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El secreto que Hitler se llevó a la tumba

Fuentes: Rebelión

Adolf Hitler se suicida el 30 de abril de 1945. Se encontraba en un búnker, donde se había refugiado en busca de protección de las tropas soviéticas que, al final de la guerra, lo tenían acorralado durante la batalla por Berlín.

Se desconoce por qué continuó luchando cuando Alemania sólo reculaba y había perdido toda iniciativa a partir de la derrota de Kursk. El sueño de las armas secretas, con las que pensaba ganar la guerra o, por lo menos, prolongarla hasta negociar una paz conveniente para sus intereses, se había esfumado como resultado del avance de las tropas soviéticas; fabricar la bomba atómica era imposible, lo mismo que sus cohetes portadores. Por más que la providencia le hubiera protegido del atentado del Coronel Stauffenberg, del 20 de julio de 1944 -Hitler creía mucho en este tipo de cábalas-, las circunstancias del momento le indicaban que no tenía salvación. ¿Qué esperaba, entonces? Que la unidad aliada en su contra se rompiera, pues era inconcebible que esa alianza se mantuviera, porque el nazismo en sus raíces ideológicas era mucho más cercano al capitalismo estadounidense y al imperialismo inglés que el comunismo, del que los tres eran enemigos acérrimos.

Por esta razón, los mayores empresarios del mundo se habían acercado al partido Nazi, que en la Alemania de la década de los 30 contaba con la mayor organización y fuerza para combatir el comunismo; no en vano, Hitler había prometido a los grandes capitalistas alemanes, y del mundo, erradicarlo del planeta.

El noviembre de 1932, diecisiete poderosos banqueros e industriales alemanes firmaron una solicitud dirigida al presidente Hindenburg, en la que exigían dar a Hitler el cargo de Canciller de Alemania. El 30 de enero de 1933 fue nombrado para ese puesto después de que banqueros de EEUU estudiaran bajo lupa su candidatura, finalmente aprobada. Una vez en el poder, constituyó el Consejo General de la Nueva Alemania, compuesto por Thyssen, propietario de las minas de carbón del Ruhr; Krupp, dueño de grandes acerías; Siemens, magnate de la electricidad; Schrodar, banquero y financista vinculado al capital estadounidense; Reinhardt, Presidente del Consejo de Observación del Banco Comercial; Fisher, Presidente de la Asociación Central de Bancos. En este organismo se hallaban las fuerzas que desataron la guerra. Luego vendría el incendio del Reichstag, que fue achacado a los comunistas, lo que le permitió a Hitler investirse de poderes absolutos y proclamarse Führer, el líder omnímodo de Alemania, y obtener todo el apoyo internacional.

En el año 1939, el New Deal, plan económico creado por Roosevelt, había fracasado y la situación se mantuvo sin cambios hasta que Hitler invadiera Polonia. Lo único que pudo salvar al capitalismo mundial fueron los vientos de guerra, que con su soplo eliminaron la crisis. Para septiembre de 1939, los plutócratas del mundo presionaron a Hitler para que desatara la guerra relámpago contra Polonia y, posteriormente, contra la Unión Soviética, que siempre fue el blanco principal.

La Segunda Guerra Mundial fue obra de la plutocracia anglo-estadounidense y no fue provocada por un demagogo, Hitler, que engatusa a un país de grandes tradiciones libertarias, formidables pensadores y artistas, e instaura una dictadura personal y lleva a los alemanes a la guerra, como a una manada de ciegos. Inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, la FED de Estados Unidos y el Banco de Inglaterra prepararon un conflicto de envergadura planetaria; por eso, el Tratado de Versalles exigió a Alemania pagos draconianos, germen del descontento popular que llevó a Hitler al poder, luego del fracaso de la República de Weimar.

En la década de los 30, muchas empresas de EEUU hicieron fuertes inversiones en Alemania, lo que permitió su recuperación luego de la Primera Guerra Mundial. Para entonces, las grandes compañías alemanas estaban en manos estadounidenses: la Standard Oil controlaba las refinerías de petróleo y el proceso de licuefacción de carbón; la Ford, gran parte de las acciones de Volkswagen; el grupo Morgan, la industria química Farbenindustrie AG; la ITT, la red telefónica; la General Electric, la radio y la industria eléctrica AEG, Siemens y Osram; Wall Street controlaba el Deutsche Bank, el Dresdner Bank y el Donat Bank, los más grandes bancos alemanes. Incluso, el oro de Checoslovaquia, depositado en Londres, fue entregado a Hitler cuando sus tropas entraron en Praga. Durante la guerra, la General Motors, dueña de la Opel, mejoró la tecnología de los vehículos militares con los que Alemania invadió la URSS, y una subsidiaria suya fabricó para la Wehrmacht camiones, repuestos para aeronaves militares, minas y detonadores para torpedos.

En su testamento político, escrito horas antes de su suicidio, Hitler expulsó del Partido Nazi a Goring y Himmler. Les acusó de tratar de hacerse del poder y, sin su consentimiento y contra su voluntad, intentar negociar la paz con los Aliados occidentales, con lo que “han hecho un daño enorme al país y a toda la nación… Antes de mi muerte, expulso del partido y de todas sus oficinas al antiguo Reichsführer SS y Ministro del Interior, Heinrich Himmler”. ¿Qué pasó realmente?

