienso que nunca debió cambiársele[2]— era un foro muy intenso de discusión. Después de la Revolución se multiplicó y Fidel lo aprovechó muchísimo. Una gran cantidad de proyectos surgieron de esos diálogos en la Plaza Cadenas. En la Universidad se experimentaron muchos de ellos: las líneas de producción de yogurt —yo creo que nunca se tomó tanto yogurt en la Universidad como en aquellos tiempos—, o cuando se hicieron los primeros zapatos plásticos, que le fueron repartidos a las estudiantes para comprobar su calidad. La Universidad era una especie de laboratorio social, de foro político, y una fuente para reclutar cuadros y voluntarios para los más disímiles planes.

Entonces, el discurso debe ser remitido también a esta historia. La Universidad es un espacio que él usa para aventurarse y sugerir determinados riesgos en el ejercicio fascinante de pensar.

¿Qué antecedentes de un discurso como el de 17 de noviembre de 2005 encuentra usted en la historia de la Revolución?

Para responder esa pregunta, debo remontarme a la historia de Cuba, y comenzar de hecho por su etapa colonial.

El tema de la corrupción como factor destructivo de la sociedad se puede localizar en la Memoria sobre la vagancia en Cuba [1831], de José Antonio Saco [1797-1879], o en «Cuba en 1836», de Domingo del Monte [1803-1853], o en las denuncias reiteradas de Enrique José Varona [1849-1933] y de Manuel Sanguily (1848-1925), contenidas en sus discursos de la década de 1880. El narrador Ramón Meza [1861-1911] repite como un leit motiv la frase «¡País de pillos!» en su famosa novela Mi tío el empleado [1887]. Se soñaba que, con el fin de la dominación colonial española, terminaría la historia de la corrupción.

El sueño republicano no solo era un ideal emancipador, sino también purificador, regenerador de la vida social y política.

El pasado 26 de septiembre [de 2006] se ha cumplido el centenario de la segunda ocupación norteamericana en el país [1906-1909]. Me preocupa que apenas se haya escrito sobre ese suceso en la prensa cubana, porque el hecho fue muy traumático.

La segunda ocupación otorgó nuevamente relieve en Cuba a la corrupción. De ese momento provienen los mitos de Tomás Estrada Palma como gobernante honrado y del resurgimiento de la corrupción institucional en Cuba bajo el régimen del interventor Charles Magoon.[3] Con la segunda ocupación se comienza a hablar de la corrupción como un factor de la nueva degradación moral, como un elemento retardatario del desarrollo de la sociedad cubana moderna.

La corrupción siguió aumentando en los gobiernos de Mario García Menocal y de Alfredo Zayas. En este lapso [1913-1925] comenzaron los llamados movimientos de reforma cívica, de reforma pública, de remedios para un buen gobierno, como el proyecto de Enoch Crowder[4] para imponer a Zayas un «gabinete de la honradez».

El discurso anticorrupción estaba en el centro del movimiento político cubano. Desde la reelección de Mario García Menocal [1917], se empezó a hablar de la necesidad de una regeneración, de una refundación de la vida republicana, precisamente porque el factor de la corrupción se convertía en una especie de «cáncer» —es una metáfora que ya está en la época— que corroía la sociedad. En 1924, Fernando Ortiz pronunció la conferencia —publicada luego como folleto— La decadencia cubana,[5] que ilustra muy bien este problema.

En 1930, Ortiz decía que el Machadato[6] era una «cacocracia». El discurso cívico contra Machado recogió la lucha contra la corrupción a favor del adecentamiento público y por la creación de mecanismos institucionales de control que garantizaran un funcionamiento transparente del Estado. Con la Constitución de 1940, el tema regresó a un primer plano. En el gobierno de Carlos Prío Socarrás [1948-1952], por la misma razón, se crearon instituciones de control como el Tribunal de Cuentas.

Todo ello giraba en torno a una realidad muy escandalosa: La política era la «segunda zafra» del país, por los dividendos que reportaba. No fue por gusto que Ramón Grau San Martín, en un acto demagógico, antes de tomar posesión del cargo de presidente de la República [octubre de 1944] hizo un inventario jurado ante notario de sus bienes, y anunció que haría otro al término de su gobierno [1948] como prueba de su honestidad —lo que, a propósito, nunca realizó. Antes de Grau, el caso de Fulgencio Batista había resultado extraordinariamente notorio. Batista, sargento taquígrafo en 1933 era poseedor ya, en menos de una década, de una cuantiosa fortuna —como probó primeramente la liquidación de la comunidad de bienes tras su divorcio con Elisa Godínez.[7]

En 1945, cuando Fidel ingresa a la Universidad, se cumplía el primer año del mandato de Grau y ya explotaban los escándalos de su gobierno. En mayo de 1947 se creó el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), denunciando el desenfreno adquirido por la corrupción. La Ortodoxia impulsaba un discurso de austeridad económica, de lucha contra la corrupción, el robo y otros vicios de igual especie, que luego se reiteró en el discurso político revolucionario. Ese tópico se encuentra, por ejemplo, en La Historia me absolverá [1953, publicado como folleto en 1954] y en los documentos del Movimiento 26 de Julio [a partir de su constitución en 1955].

Por tanto, la lucha contra la corrupción es una de las preocupaciones centrales de la Revolución, por su compromiso con la regeneración moral de la sociedad y la política. En sus primeros años incluso se usaba una frase muy famosa: «aquí se puede meter el pie,[8] pero no la mano».

El discurso anticorrupción reaparece también en la década de 1960 bajo la crítica a la «dulce vida». Pero ello no expresaba una forma de corrupción estatal —como fue el caso de Luis Orlando Domínguez en los años ochenta, quizás el primer gran escándalo de ese tipo—, sino una tendencia muy fuerte a la práctica política transparente sin concesión alguna a las desviaciones, por pequeñas que fuesen.

El Proceso de Rectificación de errores y tendencias negativas, de 1986, con su énfasis en el control económico, es la adaptación a las nuevas coyunturas de ese antiguo contenido.

La Revolución recibe el discurso anticorrupción como legado, y permanece fiel a él en la construcción de su imagen. Un dirigente corrupto no cabe en el imaginario de la Revolución. Por ello, el primer acto de gobierno de Fidel como Primer Ministro fue reducir su propio salario y el de los miembros del Consejo de Ministros [16 de febrero de 1959], de ahí la recurrencia al valor de la austeridad, de la crítica al poder del dinero, de la virtud asociada al origen clasista de «haber nacido en el seno de una familia humilde», o de la decencia y honradez familiar, que atraviesa el discurso revolucionario.

