La seriedad de un partido revolucionario se mide por la actitud ante sus propios errores

Por Fidel Castro

La Tizza
La Tizza Cuba

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Wifredo Lam, Les Noces, 1947

Comparecencia de Fidel Castro por radio y televisión el 26 de marzo de 1962 sobre los acuerdos de la dirección nacional de las ORI. Extraído de Obra Revolucionaria, №10, 1962, pp. 7–32.

Panelista — Compañero Fidel Castro: en los últimos tiempos nuestro pueblo, con renovado entusiasmo, le ha escuchado a usted y a los demás compañeros de la Dirección Nacional de las ORI insistir ante las masas en la necesidad de mejorar todo el trabajo de la Revolución, combatir con gran espíritu crítico y autocrítico los errores y los defectos, al sectarismo y el conformismo. Nuestro pueblo espera su informe de esta noche sobre los recientes acuerdos de la dirección nacional de las ORI para perfeccionar su aparato organizativo, depurar y fortalecer los núcleos revolucionarios activos, y mejorar los métodos y la forma del trabajo revolucionario.

¿Qué puede usted decirnos al respecto, compañero Fidel Castro?

Doctor Castro — Tengo muchas cosas que decir al respecto. En primer lugar, deseo traer a colación aquí un pensamiento de Lenin, quien dijo que

la actitud — es decir — , la seriedad de un partido revolucionario se mide, fundamentalmente, por la actitud ante sus propios errores. Y así también nuestra seriedad de revolucionarios y de gobernantes se medirá por nuestra actitud ante nuestros propios errores.

Claro que los enemigos siempre están atentos a conocer cuáles son esos errores. Cuando esos errores se cometen y no se autocritican el enemigo los aprovecha. Cuando esos errores se cometen y se autocritican el enemigo puede aprovecharlos, pero de muy distinta forma, porque de una forma no se superarían esos errores, y de otra forma sí se superan esos errores. Por eso nosotros hemos decidido tomar una actitud honesta y seria ante nuestros propios errores.

En ese sentido el grupo de compañeros revolucionarios que habíamos estado actuando como miembros de la dirección de las Organizaciones Revolucionarias Integradas hemos estado discutiendo ampliamente, haciendo un análisis serio, un análisis honesto, un análisis profundo de todo este proceso, de la integración de todo este proceso, desde el primero de enero hasta hoy. Analizando todo lo que hemos hecho: las cosas buenas que se han hecho, y también analizando los errores que hemos cometido.

Según eso, nosotros hemos sometido a un proceso de análisis toda esta etapa de formación de las Organizaciones Revolucionarias Integradas. Este no es un problema sencillo, este no es un problema sin importancia. Este es un problema de vital importancia, porque tiene que ver, sencillamente, con el poder político de la Revolución, tiene que ver con los métodos de la Revolución, tiene que ver con la ideología de la Revolución.

Todo el mundo sabe las características de todo el proceso de la Revolución, su origen, el minuto histórico en que tiene lugar la Revolución, esta Revolución victoriosa. Todas las circunstancias que caracterizaron el proceso, las fuerzas que participaron, las distintas corrientes que pugnaban por hacer valer sus puntos de vista dentro del proceso revolucionario. En fin: toda esa es una historia conocida.

Era lógico que la Revolución en este crisol — porque el proceso revolucionario es un verdadero crisol de fuerza, de energías — , tratara de ir creando, de ir organizando, de ir vertebrando su aparato revolucionario. No se podía concebir una revolución sin que a esa revolución le surgiese, como es lógico, un aparato revolucionario encargado de llevarla adelante, de perpetuarla y de proyectarla hacia el futuro. Es decir: proyectar la revolución a largo alcance.

Era lógico que la Revolución se preocupase del problema de organizar su aparato político, su aparato revolucionario. Y así comenzó todo el proceso que nosotros hemos explicado aquí en más de una ocasión, mediante el cual fueron uniéndose y fueron integrándose las distintas fuerzas revolucionarias que habían participado en el proceso, o que representaban fuerzas de masas, fuerzas de ideas, fuerzas de opinión. Y representaban, además, experiencia, representaban un caudal de valores que la revolución necesitaba vertebrar dentro de ese aparato.

Producto mismo del proceso, a medida que se fueron combatiendo las corrientes no revolucionarias, las corrientes reaccionarias, las corrientes derechistas, las corrientes conservadoras, las corrientes proimperialistas, fueron acercándose y fueron uniéndose todas las fuerzas y todas las corrientes revolucionarias. Fueron acercándose cada vez más, fueron integrándose cada vez más.

Este proceso tuvo, durante una gran trayectoria, carácter de proceso espontáneo. Es decir: no fue un proceso preconcebido, no fue un proceso planificado. Fue un proceso de carácter espontáneo, que la misma lucha por los antagonismos que una lucha revolucionaria, verdaderamente revolucionaria, origina, fueron situando a un lado todos aquellos que no respondían a una idea, a un pensamiento, a una actitud verdaderamente revolucionaria, y a otro lado, todos aquellos que respondían a una actitud, a una línea, a un pensamiento revolucionario.

Ahora bien: todo el mundo sabe que este proceso, que ha durado tres años, ha estado preñado de acontecimientos, de episodios, de luchas. No ha sido un transcurrir normal, no ha sido un desarrollo tranquilo, sino que, como toda revolución, y más una revolución en las condiciones que se desarrolla la Revolución Cubana, en condiciones sui generis, en circunstancias difíciles, lógicamente tenía que afrontar una serie de problemas, una serie de dificultades que ha ido venciendo.

Ahora bien: todo ese proceso de integración de las fuerzas revolucionarias, todos los pasos que se han dado en ese sentido, ¿han estado exentos de errores? No. No han estado exentos de errores. ¿Eran inevitables esos errores? No se puede precisar con exactitud hasta qué punto los errores eran inevitables. Mi pensamiento íntimo es que esos errores no eran evitables. Es decir, que no podían evitarse.

Ciertos problemas, ciertos vicios, ciertas actitudes, eran si no imposible — y yo creo que era imposible — , por lo menos muy difícil de evitar. ¿Por qué? Porque

una revolución es un proceso muy complejo, porque en una revolución intervienen una cantidad de factores muy variados, una cantidad de pensamientos y de métodos, de ideas, de hombres, muy distintos, una cantidad infinita de circunstancias que van condicionando el proceso. Porque el proceso se construye sobre la realidad. El proceso no se construye de una manera idealista en la cabeza de los hombres. El proceso se construye como una realidad viva sobre una determinada realidad económica, social y política.

Por lo tanto, una serie de circunstancias condicionan ese proceso. Nosotros no pudimos evitar una serie de problemas iniciales de la Revolución. Fueron los problemas provocados por una serie de deserciones, por una serie de traiciones, por una serie de actitudes, que apenas la Revolución daba sus primeros pasos de avance comenzaron a manifestarse contra la Revolución. Incluso contra una serie de ambiciones. Y, sobre todo, chocaba la Revolución, desde el primer momento, con los intereses de las clases dominantes, con los intereses de las clases económicas que veían con temor a la Revolución, que veían como una amenaza a la Revolución. Chocaba la Revolución con la ideología de esa clase. Chocaba la Revolución con el pensamiento, con los hombres de esa clase, con las actitudes de esa clase, con los intereses de esa clase. Chocaba la Revolución con ideas establecidas en nuestro país, inculcadas en nuestro país por la reacción, inculcadas por el imperialismo, divulgadas por los enemigos del progreso. Toda una serie de ideas falsas, de ideas conservadoras, de ideas contrarrevolucionarias, y que tenían la fuerza de la costumbre, tenían la fuerza de los años. En algunos casos tenían la fuerza de los decenios, y puede decirse que hasta la fuerza de los siglos. Tenían la fuerza de la superstición; tenían la fuerza que tienen las mentiras convencionales; tenían la fuerza de las consignas que se daban al pueblo como verdades indiscutidas, una serie de dogmas de tipo económico, político, de dogmas de tipo social, que habían sido inculcadas a través de decenios por todos los medios de divulgación: en los libros, en las universidades, en los institutos, a través de los partidos políticos que respondían a los intereses de las clases dominantes.

Esa era la fuerza que tenían todas esas ideas, frente a las cuales se enfrentaban las ideas nuevas de la Revolución.

¿Dónde estaba la fuerza de las ideas de la Revolución? ¿Estaba en la propaganda que se había hecho? ¿Estaba en los partidos que hubieran podido organizarse para divulgar esas ideas? ¿Estaba en los periódicos existentes, en las estaciones de radio, de televisión? No. La fuerza de las ideas nuevas, de las ideas revolucionarias estaba en la realidad económica y social de nuestro país. Esas ideas representaban verdades que tenían que enfrentar una realidad, verdades que tenían que enfrentar las mentiras de los enemigos de las clases explotadas, verdades que tenían, sencillamente que abrirse paso.

¿Por qué las verdades de la Revolución se abrieron paso? Se abrieron paso porque esas verdades, esas ideas respondían a las grandes ansias de las masas, respondían a las grandes necesidades de las masas, respondían a los grandes intereses de las masas. Por eso fueron derrumbándose todas las mentiras; fueron derrumbándose todos los dogmas de la burguesía, de la reacción, de los terratenientes, del imperialismo. Todos sus convencionalismos, todas sus mentiras fueron vencidos por el avance demoledor de las ideas revolucionarias que representaban los intereses de las masas explotadas.

Pero eso marcó un proceso de lucha, un proceso duro de lucha. Las masas iban convirtiéndose a las ideas revolucionarias. En esa pugna cada cual adoptaba una posición. No todo el mundo iba convirtiéndose a esas ideas revolucionarias. Unos adoptaban una posición frente a las ideas revolucionarias, otros adoptaban la otra posición. Es decir: de acuerdo con las ideas revolucionarias.

Ese es un proceso en que las opiniones, e incluso los sectores del país no se pueden cortar como se corta con una navaja, porque era muy complejo. E incluso habría que entrar a analizar por qué cada cual reaccionaba de una manera y por qué cada cual reaccionaba de otra.

En el fondo de todo estaban los intereses de las clases: el campesino, el obrero, el ciudadano humilde, la familia pobre reaccionaban de acuerdo con sus intereses de clase; los ricos, los latifundistas, los grandes almacenistas, los banqueros, los educados en las ideas del imperialismo, ideas que además respondían a sus intereses, tenían otra reacción.

Entre una y otra manera de opinar se cruzaban las líneas. Había muchas veces gente humilde del pueblo tan confundida por la mentira, por la superstición, que reaccionaba contra sus propios intereses de clase. Había gente del pueblo que aun figurando, desde el punto de vista de clases, en un plano que no se pudiera considerar de clase explotada, reaccionaba, en cambio, a favor de la Revolución. Había infinidad de gente joven — no formada políticamente todavía, pero con grandes condiciones, grandes cualidades, gran espíritu de rebeldía, gran espíritu de justicia y de equidad, gran sentido de lo nuevo, gran permeabilidad a las ideas revolucionarias — que, sin embargo, no habían evolucionado suficientemente.

Todos estos hechos marcaron una gran pugna, marcaron una gran lucha de ideas. ¿Qué ideas salieron vencedoras? Salieron vencedoras las ideas revolucionarias. Salieron vencedoras las ideas de las masas. Salieron vencedoras las verdades nuevas de la Revolución. Salieron derrotadas todas las mentiras, todos los dogmas, todas las falsedades, todas las hipocresías. ¿Quiere decir que esa lucha ha terminado? No. Esa lucha no ha terminado. La lucha asume muy distintas formas. Formas muy sutiles a veces. Es decir, que en las primeras grandes batallas entre las ideas nuevas y las viejas, las ideas nuevas, las ideas revolucionarias, han salido victoriosas. Sin embargo, la lucha prosigue, y la lucha proseguirá durante mucho tiempo, y proseguirá en escala nacional, en escala internacional, en escala universal. La misma batalla de ideas, la misma batalla de ideologías que se libra en nuestro país entre el socialismo, el marxismo, el imperialismo, el capitalismo, entre la teoría marxista y la teoría burguesa, la teoría liberal. Esa batalla se libra aquí, se libra fuera de aquí, empleando cada uno sus argumentos.

Naturalmente que cuando los que representan la ideología revolucionaria, la ideología marxista, cometen errores, el enemigo los aprovecha. Cuando los que representan las verdades revolucionarias tienen fallas, tienen equivocaciones, tienen lagunas, el enemigo lo aprovecha. Por ejemplo: si nosotros defensores del socialismo, defensores del marxismo, como consecuencia del bloqueo imperialista, como consecuencia de todo el acoso de la reacción mundial contra nosotros, pero, además, como consecuencia de nuestros errores, tropezamos con determinados obstáculos en el abastecimiento, si nos encontramos con que, por ejemplo, no hemos sido suficientemente capaces para producir determinados artículos que teníamos condiciones para producir, el enemigo aprovecha eso y dice: «Eso es el socialismo. El socialismo es un fracaso. El capitalismo no. En la época del capitalismo no había racionamiento. En la época del capitalismo no había nada de eso…»

Claro está que entonces hay que entrar en un análisis más profundo y explicar cómo en la época del capitalismo unos comían y otros no comían; cómo en la época del capitalismo unos trabajaban y otros no trabajaban. Y cómo el socialismo ha significado a pesar de las agresiones — vamos a poner a un lado a todas las causas que están relacionadas con las maniobras del enemigo contra la Revolución, para ahogarla en el hambre — , e independientemente de esas causas, trabajo para cientos de miles de ciudadanos; cómo significa niveles de ingresos superiores. Las personas que se quejan de que reciben menos que antes deben pensar cuál sería hoy la situación de aquellas personas que antes no recibían nada.

Los mismos que se quejan de que ahora reciben «tanto» y están admitiendo que les resulta un poco difícil adaptarse a satisfacer sus necesidades con esas cantidades, tienen que meditar sobre la situación de cientos de miles de personas que no recibían ni eso, que no recibían absolutamente nada. El obrero cañero que estaba sin trabajo durante ocho meses, que no calzaba, que apenas vestía, que no se alimentaba, que no tenía cultura, que no tenía escuela, que no tenía medicinas, que no tenía nada.

Claro que nosotros podemos responder perfectamente a los argumentos de los enemigos y demostrarlo, porque, sin duda de ninguna clase, nosotros estamos asistidos por la verdad, estamos asistidos por la razón, estamos asistidos por conceptos científicos que son completamente invulnerables a la mentira, a la campaña de los enemigos. Pero es indiscutible que el enemigo se aprovecha para tratar de confundir, se aprovecha de nuestros errores.

En este proceso, naturalmente, hemos tenido errores en la lucha.

¿Dónde se engendran esos errores? Las mismas condiciones políticas, económicas y sociales, que engendran la lucha, a su vez engendran los errores. Y entonces aquí ocurrió lo siguiente: la lucha contra las ideas reaccionarias, la lucha contra el imperialismo, la lucha contra los desertores, la lucha contra las corrientes conservadoras, que fue una lucha a muerte, porque la vida de la Revolución dependía del triunfo de las ideas de los reaccionarios o del triunfo de las ideas de los revolucionarios, del triunfo de las ideas del imperialismo o de las ideas socialistas, de las ideas marxistas.

En esa lucha a muerte, cuando todo el esfuerzo, toda la energía, toda la atención había que destinarlos a ese frente, por otra parte se engendraba otro tipo de errores que en su oportunidad la Revolución tenía también que rectificar, errores que en su oportunidad la Revolución tenía también que combatir.

Ahora bien: de un error, como de cualquier cosa negativa, como de cualquier cosa dañina, como de cualquier enfermedad, pueden verse determinados síntomas. Pueden ver algunos que se están cometiendo determinados errores. Sin embargo,

los errores no se pueden empezar a combatir sino en el momento en que se han hecho evidentes, sino en el momento en que ya comienzan a convertirse en una opinión. Es decir: cuando los hombres toman conciencia, cuando las masas — no solamente los dirigentes, sino la masas — , toman conciencia de esos errores.

Nosotros vamos a hablar de errores cometidos. Sin embargo, eran determinados errores que, en realidad, solo se podían combatir cuando se hacían evidentes a todos, cuando todos tomaban conciencia de esos errores y de sus consecuencias negativas.