Que la guerra desatada por Alemania contra la URSS era una guerra de exterminio contra los pueblos eslavos, gitanos y judíos, porque para los nazis esos pueblos eran inferiores y ocupaban el espacio vital que les pertenecía a ellos, que eran de raza superior; por eso el elevado número de civiles muertos y los crímenes horripilantes que hubo en el territorio ocupado de la Unión Soviética, algo que no se dio en el resto de Europa, pues casi todos los países de la actual UE eran colonialistas y en sus colonias regían leyes raciales. En el ejército estadounidense se cumplía la segregación racial a raja tabla, un soldado blanco no podía estar bajo las órdenes de un oficial negro y no sólo eso sino que EEUU estableció campos de concentración para sus ciudadanos de origen japonés. La guerra en Occidente fue contra los pueblos, sin que las bajas civiles importara a los contrincantes; por eso, el bombardeo bárbaro a ciudades como Londres, Rotterdam, Dresden… o las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki. En cambio, la URSS no peleaba contra el pueblo alemán sino contra el nazismo, y lo hizo así en todas las ciudades europeas que liberó.

Por su parte, un sector de Alemania buscaba capitular separadamente ante Occidente. El 21 de febrero de 1945 se inició en Berna ‘la Operación Amanecer’, en la que los jefes de las SS ofrecieron su colaboración a Occidente. Allí residía Allan Dulles, futuro director de la CIA, abogado de Wall Street y asesor de grandes empresas estadounidenses. En el norte de Italia, a donde Alemania había trasladado gran parte de su industria militar y las SS tenían su cuartel general, vivía Karl Wolff, general al que Hitler había designado Jefe Supremo de las SS. Himmler quería pactar con los norteamericanos y lo envió a Suiza para que negocie el apoyo a Alemania nazi en su lucha contra la Unión Soviética. Wolff, acompañado de altos oficiales, se reunió con Dulles en Zurich, para acordar que la Wehrmacht capitulara y no llevara a cabo su plan de atrincherarse en los Alpes, algo que Wolff no podía hacer sin el visto bueno del ejército, sólo lo podía hacer el Mariscal Kesselring, al que Hitler había nombrado Comandante del Frente Occidental. Por eso, la capitulación de Alemania en Italia está relacionada con la capitulación de todo el Frente Occidental.

Wolff no logró convencer a Kesselring de que capitule, el mariscal no quería romper su juramento al Führer. Himmler le da un ultimátum a Wolff: o bien le revela de las conversaciones con los aliados y cómo ha negociado la capitulación de la Wehrmacht en Italia o le informará a Hitler que ha cometido alta traición. Wolff se reúne con Hitler, que le permite continuar con las negociaciones.

El 12 de abril de 1945 muere el Presidente Roosevelt, partidario de que Alemania capitule incondicionalmente y contrario a cualquier negociación con el nazismo. El 22 de abril, Dulles recibe órdenes de suspender las negociaciones, norteamericanos y británicos no quieren provocar a los soviéticos en los últimos días de la guerra. El 25 de abril, los comunistas liberan Milán. ¿Quedará bajo control rebelde el norte de Italia y el sur de Francia, como teme Occidente? No, porque la Wehrmacht capitula en Italia y no se atrincherara en los Alpes.

Luego del suicidio de Hitler, queda la pegunta: ¿Fue la ‘Operación Amanecer’ un pacto que no tuvo valor alguno sin el visto bueno de Hitler? Lo más probable es que así fuera. Como una ironía de la historia, los agentes soviéticos, infiltrados en el alto mando alemán, mantuvieron bien informado a Stalin sobre la ‘Operación Amanecer’. En 1998, el Presidente Clinton desclasificó los archivos secretos de EEUU durante la Segunda Guerra Mundial, que muestran lo estrecha que fueron las relaciones entre su país y las SS durante la guerra.

También existe la ‘Operación Impensable’, el plan británico para atacar a la Unión Soviética. Fue ordenado por Churchill a finales de la Segunda Guerra Mundial y fue desarrollado por las Fuerzas Armadas Británicas. Contemplaba “imponer a Rusia la voluntad de Estados Unidos y el Imperio Británico”, contaba con el uso de fuerzas polacas y soldados alemanes, capturados durante la guerra. Churchill ordenó al Ejército Británico apoderarse de armas alemanas para usarlas contra la URSS luego de que Alemania se rindiera. Finalmente, la derrota electoral de Churchill de 1945 y la necesidad de la ayuda soviética a EEUU en el conflicto con Japón enterraron el ‘Plan Impensable’, que hubiera sido el inicio de la Tercera Guerra Mundial.

¿Conocía de eso Hitler? ¿Estaban ‘la Operación Amanecer’ y el ‘Plan Impensable’ concatenados? Lo más probable es que sí. Pero ese secreto lo llevó Hitler a la tumba.