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La abuela de Caperucita y el lobo feroz

RAFAEL REIG

Doris Lessing es una gran escritora, valiente, rigurosa y simpática. Es igual que la abuelita de Caperucita con su pastel de moras. A mí su Cuaderno Dorado me pareció un soberano aburrimiento, pero, como es natural, cuando uno se enfrenta a la llamada 'biblia del feminismo', a ese 'clásico fundamental' o a ese 'libro imprescindible', todo predispone al sopor, a la sublevación y a esa lectura adversativa que siempre hacemos de lo que nos alaban demasiado: no será para tanto, pensamos, lo leemos en contra, para que no nos guste. Luego la propia Doris Lessing se convirtió en una antifeminista radical. Ella es así: siempre dice lo que piensa y eso acaba trayéndole problemas.

En cambio disfruté muchísimo con La buena terrorista, que leí por casualidad, sin adoctrinamiento previo.  En esa novela, de plena actualidad en la España de hoy, aprendí cómo con las mejores intenciones se puede hacer el mayor daño. Según recuerdo, en un piso de 'okupas', en el ambiente radical de la época, una joven se ve seducida por ideología extremista, sin darse cuenta (o mirando para otro lado) de que está siendo cómplice de crímenes.

La textura moral de esa obra, para mí, está en la línea de El agente secreto, de Conrad; o de las mejores novelas de Graham Greene, como El americano impasible. En la de Conrad hay un grupo extremista que quiere atentar contra algo muy representativo del orden burgués. Discuten: ¿el parlamento? No, muy visto. ¿La corona? Obvio. ¿Un diputado? Demasiado evidente. Total, que deciden poner una bomba en el meridiano de Greenwich. ¿Hay algo más representativo del orden burgués? Al final, hay víctimas inocentes.

Hay algo en el espesor moral de Lessing y en su rigor que también la acerca a Coetzee y, por supuesto, a las novelas de John Le Carré (La chica del tambor) o Heinrich Böll (Asedio preventivo).

No es por añadir nombres, es por definir su territorio moral y literario: la exploración de la ambigüedad de la conducta, el examen de los individuos dentro de un contexto social e histórico, no sólo en su sacrosanta intimidad. También me gusta su actitud pública. Es conocido el hecho de que, siendo ya una escritora famosa, envió una novela a una editorial con seudónimo. La rechazaron. Aprovechó  para denunciar el hecho y escribió un texto dedicado a los jóvenes autores, contándoles la realidad del mercado literario. Todo es una trampa, venía a decir. Me pareció digno de aplauso. Ahora Doris Lessing no está ya de moda  y parece la abuela de Caperucita, con su moño blanco. Así es el mercado: hacía mucho que no se hablaba de ella. Con este premio espero que la rescatemos de la tripa del lobo feroz del mercado literario y volvamos a leerla por placer. A ser posible a favor.

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