Uno de los problemas fundamentales que se engendraron en la lucha frente a las ideas reaccionarias, en la lucha frente a las ideas conservadoras, frente a los desertores, frente a los vacilantes, frente a los elementos negativos, fue el sectarismo. Se puede decir que fue el error fundamental que apareció al calor de la lucha ideológica que se estaba librando.

Ese error fue engendrado por las condiciones en que se desenvolvió el proceso revolucionario, y por la lucha seria, fundamental, que las ideas revolucionarias tuvieron que librar contra los elementos conservadores y contra las ideas reaccionarias.

¿Qué tendencia se originaba? Se originaba una tendencia de sentido opuesto. La tendencia a desconfiar de todo el mundo, la tendencia a desconfiar de todo aquel que no tuviera una vieja militancia revolucionaria, del que no tuviera una vieja militancia marxista.

Lógicamente — y, desde luego, es correcto decirlo — , en determinadas circunstancias de este proceso, en determinadas circunstancias de esta lucha, cuando se libraba una batalla seria de ideas, cuando había confusión, cuando había mucha gente vacilante, si se iba a designar un compañero para un cargo de mucha confianza, de un trabajo especialmente importante, que requiera personas de seguridad en sus ideas. Es decir: personas que no estuviesen afectadas por la duda, por la vacilación. Como método era correcto, precisamente, seleccionar un compañero que por sus ideas, que por su vieja militancia, brindara un ciento por ciento de seguridad que era un compañero firme, de que era un compañero sin dudas en su mente acerca del camino revolucionario, para una serie de funciones.

Cuando aquí aparecía «desertó el encargado de negocios tal, desertó el cónsul tal, desertó el agregado tal» no era el caso de que la república pudiera estar gastándose el lujo de estar situando personas que por no estar políticamente seguras y bien formadas, dieran lugar a frecuentes escándalos, al bochorno para la Revolución, al espectáculo de que no había gente segura para designarla en tales cargos.

Bien: eso es correcto, no se puede negar que eso es correcto. Determinadas circunstancias originaban determinadas necesidades. Bien. Pero la Revolución continúa avanzando, la Revolución llegó a convertirse ya en un poderoso movimiento ideológico, las ideas revolucionarias fueron ganando a las masas, el pueblo de Cuba, masivamente, fue abrazándose a las ideas revolucionarias, enarbolando las ideas revolucionarias. El ímpetu aquel, la rebeldía aquella, el espíritu de la indignada protesta contra la tiranía, contra los abusos, contra la injusticia fueron convirtiéndose en conciencia revolucionaria firme de las masas de nuestro pueblo.

Las ideas revolucionarias se convirtieron en conciencia no de una minoría, no de un grupo. Se convirtieron en conciencia de las grandes masas de nuestro país. Bastará que quien lo dude recuerde simplemente la Declaración de La Habana, la Segunda Declaración de La Habana, la presencia de un millón de cubanos, el entusiasmo con que ese millón de cubanos apoyó las ideas revolucionarias, las ideas radicales, las ideas verdaderamente avanzadas, contenidas en aquella Segunda Declaración de La Habana, el entusiasmo con que la apoyó, la sensibilidad política con que distinguía el valor de cada frase.

¿Qué demostraba eso? Que las masas se habían vuelto revolucionarias, que las masas habían abrazado la ideología marxista, que las masas habían abrazado el marxismo-leninismo. Ese era un hecho incuestionable: los campos se habían definido, los enemigos habían acabado de definirse como enemigos, las masas obreras, campesinas, estudiantiles, las masas humildes, las capas menos acomodadas de nuestro país, partes importantes de las capas medias, sectores de la pequeña burguesía, trabajadores intelectuales, hicieron suyas las ideas del marxismo-leninismo, hicieron suya la lucha contra el imperialismo, hicieron suya la batalla por la Revolución socialista.

Eso no fue una cosa caprichosa, eso no fue una cosa impuesta a las masas. Las mismas leyes revolucionarias, los mismos hechos de la Revolución fueron ganando a las masas para la Revolución, fueron convirtiendo a las masas en revolucionarias.

Una serie de hechos que comenzaron por una serie de leyes de beneficio popular: reducción de las tarifas telefónicas con anulación de los contratos leoninos obtenidos al amparo de la tiranía; la Reforma Urbana, sobre alquileres, con la rebaja de alquileres primero, la de los solares, después la Reforma Urbana; después las leyes de Reforma Agraria, después las leyes de nacionalización de las empresas extranjeras y después las leyes de nacionalización de las grandes empresas. Fueron pilares, piedras que señalaron el camino de la Revolución, el avance de la Revolución, el avance del pueblo.

El pueblo iba evolucionando rápidamente, el pueblo iba haciéndose cada día más revolucionario. Cuando el peligro de invasión comenzó a amenazar a nuestro país, cuando aquí se consideraba posible incluso un ataque de las fuerzas poderosas del imperialismo, cuando comenzó a considerarse ese peligro — porque ese peligro tenemos que seguir considerándolo durante mucho tiempo — se movilizó el pueblo, se hicieron milicianos, miles y miles de jóvenes se hicieron artilleros antiaéreos, miles y miles de obreros, de gente humilde del pueblo se hicieron artilleros antitanques, artilleros de distintos tipos; cientos de miles de hombres y mujeres se enrolaron en los batallones, se enrolaron en las unidades de combate y se disponían a librar, si era necesario, una de las batallas más heroicas, a escribir una de las epopeyas más grandes que pueblo alguno pudiera verse en la necesidad de escribir.

Es decir que nuestro pueblo estaba dispuesto a sufrir todas las contingencias, a soportar todas las consecuencias de su postura revolucionaria, a enfrentarse resueltamente al imperialismo, sin vacilaciones de ninguna clase, a morir todos, si era necesario, en defensa de la Revolución, en defensa de la patria.

¿Quién puede negar el entusiasmo con que las masas se hicieron soldados de la patria? ¿Quién puede negar el entusiasmo con que esas masas realizaron una serie de tareas como el trabajo voluntario, acudieron a cuanto llamamiento se les hizo, a cuanta concentración se les solicitó, a actos patrióticos, a actos revolucionarios?

De manera que cuando se produjo el ataque cobarde del 17 de abril, o del 15 de abril, cuando los aviones, procedentes de bases extranjeras atacaron distintos puntos de nuestro país, cuando fuimos a enterrar a aquellos compañeros que habían muerto aquel día, como habíamos ido otras veces a enterrar a otros compañeros, como habíamos ido unos cuantos meses antes a enterrar a las víctimas del vapor La Coubre — otras víctimas del imperialismo, de los reaccionarios, de los explotadores, aquel día, víspera de la batalla contra el imperialismo, que no fue después de la batalla — , se proclamó el carácter socialista de la Revolución, se proclamó de palabra lo que era un hecho. Y, ¿quién puede negar el entusiasmo desbordante con que las masas obreras, convertidas allí en batallones de milicias, elevaron sus fusiles y se dispusieron a pelear, se dispusieron a combatir? ¿Quién puede negar el heroísmo con que combatieron los soldados de la patria, los milicianos — hombres y mujeres — el heroísmo con que combatió el pueblo a los mercenarios de Playa Girón, el desinterés, el desprecio a la vida con que los hombres se lanzaron contra los tanques, contra las ametralladoras enemigas, sin detener su marcha en campos abiertos, ante el peligro de los bombardeos, sin detener su avance ante los ataques de la aviación enemiga, ante las huellas y las muertes que causaron en sus filas la aviación enemiga y la metralla enemiga?

¿Quién puede negarlo? Basta ver el número de bajas, para comprender con qué heroísmo, con qué desprendimiento las masas se lanzaron al combate. ¡Estaban combatiendo conscientemente, pletóricas de entusiasmo, por la Revolución socialista!

¿Qué quiere decir eso? Que se había producido un gran cambio de calidad en las masas: se habían convertido en revolucionarias. Eso es un hecho cierto, un hecho innegable. Quien no lo comprenda así es un miope, quien no lo comprenda así es un ciego, quien no lo comprenda así es, sencillamente, un idiota.

Si esa era una realidad que se había producido, ¿podíamos nosotros aplicar métodos que correspondían a realidades distintas? ¿Podíamos convertir en un sistema métodos que las necesidades de la lucha en un momento determinado reclamaban? ¿Podíamos convertir aquella política en un sistema? ¿Podíamos convertir aquellos métodos de selección de los compañeros para las distintas funciones del Estado, para las distintas funciones administrativas, en un sistema? No podíamos convertir aquellos métodos en un sistema. Es incuestionable y la dialéctica nos enseña que

lo que en un momento determinado es correcto como método, un poco más adelante puede ser incorrecto como método. Eso nos lo enseña la dialéctica. Lo otro es dogmatismo, mecanicismo. Querer aplicar las medidas que corresponden a un momento determinado por necesidades nuestras determinadas a otra situación en que las necesidades son otras, en que las circunstancias son otras. Nosotros convertimos ciertos métodos en sistema y caímos realmente en un espantoso sectarismo.

¿Qué sectarismo? El sectarismo de creer que los únicos revolucionarios, que los únicos compañeros que podían ser de confianza, que los únicos que podían ir a un cargo en una granja, en una cooperativa, en el Estado, en dondequiera, tenían que ser los viejos militantes marxistas. Caímos en eso, se caía en eso. En parte inconscientemente, o todo parecía indicar que esos problemas de sectarismo se producían de una manera inconsciente, se producían de una manera fatalista, que era un virus, que era un mal inoculado en el cerebro de mucha gente, y que era difícil de combatir. Realmente resultaba difícil de combatir, y sobre todo resultaba difícil de combatir hasta que ese virus no hubiese originado una enfermedad. Hay quien tiene una gripe, pero se le está incubando como 10 días antes y se entera que la tiene cuando no puede ya ni hablar. Hay a quien se le incuba el tétanos, no sé si en 15 ó 20 días. Los médicos saben en cuántos días tiene que ocurrir. Lo llevan dentro, pero no se ponen una sola inyección hasta el momento que ya tienen el tétanos arriba, hasta el momento en que ya están padeciendo la enfermedad.

Nosotros muchas veces nos preguntábamos, y nos decíamos ¿a qué se deberá, dónde está la raíz de ese espíritu sectario, implacable, sistemático, que se encuentra en todas partes, que se encuentra en todos los niveles, que se encuentra en todos los sitios? ¿Dónde están las causas, las raíces de ese espíritu sectario? Porque costaba trabajo comprender que ese espíritu se engendrara fatalistamente, solo en una serie de circunstancias.

A veces se podía pensar: Bueno… Esto es una política de grupo… Esto es una política del partido. Esto parece que tiene muchos responsables. Desde luego que responsables hemos sido todos, en mayor o menor grado. Pero cuando nosotros entramos en el análisis de este problema, cuando los compañeros viejos y nuevos — de alguna manera tenemos que llamarnos aquí, para distinguirnos. Vamos a llamarnos viejos y nuevos. Vamos a llamarnos así durante esta trasmisión, y después buscaremos un nombre para todos — pero fuimos a analizar todo esto. Cuando ya ese virus se había apoderado de la mente de mucha gente, cuando ya ese virus era una verdadera enfermedad; porque naturalmente

el sectarismo, como tal sectarismo, es malo, es malo, por una serie de razones que nosotros vamos a enumerar después. Pero sobre todo es malo porque crea condiciones para males todavía mayores. Una enfermedad es mala, pero puede ser peor si es concomitante con otra enfermedad. Y así como determinados males físicos cuando se juntan pueden provocar la muerte del organismo, también políticamente ciertos males, cuando son concomitantes, pueden resultar de gravísimas consecuencias para una revolución.

Aquí la afectada con nuestros errores era nada más que la Revolución y eso sencillamente era lo que estaba ocurriendo: se estaba comenzando a ver toda una serie de manifestaciones absurdas, estúpidas, equivocadas. Esta Revolución se estaba saliendo de su vía principal y estaba marchando por un ramal, como si el tren central que sale de La Habana hacia Oriente, porque hay un chucho desviado, en Santa Clara o en Matanzas, agarra un camino y va a parar a la Ciénaga de Zapata. Nosotros íbamos a parar a la Ciénaga de Zapata por el camino que tomamos, agarrando un ramal completamente desviado.

Fuimos a analizar, y fue necesario plantear estas cuestiones en el seno de los compañeros que estaban fungiendo de dirección nacional, que era un número más reducido. Fuimos al análisis abierto de estos problemas, de una serie de manifestaciones, de una serie de errores, de una serie de anomalías que estaban ocurriendo. Fuimos al análisis a fondo, en serio. A discutir, a criticar, a autocriticar.

En el análisis de todas estas cuestiones fue verdaderamente útil el espíritu de todos los compañeros de la dirección: los viejos y los nuevos. Esto no es un problema de nuevos ni es un problema de viejos. En todos, esta discusión encontró un gran espíritu. Fue analizado a fondo este problema, fue analizado a fondo este proceso desde el primero de enero. En ciertos aspectos fue analizado aun desde más atrás, para ver dónde se podían encontrar las raíces de algunos problemas y, naturalmente, sacamos conclusiones. ¡Unánimemente, compañeros, unánimemente! Estos son puntos de vista discutidos y probados unánimemente por «viejos» y por «nuevos».

¿Qué era lo que se estaba formando? ¿Qué era lo que estaba pasando aquí? ¿Adónde nos estaba conduciendo ese espíritu sectario «a outrance»? ¿Adónde estaban conduciéndonos ciertas anomalías, ciertos fenómenos? Nosotros estábamos en la tarea, entre otras cosas, de organizar el aparato político de la Revolución, las Organizaciones Revolucionarias Integradas. Es decir: las ORI. Es decir: el embrión, la estructura de lo que ha de ser el Partido Unido de la Revolución Socialista. Perspectivas, ideas, proyectos que encontraron en el pueblo el más cálido entusiasmo, porque no había acto, no había concentración donde la idea expuesta de la formación del Partido Unido de la Revolución Socialista no provocara en las masas ovaciones de aprobación.

Bien. Todos estábamos dedicándonos a la tarea de organizar ese partido. Cada cual ha estado cumpliendo aquí con infinidad de obligaciones, en un frente de trabajo o en otro frente de trabajo. Cada cual haciendo lo más, preparándonos para enfrentarnos al enemigo imperialista, combatiendo al enemigo imperialista, librando batallas en el campo de la cultura, en todos los campos. En fin: se han estado librando grandes batallas que han ido consumiendo el entusiasmo… No consumiendo el entusiasmo. Vamos a emplear otra palabra, porque el entusiasmo no se ha consumido ni se consumirá jamás: invirtiendo el entusiasmo de los compañeros dirigentes, de los compañeros militantes de la Revolución.

Otros trabajaban en las tareas de la formación del partido. Y el partido iba formándose, o las ORI iban formándose, las ORI iban integrándose. Pero

¿estábamos haciendo realmente un verdadero partido marxista? ¿Estábamos constituyendo una verdadera vanguardia de la clase obrera? ¿Estábamos realmente integrando las fuerzas revolucionarias? No estábamos integrando las fuerzas revolucionarias. No estábamos organizando un partido. Estábamos organizando una coyunda. No estábamos organizando un partido. Estábamos organizando, o creando, o fabricando una camisa de fuerza, un yugo, compañeros. No estábamos promoviendo una asociación libre de revolucionarios, sino un ejército de revolucionarios domesticados y amaestrados.

¿Por qué? Por una serie de causas. A veces se reúnen una serie de coincidencias que permiten a algunos individuos tergiversar las funciones de una organización, hipertrofiar sus funciones, malbaratar las mejores oportunidades, destruirlas, utilizarlas en la peor forma. Y eso era, sencillamente, lo que estaba ocurriendo.

¿Por qué ocurren esas cosas? Yo voy a decir mi parte, y creo que es la de muchos compañeros, porque nosotros, los que estamos identificados plenamente con la Revolución, los que hemos hecho de la Revolución una cuestión vital, fundamental de la vida de cada uno de nosotros, los que hemos hecho de la Revolución nuestra carne, nuestra sangre, nuestra alma, los que queremos a la Revolución por encima de todo interés personal, de toda vanidad, de toda ambición, los que sentimos la Revolución con el amor que cualquier hombre, cualquier ser humano siente por lo que hace, por lo que crea — el artista por el cuadro, por la estatua; el padre o la madre por el hijo — ; los que sentimos así la Revolución, no concebimos que otros puedan verla de otra forma, no concebimos que esa Revolución tan sagrada para todos nosotros, que ha costado tanta sangre, que ha costado tanto luto, que ha costado tanta energía y tanto sacrificio de nuestro pueblo, pueda ser tomada de pretexto o de instrumento por nadie, para satisfacer vanidad, para satisfacer ambición, para satisfacer motivos que no sean de índole pura y estrictamente revolucionaria.

