El pecado de Magda Montiel (+fotos, infografías y videos)

Hace 29 años, esta abogada cubanoamericana, una de las asistentes a la Primera Conferencia La Nación y la Emigración, vio trastocada su vida y la de la familia por la histeria anticubana desatada en Miami, Florida

cuba, estados unidos, fidel castro, relaciones cuba-estados unidos, cia
Pese a las amenazas de muerte, Magda nunca se ha retractado de lo vivido y lo expresado a Fidel. (Foto: Internet)

Está a nueve, ocho, siete pasos del hombre en traje verde olivo. Solo la distancian un puente en miniatura y un arroyuelo, de aguas tan cristalinas como las del río La Mula, en Ocujal del Turquino. Aquellas retozan con las laderas de la Sierra Maestra en busca del mar; estas cruzan el salón de protocolo del Palacio de la Revolución. Y se van al compás del murmullo de los asistentes, de unos 30 países, a la Primera Conferencia La Nación y la Emigración.

Un hombre bigotudo, vestido con guayabera blanca, le hace señas para que dé un paso adelante. Y ella sonríe y piensa: Relájate, Magda Montiel Davis, relájate, y camina como si estuvieras en el patio de tu casa, que, por fin, tendrás frente a ti a Fidel Castro. Por fin.

Y la mujer, de 41 años, ve que la barba le clarea al guerrillero. Y le tiende la mano. Su madre jamás lo hubiera hecho; su padre, tampoco. Vinculado al equipo de beisbol Havana Sugar Kings, él iba y venía al Gran Estadio de La Habana en su Chevrolet Impala, nuevo de paquete. Su mamá también se subía al maquinón; pero le hablaba a sus hijas sobre Hatuey, y andaba descalza en la casona de Nuevo Vedado.

Padre y madre temían. Temían a Fidel. Aquel rebelde, con olor a montaña, y su Revolución, trastocándolo todo, ordenándolo todo. Fidel era una amenaza. Amenaza a todo lo que habían logrado: la casa que construyeron en el exclusivo barrio de Nuevo Vedado. El ferry de Cayo Hueso a La Habana todos los años para que su padre comprara un Chevrolet nuevo. Cada año, un carro nuevo. La sala entera de juguetes para sus hijas, no solo en la Navidad; el Día de los Reyes Magos también.

Y Magda, con su Álbum de la Revolución cubanacon imágenes de los eventos de la Revolución, que ella y sus amiguitas —en fin, el barrio entero— coleccionaban. Álbum que Magda mantenía escondido de su hermana y sus padres.

Y mientras el álbum más crecía, Magda empezó a dejar de ver a la joven que subía las escaleras de su casa —tan altas como el torreón del castillo del Morro— con un bebé a horcajadas sobre la cadera, y jadeando aún, tocaba la puerta y extendía la mano derecha. Era el ritual. Y la mamá de Magda le daba solo una lata de leche condensada. Solo una lata. Era también el ritual.     

A diferencia del padre, la madre de Magda no procedía de la burguesía habanera. Su cuna estaba en el barrio de Punta Brava, en las afueras de la capital. Allí supo de caracoles tirados, santos subidos; de Oyá, Changó. Un babalawo le aconsejó abandonar el país; si no, sus hijas iban a pasar hambre. Cada día, le rogaba a Elegguá que le abriera camino. Hambre, sus hijas iban a pasar hambre; le dijo el babalawo.

La Operación Peter Pan devino expresión elocuente de la guerra psicológica diseñada por la CIA contra la Revolución cubana.

Poco después del triunfo de la Revolución, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) puso al nuevo gobierno en su colimador. En Cuba, empezó a nevar. Sí, nevar. Nevar panfletos que la CIA, en sus avionetas de bajo vuelo, tiraba por las ventanillas; papelitos blancos flotando por todas partes, empapando a la gente del pueblo en camino a su trabajo, en los parques, la playa… Papelitos blancos por todas partes. Avionetas, y Radio Swan. Creada en 1960 por la CIA, la emisora propalaba una sarta de falacias: que los padres perderían la patria potestad sobre sus hijos; que estos serían enviados a campamentos, donde serían adoctrinados y abusados física y sexualmente… Pura guerra psicológica.