Ahora, en lo que respecta a otro contenido de ese discurso ―el de los «peligros internos» y los «errores cometidos por los propios revolucionarios»―, ¿dónde localiza usted ese problema en la historia posterior a 1959?

Ese es también un viejo tema, cuyo origen podemos rastrear antes del triunfo de la Revolución. Su expresión se encuentra en las zonas de debate y de negociación política entre las organizaciones revolucionarias, que se hallan, por ejemplo, en el año 1958.

Se trata de una larga y compleja historia que pasa por hechos diversos como la crítica al Pacto de Miami,[9] el Pacto de Caracas,[10] o el Pacto del Pedrero,[11] entre otros muchos esfuerzos de concertación.

En los primeros días de enero de 1959 hubo diferencias que devinieron públicas entre el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo. El 13 de enero, en el Rectorado de la Universidad, Fidel se reunió —a puertas cerradas— con los miembros del Directorio durante varias horas. Probablemente allí se establecieron los compromisos de ambas organizaciones y las bases del grado y el tipo de participación de cada fuerza en el desarrollo ulterior de la Revolución. Con dicho acuerdo se creaban las premisas para evitar, o al menos disminuir, los peligros derivados de los conflictos entre los revolucionarios.

Por supuesto, hoy se sabe que también hubo reuniones en lugares más discretos con los dirigentes del Partido Socialista Popular. La solución idónea de las diferencias provendría de cultivar las alianzas y de respetar íntegramente el cumplimiento de los acuerdos.

No debería olvidarse, por otra parte, que entre 1935 y 1938 todas las fuerzas políticas antibatistianas debatieron insistentemente los problemas de la unidad.[12] La memoria histórica, transmitida sobre todo por las vías de la oralidad entre los revolucionarios, contribuía a un consenso al respecto.

Los pactos entre las organizaciones revolucionarias han funcionado con gran responsabilidad política. La serenidad y la inmediatez han caracterizado la toma de decisiones. Podría comentarse aquel suceso terrible ocurrido en 1962 durante la conmemoración del 13 de Marzo en la Escalinata de la Universidad de La Habana. Aquella noche un joven orador leía el testamento político de José Antonio Echeverría[13] y suprimió, en su lectura, la invocación a Dios presente en ese documento. Fidel, en su propio discurso, inmediatamente censuró la gravedad de aquel hecho.

Es el primer incidente de lo que después fue denunciado por Fidel como «sectarismo».

El proceso contra el «sectarismo» quizás fue la cara pública de un problema más complejo. Probablemente, quien suprimió la mención a Dios del testamento de Echeverría no obró por iniciativa personal. Dicha acción podría evidenciar una tendencia de pensamiento.

Quizás el estudio de los testimonios en las sesiones del juicio a Marcos Rodríguez en la instancia del Tribunal Supremo (Palacio de Justicia, marzo de 1964) podría iluminar cómo se concibieron las estrategias para alcanzar una unidad duradera entre las fuerzas revolucionarias.

Marcos Rodríguez había delatado a cuatro dirigentes del Directorio Revolucionario, quienes fueron asesinados en un apartamento de la calle Humboldt [20 de abril de 1957]. En la primera instancia del juicio hubo desencuentros. Entonces se decidió que las audiencias en el Tribunal Supremo de Justicia tuvieran el máximo de divulgación pública. Se transmitieron por radio y televisión y la prensa difundió las versiones taquigráficas de las declaraciones de los testigos.

Fidel hizo una extensa declaración en el juicio [26 de marzo de 1964] sobre la delación y todo lo acontecido ese día. En sus conclusiones diría:

«Y claro, la Revolución debe luchar por la unidad. La Revolución debe luchar por sumar cada vez más. Y esa fue siempre nuestra norma, fue siempre nuestra divisa; nunca nos ha parecido suficientemente grande la fuerza de la Revolución para que la malbaratemos y siempre todos recordarán desde el primer día cuál fue nuestra conducta hacia todos, hacia todas las organizaciones —cuando éramos distintas organizaciones—, hacia todos los compañeros, de unir […].

»Y ninguna cosa más satisfactoria para nosotros que ver a todos los revolucionarios juntos, todos trabajando, todos como hermanos, todos confiando, unos a otros. Mas, eso no es solo un deseo idealista, eso es una demanda del pueblo, eso es un deber, eso es un mandato de la Revolución, que todos nosotros debemos acatar y que todos nosotros habremos de acatar.

»Repito que hemos hecho algo más grande que nosotros. ¡Estamos haciendo una Revolución mucho más grande, y, por supuesto, mucho más importante que nosotros; […]

»Y que esos amagos de la Ley de Saturno sean rechazados! ¿Y cuál es la Ley de Saturno? Aquella ley clásica, o dicho clásico, o refrán clásico que dice, que la Revolución, como Saturno, devora sus propios hijos. ¡Que esta revolución no devore a sus propios hijos! ¡Que la Ley de Saturno no imponga sus propios fueros! ¡Que las facciones no asomen por ninguna parte, porque esos son los amagos de la Ley de Saturno, en que unos hoy quieren devorarse a los otros!

»Y debe haber una voluntad firme, fuerte y resuelta del pueblo contra eso, como fue siempre nuestra voluntad, como es hoy la voluntad del pueblo».[14]

La metáfora utilizada por Fidel era muy eficaz.¥ Él entendía que se debía hacer lo máximo para evitar que los revolucionarios y sus organizaciones se atacaran entre sí y de este modo se pusiera en peligro la propia existencia de la Revolución; la unidad estratégica siempre sería imprescindible y debería prevalecer en cualquier circunstancia. El apotegma de Fidel contrario a la «ley de Saturno» sigue vigente. En el presente y en el futuro, donde pudieran existir zonas de conflictos, estos se deberían posponer, o cancelar, o controlar en su expresión discursiva, en aras de no afectar los acuerdos garantes de la unidad estratégica.

El 3 de octubre de 1965 se constituyó el Comité Central del nuevo Partido Comunista de Cuba, cuya membresía ilustró el principio de representatividad de las fuerzas y tendencias revolucionarias que lograron construir una unidad entre 1959 y 1965.

Los acuerdos para la unidad tienen una dimensión historiográfica que debería estudiarse también como un problema académico. Tú recordarás, de tus años de preuniversitario, el «salto» en los programas de Historia de Cuba. Cuando se llegaba a la Huelga de Marzo y a la muerte de Antonio Guiteras [8 de mayo de 1935], todo se «aceleraba» para llegar al Golpe de Estado de Batista [10 de marzo de 1952]. Los silencios sobre el período 1935-1952 quizás podrían entenderse como una de las formas «pactadas» para no «encender» las discusiones. Cada organización decidía cómo se estudiaba a sí misma, qué documentos publicaba, y qué imaginario se construía sobre sí misma.