¿Por qué desconfiar de ningún compañero? ¿Por qué imaginar siquiera que ningún compañero sea capaz de utilizar las condiciones que puedan favorecerlo, para la realización de planes y objetivos de orden personal, para convertir esta hermosa obra de la Revolución, esta hermosa obra de todo un pueblo, esta epopeya histórica de la nación cubana, en una coyunda, en una camisa de fuerza, en un engendro contrarrevolucionario, en un freno para la Revolución? ¿Cómo vamos a concebirlo?

Eso fue lo que nos pasó a muchos, a la mayor parte, prácticamente a todos los compañeros revolucionarios en este proceso de integración de las Organizaciones Revolucionarias Integradas, o desintegradas.

Bien. Cuando vinimos a ver, todo era una reverenda basura. Perdónenme la irreverencia. ¿Los hombres que estaban en ella? No, de ninguna manera los hombres que estaban en ella. Los hombres son muchas veces víctimas de los errores de los demás. ¿Es porque la inmensa mayoría de los hombres que estaban en ella no eran buenos? No. La inmensa mayoría de los hombres que estaban allí eran magníficos revolucionarios, fieles revolucionarios. Fieles al socialismo, fieles al marxismo, fieles a la Revolución, el problema no estaba en eso. El problema estaba en el método y en los fines mediante los cuales se estaba vertebrando ese aparato.

El compañero que recibió la confianza — no se sabe si la recibió o la autorrecibió — porque se le designara o porque de una manera espontánea fue destacándose en ese frente, y en consecuencia tuvo a su cargo la tarea de organizar o de actuar como secretario de organización de las Organizaciones Revolucionarias Integradas, que gozó de la confianza de todos, que actuó con el prestigio de la Revolución, que con la autoridad de que inviste a cualquier revolucionario el hecho de hablar en nombre de la Revolución y el hecho de hablar en nombre de todos los demás compañeros de la Revolución, cayó, compañeros, lamentablemente, muy lamentablemente, en esos errores que nosotros estamos aquí anunciando: el compañero Aníbal Escalante.

No es grata tarea para nadie, para nosotros no lo es, tener que discutir estos problemas, tener que exponerlos. ¿Nos duele? Sí nos duele. Nosotros no podemos ver a Aníbal Escalante como hemos visto a otros hombres que fueron de la Revolución y después la traicionaron.

Aníbal Escalante fue un comunista durante muchos años. En nuestra opinión fue un verdadero comunista, un honesto comunista. ¿Se ha vuelto Aníbal Escalante un anticomunista? No. ¿Un capitalista? No. ¿Un pro imperialista? No se ha vuelto un pro imperialista. ¿Ha traicionado a la Revolución pasándose al campo enemigo? No ha traicionado a la Revolución pasándose al campo enemigo.

Aníbal Escalante ha sido compañero nuestro en los trabajos de dirección de la Revolución durante algún tiempo. Más duro todavía es el caso para aquellos compañeros que lo tuvieron junto a ellos no un año, no dos, no tres, sino diez, veinte, años de lucha. Años difíciles, como comunista. Bien se sabe que era dura la vida de un comunista, grande el acoso, el ataque, la calumnia, las campañas, el esfuerzo por aislarlo, por cercarlo, por destruirlo. Cualquiera ve hoy en Estados Unidos cómo tratan a los comunistas, a sus dirigentes. Al obrero comunista lo dejan cesante en el trabajo, lo persiguen, tratan de matarlo de hambre o le hacen como a Henry Winston, que lo encierran, lo maltratan, hasta que, cuando ya está ciego, lo dejan salir de la cárcel en un acto de hipócrita bondad, cuando lo tienen destruido físicamente. Ustedes saben cómo en los países capitalistas la reacción trata a los comunistas: con odio, con saña.

Aníbal Escalante pasó por todas esas cosas y llegó a ver convertida en realidad en nuestra patria, lo que interminables años soñó como aspiración, como un ideal de sus ideas justas, como oportunidad de transformación de nuestro país semicolonial, país oprimido por el imperialismo y el capitalismo, en un país socialista. Sin embargo, Aníbal Escalante erró. Aníbal Escalante, comunista, incurrió en graves errores.

¡Es que los comunistas yerran también! ¡Son hombres! ¿Es la única vez? No. Muchas veces han errado los comunistas. La historia del movimiento, del mismo movimiento comunista internacional, desde que surgió en las ideas y en los libros, en el esfuerzo y el trabajo de Marx y de Engels, hasta que con Lenin logró el establecimiento del primer poder socialista, tuvo grandes errores.

Muchos desertaron del marxismo, muchos intentaron revisar el marxismo, muchos hicieron una aplicación incorrecta del marxismo. El leninismo se forja, precisamente, luchando contra los revisionistas, contra los seudomarxistas o contra los marxistas equivocados. Hombre al fin, y como todo ser humano expuesto al error, el compañero Aníbal Escalante cometió grandes errores.

En nuestras conclusiones llegamos, arribamos todos a la convicción de que el compañero Aníbal Escalante, abusando de la confianza que se le concedió desde el cargo de secretario de organización siguió una política no marxista, siguió una política que se apartaba de las normas leninistas de organización de un partido de vanguardia de la clase obrera, y trató de crear un instrumento, un aparato para perseguir fines de tipo personal.

Nosotros consideramos que el compañero Aníbal Escalante ha tenido mucho que ver con que el sectarismo se convirtiera en un sistema, con que el sectarismo se convirtiera en un virus, en una verdadera enfermedad en este proceso. El compañero Aníbal Escalante es responsable de haber llevado ese espíritu sectario hasta el máximo grado, de haber llevado ese espíritu sectario con fines de tipo personal, al objeto de vertebrar una organización cuyos controles estuvieran en sus manos, y que además introdujo en esa organización una serie de métodos que conducían a la creación no de un partido — como decimos — sino de una coyunda, de una camisa de fuerza.

Nosotros consideramos que Aníbal Escalante con estos actos no actuó de una manera equivocada e inconsciente, sino actuó de una manera deliberada y consciente. Se dejó arrastrar por la ambición personal, sencillamente. Y, como consecuencia, introdujo una serie de problemas, introdujo — en dos palabras — un verdadero caos en el país.

¿Por qué? Muy sencillo: la idea tiene todo el apoyo del pueblo; la idea de organizar el Partido Unido de la Revolución Socialista, la idea de organizar una vanguardia, un partido de vanguardia de la clase obrera tiene todas las simpatías de las masas; el marxismo tiene todo el apoyo de las masas; el marxismo-leninismo es la ideología del pueblo cubano, la función del partido marxista-leninista, como vanguardia de la clase obrera, tiene toda la aprobación del pueblo; el principio de que ese partido tiene la dirección, ejerce la dirección de la Revolución, tiene toda la aprobación del pueblo; el pueblo la acepta como un principio fundamental del marxismo-leninismo. Era muy fácil, ante esas condiciones de aceptación de todo el pueblo, era muy fácil convertir ese aparato ya aceptado por todo el pueblo en un instrumento para fines de tipo personal. El prestigio de las ORI era inmenso. Cualquier directriz, cualquier instrucción emanada de las ORI era acatada por todos. Pero las ORI no eran las ORI.

El compañero Aníbal Escalante fue ingeniándoselas para ser él las ORI. ¿Cómo? Mediante un mecanismo bien sencillo: actuando desde la secretaría de organización daba instrucciones a todos los núcleos revolucionarios y a todo el aparato como instrucciones emanadas de la Dirección Nacional. Y fue creando el hábito de ir a recibir las instrucciones allí, en las oficinas de la secretaría de organización de las ORI, que eran acatadas por todos como instrucciones de la Dirección Nacional. Pero, al mismo tiempo, utilizaba toda esa circunstancia para ir creando un sistema de controles que estuviera totalmente en sus manos.

Como por otro lado tal política era acompañada de ese sectarismo promovido «a outrance», que tendía a crear condiciones favorables a ese tipo de fines, como por otra parte estaba en sus manos la tarea de ir organizando, uno por uno, todos los núcleos revolucionarios, como por otro lado a tal política convenía no una política de disciplina, no una política de control, no una política de severa exigencia a los militantes de la organización, sino una política de tolerancia; como por otro lado lo que convenía no era una política real, ajustada a las funciones que debe tener un partido de vanguardia de la clase obrera, sino una política de privilegio, estaba creando condiciones y dando instrucciones que tendían a la conversión de ese aparato no en un aparato de vanguardia de la clase obrera, sino en un nido de privilegios, de tolerancia de beneficios, en un sistema de mercedes y de favores de todos los tipos. Fue tergiversado por completo el papel del aparato.

Es decir que había que crear la prepotencia y la preponderancia del núcleo, confundir las ideas. La idea de que el partido marxista orienta, de que el partido marxista, de vanguardia de la clase obrera, tiene la dirección del Estado, dirección que puede ejercer solo a través de determinados canales, y en virtud de orientaciones que emanen de la dirección nacional, pretendió establecer una dirección en todos los niveles. Algo más que una dirección en todos los niveles: una participación en todos los niveles del aparato político en las cuestiones administrativas, por donde, con una confusión espantosa, lamentable y bochornosa, se había establecido el criterio de que el núcleo mandaba, de que el núcleo podía quitar y poner administradores, de que el núcleo gobernaba.

En consecuencia, lo que se estaba introduciendo en el país era una verdadera anarquía, un verdadero caos.

Eso naturalmente, se aparta mucho de lo que es la idea de un partido de vanguardia de la clase obrera, de un partido marxista-leninista.

Al nivel de la secretaría de organización, por otro lado, era ya imposible para un ministro cambiar un funcionario, o cambiar un administrador sin llamar a la oficina de las ORI, en virtud de hábitos que este compañero — engañando a los funcionarios del Estado, haciéndoles creer que actuaba por instrucciones de la Dirección Nacional — trató de establecer, y efectivamente, llegó a establecer en alto grado.

Los núcleos decidiendo y gobernando en todos los niveles los problemas de los ministerios, en vez de resolverse dentro de los ministerios, iban a las oficinas de las ORI. A tal extremo que si una gata paría cuatro gatos, había que ir a la oficina de las ORI para ver qué se resolvía sobre eso.

Es decir que ya no había un tema, ya no había una cuestión, ya no había un detalle, que no tuviese que ser discutido en la oficina de organización de las ORI. De donde tanto en el nivel superior como en el nivel inferior — no vayan a creer; en cosa de pocas semanas, si acaso algunos meses — se ha ido creando un proceso verdaderamente anormal, absurdo, intolerable, caótico, anárquico. Un mandonismo en la gente, un afán de decidir todos los problemas.

Y ¿qué era el núcleo? ¿Un núcleo revolucionario? Estaba convirtiéndose en un cascarón de revolucionarios, concededor de mercedes, que quitaba y ponía funcionarios, quitaba y ponía administradores, y, en consecuencia, no iba a ser rodeado por el prestigio que debe tener un núcleo revolucionario, emanado única y exclusivamente por su autoridad ante las masas, por sus integrantes como modelos de trabajadores, como prototipos de revolucionarios, sino porque era el núcleo donde podía recibirse un favor, esperar un favor, una merced, un daño o un bien. Y alrededor de los núcleos naturalmente, iban creándose las condiciones para formar una cohorte de aduladores, que no tiene nada que ver con el marxismo ni con el socialismo.

En esas condiciones, el caos. Esas no son las funciones de un núcleo revolucionario. Esa es una mixtificación completa de los principios del marxismo-leninismo. Esa es una confusión espantosa de las ideas socialistas. Eso sirve, en primer lugar, para crear el caos y el desastre, una hipertrofia. Un partido marxista-leninista de la clase obrera tiene la dirección de la Revolución, tiene la dirección del Estado, pero tiene la dirección del Estado por conducto de sus canales adecuados, tiene la dirección del Estado por medio de la Dirección Nacional de ese organismo, que tiene jurisdicción sobre el aparato político y sobre la administración pública.

¿Cuál es la función del partido? Orientar. Orienta en todos los niveles, no gobierna en todos los niveles. Crea la conciencia revolucionaria de las masas, es el engranaje con las masas, educa a las masas en las ideas del socialismo y en las ideas del comunismo, exhorta a las masas al trabajo, al esfuerzo, a defender la Revolución. Divulga las ideas de la Revolución, supervisa, controla, vigila, informa, discute lo que tenga que discutir, pero no tiene las atribuciones de quitar y poner administradores, de quitar y poner funcionarios.

Naturalmente que si en el núcleo revolucionario están los mejores obreros, los mejores trabajadores, es lógico que cuando un administrador quiera designar un jefe de personal o un funcionario cualquiera, cuando escoja, se dirigirá al núcleo, si el núcleo ha agrupado a los más competentes, a los mejores, a los más revolucionarios. Pero es porque lo escoge el administrador, no porque lo escoge el núcleo.

El núcleo no tiene que escoger funcionarios. Eso estaría bien en el PAU, en el PUR, en el viejo Partido Liberal, o el Conservador, u otro politiquero de cualquier clase, pero no en un partido de vanguardia de la clase obrera. Eso es, sencillamente, una inoculación viral de los viejos vicios politiqueros que padeció nuestro país. Esa no es la función del núcleo.

En el núcleo tienen que estar los mejores revolucionarios, los mejores trabajadores. El partido no debe debilitarse para fortalecer la administración pública. La administración pública debe promover sus propios funcionarios. En la granja, en la cooperativa, no tiene que pedirle al núcleo, no tiene que importar al funcionario. Tiene, sencillamente, que promover entre los trabajadores.

En una masa de 500 trabajadores, cualquiera puede estar seguro que hay por lo menos 5 generales, hay 10 músicos, 20 artistas. Es que en cualquier masa de trabajadores hay una infinita variedad de inteligencia, de talento, de caracteres, de valores.

¿Quién que presuma de marxista puede desconocer que en la masa se encierran todos los valores, todas las energías, todas las inteligencias? Y, ¿creer que la inteligencia, la promoción de los valores tienen que depender del núcleo revolucionario? No: el núcleo tiene que trabajar con toda la masa, educar a toda la masa, pero cuando se va a designar un jefe de personal, a cubrir un cargo importante no hay que ir al núcleo para que lo escojan. Hay que extraerlo de la masa, promoverlo en la masa.

Esa es la tarea del administrador. Esa es la tarea de la administración pública. La administración pública debe promover en la propia masa, y los centros de trabajo deben promover de entre la propia masa de trabajadores. Deben promover sus funcionarios según sus cualidades de trabajador, según sus aptitudes, o de lo contrario se convierte en un problema politiquero, en una merced. Se empieza a rodear a los núcleos de un ambiente de guataquería, de adulación, de pretensiones de cargos. ¡Esa no es tarea del núcleo!

La tarea del núcleo es otra. Es distinta que las tareas de la administración pública. El partido dirige, dirige a través de todo el partido y dirige a través de la administración pública.

Un funcionario tiene que tener autoridad. Un ministro tiene que tener autoridad. Un administrador tiene que tener autoridad, discutir todo lo que sea necesario con el consejo técnico asesor, discutir con las masas obreras, discutir con el núcleo, pero decide el administrador, porque la responsabilidad es suya. El partido, a través de su Dirección Nacional, les exige responsabilidad a los funcionarios administrativos, pero para exigirles responsabilidad tiene que darles autoridad. Debe tener autoridad. Si él no decide, si decide un núcleo, si al nivel de la provincia o al nivel del centro de trabajo, al nivel local, decide el núcleo, ¿qué responsabilidad se le puede exigir al ministro? No se le puede exigir la responsabilidad, porque no tiene ninguna facultad.

La facultad la tiene el ministro para designar, para quitar, para poner, dentro de las normas que le traza la Revolución, dentro de las normas que le trazan los reglamentos y las leyes del país, pero, al mismo tiempo, es responsable ante la dirección política de la Revolución de sus funciones, de su trabajo. Sencillamente tiene que dar cuenta de lo que hace. Ahora, para dar cuenta necesita, lógicamente, tener atribuciones.

