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El Programa de Transición y la estrategia revolucionaria: respuesta a Maximiliano Rodríguez

Fuentes: Izquierda Diario

Maximiliano Rodríguez respondió recientemente a un artículo polémico en el que nos referimos a la actualidad del Programa de Transición escrito por Trotsky en 1938. Nosotros sostenemos que es un documento pertinente para elaborar un programa de acción frente a la presente crisis sanitaria, económica y social, abierta con la pandemia del Covid-19, si sabemos leerlo a la luz de la actualidad.

Rodríguez, en su polémica, reafirma su concepción de programa según la cual, mientras persista el capitalismo, necesitamos pelear sólo por “consignas mínimas”, manteniendo de palabra el objetivo socialista, pero renunciando a definir una estrategia que permita unir las tareas del presente con la toma del poder. En su argumentación, el Programa de Transición de 1938, sería algo así como una ocurrencia de Trotsky que no tendría que ver con la tradición marxista revolucionaria de otros teóricos y dirigentes socialistas como Lenin o Rosa Luxemburg. Además, la “política transicional que en él se funda -escribe Rodríguez- tiene graves problemas teóricos en cuanto a la caracterización de la dinámica capitalista (cese del desarrollo capitalista) y de la dialéctica de la lucha de clases y la conciencia revolucionaria de los trabajadores (economicismo).»

En este artículo explicaremos cómo el Programa de Transición -al contrario de lo que dice Rodríguez- constituye una continuación de la tradición marxista revolucionaria en su lucha contra el reformismo; explicaremos también que este escrito obtiene su vitalidad de su articulación con la estrategia revolucionaria, entendiendo por estrategia el arte de vencer, articulando las batallas parciales -sindicales, parlamentarias, teóricas- con el objetivo de derrotar a la burguesía y poner en pie un gobierno de trabajadores basado en la autoorganización. También, desmontaremos la lectura falsa de Trotsky que hace Rodríguez como un dogmático del estancamiento económico y mostraremos que es el propio Rodríguez quien defiende el dogma de un capitalismo en crecimiento con desarrollo las fuerzas productivas, visión sobre la que sustenta su visión estática que separa programa mínimo y programa máximo. Por último, intentaremos explicar de qué manera es posible hablar de una actualidad del Programa de Transición hoy.

El programa de transición en el Manifiesto Comunista

Para Rodríguez un programa de transición sólo puede ser válido sólo posteriormente a la toma del poder por la clase trabajadora. Rodríguez considera que el Programa de Transición elaborado para luchar antes de la toma del poder, es uno de los principales errores de Trotsky que conduce a objetivos políticos absurdos y a la conciliación de clases. En sus palabras:

«Se le “exige” a gobiernos burgueses que apliquen medidas de transición al socialismo como formas “preparatorias del para el ejercicio del poder” por parte de los trabajadores, convocando además a estos a luchar por tal tipo de exigencias. Todo esto a manera de “puente” que “supere” «la contradicción entre la madurez de las condiciones objetivas de la revolución y la falta de madurez del proletariado y de su vanguardia» (Rodríguez, M.; Marxismo y política transicional…).

Rodríguez nos recuerda que, por el contrario, Marx y Engels decían que “el proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de , producción” y que el programa de transición, para ellos, sólo es posible, porque “el proletariado está organizado como clase dominante” [1] . Con «programa de transición” en este caso, Rodríguez se refiere las diez medidas que están al final del segundo capítulo del Manifiesto Comunista: expropiación de la propiedad inmueble, impuestos progresivos, abolición del derecho de herencia, nacionalización de los transportes, etc. Esas medidas, nos recuerda Rodríguez, son posibles sólo si la clase trabajadora está en el poder.

Esta discusión, que aparentemente se ciñe a la letra de lo escrito por Marx y Engels, en realidad, hace abstracción del problema central: ¿cómo puede la clase trabajadora alcanzar el poder? ¿acaso no hay batallas preparatorias para realizar ese objetivo? Rodríguez elude responder a esta cuestión estratégica o política. El problema del poder no es enfocado como un problema de programa y estrategia sino sólo como un asunto teórico.

La lectura de Trotsky sobre el mismo pasaje del Manifiesto al cual se refiere Rodríguez, es radicalmente distinta. En 1938, escribía:

«Concebido para una época revolucionaria el Manifiesto contiene diez consignas que corresponden al periodo de transición directo del capitalismo al socialismo. En su prefacio de 1872, Marx y Engels declararon que estas consignas se habían vuelto en parte anticuadas, y que en todo caso tenían una importancia secundaria. Los reformistas se apoderaron de esta apreciación y la interpretaron en el sentido de que las consignas transicionales habían cedido su lugar para siempre al “programa mínimo” socialdemócrata que, como es bien sabido, no trasciende los límites de la democracia burguesa. De hecho, los autores del Manifiesto indicaron con bastante precisión la corrección fundamental de su programa de transición, a saber: “La clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines”. En otras palabras, la corrección iba dirigida contra el fetichismo de la democracia burguesa. Marx, luego contrapuso el Estado del tipo de la Comuna al Estado capitalista. Este “tipo” más tarde asumió la forma mucho más precisa de soviets. En la actualidad, no puede haber un programa revolucionario sin soviets y sin control obrero» [2]

Trotsky veía que el Programa de Transición, en cierta manera, era una actualización de las diez medidas que plantean Marx y Engels en el Manifiesto. Eso es lo que no puede entender Rodríguez, porque en su visión, mientras la clase trabajadora no tiene el poder, sólo debe pelear por demandas mínimas. Esa es la diferencia de Rodríguez con el marxismo revolucionario de Trotsky, para quien la realizabilidad del programa dependía no sólo de la madurez de las condiciones objetivas sino que también de si existía la fuerza social y una estrategia política para imponerlo que se probaran en el terreno de la lucha de clases.