Los padres de Magda se mantenían tensos, preocupados. De pronto, ella notó un gran cambio en ellos. Sus padres, relajados, hasta casi felices. Remodelaron la casa. Amueblaron la casa entera. Todo, nuevo; los muebles ultramodernos; lo último.

Seis semanas antes de su octavo cumpleaños, Magda se despertó con el sonido de tiroteos. ¿El aire acondicionado del cuarto roto? ¿Nuevo de paquete, y roto? No, la invasión por Playa Girón.

Magda observaba a su padre parado frente al televisor hora tras hora; su madre escuchando la radio, una noticia tras la otra.

La invasión mercenaria por Playa Girón en abril de 1961 fue derrotada en menos de 72 horas.

En cuestión de días, Magda, su hermana y madre se encontraban montadas en un avión de Pan Am, con destino a Miami. Su padre se quedó. Tenía “algunas cositas” más que terminar para la CIA. Al cabo de algunos meses, viajó, con pasaporte falso, para reencontrarse con la familia en Miami. No importaba que Magda y su hermana extrañaran el barrio, a sus amiguitas. Que, en un dos por tres, se encontraran en ese extraño país con su extraño idioma y extraña gente, que las miraban como si fueran ellas las extrañas. Pronto regresarán a la patria.

—¡Está más claro que el agua!, dice la madre.

Su padre en su nuevo Chevrolet Impala en camino al estadio de beisbol de los Havana Sugar Kings; su madre, maestra de artes y oficios en escuelas superpobladas de niños analfabetos. Magda y su hermana atrapando cangrejos morados y naranjas en la orilla del río Almendares.

LA CARTILLA DE ALPHA 66

A la abogada de Inmigración Magda Montiel Davis le leyeron la cartilla: si se atrevía a poner un pie, un solo pie, en Cuba, su vida se convertiría más que un pandemónium. El ultimátum le llegó, en blanco y negro, el día de su cumpleaños, el 28 de febrero del propio 1994.

Magda fotografió ese día en su memoria. Había ido a su casa en la isla costera de Key Biscayne, a solo 10 minutos del centro de Miami, cruzando el Big Bridge, el Puente Grande, cómo lo llaman los residentes de Key Biscayne. El huracán Andrew había puesto el hogar de Magda literalmente de cabeza un año y medio atrás. Mientras ella aguardaba por el constructor, que se hizo de rogar para asumir la rehabilitación del inmueble, se le ocurrió recoger el correo; el buzón, un flamenco color rosa, descolorido por el sol abrasador de Key Biscayne, aquel animalejode yeso rumiando su soledad parado en una pata.

Animada, Magda tomó el bulto de correo. De un momento a otro, recibiría la invitación para asistir a la Conferencia en La Habana. Hojeó todo rápidamente, pero nada. Depronto, “ALPHA 66”, la organización terrorista, creada por la CIA en 1962, con el más vasto currículum de acciones, entre los grupos anticubanos asentados en Florida.

Esta abogada cubanoamericana partió de la isla en 1961 hacia Florida, luego de la invasión mercenaria por el sur de Matanzas. (Foto: Cortesía de Magda Montiel)

De un golpe Magda se bebió la advertencia. “(…) todas aquellas personas que visiten Cuba, dialoguen o apoyen directa o indirectamente al desgobierno que oprime a nuestro pueblo (…) —advierte el mensaje— será declarado objetivo militar y sufrirán las consecuencias dentro o fuera de Cuba”.

—¡Dios en el cielo y Alpha 66 en la tierra!, pensó, y su mirada tropezó con los pies de firmas, encabezados por el secretario general de la organización y uno de sus fundadores, Andrés Nazario Sargén.

Alpha 66 destila terrorismo por los cuatro costados. Y sus reclutados entrenan para el combate en los Everglades, una gran región pantanosa en el sur de Florida. Lo conoce la comunidad cubanoamericana. Lo conocen las agencias federales. Aun así, se hacen de la vista gorda.