Aquí, en virtud de este caos, en virtud de esta anomalía, en virtud de esta hipertrofia, ningún ministro tenía ya atribuciones, ningún funcionario, ningún administrador, tenía que ir a discutirlo con el núcleo. Y vamos a poner un ejemplo que me contaba hoy el compañero Carlos Rafael Rodríguez.

Se vio en la necesidad de sustituir — sobre lo cual habíamos discutido, aunque no había que discutirlo — , de sustituir al jefe del consolidado de la carne, por considerarlo incompetente para tales funciones porque es un individuo con capacidad para dirigir una pequeña empresa, pero no para afrontar una responsabilidad tan seria como era dirigir todo un consolidado de la carne. Lo llamó. Le comunicó que sería enviado a otro trabajo acorde con sus aptitudes. Y, ¿qué hizo ese compañero? Fue al núcleo del INRA a plantear que se había cometido una injusticia con él, y que había que discutir ese problema con Carlos Rafael. ¡Bien arreglados estaríamos! Es decir: ¡estaríamos fritos con ese procedimiento! ¡Qué confusión tan lamentable! Eso es confundir el núcleo con una camarilla de compadres y de comadres. Eso es confundir el núcleo con una pandilla de privilegiados y concededores de mercedes. Esa mentalidad se había introducido en las Organizaciones Revolucionarias Integradas.

Ningún Ministro podía decidir nada, porque cuando no era el núcleo el que discutía, había que llamar a las oficinas de las ORI. ¿Se concibe monstruosidad semejante? ¿Se concibe absurdo semejante? ¿Se concibe, compañeros, basura semejante?

Hay que calificarlo tal como es. Esto no significa, ni mucho menos, hablar con odios contra nadie, ni despiadadamente contra nadie. Nosotros debemos analizar, censurar, criticar seriamente todas estas cosas.

Es lógico que el enemigo aprovechara estos errores para confundir, para salir a decir por ahí que los comunistas se lo habían cogido todo, para salir a decir por ahí que Fidel había sido sustituido por Blas o por Aníbal o por quien fuera, y que Raúl por el otro, así los demás.

Compañeros:

los enemigos se valen de nuestros propios errores: los enemigos se valen de nuestras propias insensateces. ¿Quieren saber cuál era la razón de todas esas bolas? Esa locura de mando, esa «mandomanía» esa «gobiernomanía» que se apoderó de algún compañero, acompañadas de un sectarismo que llegó a extremos verdaderamente insólitos.

¿Era un poder real? No. No era un poder real. Era un poder formal. Era un poder ficticio. En manos de ese compañero no había ningún poder real. ¡Afortunadamente no había ningún poder real! El poder real no estaba allí. El poder real de la Revolución no se puede hurtar tan sencillamente, en esa forma. No se puede escamotear en esa forma, compañeros. ¡Eso es un intento de escamoteo ridículo e imbécil!

Pero detrás de eso había una intención evidente. Claro, que un mal como ese en nuestro país no podía desarrollarse, porque nuestro país no es proclive a la mansedumbre ni a la domesticación. ¡Ni los revolucionarios son proclives a eso! Pero mediante el engaño se trataba de crear condiciones que permitiesen crear una coyunda, una camisa de fuerza, un aparato para servir usos personales, y que después barriera con todos los valores viejos y nuevos de la Revolución.

¿Es este acaso, un problema de mandos, compañeros? ¿Un problema de quiénes mandan y quiénes no mandan? No, compañeros. Si esto fuera un problema de mando, de quiénes mandan y quiénes no mandan, no estaríamos reunidos aquí los compañeros de la dirección nacional, los ministros. No estaríamos nosotros hablando aquí.

Para nosotros, realmente, esos problemas de mando y de gobierno son tan baladíes que no valen la hora de amargura de un solo hombre, no valen una hora de amargura de una familia, de un compañero, de un hombre. ¡Ah! ¡La vanidad de mandar y de gobernar! Si los hombres, si todos los hombres tuvieran un poco de sentido filosófico sobre las cosas, sobre las realidades del mundo, del universo, de la historia, no pasarían estas cosas.

Si esto fuera simplemente un problema de quiénes mandan, compañeros, o quiénes gobiernan, o quiénes dirigen, si eso fuera lo que se estuviera discutiendo aquí, y no un problema fundamental de principios revolucionarios, no cuestiones que atañen a la esencia y a la vida misma de la Revolución, nosotros no estaríamos aquí, compañeros, no estaríamos hablando aquí. Estaríamos haciendo cualquier otra cosa. Porque, en realidad, a nosotros esas cosas — el gobierno como gobierno en sí mismo, el poder como poder en sí mismo — , no nos interesan.

Además, nosotros no nos postulamos para gobernantes, ni nos sacamos el poder en una rifa, ni mucho menos. Fue el resultado de una serie de circunstancias históricas, de una serie de hechos. Fue el resultado de un proceso revolucionario. A unos les correspondió una función, a otros les correspondió otra. Quizás a nosotros nos correspondió una de las más arduas, porque estas cosas, estas obligaciones, entrañan momentos duros, como este momento, como otros muchos porque hemos tenido que pasar.

Si estas cuestiones que se discuten aquí fueran cuestiones del poder y de quién gobierna y quién manda, bien valía la pena que cualquiera de nosotros ejerciera el derecho a retirarse, a renunciar a todos los cargos y a todas las cosas.

Si no se discutieran cuestiones fundamentales para nuestra patria, cuestiones fundamentales para la Revolución, para el porvenir de nuestro país, si eludir estas cosas no significara la marcha de la Revolución hacia un abismo, hacia un abismo insondable, hacia su propia destrucción, compañeros, estas cosas no se hubieran planteado, estas cosas no se hubieran discutido, estas cosas no serían informadas al pueblo.

Quién gobierna no importa. Qué hombre, cómo se llame. Quién dirija no importa, ¡qué hombre, cómo se llame! Lo que importa es que gobierne bien, lo que importa es que dirija bien, lo que importa es que conduzca a la Revolución hacia donde debe marchar la Revolución.

Este problema fue necesario discutirlo porque es vital para la Revolución, fundamental para la Revolución, sencillamente porque esos errores hay que rectificarlos, esa política desacertada y absurda, injertada aquí dentro de un proceso revolucionario lleno de gloria y lleno de grandeza sencillamente había que liquidarla, había que arrancarla de raíz. Había que erradicar las condiciones que permitieran semejante cosa, y crear las condiciones que faciliten la organización y el funcionamiento de un verdadero partido de vanguardia de la clase obrera.

Es lógico que esto creara un espantoso sectarismo. Esto explica por qué ese sectarismo era promovido. Esto explica el porqué de ese sectarismo implacable, insaciable, incesante,que aparecía por todas partes, que aparecía por todos los rincones de un extremo a otro del país, desde la Punta de Maisí hasta el Cabo de San Antonio. Una serie de actitudes, una serie de hechos. ¡Eso no promovía una verdadera integración, compañeros! Eso promovía cuerpos extraños dentro de la integración, y hacía que las fuerzas que tenían que integrarse, que tenían que fundirse, operaran como fuerzas no integradas, como fuerzas no fundidas, y así se encontraba usted, al cabo de muchos meses ya de integradas oficialmente las fuerzas, que salía uno y decía: «No, porque este no es del partido». ¿De qué partido, si ya aquí había una organización nueva? «No, porque este es del partido… y es del partido… y del partido»… Y empezó a crearse un verdadero caos.

Esto, naturalmente, se sumó a toda otra serie de contradicciones, se sumó a toda otra serie de problemas, a infinidad de cuestiones, de discusiones, de males. En alguna otra ocasión nos hemos referido a esto, y

hemos criticado duramente cualquier clase de sectarismo: el sectarismo de «la sierra», o el sectarismo de los «20 años de militancia».

El día 2 de diciembre o el día 3 — el día aquel que hablamos del marxismo-leninismo — , explicamos cómo teníamos que combatir todo sectarismo; al que militó tantos años y al que dijo: «Yo estuve en la Sierra». Hemos sido inflexibles en la crítica a todo aquel que venía con el sectarismo serrano. Lo criticábamos duramente, y fuimos firmes.

No fuimos tolerantes con esos sectarismos. Los criticamos muy severamente, y siempre llamábamos al pueblo a unirse, y siempre le decíamos al pueblo: Todo aquel que no tuvo oportunidad de luchar que no se desaliente, que por delante tiene muchas oportunidades, que por delante está por escribirse toda la historia, que la Revolución no ha hecho más que empezar y que tenemos por recorrer todo un largo camino.

Censurábamos la ridiculez de aquel que se ponía a restregarles en la cara a los demás su sectarismo serrano. Si estuvo en las montañas, si estuvo aquí. Pero surgió otro sectarismo, que no fue oportunamente combatido, que no fue debidamente combatido, compañeros: el de «los 15 años» y el de los «20 años».

Se olvidó la realidad de que el número de comunistas en nuestro país era muy reducido, porque el enemigo, como nosotros hemos explicado más de una vez, no cesaba en su campaña de difamación contra el marxismo, contra el socialismo, creaba condiciones muy difíciles, perseguía, acorralaba, cercaba, y aislaba al partido marxista-leninista en nuestro país. Cuando todo el pueblo se vuelve revolucionario, cuando todo el pueblo — es decir: la inmensa mayoría de nuestro pueblo — , abraza el marxismo-leninismo, ¡qué absurdo resultaba caer entonces en el sectarismo de la vieja militancia, empezar a restregarle a la gente los tales años, presentarse así en los centros de trabajo!

Y que entonces todo el mundo viera que aquel sectarismo no era solo un sectarismo de palabra, sino que para recibir un trabajo de dirección de personal, para recibir determinadas funciones en la empresa, los trabajos mejor remunerados, había que militar en aquella secta. No llamo secta al viejo partido marxista-leninista, sino que llamo secta al espíritu que crearon o que se creó después de la integración. ¿Qué esperanza quedaba para las grandes masas obreras, para las grandes masas de trabajadores? ¿Qué situación la de millones de ciudadanos? Porque si los comunistas habían sido unos cuantos miles, los viejos comunistas; el pueblo, que había abrazado la causa del marxismo-leninismo, estaba integrado por millones de ciudadanos.

No hay más que tener dos dedos de frente, si no se tienen más, para comprender que la aplicación de tal política, el alarde de tal militancia, acompañada de la circunstancia real de que aquel que no estuviera respaldado por semejante timbre no tenía la menor esperanza de ser seleccionado para nada; ni para ir de técnico, ni para asumir un cargo en la granja, en la cooperativa, en el municipio, en la provincia, y en la JUCEI o en el Estado. Se comprende perfectamente la insensatez, la idiotez, la estupidez, la negatividad de semejante política.

¿Qué engendraba eso? Una vanidad, una prepotencia, un privilegio. ¿Qué engendraba eso sino condiciones que iban a granjear a los viejos comunistas la antipatía o el recelo de las masas, sino las condiciones que iban incluso a desviar de su camino, de su línea, de su vida, de su trabajo, de su espíritu, a un viejo comunista?

Únase eso a la tolerancia de los errores. Únase eso al hecho de que si era un viejo comunista el que cometía una falta sobre él no se tomaba rigurosamente, ni se le quitaba del cargo, ni se le sancionaba en ninguna forma disciplinaria, sino la tolerancia a todos los errores, cualesquiera que fuesen, a cualquier abuso, a cualquier injusticia.

Desde luego que esa no era una política de masas, ni generalizada, pero si era un método establecido de la tolerancia con cualquier falta. Crear el espíritu de casta, crear el espíritu de camarilla, porque todo eso venía muy bien con la política de formar un aparato para fines y ambiciones de tipo personales. Claro que se creó no solo el privilegio de secta, sino también la tolerancia contra cualquier falta, la designación para una serie de funciones de compañeros que en muchos casos no tenían capacidad para desempeñarlas, aunque en otros casos no era así. Vamos a poner las cosas en su justo medio.

Esas eran las consecuencias. Era lógico que se creara un espíritu de prepotencia, y que algunos compañeros estuvieran «por la calle del medio». Creían que se habían sacado la Revolución en una rifa. Por lo menos, así actuaban, con olvido de la sangre, de los sacrificios que costó.

Yo voy a citar algunos ejemplos. Voy a citar un ejemplo de la provincia de Oriente, el de un señor que es secretario o era secretario del comité seccional de Bayamo, y después secretario de las ORI nada menos que de una agrupación de granjas en el Cauto, un señor que se llama Fidel Pompa — todavía debe estar por ahí de secretario — que por arte de birlibirloque fue designado a tan señalado cargo por estas artes del sectarismo y del culto a la personalidad, del verdadero culto a la personalidad, no al que algunos entienden agarrando «el rábano por las hojas».

Este señor; cuando apareció la lista de los compañeros designados miembros de la Dirección Nacional, con una mentalidad de «gauleiter» nazi y no marxista, porque había señores que estaban adquiriendo aires de «gauleiters» y no de militantes marxistas, se tomó la libertad, delante de dos compañeros designados jefes de aquella administración, y de un técnico español que trabaja allí con ellos, hacer comentarios tales como estos. «¿Quién es este gordo indecente que está aquí?», refiriéndose al compañero Aragonés. Cuando vio la lista — dijo otra palabra que no quiero repetir por respeto al público — . «Y este Guillermo García, ¿quién es? ¿De dónde salió este tipo? Y este Sergio del Valle, ¿quién es? Y esta Haydee Santamaría, ¿qué hace aquí?» Esos eran los comentarios del sujeto.

¿Quién era el sujeto?, ¿por qué no conocía a Haydee Santamaría?, ¿por qué no conocía a Guillermo García, por qué no conocía a Sergio del Valle, ni conocía a nadie? Sencillamente porque cuando aquí la gente estaba combatiendo él estaba debajo de la cama.

¿Cómo podía saber él que Guillermo García fue el primer campesino que se unió a las fuerzas revolucionarias, que se ganó sus grados combate tras combate en una guerra que duró 25 meses?

¿Qué fue de los pocos que se unieron y no murieron en la lucha, compañero de incontables batallas, modesto, de extraordinarios méritos en esta Revolución? ¿Cómo iba a saber quién era Sergio del Valle, médico que después de los combates se quedaba con los heridos, sin escolta, rodeado de tropas de la tiranía, atendiendo a los enfermos, salvando vidas, sumándose después a la fuerza de combate, marchando junto con Camilo Cienfuegos como segundo jefe de la invasión gloriosa, ganándose el prestigio y la admiración de todos? ¿Cómo va a saber él quién era Sergio del Valle, si estaba debajo de la cama? Sí. Empleo esa palabra y la repito, sencillamente porque entiendo que es lo único que cabe decir.

¿Cómo va a saber quién era Haydee Santamaría, la compañera que vio allí morir a su hermano, la compañera a quien le presentaron los ojos arrancados al hermano, al que quería entrañablemente, la compañera firme, la compañera leal, la compañera que se mantuvo incólume a lo largo de todo un proceso de lucha duro y sangriento, la compañera heroica cuyo nombre apareció muchas veces en los años de lucha? ¿Cómo va ese señor a conocer esos nombres de personas sin cuyo esfuerzo él posiblemente estaría aún debajo de la cama?

Este señor merodeaba por allí por el río Cauto, a solo una jornada de la Sierra Maestra. No le costaba nada agarrar una mochila, cuando Cowley estaba asesinando a los obreros y a los campesinos, cuando Cowley asesinó a Loynaz Echeverría y a tantos otros militantes revolucionarios, cobarde y cruelmente ultimados en una noche, cuando los obreros, los campesinos, los estudiantes, eran asesinados por millares. No tenía más que caminar una jornada para engrosar las filas de las fuerzas revolucionarias.

¿Qué derecho tiene este ahora, como un «gauleiter», a ponerse a revisar esos nombres históricos, y no solo eso sino decir al final del comentario: «Bueno. Toda esta gente vamos a ir barriéndola, vamos a ir barriéndola». ¿Qué es eso? ¿Qué marxista verdadero puede actuar así? ¿Qué comunista verdadero puede tener semejante mentalidad? Ridícula, vanidosa, inmoral, grotescamente absurda. ¿Qué comunista, qué verdadero revolucionario puede ser tan ingrato? Y ¿qué es lo que le correspondía a un señor que puso muy a salvo el pellejo mientras los demás morían? Por lo menos, un poco de respeto, un poco más de modestia, un poco menos de prepotencia.

