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Sales y soles

El mal diario

Fuentes: Gara

Las autoridades sanitarias no advierten que tragarse entero un telediario o cualquier periódico, éste incluido, puede acarrear un sinfín de efectos secundarios nocivos. Intoxicaciones, desmemoria, pérdida de la conciencia, desdoblamiento de la realidad, invisibilidad… «Compro periódicos porque no venden artículos sueltos», señala resignado José Ramón de Azumendi en uno de sus lúcidos aforismos. Aún así, […]

Las autoridades sanitarias no advierten que tragarse entero un telediario o cualquier periódico, éste incluido, puede acarrear un sinfín de efectos secundarios nocivos. Intoxicaciones, desmemoria, pérdida de la conciencia, desdoblamiento de la realidad, invisibilidad… «Compro periódicos porque no venden artículos sueltos», señala resignado José Ramón de Azumendi en uno de sus lúcidos aforismos. Aún así, ingeridos con precaución y en dosis minúsculas, bien seleccionadas, los medios de contaminación, la basura informativa, encierran demasiados riesgos para la salud.

Este dolor viene de lejos aunque en los últimos años se ha agravado. Uno de mis mayores placeres, el desayuno ideal -café, bollo y tiempo para hojear un par de periódicos- termina ahora casi siempre en fiasco. Al segundo sorbo, y tras pasar un par de páginas, la mala leche lo inunda todo. Me enfado, me disgusto. Sé que mañana contarán lo mismo, y de la misma repugnante manera, pero no puedo acostumbrarme y el almuerzo se vuelve amargo. «Los diarios son estimulantes. No conozco nada mejor para cabrearse», confesaba apenado el escritor Rafael Sánchez Ferlosio. Una lastima. Una ruina. A este paso, para salvar nuestro desayuno, tendremos que tomar la prensa en ayunas.

Las noticias frescas apestan. Y poco a poco vamos perdiendo el olfato. Gabriel García Márquez, maestro del reporterismo, reconocía este martes en un seminario sobre calidad periodística que lee los diarios no para ver qué dicen, sino para «ver lo mal que dijeron o lo bien que dijeron». Para el escritor colombiano, «cada mañana es un desastre, y sufro como un perro. Encuentro muy pocos reportajes que puedan considerarse joyas y cuando lo hago pienso: ¿Quién será este tipo?». Un profesional. Un superviviente. Una especie en peligro de extinción.

«Dije una verdad con voz entrecortada / y nadie me hizo caso / mentí elegantemente / y me quisieron hacer presentador del telediario». El poeta Ferrán Fernández desvela una de las claves del éxito mediático. La mentira pública y publicada. Una tras otra. Sin vergüenza y sin límite. Hay que asomarse a los periódicos, sí, pero sólo para ver lo que pone, lo que dicen que cuentan que nos pasa. Y basta. Las cosas importantes de la vida, sus verdaderos protagonistas, crecen, luchan, escriben y sueñan en otra parte, lejos de los grandes medios. El periodismo agoniza. No sirve. No enseña. Toca inventar algo nuevo, bueno, para que nuestros desayunos, lectura incluida, vuelvan a merecer la pena. Hasta entonces, mucha suerte. Y buen provecho.