La lógica de relacionar lo posible con la relación de fuerzas entre clases enfrentadas está también presente en Engels cuando escribía en la polémica con Heinzen -curiosamente citada por Rodríguez-, que ciertos aspectos transitorios del programa, como por ejemplo todas las medidas encaminadas a restringir la competencia y la acumulación de capital en manos privadas, toda restricción o supresión del derecho de herencia, toda organización del trabajo por parte del Estado:

«Son posibles en la medida en que todo el proletariado insurgente las defiende e impone con la fuerza de las armas. Son posibles, a pesar de todas las dificultades e inconvenientes que alegan los economistas, porque todas estas dificultades e inconvenientes impelerán al proletariado a dar un paso tras otro hasta que la propiedad privada haya sido completamente abolida, para no perder de nuevo lo ya conquistado. Son posibles como pasos preparatorios, fases temporales y de transición hacia la abolición de la propiedad privada, y no van encaminadas a otra cosa (…)» Para Engels se trata de medidas revolucionarias transitorias. «En el programa de los comunistas estas medidas son apropiadas y tienen sentido porque no se conciben como medidas arbitrarias sino como consecuencias necesarias que en sí mismas son fruto del desarrollo de la industria, la agricultura, el mercado y las comunicaciones, del desarrollo de la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado, que depende de aquel otro; no las consideran medidas definitivas, sino transitorias, mesures de salut public que surgen de la lucha transitoria entre las propias clases». [3]

Es extraño que Rodríguez cite un texto que va contra su propia lógica. Heinzen decía que esas medidas transitorias eran posibles en un régimen republicano, en una situación no revolucionaria. Rodríguez, en un gesto simétrico al de Heinzen, decreta a priori que esas medidas son imposibles bajo el dominio burgués o conducen a la conciliación o peticiones absurdas de que los gobiernos burgueses tomen medidas socialistas. Engels, en contra de ese tipo de análisis, dice que la realización de esas medidas transitorias depende de si proletariado las defiende e impone con la fuerza de las armas. En otras palabras, depende de la relación de fuerzas. En este texto, Engels habla de pasos preparatorios, de una “transición hacia la abolición de la propiedad privada”. No hace una disquisición abstracta sobre la posibilidad de esas medidas antes o después de la toma del poder. La lucha de clases decide. La lucha de programas y de partidos decide. La capacidad real de la clase trabajadora para imponer su voluntad decide.

El programa y la estrategia

Rodríguez escribe:

«Desconectadas de un poder político revolucionario, la gran mayoría de las medidas transicionales (nacionalizaciones, control obrero, impuestos, etc.) cobran un marcado sesgo economicista –una constante de la política transicional–, retrotrayendo a los trabajadores a un nivel corporativo de organización y conciencia, y dejándolos expuestos a la manipulación burguesa. ¿Qué avance hacia el socialismo y en la conciencia de los trabajadores hay, por ejemplo, en la participación de los sindicatos en los directorios de empresas del capitalismo de Estado como ENAP y Codelco? Pues ninguno, solo un colaboracionismo de clases con el Estado propietario capitalista mediado por la burocracia sindical».

 [4]

Rodríguez está identificando antojadizamente la participación de la burocracia sindical en directorios de las empresas, con la política de control obrero o la gestión obrera que planteamos las y los trotskistas.

La operación es similar: separar lo que se pelea (estatización, control obrero) de cómo se pelea (con autoorganización o de la mano de la burocracia, con independencia de clase o subordinados al Estado burgués). Pero en el Programa de Transición, el control obrero no apunta a una cogestión armónica del Estado y los trabajadores, sino a que los trabajadores impongan su voluntad a los capitalistas:

«Las primeras medidas del control obrero consisten en aclarar cuáles son las ganancias y gastos de la sociedad, empezando por la empresa aislada, determinar la verdadera parte del capitalista individual y del conjunto de los explotadores en la renta nacional, desenmascarar los acuerdos de pasillo y las estafas de los bancos y los trusts». [5]

Para Trotsky en las empresas que quiebren es necesario imponer la administración obrera directa. La cogestión de trabajadores y Estado es una política de la cual se delimita claramente por ejemplo en La Industria Nacionalizada y la Administración Obrera [6] , a propósito del México de Cárdenas en la década de 1930, donde plantea que sería un completo engaño afirmar que el camino al socialismo no pasa por la revolución proletaria sino por las nacionalizaciones que haga el Estado burgués en algunas industrias y su traspaso a algunas organizaciones obreras. Ahí Trotsky advierte el peligro de que se genere “una conexión de los dirigentes sindicales con el aparato del capitalismo de estado” e insta a utilizar los organismos de cogestión de manera similar a como se utilizan los parlamentos o municipios: de manera táctica y preparatoria a desarrollar el poder de los trabajadores con independencia del Estado burgués.