Señores como ese Fidel Pompa no son los únicos. Los hay. ¡A esos es a los que tenemos que encontrar dentro de la organización! ¡A esos es a los que tenemos que barrer! ¡A esos sí hay que barrerlos, barrerlos!

Yo no cometería nunca la injusticia de comparar a ningún buen comunista con semejante tipejo. Tengo un concepto demasiado alto de lo que es un comunista, de lo que es un verdadero comunista, de lo que han tenido que luchar los comunistas en todas partes, de los millones de héroes, de mártires que los luchadores proletarios han dejado en el largo camino, tengo demasiado presente el recuerdo de Stalingrado, demasiado presente el recuerdo de los dieciocho millones de soviéticos que cayeron, demasiado presente el recuerdo de Julius Fucik, demasiado presente el recuerdo de tantos comunistas internacionales — es decir: de otros países — y comunistas en nuestro propio país, de aquellos comunistas que murieron asesinados en el mes de diciembre por las hordas de Cowley; de Jesús Menéndez, de Mella, de Villena, de José María Pérez y de tantos otros muchos asesinados, luchadores que cayeron sirviendo la causa del proletariado, sirviendo la causa del marxismo, para incurrir siquiera en la menor idea de que se pueda comparar a un verdadero comunista con semejante tipejo.

Pero ¿por qué semejante tipejo puede llegar a adquirir cargos, ser designado secretario de una agrupación importante? Por esas condiciones a que nos referíamos antes, por esa política sectaria, por esa política de tipo personal, por esa política equivocada, por esa política desviada.

Así, con esos elementos se puede ir haciendo un aparato. Con eso y explotando el prestigio del marxismo, explotando la autoridad que la Revolución tiene ante el pueblo, explotando la autoridad que las ideas revolucionarias tienen ante las masas. Crear condiciones en virtud de las cuales semejantes individuos lleguen a tener una función preponderante. Y así se puede hacer un partido de domesticados, de incondicionales, de engreídos, de vanidosos. No es el único caso, por ahí los hay.

Como el otro, que en una comida en una embajada después del discurso nuestro el 13 de marzo, dijo que «Fidel había hablado para…» «Eso que Fidel había dicho tenía efecto para la parte de la masa que lo seguía». Y ¿cuál será la otra masa, la que no sigue la verdad, la que no sigue la línea revolucionaria? Ese señor se llama Varela — vamos a llamarlos por sus nombres, para que los equivocados sean conocidos por todo el pueblo — y es un jerifalte en el Ministerio de Relaciones Exteriores, amén de que, según se dice, le gustaba un poco «empinar el codo».

Pero, bueno, esos tipos son prepotentes. «Fidel habló para la parte de la masa que le seguía». Al fin y al cabo, individualmente y personalmente, ¿qué me importará la masa que siga lo que digo? No importa nada más que desde un punto de vista revolucionario. Pero los señores que piensan así se olvidan de las masas que siguieron la línea revolucionaria, las masas que como un torrente arrasaron con la tiranía, arrasaron con el dominio imperialista sobre la patria. Masas que no han sido traicionadas, masas que nos otorgaron a nosotros un gran número de atribuciones, una gran cantidad de poder, poder del que no hemos abusado, poder que no hemos hecho sino compartir, poder con el cual hemos tratado de hacer todo el bien a nuestra patria, sin dedicarlo a ningún fin de tipo personal, porque, al fin y al cabo; ¿qué podíamos nosotros buscar en un orden personal, en esta lucha? Nosotros, nosotros, todos nosotros que hemos tenido la suerte de ver convertidos en realidad tantos sueños, tantas ilusiones, tantas esperanzas, que hemos tenido el privilegio que no tuvieron ni Martí, ni Maceo, ni Máximo Gómez, ni Guiteras, ni Mella, ni Céspedes, ni Agramonte, ninguno de nuestros próceres, que hemos visto ondear nuestra bandera como una bandera absolutamente libre, independiente, soberana, que hemos visto, el nombre de la patria recorrer el mundo lleno de prestigio, ¿a qué cosas personales podríamos aspirar?

Nosotros no hablamos para la parte de la masa que nos sigue. Nosotros hablamos para las masas revolucionarias, hablamos para todas las masas, con la honradez, la honestidad y la rectitud, la ausencia de pasiones y de personalismo con que deben hablar los dirigentes revolucionarios.

Los individuos que salían por ahí «sarampionados», que apenas leyeron un librito de marxismo, o que lo habían leído antes y no lo habían entendido, se ponían a comentar que La historia me absolverá es un documento reaccionario.

¡Cómo sabe de Filosofía y de Revolución ese señor! En primer lugar nosotros no aspiramos a que La historia me absolverá, sea una obra clásica de marxismo. ¡No, señor! Muy modestamente La historia me absolverá es la expresión de un pensamiento avanzado, de un pensamiento revolucionario en evolución. No es todavía el pensamiento de un marxista, pero es el pensamiento de un joven que se encamina hacia el marxismo y empieza a actuar como marxista.

Pero más que el valor teórico desde el punto de vista económico y político, su valor permanente es la denuncia viva de todos los horrores y todos los crímenes de la tiranía, poner al desnudo aquel régimen, tan atrozmente cruel y cobarde, tiránico y asesino y, todo, el poco mérito que pueda tener La historia me absolverá es sencillamente haber pronunciado aquella denuncia entre un centenar de bayonetas, de soldados cuyas manos se habían humedecido con la sangre de 80 compañeros nuestros. Fue dicho allí. Hoy cualquiera puede pararse en una tribuna y decir un gran discurso. Tranquilo, sin problema, sin policía, sin tiros, sin porrazos. Pero decirlo en aquellas circunstancias era distinto. Cuando no había garantías para la vida de nadie denunciar aquellas cosas era un poco más difícil que posar de revolucionario ahora.

La historia me absolverá no tiene que leerse en las escuelas de instrucción revolucionaria. No es una obra clásica del marxismo. Es la expresión de un pensamiento en desarrollo, de una serie de ideas que han formado parte, gran parte del quehacer revolucionario y una denuncia viva cuando esa denuncia había que hacerla a riesgo de la vida.

También se podía decir entonces por ese camino que El Manifiesto de Montecristi es un documento reaccionario, que la Declaración de los derechos del hombre del año 1789, es un documento reaccionario.

¿Qué materia, qué aserrín se le habrá introducido en la cabeza al que así piensa?

Otro dijo que el Moncada fue un error, que el Granma fue un error. A nosotros no nos interesan estas cosas desde el punto de vista personal y si lo traemos aquí es sencillamente para analizar el caso, porque a esos individuos que hablan tanta «basura» hay que taparles la boca de una vez y que se acaben todos los «habladores de basura». Nosotros, y solo nosotros, después de la experiencia, después de todo lo que hemos aprendido en esta lucha sobre cuestiones militares, teníamos derecho a decidir y a discutir si el Moncada, puestos nosotros de nuevo en aquella situación, lo repetiríamos con lo que sabemos hoy. Si al Granma lo haríamos así o en otra forma. Claro está que ahora tenemos mucha más experiencia. Otra vez en esa situación de entonces, con la experiencia de entonces es posible que volviéramos a hacer lo mismo. Puestos ahora, con la experiencia de ahora, enriquecidos con esa experiencia… Y quien ignore que los hombres actúan precisamente acorde con lo que saben, acorde con las condiciones, puede ponerse ahora tranquilamente a analizar otras tácticas mejores; atacar otro cuartel en vez de aquel; venir nadando, en vez de venir en barcos o venir en avión; o filtrarse; o convertirse en un hombre-rana y desembarcar por la costa. En fin; cualquiera de esas cosas. Pero lo que se discute en el Moncada y en el Granma no es el hecho sino la línea, la línea acertada, la línea revolucionaria, la línea de la lucha armada. No la línea politiquera, la línea electoral, sino la línea de la lucha armada contra la tiranía de Batista, línea que la historia ha consagrado por su acierto.

¿Es que se puede ser tan sordo, tan ciego, tan miope y tan idiota, que no cuente para nada la lección de la historia, y que de la historia no se saquen las lecciones que hay que sacar?

Saco a colación estas cosas para poner algunos ejemplos: la gente discute, discute boberías muchas veces. Se ponen a discutir sobre lo que no saben y sobre lo que no entienden. Sobre la historia, sobre el papel de cada organización y de cada cosa. ¿Para qué? Y algún día la historia se escribirá objetivamente. La historia se puede hacer, la hacen los pueblos, la hacen las masas. Nosotros lo hemos dicho, y lo creemos, que las masas son constructoras de la historia, son las que construyen la historia. Ahora bien: la historia se puede construir, lo que no se puede es reconstruirla; se puede hacer, lo que no se puede es rehacer. La historia es una sola y no se puede venir subjetivamente a rehacerla. Todas las historias subjetivas que se rehacen hay que deshacerlas de nuevo, para darle paso a la historia objetiva, a la historia real.

La Revolución es producto de un largo proceso de lucha que empezó con nuestros antepasados, en el año 1868, y culminó hoy, ahora, y seguirá avanzando. Tuvo distintas etapas, distintas luchas. La historia de esta etapa comenzó el 26 de julio de 1953, como la historia de la etapa de la lucha del 1868, comenzó el 10 de octubre de 1868, y la Guerra de la Independencia, o que se llamó de la Independencia, comenzó el 24 de febrero de 1895. Esa es la historia real. ¿Para qué andar discutiendo? ¿Qué afán, y para qué? ¿Qué se gana? ¿Qué se consigue?

Habrá que hacer la historia de la nación cubana, habrá que hacer algún día la historia de las ideas políticas, la historia de la etapa actual, y saldrá entonces el papel que desempeñó cada cual, el valor del esfuerzo de cada cual, sin negarle nada a nadie. Y cuando se escriba la historia de las ideas políticas, ¿quién podrá negar a Mella, quién podrá negar a los fundadores del partido marxista- leninista cubano, al extraordinario papel que desempeñaron en la divulgación de las ideas del marxismo, de las ideas antimperialistas, de las ideas socialistas entre los obreros, entre el pueblo, independientemente de todo otro esfuerzo, independientemente del amor a su lucha entre los trabajadores, en la Revolución y después de la Revolución? Ya vendrá la historia objetiva y real, quizás con la participación de nosotros mismos, porque nosotros algún día, serenamente, cuando ya no tengamos por delante las cosas que tenemos hoy, iremos a discutir, iremos a analizar, a criticar tranquilamente, objetivamente, honestamente, errores, aciertos y todas las cosas, iremos a construir la historia objetiva de nuestro país.

¿Para qué estar discutiendo? ¿Qué ganamos? ¿Para qué, si nadie quiere robarle el mérito a nadie? ¿Para qué andar como filósofos de la historia, cuando en realidad se puede estar haciendo el papel de mentecatos de la historia? ¡Innecesarias discusiones!

Nosotros, los dirigentes revolucionarios, honestamente, tendremos que sentarnos un día a discutir para sacar las lecciones útiles a nuestra generación, a las generaciones venideras, a los pueblos hermanos de América Latina, para que se saquen las conclusiones pertinentes de nuestros aciertos, de nuestros errores. Nunca hemos estado nosotros en esa posición. Siempre hemos venido a hablar con toda honestidad, y le hemos dado «al César lo que es del César», y «a Dios lo que es de Dios».

Claro que era necesario hablar de todas estas cosas. Tengo que decir algunas cosas más. Todo este espíritu provoca injusticias, desaciertos, equivocaciones. Así, por ejemplo, la idea, la injusticia que se ha cometido con muchos viejos compañeros del Ejército Rebelde. Un día vamos a un sitio y nos encontramos más de 100 oficiales a quienes vimos luchar en muchos combates. «¿Qué hacen ustedes? ¿No están al mando de tropas?» — No. «¿Qué pasó con estos compañeros?» — Bueno. Por bajo nivel político no se les puso al mando de la tropa. ¡Ah! Bajo nivel político. Y, ¿qué es el bajo nivel político? ¿Cómo van a venir ahora con los bajos ni los altos niveles políticos, cuando se trata de compañeros que han hecho la Revolución, que han hecho la guerra victoriosamente que han conducido, han hecho posible el triunfo de la Revolución socialista? ¿Cómo se puede haber luchado por una Revolución socialista, y después decir que quien luchó y peleó por esa Revolución, y fue leal a ella, y en los momentos de vacilaciones no vaciló, y estuvo siempre presente, y se enfrentó a los vacilantes, y se enfrentó a los enemigos, y estuvo siempre dispuesto a morir, y se movilizó cuando los mercenarios, y pudo morir combatiendo a los mercenarios después de haber declarado que esta Revolución era socialista, le van a quitar el mando de tropas por bajo nivel político y van a poner a un bachiller cualquiera, capaz de recitar de memoria un catecismo de marxismo aunque no lo aplique? ¡Entonces un bachiller cualquiera, que no peleó ni sintió ninguna inclinación por combatir tiene más alto nivel político y debe mandar una tropa! ¿Eso es marxismo? ¿Eso es leninismo?

¡A cuántos compañeros, hasta el mismo Camilo Cienfuegos un día le habrían quitado el mando de una columna invasora y de una tropa, y se lo habrían dado a cualquier bachiller que hablara un poco más claramente, aunque como un papagayo, sobre cuestiones de marxismo y del leninismo!

Cuando Camilo fue designado jefe de la columna invasora nosotros, que sabíamos que era un revolucionario íntegro, honesto a carta cabal, consciente de que luchaba por una causa justa, con alma entera de revolucionario, con madera de comunista, porque esa era la madera de Camilo — hay que ver sus libros, sus escritos, su espíritu unitario, expresado en las cartas donde habla de Félix Torres cuando se encontró con él en Las Villas — , a ese compañero gallardo, heroico, una fiera en el combate, de agilidad y una destreza a toda prueba que salvaron a sus tropas de situaciones difíciles, no le dije: recítame El Capital, sino que cuando lo designamos, lo único que nos interesaba saber quién era, qué madera tenía y que era capaz de conducir aquella tropa hasta la provincia de Pinar del Río, hasta donde la habría conducido si no recibe en Las Villas la orden de permanecer allí. Quizás ahora, por esas paradojas y esas ironías, hubiera venido cualquiera a hacerle un examen de marxismo-leninismo y lo hubiese suspendido, y le hubiera dado el mando a un bachiller cualquiera que hubiera recibido un poco de instrucción militar. Y algo similar le habría pasado a Ciro Frías, a Ciro Redondo, a Paz, a tantos que cayeron de origen campesino, de origen humilde. Que lucharon porque llevaban en su conciencia el instinto y la rebeldía de su clase explotada. Luchadores de su clase, héroes de su clase.

¡Qué absurdo que los hombres puedan haber muerto para hacer posible una Revolución como esta, que hubieran podido dar la vida para ella y, sin embargo, después se les quitara el mando de la tropa por tener bajo nivel político! Digo que eso es una insensatez, una injusticia, una política carente de todo sentido marxista, proletario, leninista.

Esas cosas han pasado, compañeros, y son producto de un sectarismo que debemos erradicar. Son verdades dolorosas, rectificaciones inevitables que debemos hacer.

¿Cómo es que pueden pasar estas cosas dentro de un partido? Ahí tienen, ahí tienen eso que se ha discutido bastante: los problemas del culto a la personalidad. Ahí lo tienen. Quizás sería una buena lección para que los comisarios la explicaran a la tropa, para que los directores explicaran en las escuelas un caso de lo que por lo menos nosotros, o por lo menos yo entiendo como culto a la personalidad, que no tiene nada que ver con el prestigio de los dirigentes, que no tiene nada que ver con la autoridad de los dirigentes, como al parecer algunos lo han entendido por ahí pensando al reverso. Quien pensó en las cosas que estaban pasando, no tan difíciles de ver por lo menos en los últimos tiempos, podíamos ver ese fenómeno que está ocurriendo. No faltará quienes pensaron que esos problemas tenían algo que ver con nosotros. Vigilar la actitud de nosotros, si nosotros éramos proclives a esos problemas del culto a la personalidad.

