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Control social y medios de comunicación

Fuentes: Rebelión

Las ideas que voy a exponer y desgranar sobre los medios de comunicación son muy simples y directas y es por ello por lo que creo que se les debe prestar una especial atención. No hay que olvidar que la industria político-mediática que padecemos las personas que formamos la sociedad vasca es uno de los […]

Las ideas que voy a exponer y desgranar sobre los medios de comunicación son muy simples y directas y es por ello por lo que creo que se les debe prestar una especial atención. No hay que olvidar que la industria político-mediática que padecemos las personas que formamos la sociedad vasca es uno de los principales instrumentos del poder capitalista, español y patriarcal, que interviene de forma activa en la política de dominación diseñada y desarrollada por los gobiernos de Madrid y París. Antes de desarrollar el análisis es importante remarcar que este tipo de industria es un instrumento importante, uno más dentro de la amplia estrategia de guerra desarrollada por los imperialismos neofranquistas y jacobino, pero ello no implica que todas las personas que la forman sean plena y lúcidamente conscientes del papel que juegan, dado que dichas personas llegan a interiorizar y justificar esas funciones en nombre de una supuesta defensa de las «libertades de prensa». No hay que olvidar que una estrategia repetidamente utilizada por la burguesía es la de confundir y subvertir las causas y efectos de los problema sociales, de manera que opresor y oprimido, lleguen a intercambiar roles.

La industria político-mediática que actúa en Euskal Herria tiene tres características que se repiten en el tiempo: es una prensa extranjera, actúa y piensa con el objetivo de sojuzgar a un pueblo rebelde que consideran inferior en todos los aspectos, en este caso, el pueblo vasco, aunque extrapolable a otras latitudes. Como segundo punto, intentan minimizar, ignorar y destruir por cualquier método, los intentos de pensamiento o reflexión sobre la historia de Euskal Herria, intentando que nuestra historia no sea un elemento dinamizador y reivindicativo para la construcción nacional de un Estado vasco Además, son unos medios de «comunicación» machistas y al servicio de un capitalismo ciego. Con respecto a la prensa que está al servicio de la burguesía nativa, se puede decir que las características son parecidas, aunque ligeramente suavizadas por la necesidad de diferenciación, dadas las características de la masa de votantes de los partidos que les sustentan. Lo que esencialmente buscan todos los medios de comunicación en Euskal Herria es fundamentalmente romper la solidaridad comunitaria del pueblo vasco, su identidad, destruir su base de autoconciencia.

Pero todo esto que se describe no es una innovación o un descubrimiento de los gobiernos españoles. Si repasamos la historia de Europa y Estados Unidos, podemos ver que desde que se crearon los medios de comunicación, los gobernantes han demostrado sus ansias y necesidades para controlarlos y utilizarlos para sus fines. Para ello se transmiten y utilizan las herramientas que sean necesarias, se invocan razones de Estado (tanto interior como exterior), se crean criterios históricos para conseguir una valoración particular de los hechos históricos, llegando por último hasta la mistificación de todo aquello que tenga una «imagen de poder».

Se silencian, como norma, los problemas externos en función de los intereses de Estado, magnificándolos o ignorándolos según las necesidades del momento. En nuestro caso, el comportamiento de la prensa vasca es alarmante dada la colaboración activa y voluntaria que desarrolla de forma sistemática en la criminalización de todo lo vasco, teniendo como norma la realización de una exaltación ciega de la «democracia española».

La recreación del nacionalismo español es una constante en la industria política-mediática, basada en el ensalzamiento de lo español (dándole un sentido de moderno y europeo), minusvalorando todo lo que pueda sonar a originario de la nación o pueblo oprimido (en este apartado es gráfico e ilustrativo ver cómo un periódico «izquierdista» como se supone que es El País trata todos los temas relacionados con los aborígenes sudamericanos).