La hoja de servicios anticastrista de Alpha 66 espanta: ataques piratas contra embarcaciones pesqueras, instalaciones económicas costeras y el poblado de Boca de Samá, en Holguín (dos muertos y cuatro heridos graves); asesinato de pescadores; planes de atentados contra Fidel; amenazas de bombas a embajadas y consulados cubanos en Brasil, Canadá, Ecuador…

Justamente, el 11 de marzo de 1994, a pocos días de Magda haber recibido el ultimátum, miembros de Alpha 66 dispararon contra el hotel Guitart-Cayo Coco. Empezaba la embestida para ahuyentar a los turistas. El año antes, Sargén publica y descaradamente declaró que su organización había realizado cinco acciones recientes contra Cuba. Y las agencias federales, ¿dónde? En la nada. Haciéndose de la vista gorda.

A pesar de ello, Magda hizo las maletas. Y ahora dialoga con Fidel, el primero en la lista negra de Alpha 66, que persistiría en asesinarlo ese año.

Magda ha destacado las virtudes del líder cubano en más de una oportunidad.

EL PEDIDO DE FIDEL

Lo de “algunas cositas” que al padre de Magda le restaban por resolver en 1961 para la CIA en la isla viene de su hija, quien desconocía el maridaje de su padre con la agencia estadounidense.

Por décadas, esos servicios secretos habían intentado asesinar a Fidel. Y ahora Magda tiene enfrente al líder cubano. No sabe si es más o menos alto que Teseo, el griego vencedor del Minotauro; sí advierte que para besarlo en la mejilla y hablarle debe estirar hacia atrás mucho, mucho el cuello y mirar muy, muy arriba, tanto que teme caerse de espalda y hacer tremendo papelazo. Tiene delante, de cuerpo entero a Fidel Castro, a despecho de la reciente amenaza recibida por ella en Miami.

Es domingo al atardecer del 24 de abril de 1994. Las aguas continúan pasando por debajo del puentecillo en el salón de protocolo del Palacio de la Revolución. Alguien le susurra a Fidel en el oído.

—¡¡¡Magda!!!, exclama el líder, levantando las cejas.

Aquella mujer, de vestido morado obispo, pelo lacio sobre los hombros y de estatura intrascendente, tuvo las agallas de postularse como candidata demócrata al Congreso de Estados Unidos, en campaña contra Ileana Ros-Lehtinen. A contracorriente, defendió una plataforma liberal y escandalosa en Miami, calificativos salidos de su puño y letra: Washington debía excluir del bloqueo las medicinas y los alimentos. Acostumbrada a llamar las cosas por su nombre, ella quería volar el bloqueo en pedazos; pero, sus asesores de campaña, entre ellos el esposo, el prominente abogado de Inmigración, Ira Kurzban, le aconsejaron decir “rosado” en lugar de “rojo”. Cuestión de política.

Fidel conocía que, en las elecciones para el ente legislativo en 1993, Magda le había dado pelea a la republicana Ros-Lehtinen —el summumdel extremismo anticubano y admiradora del genocidio de Israel en Gaza y de las dictaduras latinoamericanas—, al punto de haber logrado el 33 por ciento de los votos, considerado una victoria, dada su controvertida plataforma sobre Cuba. 

Magda y su esposo Ira Kurzban (derecha) fueron los abogados del espirituano Rafael Izquierdo, en un caso de custodia infantil de su hija de cinco años, en la corte de Miami en el 2007. (Foto: John Vanbeekum/Miami Herald)

Propietaria de un bufete de abogados de mujeres, entre los más notables de Florida, Magda devino puntal en los inicios de los 2000, junto a su esposo, en el retorno a la isla de la niña cabaiguanense Elizabeth Izquierdo, reclamada por su padre espirituano, proceso que tardó más de cuatro años en el país norteño.

La otra historia la vivía en este minuto. Ni siquiera le ha dado la espalda a Fidel, cuando este la tira del antebrazo y la deja de una pieza.

—Quiero que te postules de nuevo para el Congreso americano.

EN LA MIRILLA

Todos los caminos que van, regresan. Magda aborda la guagua con destino al hotel Comodoro, sin importarle un comino tanto flash, tanta cámara que la acaban de enfocar. Mas, la tranquilidad apenas le duraría a esta mujer el tiempo en que un relámpago partiría en dos mitades el cielo de la noche habanera del 24 de abril del 94.