Desde luego que jamás por nuestro ánimo pasó semejante idea, semejante duda, porque nosotros sabemos que esos problemas no existen en nuestro país, sino de otra forma. Ahora me pregunto: ¿para qué discutíamos tanto sobre ese problema, si no éramos capaces de ver lo que estaba ocurriendo delante de nuestras propias narices? Desde luego que el problema no era el peligro de que el Primer Ministro del Gobierno Revolucionario se dejase arrastrar por las debilidades del culto a la personalidad. Quiérase o no, aunque nosotros mismos no quisiéramos, ni nos interese, digo la verdad: a nosotros esos problemas no nos interesan personalmente; nos interesan solo desde el punto de vista que puede ser bien o mal para la Revolución, útil o inútil al pueblo, a la generación presente, a las generaciones venideras. Pero a aquellos por cuyas mentes hubiera podido pasar la idea de que sobre nosotros pudiese incidir la sospecha de tales inclinaciones, es bueno recordar ciertos hechos, como son el hecho de que nosotros hicimos una guerra, la dirigimos, la ganamos y sobre los hombros de ninguno de nosotros hay estrellas de generales, ni sobre nuestros pechos cuelgan condecoraciones. Y como gobernantes, la primera ley que propusimos fue prohibir que se elevaran estatuas. Entonces no se discutían tanto como ahora estos problemitas del culto a la personalidad, pero nosotros, por convicción profunda, propusimos que se prohibiera por ley hacer estatuas a personas vivas, que se pusiese a calles, o ciudades, u obras el nombre de personas vivas.

Y más todavía: que por ley se prohibiera que los retratos nuestros estuviesen en los despachos oficiales. ¿Por demagogia? No. Por profunda convicción revolucionaria hemos actuado así.

Sobre nuestros hombros cayeron enormes responsabilidades. Las masas de nuestro pueblo pusieron en nuestras manos enormes poderes, que nosotros hemos sabido compartir con los demás como corresponde, como era correcto, como era nuestro deber.

Creo sinceramente y firmemente en los principios de la dirección colectiva, pero eso no me lo impuso nadie a mí, sino que era una convicción propia y profunda, que como tal he cumplido. Lo que dije aquí el día 2 de diciembre: creo en la dirección colectiva, creo que las masas hacen la historia, creo que las mejores opiniones, las opiniones de los hombres más competentes, más capacitados, cuando son discutidos colectivamente se depuran de los vicios, de los errores, de sus lagunas y de sus fallas; creo, además, que ni la historia de los pueblos ni la vida de las naciones deben depender de individuos, de hombres, de personalidades. Eso que creo firmemente, lo digo.

¿Por qué aclaro esto? Bien. Porque nosotros hemos cometido también, entre otros, este error; nosotros tenemos muchas cosas que discutir sobre los problemas del marxismo, toda la historia rica y viva del marxismo; la lucha del marxismo contra los revisionistas, contra los tergiversadores de sus principios; mucho que aprender de Lenin, mucho que aprender de la historia del marxismo desde sus orígenes hasta hoy.

Muchas veces en escuelas, en 20 sitios, hemos estado discutiendo unos temas, este mismo tema del culto a la personalidad, a nuestro entender excesivamente, no porque nos afecte, compañeros, por nosotros pueden estar discutiéndolo hasta que se muera la gente si quieren; no nos afecta. Pero me hago esta pregunta: ¿para qué hemos estado discutiendo tanto sobre un problema que no era nuestro, que era un problema de la Unión Soviética? Bien. Nosotros debemos darnos por informados, informar, discutir incluso: sí, son problemas que tienen que ver con la experiencia del marxismo; pero no teníamos que convertirlo en temas centrales de nuestras discusiones, porque tenemos otras cosas mucho más importantes que discutir, y eso equivale, sencillamente, a que nosotros hagamos algo como esto: ponernos a hacer una gran campaña contra la peste bubónica, cuando lo que hay no es peste bubónica, sino paludismo y poliomielitis. Nosotros no queremos que nos ataque la peste bubónica, y debemos vacunarnos y tomar medidas, desde luego. Y debemos, además, conocer lo que es la peste bubónica, pero cuando tenemos que combatir hay que combatir contra el paludismo y contra la poliomielitis que son los males actuantes y presentes. En nuestro país no ha habido la amenaza de esos males. La única que había es esa y, sin embargo, no la vimos, ¡qué ciegos estábamos! ¡Cuánto divorcio entre la teoría y la práctica, qué buena lección! Discutiendo mucho, mucho, mucho sobre un tema, y corriendo el riesgo de que 20 personas se confundieran, y sin embargo, por mucho que discutíamos el tema, no veíamos el mal que estaba a nuestro lado.

Mucha gente se preguntaba sobre el culto de la personalidad. ¿Irá a pasar aquí igual que en la Unión Soviética? ¿Será el primer ministro del gobierno revolucionario un hombre al que hay que estar vigilando para que no caiga en el culto a la personalidad?

Bien. Yo creo que aquí no hubo mala fe, ni mucho menos; aquí no hubo, estoy seguro que no, llegaron las informaciones, se discutieron bien. Pero es que mucha gente está despistada por ahí, mucha gente está un poco desorientada acerca de los temas que son más actuales, más fundamentales, no tiene tacto, no tiene cuidado, y nos desviamos; por eso agarramos el tren equivocado.

Digo que entiendo, que muchos con estas «bolas», toda esta campaña y todo este problema que se estaba formando dentro del país, tiene que ver, en parte, con un uso indebido de la discusión de un tema que no tenía que ser el tema central de nuestras discusiones.

Que sencillamente eso que de una manera inconsciente y espontánea se produjo, coadyuvaba al otro problema, al otro fenómeno, a la destrucción de los prestigios revolucionarios. Destruir los prestigios de la Revolución: ¿Para qué? ¿Para qué? Si mientras más prestigio tenga la Revolución, mejor. Mientras más voces autorizadas tenga la Revolución, mejor. Porque no es lo mismo un coro de 10 que un coro de 300. Cuando ustedes ven una coral, si esa coral es de 10 es buena, pero es mucho mejor, más bella, más fantástica una coral de 300. Si tenemos un líder, dos, diez, con prestigio, debemos tener más líderes con prestigio. No destruir a los líderes con prestigio.

Si los destruimos, ¿qué ocurre? Vienen los momentos difíciles, entonces el pueblo no tiene en quien creer, desgraciadamente. Vienen las Playa Girón, o algo peor: vienen 10 Playa Girón juntas, y entonces hay que hablarle al pueblo, es cuando hay que apelar a la fe del pueblo.

¿Qué ganamos con sembrar la menor duda, qué ganamos con destruir los prestigios de la Revolución?

Naturalmente que ningún revolucionario honesto, ninguno de los muchos compañeros que han hablado sobre ese tema, sobre ninguno de ellos quiero hacer la menor insinuación de culpa. No. Pero entiendo, compañeros, que se estaban creando condiciones que desgraciadamente esa discusión… Igual que si ahora nos ponemos a discutir otras cosas que más adelante tenemos que discutir. Más adelante sí, pero ahora no, porque discutirlas ahora sería perjudicial. No estarían a tono con el momento. Discutirlas más adelante, y otros problemas en el momento en que se entablaron esas discusiones. Porque desgraciadamente coincidían con ciertas campañas contra ciertos compañeros, que se estaban llevando a cabo aquí de manera muy sutil; ciertas campañas que iban contra el prestigio de conocidos y valiosísimos compañeros, originadas en el mismo problema que hemos señalado en la noche de hoy, originadas en el mismo problema que hemos planteado: una serie de campañas sutiles contra una serie de compañeros valiosísimos de la Revolución, y que se originaban en la misma política sectaria.

¿Cómo esto afectaba a las masas? Pues, sencillamente, esto desalentaba a las masas. ¿Volvían a las masas contra la Revolución? No. Las masas no se volverán contra la Revolución, las masas están y estarán con la Revolución, a pesar de esos errores. Pero entibiaban el entusiasmo de las masas, entibiaban el fervor de las masas.

¿Cómo afectaba esto la organización política de la Revolución? Bien sencillo, compañeros: no estábamos creando un aparato, ya dije que estábamos creando una coyunda, una camisa de fuerza. Voy a decir más: estábamos creando un cascarón de aparato. ¿Cómo? Las masas no estaban integradas. Aquí se habla de Organizaciones Revolucionarias Integradas, pero ¿qué eran las organizaciones? Era una organización hecha según militancia en el Partido Socialista Popular.

Las demás organizaciones — el Directorio, el 26 de Julio — , ¿qué eran? ¿Eran organizaciones con una vieja militancia vertebrada? No. Eran organizaciones con grandes simpatías de masa, eran un torrente desbordado de masa. Eso era el 26, eso eran las demás organizaciones. Con un gran prestigio, con una gran simpatía. No estaban vertebradas en una organización.

Si nosotros vamos a hacer una organización, una integración, y no integramos las masas, no estaremos haciendo ninguna integración, estaremos cayendo en un sectarismo como el que caímos.

Entonces, ¿cómo se hicieron los núcleos? Voy a decirlo: en todas las provincias al secretario general del PSP lo hicieron secretario general de las ORI, en todos los municipios al secretario general del PSP lo hicieron secretario general de las ORI; en todos los núcleos el secretario general del núcleo, el miembro del PSP, lo hicieron secretario general del núcleo. ¿Eso es integración? De esa política es responsable el compañero Aníbal. ¿Qué engendra eso, qué consecuencias? Todo lo que hemos luchado todos contra el anticomunismo, la lucha ideológica, la prédica incesante destruyendo el anticomunismo; porque el anticomunismo — lo decíamos nosotros — engendraba el sectarismo por otro lado, porque los marxista-leninistas aislados, acosados, tendían a protegerse cerradamente en su propia organización, a enconcharse dentro de su organización.

Bien. Esas son las consecuencias del anticomunismo, del hostigamiento: engendran el sectarismo. Erradicado el anticomunismo, entonces el sectarismo a «outrance» de permanecer engendra de nuevo el anticomunismo, y la confusión, porque empiezan 20 gentes a preguntarse: «¿Pero esto es comunismo, esto es marxismo, esto es socialismo?; ¿esta arbitrariedad, este abuso, este privilegio, toda esta cosa?, ¿esto es comunismo?» Si esto es comunismo dirán como el indio Hatuey entonces: cuando el indio Hatuey lo estaban quemando vivo se acercó un sacerdote a decirle si quería ir al cielo. Y dijo: «No, yo no quiero ir al cielo si el cielo es esto» ¿Comprenden? Yo tengo que hablar claro.

Nadie tendrá la menor sospecha, y yo creo que el que la tenga a esta hora está completamente «tostado». Vamos a emplear esta palabra.

Tengo que hablar en estos momentos con una extraordinaria objetividad, pero con una extraordinaria objetividad, franqueza, lealtad, honestidad. No callar nada. Nos encargaremos de que nuestras palabras no sean confundidas, compañeros.

Pero bien: ese sectarismo engendra nuevo anticomunismo. ¿En qué cabeza de marxista-leninista cabe adoptar, cuando la Revolución socialista está en el poder, los métodos de cuando el marxismo-leninismo no estaba en el poder, sino que estaba completamente acorralado y aislado? Aislarse de la masa en el poder. Eso es una locura, eso es una locura. Que lo aislen a uno el enemigo, las clases dominantes, los explotadores, cuando los latifundistas y el imperialismo están en el poder, pero cuando los obreros, los campesinos están en el poder, aislarse de la masa, divorciarse de la masa es un crimen. Y entonces el sectarismo se vuelve contrarrevolucionario porque debilita y perjudica a la Revolución.

¿Cuál debe ser el ideal de un marxista-leninista? «Estos son mis ideales, esta es mi causa.» Durante muchos años fuimos unos pocos, 10 mil, 15 mil, 5 mil, los que fuesen, los que fuesen de verdad. ¿Cómo en el momento en que esa misma causa, su causa, su bandera, su ideal, ese ideal de 3 millones de cubanos, va entonces a aislarse de la masa y actuar exactamente igual que como cuando eran 5 mil, 10 mil o 15 mil? Eso es un error gigantesco, compañeros; incurrir en ese error es un crimen, es un crimen contrarrevolucionario; eso cuando tenemos ya una fuerza de masa. Hay que construir la estructura de esa masa, esa estructura hay que construirla con nuevas fuerzas, con nuevos cuadros, no solo con un grupo reducido de cuadros, cuando la organización era muy pequeña, cuando el partido marxista-leninista tenía unos pocos miles de simpatizantes; cuando el marxismo-leninismo tiene millones de simpatizantes en nuestro país, hay que construir la estructura de esos millones. Lo contrario es como hemos dicho nosotros en algunas reuniones, querer vaciar el Cauto; es decir, querer vaciar el Amazonas en el Cauto, querer vaciar el tonel en el cubo; en vez de vaciar el Cauto en el Amazonas, el cubo en el tonel, y querer construir un edificio de 40 pisos sobre un edificio de dos plantas. ¡Se derrumba, compañeros, se aísla de la masa!

Nosotros hemos caído en ese error. Y desde el punto de vista marxista-leninista eso es un gran error, un grave error, un imperdonable error, un error que hay que rectificar.

¿Cuál era el resultado de eso? Bien sencillo: comenzaron a organizarse los núcleos revolucionarios, pero los núcleos eran clandestinos. ¿Ustedes conciben un engranaje con las masas clandestino? ¿Y hacer un núcleo clandestino exactamente igual al que se hubiera hecho bajo Batista? Es decir, que la masa no lo conocía.

Entonces, ¿qué hicimos? Bien. En un centro de 500 trabajadores teníamos un núcleo de siete. Con perdón del compañero Llanusa voy a citar el caso del Palacio de los Deportes. Garrucho y dos mujeres que llevó a trabajar con él… ¿Quién era Garrucho? No vamos a discutir quién era Garrucho. Ahí se cometió un error con Garrucho.

Garrucho salió concejal por el PUR en el año 1954. Entonces la seccional del Partido Socialista en Regla comete un error a nuestro entender, debemos decirlo con franqueza, porque no estamos acusando, ni imputando, ni nada de eso. Vamos a dejar eso atrás, hoy debemos hablar todos de todo, sin prejuicios, sin vacilación; cometieron el error porque el hombre se arrepintió, porque el hombre dijo que estaba dispuesto a renunciar, y después lo ingresaron en el Partido Socialista Popular.

Bueno, y después lo dejaron allí. Yo entiendo que eso fue una táctica equivocada de aquella seccional — fue de la seccional, no fue el partido — , pero el hecho es que el hombre estuvo de concejal hasta el mismo 31 de diciembre.

De repente, con el odio que les tenían a los concejales «paupistas» y «puristas» y todas esas cosas, se encuentran con que el hombre sale hecho un héroe de concejal del PUR a líder revolucionario. No lo entendía la gente. Está bien, se podía explicar, fue un error, indiscutiblemente que fue un error admitirlo. Es igual que… Bueno, ¿para qué voy a poner ejemplos?, tengo uno, pero no quiero acordarme ahora de la pobre gente esa, que voy a herirlos por gusto.

Entonces, bueno, pues Garrucho fue a parar al INDER; llevó a una secretaria y a otra muchacha a trabajar allí — creo que son dos buenas muchachas, no hay nada contra ellas — . Entonces allí Garrucho resultó ser un alto funcionario — se lo mandaron de la provincial o no sé de dónde a Llanusa — y asumió una alta función.

Cuando nosotros vamos a ver qué núcleo era el núcleo del INDER. ¡Eran siete entre 400 trabajadores! Allí había 20 ó 30 personas magníficas, formidables, y eran siete: Garrucho, las dos mujeres, Llanusa, su secretaria y dos viejos comunistas: Ezequiel Herrera y Pancho López. Ese era el núcleo. Ese era nuestro engranaje clandestino con las masas allí, nuestro engranaje clandestino con la masa de 400 trabajadores. ¿Ustedes creen que eso es un aparato político?

Bueno, Llanusa porque es Llanusa y es el director del INDER, creo que tiene derecho a pertenecer al núcleo. La secretaria, pues creo que porque era la secretaria de Llanusa. Tengo entendido que es una buena muchacha, pero había otras que también son muy buenas muchachas, pero no la suerte de ser secretarias de Llanusa. Había otras muy buenas muchachas, pero que como no fueron con Garrucho no entraban en el núcleo, y los dos viejos comunistas. Uno, Ezequiel Herrera, magnífico trabajador que la masa lo proclamó allí como trabajador modelo. ¡Qué alegría, qué satisfacción ver que a un miembro del núcleo la masa lo proclama como trabajador modelo! Ese fue Ezequiel Herrera. A Pancho López no lo proclamaron como trabajador modelo. Tengo entendido que había ido a parar allí después de haber dado un poco de traspiés en el G-2 o no sé dónde. Pero estaba allí Pancho también. Dicen que es un buen compañero, y estaba allí en el núcleo. Era de los siete privilegiados del núcleo.

