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Alienación, neo-televisión y nuevas luchas de clase

Fuentes: Rebelión

Para decirlo de una manera llana, alienación es el proceso ideológico mediante el cual un individuo -o colectivo- se ve forzado a alterar y trastornar su conciencia de clase y su manera típica y humana de reaccionar, hasta el punto de tornarla inconciliable con aquello que debía mínimamente esperarse de su condición. La voz «alienación» […]


Para decirlo de una manera llana, alienación es el proceso ideológico mediante el cual un individuo -o colectivo- se ve forzado a alterar y trastornar su conciencia de clase y su manera típica y humana de reaccionar, hasta el punto de tornarla inconciliable con aquello que debía mínimamente esperarse de su condición.

La voz «alienación» proviene del griego, alieno, que traduce ajeno, extraño, fuera de sí. Estar o vivir alienado presume así estancarse en un espacio vital de embriaguez, de aletargamiento o morfina existencial.

La televisión en general y, más precisamente la neo-televisión de ficción, y en particular los productos etiquetados bajo el remoquete de «películas desastre» ofrecen hoy día millares de ejemplos en este sentido.

¿Pero cuál es este prototipo básico de sujeto modelado desde los mass-media globalizados en este nuevo tipo de representaciones audiovisuales? Echemos una ojeada:

Los sujetos personificados en este tipo de relato de ficción televisual son gente común y corriente, aunque por lo general sean -o aparenten ser- blancos y adinerados. Ahora bien, merced a una circunstancia por lo común traumática e inesperada: (tsunami, terremoto, maremoto, plaga, ataque terrorista o de país enemigo, o incluso, invasión extra-terrestre o, últimamente también, irrupción de espectro fantasmal), gran parte del colectivo en medio del cual vive este sujeto-protagonista, cae en una situación visiblemente incontrolable o de pseudo-éxtasis y enajenación.

Entonces, un pequeño y muy especial puñado de ciudadanos decorosos, valientes y desprendidos, presuntamente comunes -pero dotados de condiciones y virtudes que los transforman en héroes y heroínas del relato-, se lanzan a acometer la empresa homérica -y en ocasiones sobre-humana- de salvar de la catástrofe general y del total contagio colectivo, a la comunidad, la nación y hasta, en oportunidades, al planeta entero.

¿Cómo lucen estos sujetos? Son indiscutiblemente blancos, de origen europeo, angloparlantes, muchos son protestantes y profesionales y, no podía faltar: casi todos son de nacionalidad estadounidense. Y tal como cabria esperar, la salvación del colectivo mayor pasa, casi siempre por permitir que al héroe o heroína del relato se le consienta primero salvarse a sí mismo (marca individualista) y a la propia familia o amigos más cercanos (seña de neo-tribu), en la certeza de que estos se erigirán de seguro a la postre en protagonistas o activos colaboradores del socorro del resto de la colectividad/ humanidad hipnotizada, gravemente en riesgo.

Este sujeto colectivo perturbado (hordas generalmente salpicadas de africanos, asiáticos, latinos o población «white trash» o «blancos basura»), de forma inexplicable y acelerada trastorna sus hábitos cotidianos y los resultados de su accionar en el mundo. No es raro así ver a estos sujetos vagabundear como autómatas, carentes de sentido del tiempo y de las normas sociales, por lo que es común observarlos perpetrar actos de ratería, estafa, asechanza, agravio y hasta tortura e inmolación de seres desvalidos: mujeres, niños, ancianos, mendigos y hasta de candorosas mascotas.

El sustrato argumental de estos seres maniqueos y perniciosos tiene la función de dejar en claro a todos los espectadores, quiénes son los manifiestamente malos, decadentes, enfermos y hasta psicópatas de relato. Y, por ende, subraya qué privilegios pueden -y deben necesariamente subrogarse- los osados protagonistas para salvaguardar al resto del colectivo/ humanidad, muchas veces incluso de los mismos sujetos robotizados que se empeñan en conspirar contra la salud del propio mundo en que coexisten.

Como efecto de este extrañamiento radical (que le imposibilita ver claramente quién es y de dónde viene), el sujeto alienado-perturbado de estos relatos generalmente pierde total o parcialmente su nexo con las relaciones y productos del trabajo, el dinero, las relaciones sociales, la familia, tornando todo cuanto le rodea en un mundo incomprensible, autónomo, maquinal, absurdo, que lo sojuzga y coacciona.

Justamente por ello, un grupo creciente de personas que lo rodean, va siendo y cayendo rápidamente «contagiado» de esta condición anormal, cruel, irreflexiva, en pocas palabras, a-humana.

El relato alcanza su clímax cuando una serie angustiosa y límite de eventos coloca al protagonista -y eventualmente sus acompañantes- al filo de salir derrotado luego de haber vencido una retahíla de pruebas en extremo peligrosas. Pero el héroe o heroína de pronto se recuperan, y salen finalmente airosos. Su victoria se traduce en una recuperación de la normalidad, si no de todos, por lo menos de la gran mayoría de habitantes de la ciudad o comunidad referenciada.