Echando la mirada atrás en el tiempo, podemos ver que es en el siglo XVIII cuando se comenzó a acelerar de forma definitiva el proceso de subsunción de la prensa «libre» en beneficio de los valores capitalistas. Es en esa época cuando se comienza con la transformación de los medios de una presa de intercambio de opiniones a una prensa comercial. El logro es conseguir darle un formato que disimule los objetivos de manipulación hacia la persona que recibe ese mensaje.

Pero el control de la prensa y su represión no es algo nuevo, ya en el reino de Francia, Jean Baptiste Colbert (ministro de Luis XIV en la corte de París) endureció la libertad de prensa de manera que se redujo drásticamente el número de periódicos con el fin de tener un control de los mismos mucho más estricto, y todo ello mediante la impartición de dádivas que ganaban la obediencia y agradecimientos de los periodistas para un uso partidista e interesado de los puestos en los medios de comunicación gubernamentales.

Más adelante se desarrolló el impresionante sistema de ideologización, control social, vigilancia y represión puesto en marcha por Napoleón I, imponiendo además un sistema muy eficaz de espionaje interno y, sobre todo, de fabricación y propagación de rumores de todas clases en beneficio siempre del poder, y es que tanto ayer como hoy la prensa ha estado controlada por las clases dominantes del Estado, dado que son las únicas que normalmente disponen de las herramientas y mecanismos para retener el poder.

Pero mejor que nosotros lo puede explicar un periodista de la época. En 1880, John Swinton escribía: «No existe en América prensa libre ni independiente. Ustedes lo saben tanto como yo. Ninguno de ustedes se atreve a escribir su opinión honestamente y saben también que si lo hacen no serán publicadas. Me pagan un salario para que no publique mis opiniones y todos sabemos que si nos aventuramos a hacerlo nos encontraremos en la calle inmediatamente. El trabajo del periodista es la destrucción de la verdad, la mentira patente, la perversión de los hechos y la manipulación de la opinión al servicio de las Potencias del Dinero. Somos los instrumentos obedientes de los Poderosos y de los Ricos que mueven las cuerdas tras bastidores. Nuestros talentos, nuestras facultades y nuestras vidas les pertenecen. Somos prostitutas del intelecto. Todo esto lo saben ustedes igual que yo».

C. Taufic definió a los periodistas como «políticos en acción, independientemente de que se amparase en un «confuso apoliticismo», dado que forman parte (ayer, hoy y si no cambia la situación también mañana) de la acción política estatal entendida en su concepción más general. […] Los periodistas son, por lo tanto, políticos; y aun más, políticos profesionales». Este criterio definidor de la política -criterio marxista- permite comprender la naturaleza política de la industria mediática, aunque, en apariencia, y a primera vista, esta industria no se siente directamente en los bancos parlamentarios.

Se busca el perfeccionamiento en la interacción entre política estatal y política de la industria mediática, dado que de dicha interacción se deberán obtener los mejores resultados posibles en todo lo relacionado con el control monopolístico del «mercado infomático». Pero la colaboración es bilateral. Las ayudas de la política estatal a la política interna de la industria de la manipulación se expresan en leyes emanadas desde los gabinetes legislativos que buscan el endurecimiento de la propia explotación del trabajador (independientemente de su puesto) por parte de la élite dirigente, con el objetivo de mantener el orden interno en las «fábricas de noticias». El endurecimiento, el deterioro y la precarización de las condiciones de trabajo en la propia industria mediática, con la absorción imparable de mercados, modernizaciones y creación de otros nuevos mercados, corresponde a la propia lógica represiva del sistema imperialista actual, en el que, por ejemplo, es imposible separar los intereses de las grandes industrias mediáticas de los intereses de la industria militar de los Estados occidentales. Complejos militares que disponen de empresas mediáticas a su servicio, llegando a darse la situación de que los cinco líderes mediáticos del Estado francés, acaparan la mitad de la cuota de negocios, perteneciendo todas esas cabeceras a empresarios que controlan también el negocio de la muerte.