Y ¿quién era Ezequiel Herrera? Dicen que el mismo Garrucho había propuesto sustituirlo por un primo suyo, de Garrucho, que era un viejo militante. Eso me dijo el compañero Llanusa. No sé si lo ratifica. Lo ratifica el compañero Llanusa. No vamos a andar aquí… Aquí todo lo que se dice tiene testigos excepcionales. Así es que no hay problemas de inventar nada.

Vamos entonces a la Ambars Motors. Ya la Ambars Motors era un centro más proletario que el INDER. Vamos a tener una asamblea. Allí se había constituido el núcleo de nueve también… Bueno, ¿para qué hablar?

El núcleo era de nueve con el mismo método: el compañero administrador, la secretaria del administador, el cuñado del administrador…Desde luego, quiero decir que el cuñado del administrador es un buen compañero, reconocido allí por los trabajadores, pero era la misma cosa.

Cuando nosotros vamos allí a confrontar un poco la opinión del núcleo, sale el responsable de personal, en un centro proletario como aquel, repleto de obreros con «pullovers» y pantalones de mecánico llenos de grasa, con una camisita de colorines y un pantanlón blanco, miembro del núcleo revolucionario. ¡Qué demonios! ¡Estaba a mil leguas de distancia de la masa! ¿Qué pasó? Pues pasó esto: Sacaron a los viejos militantes y los hicieron miembros de la dirección. Los que quedaban, porque otros habían pasado a otros cargos. Los hicieron miembros de la administración: jefe de personal, administrador. Después, cuando hicieron el núcleo, como volvieron a agarrar a los viejos militantes, a la comisión esa de administradores la hicieron del núcleo. Los del núcleo eran viejos militantes, administradores todos. ¡No había nadie de la masa en el núcleo, nadie de la masa! Era un núcleo de administración.

Estos ejemplos ilustran los errores que hemos cometido. Bueno ¿qué pasaba con estas cosas? El Ministerio de Industrias premia a 60 obreros todos los meses, o 100. De los 60 presentes, solo cinco eran de los núcleos revolucionarios. El promedio va de cinco a diez miembros de los núcleos revolucionarios, cinco a diez de cada 100 trabajadores.

¿No es así, más o menos? De cinco a diez, de cada 100 obreros, premiados. Entonces habíamos caído en todo eso. Esas son las cosas que nosotros — todos — los viejos y los nuevos tenemos que rectificar en un empeño común.

Nosotros dijimos: Hay que rectificar esta situación. Ese no es un engranaje con las masas. ¿Por qué, sin embargo, hay tanto poder de movilización? Estábamos engañándonos. No se debe a ese cascarón, sino a los medios que tiene la Revolución para movilizar las masas: el radio, la televisión, el periódico. Entonces nosotros discutimos con el compañero César. Él opinaba que había una fuerza tremenda de movilización a través de esos medios directos de movilización de las masas. Aquel cascarón no movilizaba masas.

¡Bien arreglados hubiéramos estado si en un momento de ataque del enemigo hubiéramos tenido que estar dependiendo de ese cascarón de partido! Era un cascarón. Hay buenísimos compañeros ahí. Después voy a hablar de ese problema. Después voy a hablar de los viejos comunistas, de todas esas cosas. Cómo tenemos que enfocar esto: objetivamente, serenamente, honestamente, equitativamente, justamente.

Pero bien, ese no era un aparato para movilizar las masas. En realidad había un gran poder de movilización a través de la Comisión de Orientación Revolucionaria, un gran poder — fundamentalmente — a través de los vehículos que tiene la Revolución en sus manos para movilizar las masas. Pero no había un engranaje con las masas, y esa es la función de un partido proletario de vanguardia.

Entonces nosotros tenemos, sencillamente, que integrar las masas. Habíamos hecho unas ORI, Organizaciones Revolucionarias Integradas, y las masas que son masas revolucionarias y que son las que hacen la revolución y hacen la historia, no estaban integradas, porque no había nadie de la masa, nadie. Así se hicieron las Organizaciones Revolucionarias Integradas.

Yo estoy seguro de que cualquier comunista, cualquier ciudadano, viejo o nuevo, está de acuerdo en que eso es una equivocación. Cualquiera que piense. No hoy. Hoy no estamos discutiendo entre comunismo y anticomunismo, ni la definición ideológica. La Revolución está absolutamente definida como marxista-leninista, y dentro del marxismo-leninismo estamos haciendo esta autocrítica de nuestros errores. ¡Nadie sueñe, ni se haga ilusión nadie! ¡No se imaginen que ni una pulgada atrás, no, sino que vamos a avanzar! Iba a decir, precisamente, cuando ustedes nos interrumpieron, que vamos a avanzar hacia adelante y mucho; vamos a dar grandes zancadas hacia adelante, y las vamos a dar, precisamente, rectificando nuestros errores. Estamos discutiendo aquí, haciéndonos autocrítica como marxistas, compañeros, como marxista-leninistas.

Que el enemigo diga lo que quiera. Nosotros sabemos que al enemigo no le conviene esto; al enemigo no le conviene esta discusión; al enemigo no le conviene esta rectificación; esta rectificación solo beneficia y beneficiará a la Revolución.

Es decir, que nosotros habíamos cometido todos estos errores. Nosotros tenemos que ser un partido de vanguardia de la clase obrera, una organización marxista-leninista vanguardia de la clase obrera. Nosotros tenemos que gobernar en nombre de la clase obrera, y a la Revolución la estamos haciendo, y estamos gobernando este país en nombre de la clase obrera, de las clases trabajadoras.

El partido nuestro tiene que ser un partido organizado con métodos marxistas, no con los métodos de Luis XIV — vuelvo a repetir esta frasecita que la he dicho en algunas reuniones — . Los métodos de Luis XIV son: El partido soy yo, «pum», «pum», y empiezo a señalar los miembros del partido. No, eso no es centralismo democrático, ni cosa que se parezca; centralismo democrático es una cosa muy distinta, es una dirección que organiza un partido con métodos marxista-leninistas, de selección, de trabajo. ¿Qué busca? Busca agrupar dentro de ese partido a lo mejor del pueblo, a lo mejor de la clase obrera. Lo mejor de los trabajadores del país debe estar en ese partido. ¿Quiénes? Los obreros modelos, los modelos de trabajadores, que los hay a montones.

Es decir, que el primer requisito para ser del núcleo, es ser un trabajador ejemplar. No se puede ser un constructor del socialismo ni un constructor del comunismo si no se es un trabajador ejemplar. Nadie que sea un vago, un holgazán, tiene derecho a estar dentro del núcleo revolucionario.

Ahora bien, eso no es suficiente. La experiencia que hemos tenido en esta asamblea nos ha ilustrado con muchos ejemplos interesantes. Tiene que ser un trabajador ejemplar, pero además tiene que aceptar la Revolución socialista, tiene que aceptar la ideología de la Revolución, tiene que desear — desde luego — pertenecer a ese núcleo revolucionario, aceptar las responsabilidades que impone ser del núcleo revolucionario; pero es necesario, además, una vida limpia. Es decir: no haber estado al servicio de la tiranía como soldado, como policía. Claro, hay casos en que son gente del ejército que estuvieron presos mucho tiempo. Esos son casos distintos.

Hay casos especiales, que no son, desde luego, el caso de Garrucho, por supuesto. Garrucho estuvo de concejal hasta el final, y yo creo que es un héroe, porque para estar pasándose por batistiano tanto tiempo — si no se era de verdad — hay que ponerle una medalla.

Lo que quiero decir es esto: una vida limpia, no tener antecedentes de mujalista, de batistiano, de haber estado militando en el PAU, en el PUR, en las fuerzas armadas de la tiranía, en el SIM, en esos organismos. Tiene que ser una vida limpia de manchas la de ese obrero.

Esto es interesante, porque en una asamblea, recientemente, es… creo que fue en la ferretería esta… Aspuru, se está procediendo en una asamblea y la masa está señalando obreros modelos, porque la masa tiene una percepción, un espíritu de justicia, que siempre, en las dos asambleas en que nosotros estuvimos y en todas las demás, siempre señala a algún viejo militante la masa, porque se destaca como gran comunista, como magnífico trabajador.

La masa tiene un gran espíritu de justicia. A veces señala a alguien que tiene antecedentes negativos; siempre se pregunta a la masa si alguien conoce antecedentes, e inmediatamente la masa señala. Se han dado casos de trabajadores ejemplares que tienen antecedentes, algunos antecedentes infortunados; desgraciadamente para eso… Pero en este caso se dio en esa asamblea el caso de que la masa señalaba a un señor como trabajador ejemplar. Se para un obrero de la masa y dice: «Este fue mujalista». Entonces el hombre se defendió: entonces dijo que él no era mujalista, que él sí confesaba que había sido simpatizante de Batista. Y todavía la masa opinaba que debía ser del núcleo; esa es una masa que está confundida, que hay que orientarla. Es decir, hay que explicarle; no puede ser ese hombre del núcleo, porque quien diga que simpatizaba con Batista está diciendo que simpatizaba con todos los crímenes, todos los asesinatos, todas las torturas que Ventura, Carratalá y todos aquellos criminales cometieron. A esa masa hay que discutirle entonces; esa es la función orientadora de los organizadores del partido, y decir: no.

Porque, desde luego, la masa no va a elegir el núcleo. El partido no es un partido de elección: es una selección que se organiza mediante el principio del centralismo democrático. Ahora, hay que tener en cuenta la opinión de la masa. Es muy importante que los que pertenezcan a ese núcleo revolucionario tengan pleno apoyo de la masa, extraordinario prestigio en la masa.

Nosotros hemos presenciado casos verdaderamente emocionantes. Hemos llegado a una asamblea, hemos pedido una lista de 15 compañeros que la masa señale a quiénes consideran trabajadores ejemplares. Se han parado allí y han propuesto ciertos nombres. Hay muchos métodos para inventar trucos, engaños, asambleas preparadas. El método de un asambleísta habilidoso impide todo eso. Señalaban a un obrero, a un compañero joven, negro. Este compañero, cuando les preguntamos: «¿Ustedes creen que queda algún nombre aquí que de verdad sea una pena que no esté en esa lista, por sus méritos?» Juan Antonio Betancourt creo que se llamaba. Lo señalan: se para aquel obrero modestísimo, callado, apenado, en una tarima. Y empiezan a decir: «¿Por qué ustedes creen, compañeros, que este es un obrero ejemplar?» Y empiezan a explicar, un obrero con toda honestidad dice:

Mire, yo era un obrero insatisfecho, descontento con la Revolución. A mí me trasladaron a este centro de trabajo. El compañero Juan Antonio se acercó a mí, muchas veces habló conmigo. Me explicó, me volvió a explicar. Tanto hizo, se portó tan bien, fue tan buen compañero, lo vimos trabajar siempre con tanta firmeza a este compañero, hacer tantos actos; aún estando enfermo este compañero siempre viniendo al trabajo, que logró convencerme, persuadirme. Hoy soy un trabajador que comprende la Revolución, que está con la Revolución y que defiende la Revolución.

Se para otro compañero, y dice:

Mire, yo quiero abundar en eso. Yo era un trabajador ausentista de este centro de trabajo. Yo me quedaba a trabajar en la calle, porque ganaba más dinero, dos o tres pesos más trabajando en la calle. Juan Antonio se acercó a mí. Todos los días conversó conmigo. Me explicó que perjudicaba a la Revolución, que mi actitud no era honesta, que perjudicaba a este centro de trabajo, que perjudicaba a la clase obrera, que perjudicaba a mi patria. Y entonces yo no volví a faltar nunca más a mi centro de trabajo. No volví a ser un obrero ausentista.

Se paró otro y dijo: «Juan Antonio padece de las encías; tiene tal y más cual problema; y a veces ha estado con la cara 15 días hinchada y no ha faltado nunca a su trabajo.»

Se ha parado otro obrero y ha dicho:

Este compañero era pintor, después pasó a una oficina. Un día llegamos con 15 carros aquí que había que pintar, que era urgente preparar esos carros. Y este compañero dijo: No se preocupen, dejen que yo termine el trabajo. Terminó en la oficina, fue, pasó interminables horas hasta que tuvo listos todos los carros, terminados ya. Y este compañero lo mismo trabaja 15 que 20 horas.

Cuando la masa estaba explicando aquellas virtudes, aquellas características de aquel obrero, era verdaderamente impresionante las cosas que se decían: aquel reconocimiento. Le pregunto entonces yo a un obrero: ¿Qué cree usted de este obrero? ¿Usted cree que este obrero es mejor que usted? Y dice: «¡Diez veces mejor que yo!», me dice un muchacho joven. ¿Y usted aspira a ser como él, usted cree que llegue a ser como él? Y dice: «Quizás sí, quizás yo, si me supero, si trabajo, quizás algún día yo llegue a ser tan buen trabajador como él.»

¡Esos son los hombres que nosotros tenemos que tener reclutados! Si ese es un obrero limpio, un obrero sin antecedentes de batistiano, y sin antecedentes de mujalista, sin antecedentes negativos, a ese hombre tenemos que ganárnoslo, educarlo en la escuela, enseñarle el marxismo-leninismo, porque esa es la materia prima más pura, más valiosa para hacer de él un constructor del socialismo, un constructor del comunismo

¿Cómo se puede construir el socialismo y el comunismo, que significan trabajo, darse por entero al trabajo de la sociedad, sin hombres que estén dispuestos a trabajar las horas que sean necesarias, hacer el esfuerzo, van enfermos, no faltan a su trabajo, ese tipo de obreros de los cuales las masas pudieran presentarnos tantos ejemplos?

Ese tipo de obrero que es miliciano, que no falta un día al corte de caña, que no se pierde una guardia, que es un compañero que persuade a los demás, al cual toda la masa lo reconoce como un héroe del trabajo, como un ciudadano ejemplar. Esos hombres tenemos que reclutarlos, reclutar a todos los buenos revolucionarios, viejos o nuevos.

¿Cómo vamos a dejar a la masa fuera? ¿Cómo vamos a divorciarnos de las masas? Entre los viejos hay muchísimos obreros ejemplares que las mismas masas señalan. Hay otros que ya no son obreros ejemplares, no tenemos por qué oponernos, porque ser comunista no es un título nobiliario ni hereditario; ser comunista es una actitud ante la vida, y esa actitud tiene que ser la misma desde el primer día hasta el mismo momento de su muerte. Ser comunista es una actitud; cuando se abandona, aunque se haya sido comunista, ya no es una actitud comunista ante la vida, ante la Revolución, ante su clase, ante su pueblo. Y entonces, ¡no convirtamos nosotros eso en un título hereditario!

Hemos caído en ese problema, hemos caído en problemas de castas, no en problemas de clases. Compañeros. No abandonemos el principio de la clase, para caer en problemas de castas, en títulos nobiliarios, en privilegios, en sectarismos, compañeros. Todo buen marxista, todo buen comunista tiene que comprender esto.

¿Con qué espíritu nosotros hacemos estas críticas? ¿Es que nosotros queremos cambiar una opinión, crear una opinión negativa respecto a los viejos compañeros comunistas? No, compañeros, jamás. Al contrario, nosotros creemos que tantos y tantos buenos comunistas no acarreen con las culpas y con el desprestigio que ciertos métodos, que malos métodos, métodos que no son comunistas, sectarismo que no es marxista ni es leninista, hacen acarrear incluso sobre los mejores comunistas; porque esos métodos entonces crean el descrédito y tienden a generalizarse. Y tienden las masas a ver en un comunista a un tipo como aquel malo, no un tipo como aquel bueno, como aquellos buenos, como tantos buenos militantes del marxismo.

Nosotros hacemos esta crítica, autocrítica de críticas, en la cual todos tenemos culpa de la forma en que se han desarollado los acontecimientos, sencillamente para superar estos errores, para que la Revolución se libere de esos errores; para que vayamos a la formación de un verdadero partido de vanguardia, una verdadera organización marxista-leninista, que marche a la cabeza de la clase obrera.

Que no se confundan las funciones de esa organización con las funciones del aparato administrativo del Estado. Resulta que nosotros habíamos establecido un principio de injerencia en todos los niveles que estaba liquidando el aparato del Estado socialista. Y el Estado socialista tiene que funcionar con gran eficiencia. ¿Cómo vamos a liquidar ese aparato? ¿Cómo vamos a crear esa confusión? Nosotros tenemos que salir de esa confusión.