Es una certeza que FOX, la cadena de televisión de la ultraderecha, Telemundo 51, Univisión… se frotaron las manos con el video donde ella conversaba, como si estuviera en el portal de su casa en Key Biscayne, con el primer líder latinoamericano en hacerle frente a Estados Unidos, y que se despidió físicamente de este mundo cuando a él le vino en gana y no debido a uno de los 638 intentos de asesinato tramados por la CIA y sus francotiradores. En este minuto, nadie querría verse en los zapatos, en las zapatillas Nike de Magda. Absolutamente nadie.

—Vuelo número 4881, Habana-Miami, partirá en unos pocos minutos, rechinan los altavoces del aeropuerto José Martí.

Por enésima vez Magda verifica su boleto: 26 de abril, 11:00 a. m. Cuarenta y tres minutos de vuelo.

Al aterrizar:

 —Favor de ponerse de pie los que asistieron a la Conferencia La Nación y la Emigración, anuncia la aeromoza. Casi de inmediato…

—Magda Montiel, favor de dirigirse al frente del avión.

Todos los ojos están puestos en Magda mientras camina hacia la parte delantera del avión. Un lente alargado de una cámara de televisión la sigue. Magda mira al frente, con cuidado de mantener la cabeza en alto.

A la salida, un policía. La lleva por pasillos del aeropuerto nunca antes pisados por ella. A la derecha, “No entrar”; a la izquierda, más allá: “Solo personal autorizado”. Su esposo Ira coordinó todo con la Seguridad de la instalación. La muchedumbre, concentrada en las salas de espera, se queda con las ganas de colocarle la soga en el cuello y halarla hasta ver el último temblor de vida de la letrada­. Y así gritan y así le han escrito y le seguirán escribiéndole a Magda.

Anoche, desde La Habana llamó a Ira. Antes de colgar, se le ocurrió preguntar:

—¿Cuántos días piensas que dure esto?

—De tres a cinco.

¿De tres a cinco? ¿Tanto? Anoche, también, ante el diluvio de insultos y amenazas, Ira arrancó el teléfono de la pared. Se lo dice en el trayecto a casa. Al bajarse del Chevrolet, ella mira el buzón; el flamenco sigue ahí, como el dinosaurio de Monterroso, para recordarle la cartilla de Alpha 66.

AMENAZAS EN SERIE

La próxima mañana: —Olvida el tango y canta bolero, le advertiría el esposo a Magda, si él hubiese nacido en el barrio espirituano de Jesús María, cuando ella toma sus llaves del carro para ir al bufete.

—Tienes que ser consciente de tu entorno en todo momento, y no puedes hacerlo si estás manejando.

Lo escanea con un vistazo esta mañana del 27 de abril: 1.65 de estatura, narizón y medio, calva hasta la nuca y piernas como de signos de interrogación. Pero, ante todo, Ira Kurzban es padre de sus hijos Benny y Sadie, y también de Katie, Paula y Maggie, del primer matrimonio. Y buenísimo yerno de Magdalena, la suegra que de primer instante vive con ellos.

Magda disfrutaba la sapiencia de Ira, ganador de casos legales históricos en Estados Unidos y autor de Kurzban’s Immigration Law Sourcebook, el libro sobre Derecho de Inmigración más leído y citado por abogados y jueces en ese país.

El abogado Ira Kurzban ha realizado contribuciones relevantes al Derecho de Inmigración en Estados Unidos. (Foto: Charles Trainor (Jr)/Miami Herald)

Y ahora, el esposo, convertido en “guardaespaldas”, la lleva hasta la mismísima puerta de su despacho en el tercer piso. El “estoy allá abajo” en el despacho en el segundo piso; la voz de Ira le da algo de sosiego a Magda, la primera en llegar ese día al bufete. Se extraña. Pasadas las nueve de la mañana, sus colegas vendrían en masa, y le hacen una encerrona en la cocina. Todas sentadas alrededor de la mesa; Magda permanece de pie. Comienza el juicio: ¿No sabías que Fidel envía a niños de 13 años a la guerra? ¿Por qué no te retractas?

De las “fiscales” presentes, solo una renuncia. Las otras ocupan sus puestos de rutina. Magda atiende a un cliente como Dios y el Derecho mandan, hasta que…

—¡Uuufffggg! ¡Una bomba! ¡Una bomba! El grito de terror viene de la recepcionista.