Rodríguez abstrae esos elementos de la discusión, porque en su concepción del programa no está incluído el problema de la gestación del poder político revolucionario del cual habla. La presencia de la estrategia en el Programa de Transición tiene que ver con que se hace cargo de ese problema: se muestra claramente en el hecho de que éste no sólo dice qué cosas es necesario conquistar -el control obrero sobre la industria, la expropiación de ciertos grupos de capitalistas, etc.- sino que dice también a través de qué fuerzas materiales es necesario realizar esas conquistas. Por eso, el Programa de Transición habla de comités de huelga, comités de fábrica, de choques con la burocracia sindical, milicias obreras, etc. Lo que le interesa es que el programa prepare a la clase trabajadora para la toma del poder, partiendo del estado de conciencia actual.

Programa mínimo y Programa de Transición

Rodríguez afirma sin mayor demostración que “Lenin siempre miró como modelo el programa del partido socialdemócrata alemán”. Recordemos que ese documento, el Programa de Erfurt de 1891 [7], proponía una serie de demandas mínimas y democráticas tales como el “sufragio universal, igual y directo con voto secreto en todas las elecciones (…) sin distinción de sexo”, la “educación de todos para portar armas” para sustituir el ejército permanente con una “milicia” o demandas referidas a las condiciones de los trabajadores tales como la fijación de una jornada de ocho horas y la prohibición de empleo remunerado para niños menores de catorce años o la prohibición del trabajo nocturno. Estas demandas mínimas y democráticas, se planteaban al mismo tiempo que se declaraba como principio que el Partido Socialdemócrata “combate no sólo la explotación y la opresión de los asalariados en la sociedad actual, sino también toda forma de explotación y opresión, ya sea dirigida contra una clase, partido, sexo o raza”.

Lo que calla Rodríguez es que el cambio en la situación que significó la I Guerra mundial, abrió importantes divergencias al interior del movimiento marxista, que más tarde se traducirían en diferencias de programa. Rodríguez omite que el hecho de que los partidos socialdemócratas se alinearan con sus burguesías en la Guerra, significó una ruptura irreversible en el movimiento socialista internacional que traería consecuencias programáticas serias. Sobre esto, Lenin escribía que:

«No es posible seguir viviendo a la antigua, en el ambiente relativamente tranquilo, civilizado y pacífico del capitalismo que evoluciona suavemente y se extiende poco a poco a nuevos países (…) la mayoría de los partidos socialdemócratas, llevando a la cabeza en primer término al partido alemán, el más numeroso e influyente de la II Internacional, se han puesto al lado de su Estado Mayor central, de su gobierno y de su burguesía, contra el proletariado. Es éste un acontecimiento de importancia histórica universal, y no podemos por menos de detenernos a analizarlo con el mayor detalle posible». [8]

Para Lenin, el devenir de la socialdemocracia no era casual: “el oportunismo se ha ido incubando durante decenios por la especificidad de una época de desarrollo del capitalismo en que las condiciones de existencia relativamente civilizadas y pacíficas de una capa de obreros privilegiados los “aburguesaba”, les proporcionaba unas migajas de los beneficios conseguidos por sus capitales nacionales”. Eso lo escribió en junio de 1915 [9]. Es cierto que todavía el ala revolucionaria del marxismo no escribía un documento “superador” del Programa de Erfurt, pero la ruptura estratégica que se produjo producto de la traición socialdemócrata, más tarde, sí tuvo implicancias en el programa.

De todas maneras, para ser precisos, hay que decir que en ese entonces Lenin ya se percataba del límite del programa mínimo. Según su clásica definición el programa mínimo es “un programa que por sus principios es compatible con el capitalismo, no sale de su marco”. Sobre este programa, Lenin señalaba (en un texto que también cita Rodríguez) en 1916 que:

«Ni esas reivindicaciones mínimas del programa (…) ni el conjunto de las reivindicaciones mínimas del programa dan NUNCA “la transición a un régimen social basado en principios diferentes” (Comentarios para el artículo sobre maximalismo). Esto, ni siquiera en “una sociedad objetivamente madura para el socialismo”. “Pensar así es renegar de los principios y pasarse al reformismo, abandonando el punto de vista de la revolución socialista”». [10]

Estas reflexiones de Lenin no eran aisladas entre los principales dirigentes revolucionarios del movimiento marxista internacional. Por ejemplo, Rosa Luxemburg, en su Discurso ante el congreso de fundación del PC Alemán [11], expresaba una visión mucho más taxativa incluso respecto a este debate:

«Nuestro programa se opone deliberadamente al principio rector del Programa de Erfurt; se opone tajantemente a la separación de las consignas inmediatas, llamadas mínimas, formuladas para la lucha política y económica, del objetivo socialista formulado como programa máximo. En oposición deliberada al programa de Erfurt liquidamos los resultados de un proceso de setenta años, liquidamos, sobre todo, los resultados primarios de la guerra, declarando que no conocemos los programas máximos y mínimos; sólo conocemos una cosa, el socialismo; esto es lo mínimo que vamos a conseguir».

Dichas estas cuestiones, se revela que no es casual que en la III Internacional fundada poco después se produjese un cambio importante en la manera de entender el programa. El especialista Daniel Gaido, en su breve estudio Los orígenes del Programa de Transición en la Internacional Comunista [12], documenta el debate que se dio al interior de la III Internacional en 1921 y 1922 respecto a las consignas transitorias -en el marco de la discusión de la táctica de frente único obrero-, fue clave para la gestación del nuevo concepto de “programa de transición”. Según comenta, “el método de demandas transicionales se originó en el Partido Comunista de Alemania en el período inmediatamente posterior a la expulsión de Paul Levi, después de su crítica al putsch conocido como la “acción de marzo” de 1921.

