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Cómo la verdad cae por el agujero de la memoria

Fuentes: Zmag

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Uno de los dirigentes de las manifestaciones en Gaza pidiendo la liberación del periodista de la BBC Alan Johnston fue un camarógrafo de noticias palestino, Imad Ghanem. El 5 de julio fue alcanzado por las balas de soldados israelíes mientras los filmaba cuando invadían Gaza. Un vídeo de Reuters muestra cuando las balas daban en su cuerpo mientras estaba por tierra. Una ambulancia que trató de ayudarle también fue atacada. Los israelíes lo describieron como «objetivo legítimo.» La Federación Internacional del Periodistas calificó el tiroteo de «un ejemplo cruel y brutal de ataque deliberado contra un periodista.» A los 21 años, le han sido amputadas ambas piernas. El doctor David Halpin, un traumatólogo británico que trabaja con niños palestinos, envió un correo al editor para Oriente Próximo de la BBC, Jeremy Bowen. «La BBC debiera honorar a Alan [Johnston] como periodista, informando sobre la realidad, por incómoda que sea para Israel.» No recibió respuesta. En BBC online informaron en dos frases sobre la atrocidad. Junto con 11 civiles palestinos asesinados por los israelíes ese mismo día, el defensor, ahora sin piernas, de Alan Johnston cayó en lo que George Orwell llamó en «1984″ el agujero de la memoria. (La tarea de Winston Smith en el Ministerio de la Verdad era hacer desaparecer todos los hechos que fueran embarazosos para el Gran Hermano.)

Mientras Alan Johnston estaba retenido, el Servicio Mundial de la BBC me pidió si estaría dispuesta a decir unas pocas palabras de apoyo para su persona. Estuve inmediatamente de acuerdo, y sugería que también mencionaría a los miles de palestinos secuestrados y mantenidos como rehenes. La respuesta fue un no cortés; y todos los demás rehenes permanecieron en el agujero de la memoria. O, como Harold Pinter escribió sobre esas cosas inmencionables: «Nunca sucedió. Nada sucedió nunca… No importaba. No era interesante.» Los lamentos de los medios por el fiasco de la sesión fotográfica con la reina de la BBC suministraron la distracción perfecta. Complementaron una investigación interesada de la BBC sobre el sesgo noticioso que suministró sumisamente al derechista Daily Mail el antediluviano material de que la corporación representa un complot izquierdista. Semejantes travesuras serían divertidas si no fuera por la verdadera historia tras la fachada de la propaganda de la elite que presenta a la humanidad como útil o prescindible, digna o indigna, y a Oriente Próximo como el crimen anglo-estadounidense que nunca existió, que no importó, que no interesaba.

El otro día, sintonicé Radio 4 de la BBC y escuché una voz clara y diáfana anunciando un programa sobre intérpretes iraquíes que trabajan para «las fuerzas británicas de la coalición» y que advirtió que «los radioescuchas podrán considerar que ciertas descripciones de la violencia son inquietantes.» Ni una palabra se refirió a aquellos de «nosotros» que son responsables directamente y en última instancia por la violencia. El programa se llamaba «Face the Facts» [Encare los hechos]. ¿Ya está tan muerta la sátira? Todavía no. El columnista de Murdoch, David Aaronovitch, un belicista, va a entrevistar a Blair en la «importante retrospectiva» sobre el gobierno del sociópata.

El léxico de antónimos de «1984″ de Orwell es un constante en casi todo lo que vemos, escuchamos y leemos actualmente. Los invasores y destructores son «las fuerzas británicas de la coalición,» seguramente tan benignas como esa institución británica, St John Ambulance, que «llevan la democracia» a Iraq. La televisión de la BBC describe a Israel como si tuviera a «dos entidades palestinas hostiles en sus fronteras,» invirtiendo elegantemente la verdad de que Israel se encuentra en realidad dentro de las fronteras palestinas. Un estudio de la Universidad Glasgow dice que los jóvenes televidentes británicos creen que los israelíes que colonizan ilegalmente tierras palestinas son palestinos: las víctimas son los invasores.

«Los grandes crímenes contra la mayor parte de la humanidad,» escribió el crítico cultural estadounidense James Petras, «son justificados mediante un envilecimiento corrosivo del lenguaje y el pensamiento… [que] ha fabricado un mundo lingüístico de terror, de demonios y de salvadores, de ejes del bien y del mal, de eufemismos» diseñados para disfrazar un terror estatal que es «una burda perversión» de la democracia, la liberación, la reforma, la justicia. En su discurso de reinvestidura, George Bush mencionó todas esas palabras, cuyo significado, para él, son lo contrario del diccionario. Hace 80 años desde que Edward Bernays, el padre de las relaciones públicas, predijo un penetrante «gobierno invisible» de sesgo corporativo, de supresión y silencio, como el verdadero poder gobernante en EE.UU. Vale hoy a ambos lados del Atlántico. ¿Cómo podrían de otra manera EE.UU. y Gran Bretaña lanzarse en semejante ola de muerte y violencia basada en estupendas mentiras sobre armas inexistentes de destrucción masiva, incluso una «nube en forma de hongo sobre Nueva York»? Cuando el periodista de la radio de la BBC Andrew Gilligan informó sobre la verdad, lo pusieron en la picota y lo despidieron junto con el director general de la BBC, mientras Blair, el mentiroso comprobado, fue protegido por el ala liberal de los medios y fue aclamado en el parlamento. Lo mismo vuelve a ocurrir con Irán, con la distracción, se espera, de la manipulación que dice que el nuevo Secretario de Exteriores, David Miliband, es un «escéptico» sobre el crimen en Iraq cuando, en realidad, ha sido un cómplice, y a través de una cita repugnantemente zalamera de Kennedy por el Ministerio de Exteriores sobre el «nuevo orden mundial» de Miliband.