¿Cuál debe ser nuestra actitud ante los viejos comunistas? Debe ser una actitud de respeto, de reconocimiento a sus méritos, de reconocimiento a su militancia. Esa debe ser nuestra actitud. ¿Cuál debe ser la de él? La de la modestia. ¿Cuál debe ser la de un revolucionario, la de un combatiente? La de la modestia. Un combatiente de la Sierra, de la clandestinidad: la de la modestia, tiene que ser la de la modestia revolucionaria. Hay que acabar con aquello de que «yo estuve aquí, yo estuve allá».

Eso lo planteamos nosotros en el mes de diciembre, y hay que salirle al paso al que venga sacando sus historias, dondequiera que esté. ¿Por qué? Yo he tratado duro aquí a un compañero y digo que estuvo debajo de la cama. ¿Por qué le aplico ese criterio a ese compañero? Porque entiendo que un tipo que actúa con tales procedimientos no puede ser un buen revolucionario, sino que es un completo oportunista. ¿Quiere decir que todo el que no haya peleado se quiere decir que estuvo debajo de la cama? ¡No! ¡Qué no se confunda! Digo que aquel oportunista sí, aquel oportunista estuvo debajo de la cama, no se puede llamar de otra manera, porque un individuo que actúa de esa forma, es un individuo que estaba agazapado, lleno de ambiciones, corrompido.

No se trata de eso. Nosotros volvemos a insistir en que no debe separar a nadie lo que hizo atrás de lo que no hizo, compañeros. Eso puede servir de cierta referencia, de cierta cosa: pero señores, ¿qué es la Revolución?

La Revolución está por encima de todo lo que habíamos hecho cada uno de nosotros; está por encima y es más importante que cada una de las organizaciones que habían aquí, 26, Partido Socialista Popular, Directorio, todo. La Revolución en sí misma es mucho más importante que todo eso.

¿Qué es la Revolución? La Revolución es un gran tronco que tiene sus raíces. Esas raíces, partiendo de diferentes puntos, se unieron en un tronco; el tronco empieza a crecer. Las raíces tienen importancia, pero lo que crece es el tronco de un gran árbol, de un árbol muy alto, cuyas raíces vinieron y se juntaron en el tronco. El tronco es todo lo que hemos hecho juntos ya, desde que nos juntamos; el tronco que crece es todo lo que nos falta por hacer y seguiremos haciendo juntos.

Llegará un día, compañeros, — piensen bien esto, que es fundamental, piensen bien esto — que lo que hemos hecho atrás será menos importante, lo que hemos hecho cada uno por nuestra cuenta será menos importante que lo que hemos hecho juntos. Llevémonos esta idea. Dentro de 10 años, dentro de 20 años, tendremos una historia común de haber hecho esto, y ya nadie estará hablando de lo que cada cual hizo por su cuenta, en el Partido Socialista, en el 26, en el Directorio, en el otro lado; ya serán como las raíces que vienen de atrás, que quedan lejos. Lo importante es lo que estamos haciendo ya como un tronco, donde nos hemos unido todos.

Y eso nosotros lo hemos dicho, ¿qué hemos hecho juntos? Muchas cosas hemos hecho juntos. ¿Se podrá desconocer la importancia de la lucha contra el imperialismo, la batalla contra los enemigos en Playa Girón, que fue un crisol que nos unió a todos allí, al día siguiente de haber proclamado la Revolución socialista, todos juntos, comunistas viejos, comunistas nuevos, ciudadanos que no eran ni viejos ni jóvenes en estas cosas, gente de la masa, héroes anónimos. Véanse las fotografías de los que murieron; más de 100 hombres que cayeron, dieron su vida por esto. Los unió la grandeza de la hora, los unió el sacrificio.

Lo importante no es lo que hayamos hecho cada uno separados, compañeros; lo importante es lo que vamos a hacer juntos, lo que hace rato ya que estamos haciendo juntos; y lo que estamos haciendo juntos nos interesa a todos, compañeros, a todos por igual. ¿Quién será tan insensato que no le preocupe lo que todos estamos haciendo juntos, lo que le beneficia, lo que le perjudica? ¿Quién será tan idiota que no comprende esas cosas? Es una realidad tangible; nosotros tenemos que rectificar estas cosas. ¿Qué quiere decir esto? ¿Que se va a colar el oportunista ahora? No. Miren, compañeros: hay que ponerles una doble línea de trincheras frente a los oportunistas, para que no se cuele un oportunista; aquí no hay brecha. ¿El farsante, el intrigante, se va a colar por alguna brecha? Aquí no hay brecha, ¡aquí tiene que haber más unión de todos, de viejos y nuevos!

Sencillamente, tenemos que aplicar métodos marxista-leninistas a nuestro trabajo; seguir una política de métodos y una política de principios. Una política de métodos y de principios es la única política correcta, la única política que garantiza a todos; se sienten todos seguros. Aquella política sectaria amenazaba con barrer; ya nadie se sentía seguro en virtud de aquel sectarismo; muchos compañeros veían por dondequiera una serie de actos completamente sectarios, nadie se sentía seguro. ¿Por qué? Porque no era una política de principios, porque no era una política de métodos correctos. Una política de principios, una política de métodos correctos es garantía para todos los revolucionarios, seguridad. No se trata de que los amigos míos, o del otro entren. No es una política de amigos. No es una política de incondicionales. No es una política de gente amaestrada, ni de gente sumisa.

¡¡No!! Un partido marxista-leninista, vanguardia de la clase obrera, es una libre asociación de revolucionarios, donde todos los revolucionarios siguen una política de método, de principios, política que garantiza a todos por igual, al que trabaja, al que cumple. Política que garantiza a todos contra la injusticia, contra el abuso de poder, contra la discriminación, contra el maltrato, contra todas esas cosas, que todos se sientan por igual garantizados, el nuevo, el viejo.

¿Quiere decir que al ir a enmendar estas cosas, vamos nosotros a «pum pum», y empezar a quitar y botar? ¡No, compañeros, nada de eso! Es que incluso pueden estar cuantos viejos militantes sean necesarios, si la Revolución estimara ponerlos, ¡ponerlos como política de toda la Revolución, no como política de tendencia, no como línea de tipo personalista! ¡¡No señor!! Nosotros tenemos sencillamente que rectificar todo esto como debemos rectificarlo, ganando de esa rectificación, saliendo más unidos, saliendo más fuertes; ver quién sirve, ver quién no sirve y que sea la calidad, la calidad del trabajo la que diga la última palabra.

Ahora, ¿cómo hay que ser con un marxista, viejo o nuevo? Más duro que con el otro. ¿Con quién hay que ser más exigentes? Con el miembro de la organización; ¿cómo vamos a ser menos exigentes con el miembro de la organización que con el que no lo es? ¡No, no!, es doblemente culpable el marxista, el miembro de la organización que comete una falta. Y hay que ser inflexible con esa falta, hay que exigirle responsabilidad; de manera que la gente vea que venir a esta organización no significa un privilegio, un placer, prebendas, mangonismo, mercedes de ninguna clase, ¡¡no!! Que todo el mundo esté consciente que venir a esta organización puede significar un gran honor, pero significa sacrificio, más sacrificio, más trabajo que los demás, más abnegación que los demás, menos privilegios que los demás. Eso es lo que tiene que ser la organización para que los buenos, para que los mejores vayan, para que los que no sirven no estén ahí, para que no se filtre ningún elemento negativo, ningún oportunista. ¡Qué va a ir el oportunista! El oportunista va allí donde hay ventaja, allí donde hay privilegio, pero allí donde hay sacrificio, allí donde hay trabajo, allí donde hay que hacer un esfuerzo de calidad, allí no va el oportunista, el oportunista se va para su casa.

Esto no quiere decir que vengan masivamente, ¡no!, la organización tiene que ser una organización muy selecta de los mejores, en todos los órdenes. Esa es la organización que tenemos que hacer. Con respecto a los viejos compañeros, respeto, el mejor trato, la confianza. ¡No se olviden que un sectario puede ser incluso un gran compañero, que haya sido inoculado por el virus del sectarismo, que haya sido arrastrado a una política sectaria, insuflada desde una posición determinada!

Y les voy a poner un ejemplo: en la universidad se cometió un gravísimo acto de sectarismo, de dogmatismo, cuando le suprimieron al compañero Echeverría tres líneas de su testamento. Nosotros protestamos agriamente. ¿Qué resultó ser? ¡Pues, un buen compañero! El compañero que había sido responsable de eso es sin duda de ninguna clase un buen compañero, el compañero Ravelo. Y sin embargo, ¿por qué cometió ese error? Eso demuestra que es la influencia de una línea, de una línea personal, de una política insuflada, de una actitud errónea, que se generalizaba bastante. Ese compañero es un buen compañero. Reunida toda la universidad, se hizo una autocrítica seria, honesta y salió con más prestigio de la universidad del que tenía posiblemente el día que se le hizo la crítica. ¿Por qué? Porque tuvo una actitud honesta, las masas lo reconocieron. Y es un buen compañero.

Es que un individuo que haya cometido un acto de ese tipo no es un traidor a la Revolución, no es un enemigo de la Revolución; le estaba haciendo daño a la Revolución inconscientemente. Estoy convencido de que la inmensa mayoría de los casos eran actos inconscientes, consecuencia de una política insuflada de determinada posición por un compañero que sí es responsable, muy responsable de esa política, porque fue tolerante, fue condescendiente, practicó esa política, que condujo a una actitud bastante generalizada de sectarismo.

Entonces, ¿cuál debe ser nuestra actitud? Debe ser una actitud no de reserva para el viejo militante, sino de confianza para el viejo militante. Y yo voy a poner un ejemplo: en mi escolta hay muchos viejos militantes y yo no pienso quitar a ningún viejo militante de mi escolta, porque les tengo confianza plena a esos compañeros. Con eso quiero decir cuál tiene que ser la actitud de verdadera confianza, es decir, que ahora no vayamos a caer en el sectarismo opuesto ¡No podemos caer en eso! Porque si nosotros vamos a rectificar errores, no podemos caer en otros errores, y tenemos que estar muy alertas, muy vigilantes y tengan la seguridad que nosotros combatiremos con toda energía cualquier manifestación de sectarismo, de cualquier tipo, ¡la combatiremos con toda energía y por todos los medios! La vamos a combatir por radio, por televisión, por periódicos, vamos a acusar a quien sea que a nuestro entender haya incurrido en un acto de sectarismo, de injusticia, de discriminación, de reserva, de desconfianza para cualquier compañero, de cualquier tipo, parta de quien parta. Esa será nuestra actitud. Creo que es la única actitud honesta, la que debemos seguir, la que les dará garantías a todos los compañeros, la que permitirá superar estos errores, la que permitirá que la Revolución salga fortalecida, compañeros, salga engrandecida de esta crítica. ¡No importa lo que digan nuestros enemigos! No importa que se quieran banquetear mañana, no, eso no importa. Ellos saben que están perdiendo; desde este mismo momento que empezamos a subsanar errores serios, que las masas comprenden esto, que las masas lo entienden, que las masas son justas.

Ellos serán impotentes ante una organización, ante un pueblo, ante un gobierno revolucionario, que tiene la honestidad de analizar, de reconocer los errores que se han cometido en la Revolución, el valor de rectificarlos y de rectificarlos con equidad, de rectificarlos con serenidad, de rectificarlos con espíritu de justicia.

Nosotros hemos sido duros hoy, entendíamos que era necesario serlo, que era útil serlo, que era sano serlo. Porque entendemos, compañeros, que a partir de este momento, compañeros, debe cesar definitivamente toda diferencia entre viejo y nuevo, entre la sierra y el llano, el que tiró tiros y el que no tiró tiros, el que estudió marxismo y el que no estudió marxismo antes. Que a partir de este momento nosotros tenemos que ser una sola cosa. Y más que estar mirando hacia atrás, como aquella mujer que dicen que se quedó mirando para… que dice la Biblia, que se quedó mirando para el lago aquel, que aquella ciudad que se había hundido y se quedó convertida en una estatua de sal.

¡Nosotros no podemos estar convertidos en estatua de sal, mirando hacia atrás lo que hemos hecho, contemplando, recreándonos en lo que hemos hecho, nosotros debemos mirar hacia adelante, compañeros!

Esa es la única actitud que nos corresponde a todos, a todos los hombres honestos, a todos los revolucionarios honestos, viejos y nuevos, sin reserva, sin resquemores, sin desconfianza de ninguna clase, abrazados todos a nuestra causa, a nuestra Revolución, a la misión histórica de esta Revolución; al marxismo-leninismo, que es la ideología de la clase obrera, que es una ciencia; al marxismo- leninismo que tiene todo el atractivo que tiene una verdadera teoría revolucionaria, una verdadera ciencia revolucionaria, extraordinariamente rica, de la cual podemos sacar nosotros extraordinarios conocimientos, en la cual tenemos un extraordinario instrumento de lucha, una incomparable causa, la mejor causa por la cual luchar, la mejor causa por la cual morir, ¡una causa que no podrán identificarla jamás, sino con el espíritu más entrañablemente humano, más entrañablemente justo, más entrañablemente generoso, más entrañablemente bueno!

Los enemigos tratan de pintar al marxismo como algo malo, como algo injusto. Que no puedan jamás confundir a las masas con los errores de los que actuan mal, con los errores de los que se equivocan.

Nuestro pueblo tiene hoy la fortuna de contar, no solo con una Revolución triunfante, con un poder cimentado en las masas, tiene la fortuna de contar con una ideología revolucionaria, incontrastable, invencible, superior mil veces, superior infinitamente a la ideología de los reaccionarios, de los explotadores, ¡una ideología enriquecida por un siglo de luchas, de sangre obrera, de sangre proletaria, de sangre de héroes, derramada defendiendo la causa de la justicia, defendiendo la causa de la igualdad entre los hombres, defendiendo la causa de la hermandad entre los hombres! ¡Esa es nuestra causa, esa es nuestra bandera. Por ello debemos sentirnos orgullosos, orgullosos de ser marxista-leninistas, orgullosos de ser honestos, orgullosos, orgullosos, compañeros, de tener el civismo y la honradez de discutir así, públicamente, nuestros errores, de discutirlos como los hemos discutido, colectivamente, de resolverlos, como lo hemos resuelto, colectivamente, de comparecer, como estamos compareciendo ante las masas para explicarles — explicarles en líneas generales, lo fundamental — , las medidas tomadas, la separación del compañero que hemos considerado culpable de estos hechos, de la Dirección y de la Secretaría de Organización; las medidas que hemos tomado, la ampliación de esa Dirección Nacional, para que estén comprendidos todos los nombres históricos; todos los compañeros que por sus méritos, de una u otra forma, son dignos de pertenecer a esa Dirección Nacional! ¡Hacer lo mismo en todos los niveles, eso nos fortalecerá, eso hará más poderosa nuestra Revolución, hará más firme la fe del pueblo en la dirección revolucionaria, hará más grande la confianza de los revolucionarios de todos los pueblos del mundo en nosotros, hará más grande la confianza de todas las organizaciones revolucionarias de la América Latina en la Revolución cubana! Porque esto le dará el prestigio a la Revolución cubana, el saber rectificar; le dará a la Revolución cubana toda la fuerza que tienen las organizaciones cuando saben depurarse de los males, cuando saben curarse de sus males, de sus errores, cuando saben superar esas dificultades.

¡Tengan la seguridad, compañeros, que así, así será invencible nuestra Revolución! ¡Tengan la seguridad compañeros, tengan la seguridad que así no habrá fuerza en el mundo que pueda jamás derrotar nuestra Revolución! Y repito aquí lo que dije una vez cuando llegamos a la capital de la República:

hemos vencido nuestros propios obstáculos, no nos quedan más enemigos que nosotros mismos, que nuestros propios errores; solo nuestros propios errores podrían destruir esta Revolución.

¡Lo repito hoy, mas digo que no, que no habrá error al que no le salgamos al paso y que por lo tanto no habrá error que sea capaz de destruir la Revolución! ¡No habrá errores que no sean superados y nuestra Revolución será por eso invencible!

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Revista digital y plataforma de pensamiento para debatir el proyecto de la Revolución Cubana, su relación con prácticas políticas de hoy, sus futuros necesarios