Radek, documenta Gaido, en un informe al Congreso de la IC, decía que un mayor intercambio entre las secciones de la Internacional Comunista (IC) les iba a permitir “crear un sistema concreto de acciones y demandas transicionales. Su rasgo característico es que no tienen como objetivo reformar al capitalismo, sino fortalecer la lucha contra el capitalismo. Este no es el programa mínimo de los social-patriotas. Tampoco es un programa específico con respecto a lo que nuestra dictadura va a hacer en el día de su victoria. Comprende todas las demandas que movilizan a las masas para la lucha por esta dictadura”. Gaido también comenta como en el IV Congreso de la IC (1922), se produjo un debate entre Bujarin y Thalheimer, sobre «la cuestión de las medidas transicionales, las demandas por etapas, o como se las quiera llamar, antes de la conquista del poder» que para el segundo era «la cuestión central para la redacción exitosa del programa, tanto a nivel general como en términos de las partes individuales», mientras que el primero consideraba que esa posición era oportunista. La delegación bolchevique a ese Congreso -de la cual eran parte tanto Lenin como Trotsky-, emitió una declaración:

«Teniendo en cuenta que el debate sobre la manera de formular demandas transicionales (…) la delegación rusa confirma por unanimidad que no puede ser considerado como oportunismo incluir demandas de transición en los programas de la secciones nacionales, ni formularlos en términos generales y motivarlos teóricamente en el segmento general del programa».

En este debate, el tema en cuestión era si incluir o no las consignas del gobierno obrero y el frente único en el programa. Para Bujarin resultaban consignas demasiado tácticas. Pero su posición fue derrotada la delegación bolchevique al Congreso de la IC de 1922.

Lo de fondo en este debate es la relación del programa y la estrategia. La estrategia responde a la pregunta de cómo se realiza el programa incluyendo el gobierno de los trabajadores. La polémica es sobre si el programa mismo debe o no incluir elementos de estrategia. La posición de la delegación bolchevique es que sí debe hacerlo. Por eso la postura a favor de incluir aspectos de organización o preparatorios para el poder en el programa (como el frente único obrero o el gobierno de trabajadores).

El trasfondo de este debate era la propia situación internacional en esos años, en la que el fin de la guerra posibilitó una volátil prosperidad en algunos países -especialmente en los Estados Unidos hasta la crisis de 1929- pero no al punto de suprimir los elementos sociales más catastróficos (por ejemplo en Alemania). Se genera así una situación en la que, si bien quedó lejos el crecimiento relativamente pacífico previo a la guerra de 1914 que permitía realizar ciertas reformas y concesiones a las capas obreras privilegiadas en los países imperialistas, y se planteó la posibilidad de nuevas situaciones revolucionarias (lo que se confirmó); tampoco la toma del poder permaneció como una tarea directa, que no requiriera atravesar momentos defensivos o que no requiera hacer experiencia con las direcciones reformistas.

Trotsky no es estancacionista: la distorsión de Rodríguez

Para Rodríguez todo lo anterior no existe. Para él -copiando un viejo argumento de Rolando Astarita- “la política transicional descansa sobre una visión estancacionista del capitalismo. Se trata de un presupuesto fundamental, ya que de la supuesta incapacidad del capitalismo para seguir desarrollando las fuerzas productivas el trotskismo deriva la situación eminentemente revolucionaria que conlleva la acción reivindicativa de las masas trabajadoras, frenada por la acción de la burocracia sindical y del capitulacionismo de los partidos reformistas” (Marxismo y política transicional…).

Quizá, para Rodríguez, deberíamos asumir que las siguientes palabras de Trotsky, serían el resumen de ese dogma:

«La premisa económica de la revolución proletaria ha llegado hace mucho tiempo al punto más alto que pueda alcanzar bajo el capitalismo. Las fuerzas productivas de la humanidad se estancaron. Las nuevas invenciones y los nuevos progresos técnicos no conducen a un acrecentamiento de la riqueza material». [13]

Según Rodríguez, Trotsky, con esas palabras, caracteriza “toda la época contemporánea del capitalismo”. Además, Trotsky establecería esta tesis como la “premisa económica” de la “revolución proletaria”. Rolando Astarita en su Crítica al Programa de Transición [14], decía algo parecido. Para él, Trotsky “incluye postulados que terminan siendo invulnerables a los desarrollos reales, porque los militantes siempre tendrán a mano el recurso de afirmar su validez «oculta y sustancial», por fuera y por encima de cualquier hecho que los contradiga”. Para el economista esta “tesis la sustentó en el famoso pasaje de Marx que dice que para que un régimen desaparezca deben haberse agotado sus posibilidades de expansión. En los años treinta Trotsky la elevará a nivel de principio fundante de su movimiento. Por eso, cuando el Programa de Transición sostiene que «las fuerzas productivas han cesado de crecer» no lo hace sólo en cuanto diagnóstico de coyuntura -continuaba el derrumbe económico iniciado con el crack de Wall Street de 1929- sino con el significado de caracterización de una época”.

Rodríguez, con argumentos casi idénticos a los de Astarita, rápidamente concluye que el Programa de Transición “tiene graves problemas teóricos en cuanto a la caracterización de la dinámica capitalista (cese del desarrollo capitalista) y de la dialéctica de la lucha de clases y la conciencia revolucionaria de los trabajadores (economicismo)”. A partir del conocido pasaje de Trotsky, le atribuye una concepción estancacionista del capitalismo.