Una parte de la historia real del Primer Partido Comunista, del Directorio Revolucionario y del Movimiento 26 de Julio no ha recibido la sistematicidad de estudios que se necesitaría, puesto que constituye un problema historiográfico relevante para legitimar una historia, ya muy necesaria, de la Revolución Cubana. Al menos en cuanto a lo publicado el déficit de obras resulta muy notorio.

Otra variante, o consecuencia, de esos «pactos» ha sido la publicación de libros sospechosamente incompletos, puesto que la información existe. Piénsese en el caso de Julio Antonio Mella [1903-1929] y la edición de sus textos en 1975. En ese libro, Mella aparece como si estuviera en camino hacia un «cielo de los revolucionarios». ¿No hubo discusiones violentas en torno a la huelga de hambre? ¿Por qué fue sancionado? ¿No tuvo contradicciones con los dirigentes del Partido Comunista mexicano?¥

El contraste entre la información ofrecida sobre Mella, una personalidad canónica, entre 1975 y 2003 puede precisar mejor el sentido de este comentario. Y conste que todavía no se ha publicado en Cuba el acta de la discusión en torno a la sanción contra Mella por la huelga de hambre, aunque sus exegetas en el extranjero ya disponen de las fotocopias, provenientes de los archivos de la Tercera Internacional en Moscú. Se repite por ejemplo, una y otra vez, que Mella y Carlos Baliño [1848-1926] fundaron el primer Partido Comunista de Cuba [1925]. ¿Y por qué no se mencionan a los otros fundadores?

Todo eso es muy interesante pero, ¿qué relevancia observa usted en ello para nuestros días? Sobre todo pienso en las generaciones que no tuvieron relación alguna con esa historia y han crecido sin conocerla.

Ese problema no está cancelado hoy. El criterio de «no afectar la unidad» establece fidelidades y límites. Otra problemática, relacionada con esto, y cuyo análisis corresponderá al futuro, fue el de la «cercanía laboral». El compromiso de la unidad supuso esfuerzos personales de trato para construir el presente y ayudar al olvido de las contradicciones del pasado. Cualquiera que conozca algo de la historia del marxismo en Cuba tiene que sentir gran admiración por la coordinación laboral y el trato unitario entre Blas Roca y Raúl Roa, respectivamente presidente y vicepresidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular. La generación de ambos cumplió con el pacto de la unidad de manera ejemplar.[15] En ese sentido, el modelo continúa vigente.

En otra dirección, ¿qué idea le merece la posibilidad de que un sistema político sea «reversible»?

Algunos imaginarios revolucionarios se construyeron sobre la base de una lectura teleológica de inspiración cristiana. El fundamento de esos imaginarios se encuentra en una lectura laica de la hagiografía religiosa.

Por ello, la vida de los héroes se parece bastante a la vida de los santos. La construcción del discurso sobre el martirologio revolucionario abreva directamente en la hagiografía católica romana.

El lenguaje revolucionario está lleno de imágenes al estilo de «el altar de la patria». Morir por la patria podría resultar el equivalente de ir al cielo. En la mitología se construye un discurso teleológico, que fue seguido por el imaginario revolucionario: toda revolución es un paso de avance, un escalón superior en el camino de la perfección, del progreso social. Sin embargo, ese es precisamente el ideal de la «edad positiva» de Augusto Comte.

La sociedad revolucionaria arcádica se considera un punto de llegada a la cima. Después, solo se debería experimentar con los cambios necesarios para mantener dicha perfección. El neopositivismo soviético se asentó firmemente en tales bases. El socialismo en la URSS era un «modelo perfecto», con lo que su pensamiento solo lograba producir una variante de la teoría de Comte (mal) revestida con el discurso de Carlos Marx.

No obstante, cuando Marx analiza la sociedad española, o el golpe de estado de Luis Bonaparte en Francia, habla de las desviaciones, de los retrocesos, de las pérdidas de los procesos revolucionarios. Por supuesto, estos pueden ser reversibles, aunque esto no es sinónimo de puro fracaso. La restauración en Francia nunca significó un regreso completo al ancien régime. La Revolución de 1848 se hizo para tratar de hacer irreversible el 1789, para tratar de impedir una nueva restauración en aquellos puntos que resultaban conquistas centrales.

Sin embargo, la tesis de que una vez producido el salto se ingresa a la edad positiva comtiana pasó al movimiento revolucionario, y este la enarboló como si le fuese propia.

En mi opinión, esa es una comprensión específica del «marxismo soviético» y de todo lo que resulta causa y consecuencia de él, pero usted me está diciendo que lo considera un rasgo general de los discursos revolucionarios.

Sí, creo que podría verse como algo más extendido. La segunda república francesa pensó lo mismo. Siempre se alcanza el «estadio superior». Por supuesto, el marxismo soviético contribuyó a canonizar la idea del encuentro de un paraíso. La momificación de Lenin no es accidental. Para ello, Stalin enfrentó a Nadiezhda Krúpskaia [1869-1939], la viuda de Lenin, que estaba opuesta frontalmente a hacerlo. ¿Por qué debía convertirse a Lenin en un nuevo padrecito zar? Es un razonamiento parecido al que llevó a Maximiliano Robespierre a pensar en la creación de una «nueva religión».

Podría tratarse de un discurso que repite el antiguo enunciado: solo alcanzarás el cielo si sufres en tu vida terrenal. El discurso religioso de la purificación pasa al discurso político.

El socialismo soviético era un «estado del paraíso», en una elaboración muy primitiva. Esa comprensión tan primaria fue una entre las muchas causas que enfrentaron a las múltiples tendencias socialistas.

¿Y en Cuba, más concretamente, ¿qué antecedentes tiene el tema de las consecuencias de los errores de los propios revolucionarios?

Hay una serie de discursos e intervenciones de Fidel en esa línea, aunque una zona de ellos se produjo en eventos y reuniones que luego no fueron publicados en su totalidad.

En 1968, en plena confrontación con la Unión Soviética, Fidel afirmó: «El marxismo necesita desarrollarse, salir de cierto anquilosamiento, interpretar con sentido objetivo y científico las realidades de hoy, comportarse como una fuerza revolucionaria y no como una iglesia seudorrevolucionaria».[16]

En ese sentido, debe sugerirse la lectura de algunos discursos de Fidel como los de su entrada a La Habana el 8 de enero de 1959, el del centenario de Lenin en abril de 1970, el del fin de la zafra de 1970, el del 26 de julio de ese mismo año, o la explicación por televisión de por qué se invitaba a Cuba al Papa Juan Pablo Segundo [enero de 1998], entre otros muchos. Todos ellos iluminan mejor que otros textos la complejidad de las situaciones vividas en Cuba y de las tomas de posición ante los distintos hechos.