Si se analiza cuales son los intereses de la industria politico-mediática podemos ver claramente que la tendencia actual consiste en atraer a la totalidad de los sectores ideológicos hacia las órbitas del mercado, es decir que la industria mediática no deja de ser empleada más que como un engranaje en toda esa maquinaria que es el capitalismo y que está basado en el movimiento continuo de mercancías para la extracción de la plusvalía.

Una de las constantes esenciales de la industria político-mediática que se repite es el desprecio manifiesto que tienen sus directivos hacia la capacidad crítica y de pensamiento libre e independiente de las clases explotadas. Creen que somos borregos dispuestos a tragarnos absolutamente toda la bazofia reaccionaria que produce masivamente su industria, convenientemente envuelta en una demagogia pseudodemocrática que en el fondo quiere disimular una concepción sabiamente manipuladora.

Dicho desprecio nace de dos razones: una, de la creencia de la superioridad absoluta de quienes realizan el «trabajo intelectual» sobre los que realizan «trabajo manual». La otra razón está relacionada con la reducción de la masa «ignorante e inculta» a simples consumidores pasivos de las mercancías de la industria mediática, receptores crédulos y emocionalmente manipulables. Este desprecio ayuda a explicar el que la prensa no dude en anular toda creatividad original y enriquecedora dada la falta de necesidad que tienen por crear algo nuevo para un mercado al que desprecia, excepto los productos realizados para ciertos consumidores considerados como selectos, cultos o burgueses.

No olvidemos que este tipo de prensa-industria basa sus métodos en la repetición sistemática de las mismas cosas simplificadas hasta el extremo para conseguir la descontextualización de las ideas, anulando toda creatividad original y enriquecedora.

Se ha comentado que desde la aparición de internet nunca las personas de la calle, el ciudadano normal, ha tenido acceso a tal cantidad de información. Pero si analizamos dicha información vemos que la mayoría está «construida» por los grandes trust de la industria mediática, ofreciendo el mismo punto de vista, recurriendo a las mismas fuentes, idénticas imágenes y fotografías, llegando a la vulgarización de todos los temas para que el ciudadano tenga una información parcial e interesada, extraídas de unas fuentes manipuladas y cercenadas, información para la que la persona no está preparada, llegando a absorber los punto de vista creados por los manipuladores de la industria mediática.

Pero además está la explotación inacabable del yacimiento que es la falta de sensibilidad. La industria mediática fabrica nuevas sensibilidades sociales a las que disfraza de libertad, de acuerdo con los intereses de las fuerzas dominantes en el momento. El objetivo de la desestructuración de la solidaridad social es vital para un Estado totalitario (aunque maquillado con la bandera de la democracia) que conduce a una visión del mundo psicologizada y despolitizada para que le permita hacer creer al ciudadano que la identidad personal no depende de las relaciones sociales, ya que todo es cuestión de estilo, moda, de estética atemporal. El mito consumista de la propia imagen consistiría pues en que ser uno mismo radica en no estar sujeto a imperativos, compromisos y condicionamientos sociales, sino en ser capaz de representar bien múltiples papeles, en elegir identidades ilimitadas. Se trata de poner en el mercado de compra-venta la imagen de nosotros mismos.

El ponernos nosotros mismos de esta manera en el mercado de la imagen como objetos en venta exige aceptar la dictadura absoluta de este mercado sobre nuestra identidad, de modo que nos vemos obligados/as a construir nuestra imagen según los designios de ese mercado, para pasar en una fase posterior, a limitarnos a llevar la imagen de nosotros que ha construido la industria de la imagen. Así se cierra el círculo de la manipulación.

Parta luchar contra ello, hemos de ser conscientes del papel que juegan los medios de comunicación y luchar para contrarrestrar sus efectos. En Euskal Herria tenemos suficientes ases en la manga para desmontar esa manipulación. En los últimos 25 años hemos conseguido la derrota del plan ZEN, continuemos en la lucha por nuestra liberación socialista y euskaldun, además de antipatriarcal, mediante un Estado obrero independiente en el marco de una República socialista vasca.