La pregunta que surge a partir de esas intrépidas afirmaciones, es esta: ¿a partir de qué se puede afirmar seriamente que el conocido pasaje del Programa… se trata de la caracterización de una “época” y no de una lectura de la situación concreta de 1938 y sus principales encrucijadas? Pues si nos atenemos al periodo de entreguerras, el citado pasaje de Trotsky no resulta para nada excéntrico. Como lo escribe Isaac Joshua:

«Las dos guerras mundiales y la gran crisis entrañaron una enorme destrucción, desgaste y falta de renovación del capital fijo así como grandes retrasos de consumo acumulados […] Lo más impresionante es por lo tanto la observación de la columna del total de 1913 hasta 1946 (o 1945) los PBI alemán y francés cayeron entre un 20% y un 30%, el de Inglaterra subió casi el 50% y el de los EE.UU. ¡más del 150%! […] Se muestra que, comparativamente con la tendencia a largo plazo (representada por el periodo de 1870-1913), la desaceleración del crecimiento de la productividad del trabajo se debe mayormente a la gran crisis de los EE.UU., mientras que se lo debe imputar a la Segunda Guerra Mundial en el caso de Francia.» [15]

Trotsky no veía de manera unilateral las tendencias al estancamiento, si bien estas predominaron. En 1921 resume bastante bien su concepción de la dinámica capitalista en el imperialismo y su método:

«El equilibrio capitalista es un fenómeno complicado; el régimen capitalista construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando, de paso, los límites de su dominio. En la esfera económica, estas constantes rupturas y restauraciones del equilibrio toman la forma de crisis y booms. En la esfera de las relaciones entre clases, la ruptura del equilibrio consiste en huelgas, en lock-outs, en lucha revolucionaria. En la esfera de las relaciones entre estados, la ruptura del equilibrio es la guerra, o bien, más solapadamente, la guerra de las tarifas aduaneras, la guerra económica o bloqueo. El capitalismo posee entonces un equilibrio dinámico, el cual está siempre en proceso de ruptura o restauración. Al mismo tiempo, semejante equilibrio posee gran fuerza de resistencia; la prueba mejor que tenemos de ella es que aún existe el mundo capitalista». [16]

Lejos de la visión estancacionista del capitalismo que le atribuye Rodríguez a Trotsky, vemos como éste habla de un equilibrio dinámico en el capitalismo imperialista. Un equilibrio que no responde exclusivamente a factores económicos: se rompe y se reconstruye tanto en el terreno económico, en el ámbito de la relación entre las clases y en el ámbito de la relación entre los estados. Nada del economicismo que Rodríguez le atribuye. Ese equilibrio inestable, además, posee fuerza de resistencia: por eso habiendo pasado cuatro años desde la victoria de la Revolución rusa, todavía existe el mundo capitalista escribe Trotsky como demostración empírica de su tesis.

En junio de 1938, cuando escribió el Programa de Transición, su pensamiento no era muy distinto: en el contexto de los debates sobre el documento, Trotsky escribía que la “primera condición para una nueva sociedad es que las fuerzas productivas deben estar lo suficientemente desarrolladas a fin de dar origen a una sociedad superior”. Luego se preguntaba: “¿Están las fuerzas productivas lo suficientemente desarrolladas para esto? Sí, las fuerzas productivas se desarrollaron suficientemente en el siglo XIX; no tanto como ahora, pero suficientemente”. [17] Luego continuaba con el problema del sujeto revolucionario (clase y partido): La segunda condición es que “debe existir una nueva clase progresiva que sea lo suficientemente numerosa y económicamente influyente para imponer su voluntad en la sociedad. Esta clase es el proletariado (…) La tercera condición es el factor subjetivo. Esta clase debe comprender su situación en la sociedad y tener sus propias organizaciones. Esa es la condición que falta ahora desde el punto de vista histórico”. [18] Lo que llama la atención en este texto es la comparación del siglo XIX con el momento en el cual escribe: las fuerzas productivas se desarrollaron, aunque “no tanto como ahora”. El estancamiento del que habla el Programa de Transición en 1938 es más bien el producto de un desarrollo sin precedentes que entró en colisión con las relaciones capitalistas y las fronteras nacionales. Las precondiciones para el programa socialista no son circunstancias de estancamiento, sino el desarrollo de la fuerzas productivas y la existencia de un sujeto político-social revolucionario.

Pero si siguiéramos a Rodríguez en sus ideas, deberíamos entender que en el Programa de Transición, Trotsky rompió con su idea de un equilibrio inestable y pasó a defender la de un estancamiento puro y duro como idea que resume el comportamiento del capitalismo imperialista. Deberíamos leer, entonces, el estancamiento como un concepto absoluto que explica de manera unilateral la dinámica del capitalismo en el tiempo y en el espacio -como si los Estados Unidos no hubiesen estado en una dinámica claramente ascendente durante todo ese periodo en contraste con Alemania y Francia que sufrieron contracciones según los datos aportados por Joshua.

El fetiche del crecimiento endógeno del capitalismo

Pero Rodríguez prefiere difundir una imagen distorsionada de Trotsky, porque tiene un presupuesto que va en el sentido contrario al presupuesto estancacionista atribuído a aquél: En el capitalismo -afirma Rodríguez- “la tónica es la de crecimiento y desarrollo de las fuerzas productivas. Esta es la concepción marxista básica del capital y su modo de producción , confirmada además por la realidad” (Marxismo y política transicional…) .