«¿Qué piensa de la complicidad de Irán en los ataques contra soldados británicos en Basora?» le preguntó a Miliband el Financial Times. Miliband: «Bueno, pienso que hay que deplorar toda evidencia de participación iraní. Pienso que necesitamos actores regionales que apoyen la estabilidad, no que fomenten la discordia, ni hablar de la muerte…»

FT: «Sólo para que quede en claro, ¿existe evidencia?!

Miliband: «Bueno, no, escojo cuidadosamente mis palabras…»

La próxima guerra contra Irán, incluyendo la posibilidad de un ataque nuclear, ya ha comenzado con una guerra a través del periodismo. Basta con contar la cantidad de veces que se menciona y escribe «programa de armas nucleares» y «amenaza nuclear,» aunque ninguna de las dos cosas existe según la Agencia Internacional de Energía Atómica. El 21 de junio, el New York Times fue más lejos y anunció un sondeo «urgente,» intitulado «¿Deberíamos bombardear Irán?! Las preguntas incluidas se referían a que Irán «es una amenaza mayor que Sadam Husein» y preguntaban: «¿quién debería emprender primero una acción militar contra Irán…? La alternativa era «EE.UU., Israel, ni el uno ni el otro.» Así que escoja el bombardero que prefiera.

La última guerra británica librada sin censura y periodistas «empotrados» fue la de Crimea, hace siglo y medio. El baño de sangre de la Primera Guerra Mundial y la Guerra Fría podrían no haber sucedido sin sus propagandistas no pagados (y pagados). El gobierno invisible de la actualidad no es menos servido, especialmente por los que censuran por omisión. La cobarde campaña liberal contra la primera verdadera esperanza para los pobres de Venezuela es un ejemplo impresionante.

Sin embargo, existen diferencias importantes. La desinformación oficial actual apunta a menudo a una inteligencia pública crítica, a una creciente conciencia a pesar de los medios. Esta «amenaza» de un público a menudo desdeñado ha sido enfrentada con la transferencia insidiosa de gran parte del periodismo a las relaciones públicas. Hace algunos años, PR Week calculó que la cantidad de «material generado en las relaciones públicas» en los medios es de un «50% en un periódico de tamaño grande en cada sección con la excepción de deportes. En la prensa local y en los periódicos medianos y tabloides nacionales, la cifra sería indudablemente superior. Los periodistas de música y moda y las relaciones públicas trabajan de común acuerdo con el proceso editorial… Las relaciones públicas suministran el alimento, pero los hábiles y dinámicos hacen gran parte del trabajo intelectual para los periodistas.»

Esto es conocido actualmente como «gerenciamiento de la percepción.» Los más poderosos no son los Max Cliffords sino las inmensas corporaciones como Hill & Knowlton, que «vendieron» la matanza conocida como la primera guerra del Golfo, y el Sawyer Miller Group, que vendió a regímenes odiados favorables a Washington en Colombia y Bolivia y cuyos agentes incluyeron a Mark Malloch Brown, el nuevo Ministro de Exteriores, que actualmente es presentado como si fuera contrario a Washington. Cientos de millones de dólares van a las corporaciones que manipulan la carnicería en Iraq como si fuera una guerra sectaria y que encubren la verdad: que una invasión atroz es inmovilizada por una resistencia exitosa mientras saquean el petróleo.

La otra diferencia importante actual es la abdicación de las fuerzas culturales que solían asegurar el disenso fuera del periodismo. Su silencio ha sido devastador. «Por casi la primera vez en dos siglos,» escribió el crítico literario y cultural Terry Eagleton, «no hay un poeta, dramaturgo o novelista británico eminente que esté dispuesto a cuestionar los fundamentos del modo de vida occidental.» La solitaria, honorable, excepción es Harold Pinter. Eagleton enumeró a escritores y dramaturgos que una vez prometieron disenso y sátira y en su lugar se convirtieron en acaudaladas celebridades, terminando con el legado de Shelley y Blake, Carlyle y Ruskin, Morris y Wilde, Wells y Shaw.

Individualizó a Martin Amis, escritor que obtuvo cementerios enteros de columnas para ventilar sus pretensiones, junto con sus ataques contra musulmanes. Lo que sigue es un pasaje de un artículo reciente de Amis:

«Tony se me acercó y dijo: ‘¿Qué has estado haciendo hoy?’ ‘He estado sintiéndome protector de mi primer ministro, ya que preguntas.'»

Por algún motivo nuestra relación, por lo menos por mi parte, se está haciendo suave pero deplorablemente coqueta. Lo que comparten esas voces elitistas, empotradas, es su participación en una guerra esencialmente de clases, la prolongada guerra de los ricos contra los pobres. Que tengan su parte en un estudio de transmisión, o en las páginas sociables de las secciones de críticas y que piensen en sí mismo como liberales o conservadores no importa. Pertenecen a la misma cruzada, y libran la misma batalla por su privilegio perdurable.

En «The Serpent,» la película onírica de Marc Karlin sobre Rupert Murdoch, el narrador describe la facilidad con la que el murdoquismo llegó a dominar los medios y a coaccionar a la elite liberal de la industria. Hay secuencias de un importante discurso que Murdoch hizo en el Festival de la Televisión en Edinburgo. La cámara se pasea por el público de ejecutivos de la televisión, que escuchan guardando un silencio respetuoso mientras Murdoch los flagela por suprimir la verdadera voz del pueblo. Luego lo aplauden. «Este es el silencio de los demócratas» dice la voz superpuesta, «y el Príncipe de la Oscuridad pudo bañarse en su silencio.»

http://www.zmag.org/sustainers/content/2007-07/25pilger.cfm