En el discurso donde anuncia el incumplimiento de los objetivos de la Zafra del 70, afirma: «Creo que nosotros, los dirigentes de esta Revolución, hemos costado demasiado caros en el aprendizaje. Y desgraciadamente nuestro problema —no cuando se trate de sustituir a los dirigentes de la Revolución, ¡que este pueblo los puede sustituir cuando quiera, en el momento que quiera, y ahora mismo si lo quiere! […exclamaciones de: “¡No!” Y “¡Fidel, Fidel, Fidel!”]—, uno de nuestros más difíciles problemas es precisamente, y en eso estamos pagando una buena herencia, la herencia en primer lugar de nuestra propia ignorancia».[17]

De este modo, Fidel asume personalmente toda la responsabilidad por los errores cometidos en esa fecha y pone su cargo a disposición del pueblo.

¿Cuáles considera usted las fuentes del socialismo en Cuba? ¿Cómo podría contribuir una discusión sobre esas fuentes a recrear las formas en que se concibe hoy el socialismo?

Las ideas socialistas en Cuba deberían ser rastreadas primero en el siglo xix. La intelectualidad cubana desde finales del siglo xviii —y hasta el presente— está formada según los cánones del mundo más desarrollado. Se trata de una intelectualidad constituida según los referentes más modernos y que, en el caso del siglo xix, debía enfrentarse al análisis de un país colonial. Dentro de este mecanismo de formación ilustrada, que está al día en cualquier esfera, entran por igual las ideas socialistas. Muchos cubanos vivieron en Europa en el siglo xix. Diego Vicente Tejera, por ejemplo, conoció en Francia lo que era un partido socialdemócrata. Los emigrados cubanos en los Estados Unidos debatían sobre las ideas socialistas. Ese hacer era equivalente a discutir hoy día —digamos— sobre la teoría de la complejidad. Las ideas socialistas entraron también como novedades obligadas si se aspiraba a demostrar la tenencia de una alta cultura, si se compartía una filosofía del progreso material y espiritual.

Los intelectuales situados a la derecha en el espectro político cubano también leyeron a Marx y conocían de las tendencias socialistas: Leopoldo Cancio Luna[18] fue quien implementó la circulación de la moneda cubana en 1915. Pero antes, en 1907, había propuesto «apoyarse en la vigencia de la prioridad del factor económico» (argumentando que se basaba en las ideas de Marx) para avalar, como primer punto del programa del Partido Conservador, la necesidad de una redefinición de las relaciones económicas y políticas con los Estados Unidos. En la revista La Reforma Social, el liberal Orestes Ferrara divulgaba artículos sobre las ideas socialistas.

Las tendencias socialistas en Cuba, como en todas partes, son tan numerosas como diversas. De ningún modo surgieron todas del movimiento obrero, ni compartían las mismas tesis sobre el cambio social, ni sobre su necesidad misma, ni sobre las formas de alcanzarlo. Algunos intelectuales cubanos simpatizaban con ideas socialistas, pero no estaban para nada de acuerdo, por ejemplo, con una revolución proletaria.

A propósito, aquí se ha realizado una construcción reduccionista sobre el movimiento obrero que puede causar preocupación. En ese movimiento hubo tendencias como en todo el mundo. La prensa obrera cubana reflejó la pluralidad existente en el interior del movimiento: anarquistas, reformistas, socialistas, anarcosindicalistas, comunistas, así como la prensa de las corporaciones con sus demandas específicas por sector, entre otras muchas posiciones.

Hay todo un movimiento de ideas debatido entre tendencias diferentes. Por ejemplo, a mí me interesa mucho el tema de la educación popular.[19] Esa es una vieja conquista, que supone los temas conexos de la calificación, la alfabetización y las escuelas para adultos. Eso se discutía en Cuba con anterioridad a Julio Antonio Mella.

Después de la emancipación de los esclavos, se crearon sociedades benefactoras. En la Sociedad de Cocheros, por ejemplo, se impartían clases, bajo el patrocinio de su protectora, la esposa de Raimundo Cabrera. Pero ese no era un caso muy aislado, pues se trataba de un problema general: para conseguir trabajo era necesario saber firmar. Como consecuencia, existió un movimiento de calificación de diversos grupos de personas, llevados a cabo por empeños individuales y colectivos.

¿Alguna vez has visto el programa de La Liga de Nueva York, donde Martí también daba clases? Allí se enseñaba inglés práctico, y otras cuestiones pertinentes para el mundo del empleo y la vida cotidiana de los trabajadores. Esa preocupación estaba presente por igual en los Estados Unidos. Ya Peter Cooper había organizado una universidad obrera en Nueva York. (Entre paréntesis, Martí tiene un artículo sobre esa personalidad). Con todo, ese espíritu existe hoy: un tipo de centro para que la gente que requiere calificación pueda integrarse mejor al mundo del trabajo y a la sociedad. Ese movimiento de ideas de contenido social, que también se expresó en la caridad y la beneficiencia, fue reputado en la época en no pocos casos como socialista.

Otro proceso que influye mucho en este campo es el movimiento de la reforma universitaria [iniciado en diciembre de 1922]. La reforma impactó estos problemas: quién va a la Universidad, quién educa en la Universidad, qué papel juega la Universidad.[20] Ahí se lee en Cuba a Anatoli Lunacharski [1875-1933], primero un revolucionario sin partido y luego comisario de los bolcheviques para la educación y la cultura. También entran en ese momento las ideas del peruano Manuel González Prada.¥

Muchas de esas doctrinas, como puedes apreciar, son socialismos «suaves», no guardan relación con el socialismo marxista. Pero, como hizo el propio Carlos Marx, se trata de conocerlas, debatirlas, refutarlas o tomar de ellas lo que todavía resulte útil, pero no de olvidarlas o decir que solo existió una, aquella fundadora del primer Partido Comunista.

Dentro del socialismo marxista existe por igual esa pluralidad: ahí se encuentran Mella, Rubén Martínez Villena, Raúl Roa, Blas Roca, Aureliano Sánchez Arango, Jorge Vivó, Sandalio Junco, Juan Ramón Brea, Gabriel Barceló, Leonardo Fernández Sánchez y muchísimos otros.