¿Dónde está esa confirmación? Seguimos sin encontrarla, ni en la teoría marxista ni en la experiencia histórica. David Harvey, por ejemplo, tiene una opinión distinta sobre la teoría marxista del capitalismo: «El crecimiento económico bajo el capitalismo es, como normalmente lo califica Marx, un proceso de contradicciones internas que frecuentemente estalla en forma de crisis” . Harvey considera que la acumulación presupone y depende de la existencia de un “ejército industrial de reserva que pueda alimentar la expansión de la producción”, de “la existencia en el mercado de las cantidades de medios de producción necesarias –máquinas, materias primas, infraestructuras físicas, y similares” y de la existencia de “un mercado que absorba las crecientes cantidades de mercancías producidas. Si no se pueden encontrar usos para los bienes o si no existe una demanda efectiva”. Harvey, en ese mismo ensayo de 1975 escribe que:

«En cada uno de estos aspectos el progreso de la acumulación puede encontrar un serio obstáculo que, una vez alcanzado, probablemente precipite una crisis de algún tipo. Dado que, en las economías capitalistas desarrolladas, la oferta de fuerza de trabajo, la oferta de medios de producción y de infraestructuras necesarias, y la estructura de la demanda se «producen» bajo el modo de producción capitalista, Marx concluye que el capitalismo tiende activamente a producir algunos de los obstáculos a su propio desarrollo. Esto significa que en el sistema de acumulación capitalista las crisis son endémicas» [19]

La lectura que hace Harvey de Marx es más convincente en este punto específico. El geógrafo habla de “diversas manifestaciones de crisis del sistema capitalista -desempleo y subempleo crónicos, excedentes de capital y falta de oportunidades de inversión, caída de las tasas de beneficio, falta de demanda efectiva en el mercado, etcétera”. Para el geógrafo todas estas manifestaciones “pueden derivar (…) de la tendencia básica a la sobreacumulación”.

La experiencia viva, por otro lado, no deja de refutar la afirmación de Rodríguez: en medio de la crisis del Covid-19, incluso organismos capitalistas como el Banco Central o el Fondo Monetario Internacional realizan pronósticos pesimistas -como el primero que anuncia para Chile la peor caída de la economía en 35 años o el segundo que ve un escenario de recesión y endeudamiento a nivel global. En nuestro artículo anterior ya nos referíamos al desempleo que como un problema chileno y global. Hemos visto también a importantes empresas de transporte, como Latam, alegando pérdidas. Antes de la pandemia, ya habían importantes síntomas de recesión. Por otro lado, una mirada sinóptica al siglo XX, nos muestra que en las condiciones del capitalismo imperialista dieron a luz a crisis agravadas en comparación a las crisis del siglo XIX. El imperialismo implicó una reacción en toda la línea, nuevos fenómenos de colonialismo, exportación de capitales y una diferenciación jerarquizada entre Estados.

En resumen, el panorama es más parecido a la descripción de las crisis que hace la teoría marxista de las crisis que resume Harvey -con desempleo y capitales excedentes en desuso que se desvalorizan-, que a la descripción que hace Rodríguez de un capitalismo marcado por el crecimiento y el desarrollo de fuerzas productivas.

Pero si, ni la teoría de Marx ni la realidad corroboran la tesis de Rodríguez -y tampoco la tesis simétrica de estancamiento absoluto- ¿entonces cuál es la dinámica del capitalismo?

Quienes militamos en el PTR y la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional, nos diferenciamos de dos interpretaciones que creemos equivocadas. Nos distanciamos, por un lado, de ciertas lecturas dogmáticas o librescas, que toman de manera cuasi religiosa el concepto de “estancamiento” del Programa de Transición; que no perduró después de la Guerra en los países imperialistas que crecieron a tasas de un 5% o un 6% del PBI durante cerca de dos décadas y media, lo que permitió entregarle una serie de concesiones a los trabajadores y a las masas en esos países y construir estados de bienestar. También nos diferenciamos de las corrientes que a partir del crecimiento de la posguerra, vieron una especie de neocapitalismo y una capacidad endógena del capitalismo para desarrollarse. [20]

Rodríguez, con su afirmación de que la tónica es el crecimiento y el desarrollo de las fuerzas productivas, se muestra optimista respecto a las chances del capitalismo. Pero si esas posiciones pesan en momentos todavía ascendentes del capitalismo, hoy aquéllas no tienen ningún asidero. En plena recesión mundial, con bajas tasas de crecimiento desde 2008 -y después de un siglo con guerras mundiales y crisis económicas y conquistas de los trabajadores logradas y luego dilapidadas en el neoliberalismo-, con grandes crecimientos que se hacen sobre la destrucción anterior (como en la posguerra) o sobre la base de barrer las conquistas de la clase trabajadora (neoliberalismo), donde el crecimiento productivo es bastante discutible; decir que la concepción marxista básica del capital es el crecimiento y desarrollo de fuerzas productivas, no tiene ningún asidero.

Conclusiones

Los términos en que Rodríguez defiende la clásica separación entre programa mínimo (demandas salariales, derecho a organización) y programa máximo (el poder de los trabajadores) -en polémica con el Programa de Transición-, tiene que ver bastante con su visión de un capitalismo en el cual la tónica es el crecimiento y el desarrollo de las fuerzas productivas. En su lógica, el programa mínimo es pertinente (en todo momento y lugar) porque hay espacio para su realización y el programa máximo aparece como un asunto puramente teórico postergado para un futuro indefinido.

