Salvo nada. Hasta en los trabalenguas lógicus-philosophicus de MR hay poesía. Del absurdo, claro. Y siempre y cuando otorguemos el status de poético a lo que no es sino engaño estructural.

El problema de mentir tanto, nos lo dijo una vez alguien, no es que la ficción construida trola sobre trola se derrumbe por una pérdida momentánea o fatal de la memoria -recuerden aquel despiste o lapsus de categoría paradigmática cometido por la que hoy es, ¡premio!, Ministra de Defensa-.

Qué va. El verdadero y esencial problema de la mentira permanente es la vil condena a la que queda abocada gran parte de la humanidad cuando, decantándose por la credulidad, firma la garantía absoluta e integral de que todo su contacto con la realidad será una pura coincidencia.

Pero por suerte, y nunca se piense que por desgracia, también se encuentran quienes cuando tras escuchar declaraciones como “Todo lo exagerado acaba por ser irrelevante”, reconocen inmediatamente cuál es la cara B de la realidad que se pretende ocultar -“Todo lo relevante lo quiero convertir en trivial”.

Volvamos a recordar, no obstante, los papeles en los que MR se vio envuelto nada más llegar al ejecutivo español. Al margen de que unos detalles -relevantes o no, concedamos nuevamente una disputa acerca de lo que es la realidad- pudieran tambalear legítimamente la estabilidad institucional, ¿acaso no estuvo desde dicho momento la democracia española secuestrada en cierto modo? Siendo así, ¿no habría sido falseada una parte crucial y fundamental de nuestra realidad?

Al final, el problema más grave será que nadie reconozca en la democracia, en el carácter “real” de la Monarquía o en la independencia del poder judicial, la autenticidad de la realidad. Entonces, el problema de mentir tanto, la inevitabilidad y la necesidad cada más frecuente y urgente del acto de mentir, será el camino que lenta y pesadamente acabará conduciéndonos a todos hacia la solución definitiva y final; simplemente, decir la verdad.