El aprismo peruano, por ejemplo, influyó en varios campos. Algunos partidos políticos cubanos, surgidos después del Machadato, tomaron, para su organización, la tesis del funcionalismo presente en los apristas. José Bernardo Goyburo llegó a Cuba como representante de Víctor Raúl Haya de la Torre en 1928, pero se quedó en este país quizás hasta 1948 y se ha dicho que fue asesor privado de Ramón Grau San Martín. Goyburo fue una de las últimas personas que se entrevistó con el también socialista Antonio Guiteras, y se había ofrecido para facilitar su entrada a México en 1935. El partido aprista no era solo lo que Mella escribió en su famoso trabajo.[21] Guiteras tenía relación con ellos, iba a participar en uno de sus congresos. Los apristas también movieron ideas…

Existía un socialismo marxista sin partido, paralelo al del partido Comunista. Raúl Roa y Pablo de la Torriente Brau [1901-1936] podrían ilustrar esa tendencia. El primero solo perteneció al Partido Comunista de Cuba, encabezado por Fidel, cuando este se constituyó en 1965, y Pablo se hizo miembro ya estando en la Guerra Civil Española, donde murió en combate.

En el interior del Partido también había diferencias. Jorge Vivó, antes de entrar en él, transitaba por aquellas ideas socialistas. Vivó fue primero secretario de la Universidad Popular y después llegó a ser secretario general del PC. Sandalio Junco era un dirigente obrero que el Partido promovió, lo mandó a estudiar, y tras su paso por la URSS y España, donde conoció a Andrés Nin, se afilió al trotskismo. Antes, Junco había compartido el exilio y las tareas revolucionarias en México con Mella —había pertenecido también a la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos (ANERC)— y había sido dirigente del Socorro Rojo Internacional para América Latina (documentos suyos aparecieron en Amauta, la revista de Mariátegui).

Juan Ramón Brea era un revolucionario marxista del Directorio Estudiantil Universitario (DEU) de 1927, un santiaguero muy alocado, poeta surrealista, que en París se hizo trotskista.

Aureliano Sánchez Arango,[22] militante comunista del propio DEU, abandonó al PC por no suscribir su política. Quien mejor entendió la personalidad de Aureliano fue Pablo de la Torriente Brau.[23] Aureliano, que era muy capaz, tenía ansias de poder y de protagonismo.

Gabriel Barceló[24] era el más brillante entre los jóvenes estudiantes e intelectuales miembros de aquel Partido, y su estatura opacaba a la de Aureliano.

Leonardo Fernández Sánchez [1906-1964] era amigo íntimo de Mella, y su segundo en el proyecto de crear una confederación estudiantil (para interrelacionar permanentemente a los estudiantes universitarios con los del bachillerato y normalistas). Está entre los jóvenes fundadores del primer Partido Comunista, cuando dirigía el movimiento estudiantil en el Instituto de La Habana. Leonardo abandonó las filas de ese partido en 1938, porque entendió que él no podía aceptar un pacto político con el asesino de su hermano.[25] Toda su vida se mantuvo fiel a su elección ideológica. Ingresó en el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) y escribió la fundamentación teórica, sobre bases marxistas, de ese partido.

El chibasismo[26] aglutinó a marxistas y a socialistas. Es muy necesario profundizar en los análisis sobre este tema. Eduardo Chibás fue amigo de Gabriel Barceló, admiraba al socialista Antonio Guiteras, aceptó a marxistas famosos como Fernández Sánchez y a dirigentes obreros como Isidro Figueroa. Chibás se enfrentó, en realidad, a una de las líneas de las tendencias marxistas en Cuba. Y sigue en pie la pregunta: ¿por qué actuaba así?[27]

Con esta enumeración, reitero que el universo de tendencias socialistas en Cuba debería ser mejor estudiado.¥

Dando un salto en el tiempo, ¿cómo valora usted el pensamiento socialista que se produce en estos momentos en Cuba?

Yo comenzaría el análisis por la década de los ochenta. En ese momento, empieza lentamente a retomarse el alto nivel de reflexión intelectual existente en los sesenta, cuando existió un diálogo con el mundo, una actualización muy amplia y fecunda.

Yo recuerdo perfectamente, por ejemplo, cuando Isabel Monal,[28] mi excelente profesora de Filosofía marxista, explicaba todo sobre León Trotsky. Estudié un marxismo muy plural, para el cual te mandaban a leer siempre las obras clásicas; y circulaba una bibliografía de consulta que problematizaba la historia y el presente. Creo que esto fue lo mejor de aquel momento, porque la apertura intelectual generó modos diversos de pensar. Y, por supuesto, de nuevo el interés por (y el conocimiento de) lo que sucedía en el mundo resultó fundamental.

El declive, «la cerrazón», que se produjo en los setenta, tuvo que ver con muchos factores, por desgracia, todavía no estudiados. Creo que las consecuencias del fracaso de la Zafra del 70 y los costos culturales del ingreso de Cuba al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), deben examinarse. Estimo que hubo intentos —por suerte— fallidos de homogeneizar a la sociedad cubana en función de las características del CAME, por parte de los «místicos» de la sovietización cultural. Aquí en la Universidad se había trabajado en la llamada línea investigativa «estudios sobre la sociedad cubana». Creo que fue en 1976, o un poco después, que hubo algún adepto a la idea de suprimirla, porque no estaba en los parámetros y líneas del CAME. Por supuesto, lo que hicimos fue seguir estudiando a Cuba «de a porque sí».

La Rectificación de 1986 evidenció un amplio estado político de insatisfacción. De ello derivaba el lema de «rectificar errores y tendencias negativas». No obstante, algunas rectificaciones habían comenzado lentamente después del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba [1975]. Hasta donde conozco Juan Marinello fue uno de los redactores de la «Tesis sobre la cultura artística y literaria», que ya desechaba algunos de los extremismos asociados a la «Declaración final del Congreso de Educación y Cultura» [marzo-abril de 1971].[29] La creación del Ministerio de Cultura y la elección de Armando Hart para organizarlo [diciembre de 1976] pueden avalar esta opinión.

En la Rectificación de 1986 se produjo un regreso a la actitud de los sesenta. Se restableció un clima más favorable para el ejercicio del pensamiento propio, de la crítica (entendida como lo que es etimológicamente: exégesis). Menciono como ejemplos los números de la revista Casa de las Américas de entonces, así como los libros de Carlos Tablada y de Fernando Martínez sobre el Che Guevara.[30] Antes de producirse el Período Especial contábamos con alguna recuperación del debate teórico, del intercambio de puntos de vista entre diversas concepciones revolucionarias.

El Período Especial contribuyó también a una reflexión sobre las alternativas posibles a los desafíos que se presentaban. Recuerdo el congreso de la Casa de las Américas [1994] sobre el centenario de José Carlos Mariátegui. Allí se terminó discutiendo sobre la posmodernidad. Un italiano decía que él no entendía cómo en un país socialista hubiera gente «partidaria» de la posmodernidad. Lo que salió a relucir allí era qué significaba lo posmoderno en Cuba y la importancia de discutir con el mundo. Una mayor pluralidad y búsqueda de consensos entre distintas perspectivas nos caracteriza hoy. En ese sentido, creo que existe verdaderamente cierta recuperación.