Según su lectura sesgada, el Programa de Transición, tiene una lógica así: “A mayores privaciones producto del cuadro estancacionista, mayor disposición revolucionaria mostrarán los trabajadores, ya que sus reivindicaciones chocarán indefectiblemente con lo que la burguesía puede dar. De allí que la política transicional se proponga “doblar la apuesta” de las reivindicaciones mínimas como forma de elevar la conciencia de los trabajadores”.

Pero las cosas no son como las dice Rodríguez. Trotsky no realiza un diagnóstico estancacionista general ni niega en términos absolutos que es posible lograr conquistas y demandas mínimas, lo que para los marxistas depende de la lucha de clases. También, es falso que Trotsky tenga un concepto economicista según el cual más privaciones para los trabajadores implicaría mecánicamente más conciencia revolucionaria (para el dirigente bolchevique incluso, fenómenos como el desempleo o la inflación pueden desmoralizar al movimiento obrero, si las direcciones reformistas y las burocracias, impiden la lucha, como ocurrió con el ascenso del fascismo en Alemania según sus propios análisis).

Hay dos cuestiones más fundamentales que los artículos de Rodríguez no responden, ambas con consecuencias políticas:

A) Primero, no queda claro si para el economista, las grandes crisis capitalistas implican consecuencias para el programa revolucionario. Todo indica que para él la separación entre programa mínimo y programa máximo permanece más o menos idéntica a sí misma, con crisis o sin crisis. Más en general, las crisis, son subvaluadas en su escrito sobre el Programa de Transición. Es una lectura igual de dogmática que lo que dice criticar. Rodríguez se limita a sugerir que los trotskistas creeriamos en ciertos rasgos permanentes de estancamiento para contraponer la afirmación de que en el capitalismo la tónica es el crecimiento y el desarrollo de fuerzas productivas.

Por eso, cuando habla de la Socialdemocracia y el Programa de Erfurt, Rodríguez sobrevalora el acuerdo en torno a ese programa pero devalúa la lucha teórica a propósito del factor crisis en la concepción del capitalismo, que en cierta manera anunció las rupturas entre las alas revolucionaria y oportunista que se produjo más tarde en 1914. Un debate teórico que dió tempranamente Rosa Luxemburg, en 1899, que consideraba que esa discusión ponía en juego si el socialismo era un movimiento real anclado en las contradicciones de la sociedad capitalista o una utopía sin base material.

«El fundamento científico del socialismo reside, como se sabe, en los tres resultados principales del desarrollo capitalista. Primero, la anarquía creciente de la economía capitalista, que conduce inevitablemente a su ruina. Segundo, la socialización progresiva del proceso de producción, que crea los gérmenes del futuro orden social. Y tercero, la creciente organización y conciencia de la clase proletaria, que constituye el factor activo en la revolución que se avecina.

Bernstein desecha el primero de los tres pilares fundamentales del socialismo científico. Dice que el desarrollo del capitalismo no va a desembocar en un colapso económico general […]

La teoría revisionista llega así a un dilema. O la transformación socialista es, como se decía hasta ahora, consecuencia de las contradicciones internas del capitalismo que se agravan con el desarrollo del capitalismo y provocan inevitablemente, en algún momento, su colapso (…); o los “medios de adaptación” realmente detendrán el colapso del sistema capitalista y por lo tanto le permitirán mantenerse mediante la supresión de sus propias contradicciones». [21]

Rodríguez le atribuye un pensamiento estancacionista a Trotsky, tesis que no demuestra, como explicamos más arriba, pero la discusión de Rodríguez se asemeja bastante a una tesis de un capitalismo que siempre resuelve racionalmente sus crisis y que no va a desembocar en un colapso económico general, para tomar las palabras de Rosa Luxemburg.

La resultante de toda esta operación es la defensa de un programa estático, válido para todo momento y todo lugar, que permanece incólume frente a crisis históricas como la actual.

B) La otra cuestión que Rodríguez no responde es cómo a partir de luchar por las reivindicaciones mínimas, la clase trabajadora puede avanzar a tener chances reales de “conquistar el poder” (programa máximo). Esto, en el fondo, es porque Rodríguez no piensa en el problema de la estrategia, es decir, el problema de cómo avanzar al poder de los trabajadores y la construcción del socialismo, conectando las batallas parciales con ese fin. Básicamente, el dilema que no resuelve Rodríguez, es este: o bien el programa máximo es una abstracción siempre para un futuro indeterminado, o bien hay que pensar otro tipo de consignas -llamemoslas transitorias-, distintas a las consignas mínimas, y un cierto plan para implementarlas -llamémoslo estrategia. De esa manera podemos buscar contribuir activamente a que la clase trabajadora se constituya en un factor de poder.

Por eso, es correcto afirmar como hace Gaido que “las consignas del Programa de Transición no son dogmas sectarios, sino el resultado de la experiencia revolucionaria colectiva de la clase trabajadora durante el período considerado, desde la revolución bolchevique hasta la conferencia de fundación de la IV Internacional (1917- 1938)”. Recordemos que este escrito incluía no sólo consignas mínimas, sino también consignas transitorias (de cuestionamiento a las relaciones capitalistas), consignas democráticas (como asamblea nacional) y consignas organizativas (como comités de fábrica o soviets).

Si entendemos que la lucha de clases exige también en el presente que un elemento orientador de la política sea la gestación de las fuerzas sociales y materiales para realizar aspectos programáticos que apunten al poder de la clase trabajadora y la ruptura con el capitalismo, lograremos hacer una lectura actual y viva de ese documento histórico que es el Programa de Transición en función de los desafíos políticos actuales. Eso pasa por leer en el texto un programa para articular la defensa de los trabajadores y trabajadores y desde ahí pasar a la ofensiva en el terreno de la lucha de clases.