En conclusión, el sujeto caucásico, adinerado, educado y dotado de una inteligencia, una condición moral y una resistencia física superiores, termina enfrentado la catástrofe y emancipando a una horda usualmente compuesta de negros, mujeres, asiáticos, latinos o espectros que habían propiciado la catástrofe, o intentaban aprovecharse de un incidente trágico para apoderarse del control del mundo a objeto de humillarlo, degradarlo y prostituirlo y, en definitiva, acabarlo.

Tal como lo ha visto Ignacio Ramonet, el objeto fóbico que introduce este tipo de relatos busca conjurar una situación de alto estrés societario incapaz de ser resuelto mediante el empleo de políticas públicas que no sean las de murmuración y la alienación de la sociedad en su conjunto de los problemas reales que la aquejan.

Tal como lo afirma David Brook en un reciente articulo publicado en La Jornada de México y luego en Rebelión.org este pasado 03 de enero del 2008, desde las últimas décadas pero en especial, hoy día, más del 50% de los estadounidenses dice estar sobrellevando una aguda secesión económica que se expresa entre otros indicadores, en pérdida acelerada de sus casas producto de una política de otorgamiento de deuda hipotecaria acelerada evidentemente no sustentable.

Mientras, uno de cada diez ciudadanos de EEUU pasa hambre y el resto declara tener un estándar de vida inferior al que sus padres tuvieron hace 30 años, los ingresos de las capas adineradas continúan prosperando; y la banca junto con el emporio industrial-militar prosiguen registrando alucinantes incrementos de lucro año tras año.

Más de la mitad de los estadounidenses opina así que ya hoy se encara una recesión económica en su país, miles están perdiendo sus casas en una profunda crisis de deuda hipotecaria, uno de cada 10 padece hambre, los ingresos reales para la gran mayoría de los trabajadores no han mejorado en más de 30 años. Pero, eso sí, los ricos están mejor que nunca -o sea, el sistema capitalista sigue funcionando como un reloj suizo.

La economista Laura Tyson, ex jefa del Consejo de Asesores Económicos del ex presidente Bill Clinton, pronosticó hace poco que seguramente se tendrá que encarar hasta un millón de anulaciones de hipotecas en los próximos dos años.

Todo esto coincide con una desaceleración en la creación de nuevos empleos en sectores como construcción, por ejemplo, y con una pérdida paulatina pero estructural de la capacidad adquisitiva general, tornándose este problema en el principal tema del electorado.

Así, mientras el ciudadano estadounidense medio intenta asimilar -y procura articular algún tipo de respuesta de clase-a los malestares presentes y sacudones latentes de esta situación, los grandes consorcios del entretenimiento y la comunicación, comenzando por Hollywood, hacen su trabajo contra viento y marea.

Esto es: distraer y entretener, confundir a la gente, reencauzando el malestar general y la impotencia represada hacia catástrofes imaginarias y calamidades fantasmales que faciliten hacer catarsis -postulando, desde luego, revoluciones de vuelta a la «normalidad capitalista» – en los terrenos inocuos de la ficción.

Precisamente aquello que le está taxativamente negado a las clases proletarias del Imperio transformar en su realidad jurídico-política y económico-social.

Esto es lo que ha acuñado el Imperio y sus vasallos políticos y académicos como «políticas del miedo». Es decir, respuestas -de clase- de la dominación para atajar la incertidumbre general -de los proletarios dominados-, canalizándola hacia visiones idílicas de certidumbre y confort a cambio de una hipotética garantía de estabilidad.

Ciertamente, todo esto no es gratis. El ciudadano de a pie debe ceder a cambio al Estado neoliberal todo un conjunto de derechos humanos básicos histórica y arduamente conquistados.

A la sazón, el Imperio ha construido una serie de retóricas globales sobre la certidumbre, la exclusión, la sospecha y la delación generalizada.

Del otro lado de la ecuación están los movimientos sociales y políticos de la periferia capitalista, con sus praxis orientadas a construir unas políticas del sentido, la inclusión, la creatividad, la recuperación de la historia de las luchas de clase en los contextos planetario, nacional y local, la profundización de la democracia, y la no aceptación del chantaje del miedo para dimitir ante el Ogro pseudo-filantrópico capitalista mundializado una parte grosera de los derechos de primera, segunda y tercera generación trabajosamente conquistados.

Se sigue así por qué el historiador inglés Lord Acton avizoraba ya desde el siglo XIX, esta propensión de gobiernos y gobernantes a gestionar calamidades mientras hacían tiempo para maquillar balances y encubrir bancarrotas.

Gustaba menudear Acton: «Si alguna gran catástrofe no es anunciada cada mañana, sentimos un cierto vacío. Y gruñimos molestos: no hay nada en el periódico de hoy».

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