Todas viven una versión del hundimiento del Titanic. Corren, tropiezan, corren. Sienten el agua helada del Atlántico; es como si mil cuchillos les atravesaran los cuerpos. Mientras, el teléfono, descolgado, pendula al ritmo de la llamada de intimidación.

Con ojos de águila y olfato de tiburón blanco, la Policía y el Escuadrón Antibombas revisan cada centímetro del edificio. Falsa alarma. Lo contrario sucede en las inmediaciones: por allí desfilan la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), la Calle Ocho en pleno. “Perra mamalona”, vociferan.

Magda, al teléfono; finge ser la recepcionista. Por las líneas del despacho de abogadas, tampoco escampan las injurias, las amenazas. Como si las escuchara allá en casa, la mamá no le pide, le ruega a Obatalá, que, por favor, proteja a su hija, a la familia toda. Son las cuatro de la tarde. El alud de manifestantes, frente al edificio, al lobby de cristal.

—Tiene que irse.

El policía la deja sin opciones. Ella tiembla. Náuseas. Más de un plan de escape, que finalmente queda así: bajará por las escaleras de emergencia… Delante, tiene la puerta del tercer piso. “Mantén la cabeza en alto”, piensa. Ya baja por las escaleras. Vuela por la parte trasera del edificio; allí la espera Ira con el motor de la camioneta encendido.

Pero, el plan no prevé que la multitud se percate de la fuga de Magda. La jauría va tras ella; de milagro, sube al carro. Como un cristal debajo de las patas de manada de elefantes, también se siente el esposo. Una mujer se planta delante del auto. El pie de Ira aprieta el acelerador. “¡Avemaría santísima, la va a arrollar!”, piensa la abogada. Y el empujón seco y resuelto de un policía hace el otro milagro: rueda la mujer sobre el asfalto. Rueda, rueda la camioneta. Hasta el campeón de Fórmula 1 del año, el alemán Michael Schumacher, le envidiaría la arrancada. Al arribar a casa…

—¡Dios! ¡Los niños! Y a Ira se les oscurecen más los ojos de azul bravío. Tres carros policiales parqueados semejan pájaros de mal agüero. “Este viernes habrá una manifestación en el reparto; terminará con una misa en la iglesia católica por los difuntos ahogados, mientras huían del tirano Fidel”, los ponen sobre aviso.

cuba, estados unidos, fidel castro, cia
El entonces presidente de la Fundación Nacional Cubano Americana, el terrorista Jorge Más Canosa, llegó al punto de ofrecerles ofertas de trabajo a paralegales que renunciaron al bufete de Magda Montiel Davis. (Foto: Miami Herald)

Los esposos no lo dudan: detrás de la protesta están Ros-Lehtinen y Jorge Más Canosa, presidente de la FNCA. O sea, el lechero que devino fundador y ejecutivo de la poderosísima corporación MasTec; el tipo que pregonaba la muerte de Fidel a diestra y siniestra y deliraba por ser presidente de Cuba; el terrorista que le cuchicheaba al oído a los exmandatarios Ronald Reagan, George Bush y William Clinton. En fin, “dos hijos de puta”, sentenciaría Kurzban.

Jueves 28 de abril. Magda continúa en su laberinto. Preocupada por sus clientes, intenta reacomodar su rutina como abogada. Intenta. La empresa de seguridad que contrataron renunció; al parecer, perdería clientela entre los cubanos. “Se rajó como una yuca”, comenta la mamá.

A Magda se le ocurrió contactar a Otto, integrante de la Brigada Antonio Maceo. Otto, solito, el nuevo guardaespaldas de Magda. Lo admite ella. Otto hojea el registro de llamadas telefónicas: “Prepara los funerales”.

Viernes, 29 de abril. El día de la manifestación. La comparsa, la llama Magda. Aún sin clarear, ella e Ira toman providencias. Es imprescindible que, junto a su mamá y los niños, parta antes del amanecer. Buscan cobija en la de la hermana Maty, en Fort Lauderdale, al norte de Miami. La ecuación, simple: a más estadounidenses residentes en esa ciudad, menos cubanos; igual a menos peligro.

A Ira no hay quién lo saque de sus trece: se quedará, dice con firmeza.  Toques a la puerta de cristal biselado. Llegan los tres recién jubilados de tropas de rescate en Israel. Ira los contrató.