A Rodríguez le sorprende que hayamos escrito “para nosotros, no se trata de ponernos a definir a priori qué es lo realizable y qué es lo irrealizable en el capitalismo” y que al mismo tiempo adscribamos a una visión científico-materialista de la política. “Si no hay una definición “a priori” de lo que es “realizable” e “irrealizable” dentro del capitalismo”, pregunta irónicamente Rodríguez “¿qué impide entonces que los militantes del PTR no salgan exigir paz y amor al gobierno de Piñera?”.

Curiosa pregunta. Justamente esta ironía revela que para Rodríguez el problema de la estrategia es invisible. Si hace esa pregunta es porque niega que la preocupación central de Trotsky es precisamente hacer que la pelea por el programa sea al mismo tiempo una pelea estratégica por el poder de los trabajadores. Y aunque suene “doloroso”pedirle paz y amor a Piñera es más parecido a la política del Frente Amplio o el Partido Comunista votando a favor de la Ley de Protección del Empleo.

En toda lucha, más que predicciones absolutas, hay probabilidades, cálculos estratégicos, relaciones de fuerza. Por eso Trotsky escribía que el hecho de que una reivindicación no sea satisfecha mientras domine la burguesía debe empujar a los obreros al derrocamiento revolucionario de esta.

La articulación que hace el Programa de Transición entre programa y estrategia, y la conjugación de consignas mínimas, consignas transitorias, consignas democráticas y consignas de organización que explicitan qué fuerzas materiales o sujetos político-sociales toman el programa y combaten por su realización-; es el aspecto que queremos rescatar para pensar un programa presente para una izquierda revolucionaria.

Trabajar un programa de transición en el presente implica responder a problemas nuevos y otros históricos que han cobrado más peso: al racismo, a la lucha mapuche, a la planificación de las ciudades, a cuestiones relacionadas con la educación, la salud, etc. Implica pensar cómo nos coordinamos para resistir los ataques de la clase patronal. En Chile es pelear por la coordinación de trabajadores y sectores populares, es denunciar el papel de las burocracias sindicales que mantienen en pasividad las fuerzas de la clase trabajadora, es exigir la expropiación de las empresas estratégicas como el cobre bajo gestión de los trabajadores, para que todos sus recursos se pongan a disposición de combatir la pandemia. Es pelear por un programa que ponga en el centro un cuestionamiento del poder de los capitalistas, y la construcción de organismos de autoorganización de los trabajadores, para que la conquista de un gobierno de trabajadores sea una tarea política concreta y no un objetivo abstracto. La actual crisis amerita discutir esto con la mayor urgencia y profundidad.

[1] Marx, Karl y Engels, Friedrich; (2010), Manifiesto Comunista, Prometeo libros, Buenos Aires, p. 66
[2] Trotsky, León; (2008), El programa de transición y la fundación de la IV Internacional, ediciones IPS, Buenos Aires, p. 31.
[3] Engels, Friedrich; “Los comunistas y Karl Heinzen”, publicado originalmente en Deutsche Brüsseler Zeitung nº 79 y nº 80, 3 y 7 de octubre de 1847. Disponible digitalmente aquí, 30-06-20.
[4Marxismo y política transicional…
[5] Trotsky, León; (2008), El programa de transición y la fundación de la IV Internacional, ediciones IPS, Buenos Aires, p. 76.
[6] Trotsky, León; (2000), Escritos Latinoamericanos, ediciones Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones León Trotsky, Buenos Aires, p. 164
[7] “Programa de Erfurt”, documento disponible digitalmente aquí 30-06-20.
[8] Lenin, Vladimir; La Bancarrota de la II Internacional, ediciones en lenguas extranjeras, Moscú, p.29.
[9] Ídem, p. 45.
[10] Lenin, Vladimir; “Comentarios al texto sobre maximalismo”, en Obras completas, T. 24, Ediciones Salvador Allende, México D.F., p. 252.
[11] Disponible en marxists.org /13Discursoanteelcongresodefundaciondelpartidocomunistaaleman_0.pdf
[12] Disponible en conicyt.cl, 30-06-20
[13] Trotsky, León; (2008), El programa de transición y la fundación de la IV Internacional, ediciones IPS, Buenos Aires, p. 65.
[14] Texto disponible en rolandoastarita.files.wordpress.com
[15] En Une trajectoire du capital, citado en Revista Estrategia Internacional, n° 24.
[16] Trotsky, León (2016); Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, ediciones IPS, Buenos Aires, p. 203.
[17] Trotsky, León; (2008), El programa de transición y la fundación de la IV Internacional, ediciones IPS, Buenos Aires, p. 273.
[18] Ídem.
[19] Harvey, David (2014); «La geografía de la acumulación capitalista: reconstrucción de la teoría marxiana», en Espacios del capital. Hacia una geografía crítica, Akal, Madrid, p. 256.
[20] Ver entrevista a Albamonte, Emilio y Castillo, Christian, en Trotsky, Leon (2008), Programa de Transición, ediciones CEIP-León Trotsky, 2008.
[21] Luxemburg, Rosa; «Reforma o revolución», en Obras escogidas, editorial Antídoto, 1899, p. 14.

http://www.laizquierdadiario.cl/El-Programa-de-Transicion-y-la-estrategia-revolucionaria-respuesta-a-Maximiliano-Rodriguez