¿Cómo valora la participación de los intelectuales en la política cubana?

En la historia cubana no se puede obviar la vocación tendiente hacia la participación en la vida social que está en el centro del pensamiento de muchos intelectuales.

José María Heredia [1803-1839] y Domingo del Monte [1804-1853], más allá de sus diferencias tienen algo muy importante en común: la conciencia de su función como intelectuales, de lo que debían hacer. En el caso de Heredia: lograr el surgimiento de una nación, y en el de Del Monte, que no la comparte, el desarrollo de una sociedad colonial cubana más culta. Es decir, en ellos está la conciencia de un deber social, de un servicio público, de mejoramiento social, que se expresa en el caso de Heredia —y de Félix Varela— en la clara intencionalidad republicana del surgimiento de una nación.

Las tareas del movimiento intelectual cubano se fueron transmitiendo como un patrimonio cultural. Este es un tema muy interesante. Se puede ver sobre todo en el tránsito de la intelectualidad que sobrevive a las Guerras de Independencia que resulta, digamos, la intelectualidad canónica al surgimiento de la República en el siglo xx.

Un caso paradigmático fue Enrique José Varona, por la clara conciencia de sus funciones en el contexto de la vida republicana. En su caso, algunas de las tareas que se planteó fueron más allá de sus propias creencias y acciones. No fue por gusto uno de los líderes intelectuales de los jóvenes del 30 y les sirvió de guía para hacer una revolución. Su proyección fue más allá de su voluntad y de sus concepciones sobre la violencia. Pudo ser el adalid de una revolución en la medida en que eligió convocarla.¥

De igual manera está el caso de Emilio Roig de Leuchsenring [1889-1964], quien desde los años 30 estuvo tratando de salvar el patrimonio de las ciudades cubanas y de conseguir recursos para ello. Una cosa es que no lo haya podido resolver y otra que haya tenido la idea de hacerlo, creando conciencia del valor de ese legado para el futuro del país. Eusebio Leal reconoce siempre todo lo que se le debe a Emilito, como le llamaban sus más allegados.

El movimiento intelectual cubano tiene funciones importantísimas en la construcción de un programa de desarrollo, en la formulación de la política de la memoria, y para construir una cubanía más universal, enriquecida permanentemente y mejor fundamentada a partir de las diversas formas en que se concibe y se construye la memoria del país.

Pero hay otra función que tiene el movimiento intelectual cubano, y es la de analizar los múltiples problemas en los diferentes momentos de la sociedad cubana. Hay que estudiar todas las reflexiones que estuvieron asociadas al cambio político que generaría la Revolución del 30. Esa generación y ese proceso no pudieron hacer mucho, pero sí dejaron una capacidad de análisis, meditación y reflexión sobre distintas variantes y acciones de cómo cualificar en una medida superior la sociedad cubana. De hecho, muchas de las ideas de los años 30 pudieron realizarse solo con el período revolucionario posterior a 1959.

En 2002 se realizó un evento científico para evaluar el proceso de la reforma universitaria [1962]. En las discusiones se demostró que, en un porcentaje alto, lo que se realizó en la reforma universitaria fueron soluciones a problemas que se estaban debatiendo desde las décadas del treinta y el cuarenta.

Entonces existía una clara conciencia de que para resolver ciertos problemas tenían que activarse proyectos plurales. Por ejemplo, hay Sociedades, como la de Estudios Afrocubanos que creó Fernando Ortiz en 1936, donde se unieron artistas y científicos. José Luciano Franco, Emilio Roig de Leuchsenring, Fernando Ortiz y Nicolás Guillén participaron de conjunto en el desarrollo de los estudios sobre la problemática racial en Cuba y la contribución de la raíz africana en la Isla. Ellos previeron acciones culturales específicas.

Se requiere meditar y reconocer la deuda que se tiene con muchas figuras de esa cultura. Por ejemplo, la Universidad está en deuda con un decano tan excepcional como fue Raúl Roa, quien es uno de los creadores de la Facultad de Ciencias Sociales y libró batallas importantísimas por desarrollar ese campo. En la raíz de las iniciativas llevadas a cabo por Roa cuando fue Director de Cultura, estuvieron algunas de las que promueve hoy el programa de masividad cultural que lleva adelante el proceso revolucionario.

La Revolución, como el hecho extraordinario que es, y ha sido, tiene, entre otros muchos, el mérito de haber llevado a vías de hecho, de haber podido desarrollar en la práctica, medidas que estaban pensadas, meditadas, y valoradas en sus distintas opciones, pero que se encontraban imposibilitadas en su realización por las anteriores estructuras republicanas. Ello no obsta, sin embargo, para considerar esa capacidad, ese instrumental de análisis de la sociedad que entonces se creó como una de las construcciones más importantes del período republicano burgués.

Por otro lado, y desgraciadamente, aún conserva mucha fuerza el enfoque que considera a los intelectuales como las partes «blandas» de la sociedad. Esa tesis, según la cual «las revoluciones son una cosa y los intelectuales otra», tiene también larga data en Cuba. Cuando Julio Antonio Mella hace la crítica de La zafra, el poema-libro de Agustín Acosta, entiende que el poeta es un intelectual, pero no se aplica ese calificativo a sí mismo.[31] A Rubén [Martínez Villena] le pasaba algo parecido. Ese antiguo prejuicio asegura que los intelectuales no hicieron la Revolución porque no subieron a la Sierra Maestra. La influencia que ejerció el modelo soviético en la Isla, por su parte, contribuyó también a la imagen de que el intelectual debe estar bajo alguna sospecha, por la mala fama de su «conflictividad».

Alfredo Guevara, en el discurso que leyó en la despedida de duelo de Tomás Gutiérrez Alea, definió muy bien esta cuestión: «quedará también entre nosotros como el revolucionario difícil, sí, pero por eso, más y más revolucionario; los simplones, lo aseguro, no lo son, y menos aún si creen serlo».[32]

Estoy convencida de que los intelectuales cubanos cuentan con sobrada competencia ideológica, científica y cultural como para participar mucho más en los asuntos políticos, y para contribuir en mayor medida, desde su especificidad, al proyecto revolucionario de cara a su presente y, sobre todo, a su futuro.

Notas:

[1] El discurso puede leerse en http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1995/esp/f040995e.html (fecha de descarga en la web: 27 de diciembre de 2006).

[2] El nombre actual de la Plaza es Ignacio Agramonte, prócer de la guerra de liberación de Cuba contra la metrópoli española en el siglo xix. El nombre de Plaza Cadenas se debe a que fue construida bajo el período del rectorado de José Miguel Cadenas y Aguilera, en cuya memoria fue nombrada con su apellido.

[3] El 29 de septiembre de 1906, William Taft, secretario norteamericano de Guerra, asumió el gobierno de Cuba, dando inicio a la llamada Segunda ocupación norteamericana. El 13 de octubre de 1906 nombró como su sustituto a Charles Magoon, quien fungió como gobernador militar de la Isla hasta el 28 de enero de 1909, en que el nuevo presidente electo, José Miguel Gómez, tomó posesión de su cargo.

[4] Participó en la primera ocupación militar yanqui de 1898. Durante la segunda ocupación fungió como secretario de Justicia y Asuntos Extranjeros. Ana Cairo se refiere aquí a su período como embajador norteamericano durante el período de gobierno de Alfredo Zayas (1921-1925), en el cual ejerció con transparencia su labor ingerencista.

[5] Fernando Ortiz, La decadencia cubana (conferencia de propaganda renovadora pronunciada en la Sociedad Económica de Amigos del País la noche del 23 de febrero de 1924). Imp. y Papelería La Universal, La Habana, 1924.

[6] Período de gobierno de Gerardo Machado y Morales, iniciado legalmente en 1925, prorrogado ilegítimamente en 1928 y clausurado en 1933 tras una revolución popular.

[7] Para el inventario de las propiedades de Fulgencio Batista, quien accedió al poder en Cuba en 1933 y fue el dictador expulsado del país por la Revolución en 1959, ver Guillermo Jiménez, Las empresas de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005.

[8] Variación de la frase «meter la pata», que en Cuba significa cometer un grave error.

[9] El Pacto de Miami fue rubricado el 1 de noviembre de 1957 por el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), la Organización Auténtica, el Directorio Obrero Revolucionario, la Federación Estudiantil Universitaria, el Directorio Revolucionario, el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) y el Movimiento Revolucionario 26 de Julio (M-26-7). Las tres primeras organizaciones respondían a los Auténticos, que conseguirían el control sobre la Junta de Liberación (entidad creada por el pacto). Al cabo de pocos días de darse a conocer el Pacto de Miami, la respuesta de Fidel Castro al documento fue una declaración contundente que frustró la maniobra del Autenticismo, formuló la estrategia revolucionaria de toma del poder, siguiendo la tesis de la huelga general insurreccional, y se opuso terminantemente a la ingerencia imperialista. En el texto, conocido como «Manifiesto a la Nación», Fidel declaró que el M-26-7 era la única fuerza actuante en la isla y era a quien correspondía la dirección de la Revolución, que era en Cuba donde esta se decidía y que el M-26-7 asumiría «la función de mantener el orden público y de reorganizar las instituciones militares de la república». Asimismo declaraba que la persona encargada de asumir la magistratura provisional del país sería Manuel Urrutia Lleó. El documento, con fecha 14 de diciembre de 1957, puede consultarse en Selección de Lecturas de Historia del Pensamiento Político Cubano II, cuarta parte, introducción y compilación Miriam Fernández Sosa, Universidad de La Habana, La Habana, 1989, pp. 192-212. Para ampliar sobre el tema, ver Jorge Renato Ibarra Guitart, El fracaso de los moderados en Cuba. Las alternativas reformistas de 1957 a 1958, Editora Política, La Habana, 2000.

[10] El 20 de julio de 1958, a punto de obtener el Ejército Rebelde el triunfo en el Jigüe, batalla que marcaría el inicio del fin de la última ofensiva de Batista, se firmó en Venezuela el documento «Al pueblo de Cuba», también conocido como Pacto de Caracas, que unió a las fuerzas opositoras en el Frente Cívico Revolucionario. El documento reconocía que el M-26-7 ocupaba el plano central de la insurrección y ratificaba la responsabilidad de Fidel Castro como comandante en jefe de las fuerzas militares.

[11] El Pacto del Pedrero, firmado el 1 de diciembre de 1958 entre el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el M-26-7, definió la unión de las acciones combativas entre las tropas al mando de Ernesto Che Guevara y las del DR, que operaban en el Escambray. Como consecuencia del Pacto, ambas fuerzas participaron juntas en la toma de Santa Clara, y Faure Chomón —secretario general del DR— ocupó la ciudad de Trinidad, en el curso de la ofensiva que, con la toma de Santa Clara, significó la derrota militar de la dictadura.

[12] Son extremadamente escasos los abordajes de este tópico en la literatura histórica nacional. Ver Yolanda Díaz Martínez, «Las organizaciones nacionalistas y el problema de la unidad entre 1935 y 1938», tesis de grado para la obtención del título de Licenciatura en Historia, con tutoría de la Dra. Berta Álvarez, Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, 1989; y Berta Álvarez, «La Constituyente del 40 es una lección de madurez nacional», en Julio César Guanche, La imaginación contra la norma. Ocho enfoques sobre la República de 1902, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, Ediciones La Memoria, La Habana, 2004.

[13] Presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (desde 1954) y Secretario General del Directorio Revolucionario (desde la fundación oficial de este en 1956), caído durante las acciones armadas del 13 de marzo de 1957, que intentaron derrocar la tiranía batistiana.

[14] Fidel Castro Ruz, «Este juicio demuestra que frente a las fuerzas disolventes son mucho más poderosas las fuerzas aglutinadoras de la Revolución», en Bohemia, 3 de abril de 1964, pp. 60-77 (cita en p. 77).

¥ Saturno era el Dios de los griegos que devoraba a sus propios hijos. En su serie de las «pinturas negras» Francisco Goya, el genial pintor español, tiene un cuadro aterrador para ilustrarlo. (Nota de Ana Cairo)

¥ Para consultar varios trabajos sobre estos temas, remito a Varios autores, Mella: 100 años, dos tomos, Ediciones La memoria-Editorial Oriente, 2003. (Nota de Ana Cairo)

[15] Blas Roca fue secretario general del Partido Socialista Popular (Comunista) desde 1934 hasta 1962. En 1962, ese partido, el Movimiento Revolucionario 26 de Julio y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo constituyeron las Organizaciones Revolucionarias Integradas, entidad que abrió paso en 1963 al Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba y, finalmente, en 1965, al actual Partido Comunista de Cuba. Roa solo perteneció a este último, ya bajo el liderazgo de Fidel Castro. En toda la etapa republicana, Roa fue abiertamente crítico de las posiciones soviéticas, defendidas por Blas Roca y su partido.

[16] Fidel Castro, «Discurso de clausura del Congreso Cultural de La Habana», en Documentos de Política Internacional de la Revolución Cubana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1972, pp. 42 y 43.

[17] Fidel Castro, «Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en la concentración conmemorativa del xvii aniversario del asalto al Cuartel Moncada, efectuada en la Plaza de la Revolución, el 26 de julio de 1970», en http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1970/esp/f260770e.html (fecha de descarga en la web: 31 de octubre de 2006).

[18] Político autonomista, abogado y catedrático de la Universidad de La Habana.

[19] Ana Cairo no se refiere aquí a la concepción pedagógica que tiene su mayor expositor en Paulo Freire (ver entrevista con Esther Pérez en este libro), sino, en los términos de la época, a la posibilidad del acceso popular a la educación. En este último sentido es que se crea, entre otros proyectos, la Universidad Popular José Martí, en 1923, bajo la inspiración de Julio Antonio Mella.

[20] Ver Julio Antonio Mella, «El concepto socialista de la Reforma Universitaria», en Mella. Documentos y artículos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 455-457.

¥ Este tema está muy bien documentado en el libro De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marxismo argentino y latinoamericano, de Néstor Kohan, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2000 (Nota de Ana Cairo)

[21] Ver Julio Antonio Mella, «¿Qué es el APRA?», en Mella. Documentos y artículos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 370-403.

[22] Ver nota 30 en la entrevista con Roberto Fernández Retamar en este libro.

[23] «Su carrera [la de Aureliano] es una de las más limpias en el movimiento revolucionario de Cuba y sería una lástima que fuera a caer en mal lugar. Si se mezcla a la gente de la Joven Cuba, por su capacidad y por su historia, pronto será el Jefe. Y esta organización está propensa a relaciones demasiado íntimas con el APRA y demás de su especie. No me gusta esto. Pero él tiene talento sobrado, y lo que haga lo hará deliberadamente. Una vez Rafael Suárez Solís me dijo que él creía que Yeyo [Aureliano] estaba destinado a representar papeles de gran importancia en Cuba y siempre he pensado así también. Solo que es irregular, con escasa capacidad de trabajo, un poco desilusionado ya». Pablo de la Torriente Brau, «Del diario de Pablo de la Torriente Brau» (30 de junio de 1935)», en Pensamiento Crítico, No. 39, La Habana, abril de 1970, p. 318.

[24] Gabriel Barceló Gomila (1907-1934). Miembro del Directorio Estudiantil Universitario de 1927. Uno de los fundadores marxistas del Ala Izquierda Estudiantil. Preso político antimachadista.

[25] Ivo Fernández Sánchez, estudiante revolucionario asesinado el 31 de agosto de 1934 (junto al también estudiante Rodolfo Rodríguez Díaz), bajo la primera dictadura de Fulgencio Batista.

[26] Se refiere a la línea representada por Eduardo Chibás. Ver nota 32 en la entrevista con Roberto Fernández Retamar en este libro.

[27] Se refiere a la aureola de «anticomunista» que en la historia cubana posee Eduardo Chibás, una generalización extraída de sus polémicas con Blas Roca, Lázaro Peña y con el Partido Comunista de la época (entonces llamado Partido Socialista Popular). El anticomunismo de Chibás es necesario entenderlo en un doble plano: en el general, participa de la ideología del «mundo libre» contra el «comunismo» (soviético), propio de la Guerra Fría; en el particular, discute contra la ideología estalinista y su presencia en Cuba. En los términos de esa época, Chibás representaba un «nacionalismo democrático».

¥ Hace algunos años incursioné en el tema con «Los otros marxistas y socialistas cubanos. (1925-1958)», en Mariátegui, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2002. (Nota de Ana Cairo)

[28] Filósofa cubana. Premio Nacional de Ciencias Sociales en 1998. Directora de la revista Marx Ahora.

[29] Alfredo Guevara escribió en carta a Juan Marinello lo siguiente sobre este documento: «Querido Juan, sé bien que este texto no es producto literariamente de tu mano, aunque hayas puesto tu mano en él. Lo conozco de hace mucho. Y aunque remozado, mejorado, ajustado, y firmable, tiene algo de aquella vieja primera versión que lo lastra y condena a no levantar vuelo como debió hacerlo». Alfredo Guevara, «Una Carta a Juan Marinello», en Revolución es lucidez, Ediciones ICAIC, La Habana, 1998, p. 295.

[30] Se trata de El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara (Casa de las Américas, La Habana, 1987) y Che, el socialismo y el comunismo (Casa de las Américas, La Habana, 1989), respectivamente.

¥ Ese mismo Varona que tiene funciones en la política fue quien concibió el primer plan de educación pública en Cuba. Una cosa es que Varona no lo haya podido ejecutar, y otra, que el diseño de este proyecto sea algo trascendente para la República. Quien realizó este sistema de educación pública fue, luego, la Revolución. (Nota de Ana Cairo)

[31] Julio Antonio Mella, «Un comentario a La zafra de Agustín Acosta», en Mella. Documentos y artículos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 493-498.

[32] En el párrafo precedente al que cita Ana Cairo se lee: «Cómo decir de Titón artista revolucionario, si el artista resulta revolucionario por definición, enriquecedor del mundo con mundos que como un Dios crea. Pero quiero decirlo y subrayarlo para este artista que enriqueció el mundo con sus mundos. Y decirlo quiero porque desde sus años juveniles marcó su adhesión a la Revolución Cubana con acciones precisas; la idea en Titón fue también acto. Y es así que su cine, riguroso y profundo, tiene virtud de transferencia y expresa, una y otra vez, de un modo o de otro, la conflictual relación entre la realidad y quien quiere cambiarla; la conflictual relación entre rutina y desafío, desafío burlón, el que demuele». Alfredo Guevara, «Titón siempre en nosotros» (discurso leído el 17 abril de 1996 en la despedida de duelo de Tomás Gutiérrez Alea, Titón), en Revolución es lucidez, Ediciones ICAIC, La Habana, 1998, p. 321.

 

profesora, investigadora y ensayista, fue Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas 2015 de Cuba. Miembro de la Academia de Historia, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y de la sección que corresponde a la Isla dentro de la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe. A lo largo de varias décadas, Ana Cairo había impartido Literatura y Cultura cubanas y cursos monográficos sobre diversas personalidades en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Deja una extensa obra investigativa sobre la Historia de Cuba, en particular sobre el período de la República, con títulos como El movimiento de veteranos y patriotas, Historia de La Universidad de la Habana, Mella: 100 años y José Martí y la novela de la cultura cubana. Titulada como Doctora en Ciencias Filosóficas y Profesora Titular de la Universidad de La Habana, formó parte de los consejos editoriales de las revistas Temas, Universidad de La Habana, Debates Americanos y Revista de la Biblioteca Nacional José Martí.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 6 de abril 2019
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