—Si alguien trata de entrar a nuestra propiedad, le disparan a matar, les ordena.

Los “soldados” israelíes entrecruzan miradas.

Son las once de la mañana; lo anuncian las campanas de la iglesia de Santa Inés, a solo unas cuadras de la casa de Magda. Inicia la marcha. Unas 2 000 personas, vestidas de negro —luto— caminan de un extremo de Key Biscayne a la iglesia. “¡Perra comunista!”, gritan “esos hijos de…” Dios. Comienza la misa por las víctimas del “castrismo”. Entre los piadosos, se encuentran, de seguro, quienes han amenazado, hasta de muerte, a Magda. La abogada le entregará los teléfonos, las llamadas grabadas, los ultimátums escritos al Buró Federal de Investigaciones (FBI), que optará por lavarse las manos como Poncio Pilatos.

¿Esa actitud del FBI le sorprendería a Magda, si sus propios amigos, colegas, le ladeaban la cabeza? No, no y no, respondería. En aquellos primeros días, varias compañeras del despacho hablaron hasta por los codos frente a las cámaras de la televisión. Y renunciaron al bufete allí mismo, ante la opinión pública. No les bastó, y fueron a la WQBA La Cubanísima. “Parecían cotorras”, diría la mamá de Magda. Hasta Más Canosa llamó a la emisora para ofertarles empleo.

1 de octubre de 2020. Y pasaron los años. Magda retorna a la pantalla de Telemundo 51. Su libro El beso a Fidel. Memorias del terrorismo cubanoamericano en Estados Unidos, acaba de ganar el Premio Iowa de no ficción literaria. Iowa es la cumbre de literatura en Estados Unidos.Magda le sostiene a la reportera con resolución que besaría nuevamente al líder cubano y le diría las mismas palabras. “A Trump (Donald) no lo besaría, no le miraría la cara. A mi juicio, Trump es un dictador; Fidel no fue un dictador”.

—Tú llamaste “maestro” a Fidel Castro. ¿Qué te enseñó para mal o para bien?

—Él se enfrentó al poder más grande del mundo sin echarse para atrás.

Aquel “maestro”, aquel terrorismo desatado luego a voz en cuello y a plena luz del día en Miami laten en el libro que Magda Montiel Davis remitió a mi correo electrónico. Y mi cuestionario de mil y una preguntas quedó más que respondido. No era la niña que cazaba cangrejos rosados a orillas del Almendares, y sí la mujer que le encasquetó aquel beso a Fidel en aquel salón de techo negrísimo, en una santa noche de pecados.

Con el entonces Presidente cubano, el General de Ejército Raúl Castro Ruz, en una recepción en la sede de la Misión Permanente de Cuba ante las Naciones Unidas el 27 de septiembre de 2015. (Foto: Cortesía de Magda Montiel)
Junto a su esposo, Ira Kurzban, y los hijos, durante la graduación de Sadie en la Universidad Ivy League, de Brown. (Foto: Cortesía de Magda Montiel)

NOTA: Escambray le agradece a Magda Montiel Davis, protagonista de esta historia, su aporte a la edición de este reportaje.


Enrique Ojito

Texto de Enrique Ojito
Premio Nacional de Periodismo José Martí, por la obra de la vida (2020). Máster en Ciencias de la Comunicación. Ganador de los más importantes concursos periodísticos del país.

Comentario

  1. LAS PERSONAS TIENEN EL SOBERANO DERECHO A FOTOGRAFIARSE, A CONVERSAR Y ABRAZAR A QUIEN LES PAREZCA. ES DERECHO QUE DEFIENDO PARA MAGDA MONTIEL, LO DEFIENDO PARA LOS QUE ABRAZAN Y SE FOTOGRAFÍAN CON EL IMPOPULAR E IMPRESENTABLE DONALD TRUMP. Y DIGO MAS, STALIN MATO DE HAMBRE, EN CAMPOS DE CONCENTRACIÓN Y FUSILAMIENTOS A MAS DE 6 MILLONES DE RUSOS, SIN EMBARGO, TODAVÍA QUEDAN NOSTÁLGICOS QUE DESEAN QUE EL SÁTRAPA RUSO RESUCITE. Y ESE DERECHO TAMBIÉN SE DEBE RESPETAR

Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *