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El nacimiento de la noticia

Fuentes: Rebelión

A raíz de la lectura de «Los cínicos no sirven para este oficio» del reportero polaco ya fallecido Ryszard Kapuscinski, me han venido algunos pensamientos sobre la deriva a la que se encamina casi de forma inevitable la profesión periodística en su sentido tradicional, una profesión en crisis, desvirtuada en sus objetivos y procedimientos y […]


A raíz de la lectura de «Los cínicos no sirven para este oficio» del reportero polaco ya fallecido Ryszard Kapuscinski, me han venido algunos pensamientos sobre la deriva a la que se encamina casi de forma inevitable la profesión periodística en su sentido tradicional, una profesión en crisis, desvirtuada en sus objetivos y procedimientos y en pleno cambio, como el mismo Planeta, como la misma vida; en crisis como la propia Humanidad o la familia tradicional.

El corresponsal Ryszard Kapuscinski concibió el difícil y sacrificado -también cada vez peor remunerado y valorado- oficio del periodista desde el humanismo comprometido y desde el contacto piel a piel y la cercanía con el otro, y tomó partido por los pobres, hasta llegar a considerar al Tercer Mundo como concepto existencial y no como término geográfico. Era el tema de su vida. La gente pobre no se rebela y no tiene voz, por eso necesita que alguien hable por ellos, mantenía como filosofía. Ser la voz de las personas, su verdadero portavoz.

Para Kapuscinski todo periodista debe ser historiador en permanente formación. «El buen y el mal periodismo se diferencian fácilmente. En el buen periodismo, además de la descripción de un acontecimiento, se encuentra también la explicación de por qué ha sucedido. En el mal periodismo, en cambio, encontramos sólo la descripción, sin ninguna conexión o referencia al contexto histórico. Encontramos el relato del mero hecho, pero no conocemos ni las causas ni los precedentes», argumentaba.

Y sucede que el periodista se aleja cada vez más de la especialización, de la interpretación y de la explicación necesaria del contexto, al haberse ido convirtiendo gradualmente en un mero redactor sin capacidad, autonomía ni tiempo para el análisis; en un vocero de otros, de los que ejercen la portavocía de la realidad mediática o representada, siempre parcelada; en ausencia de la auténtica protagonista: la verdadera realidad.

En las redacciones de los medios de comunicación se agolpan -antes llegaban por fax y ahora por correo electrónico- los comunicados y las convocatorias de prensa de asociaciones, partidos políticos e instituciones. Y en la misma proporción que se incrementa el número de profesionales que pasan a formar parte de los gabinetes de prensa, de los que emana el grueso de las noticias publicadas, se vacían las redacciones de periodistas. Estos mismos periodistas se limitan a diario -no tienen tiempo para casi nada más-, a correr para cubrir algunos de los actos convocados y allí tomar nota paciente y concienzudamente -en la práctica actúan como escribas-, de las declaraciones de los que intervienen en la rueda de prensa.

De esta sencilla manera, los portavoces y representantes han pasado a ser el centro de la noticia, desplazando a los que deberían ser los verdaderos protagonistas y fuentes de la información: las personas, que ya sólo protagonizan la información si se trata de sucesos lacrimógenos. Así, se habla de pobreza porque una entidad financiera -por esto de la responsabilidad social corporativa- presenta ante los medios de comunicación un estudio en el que diagnostica sus posibles causas; o se abre la sección de sociedad con las listas de espera sanitarias sólo porque un sindicato convoca a los periodistas para denunciarlas. Los temas se suceden como erupciones volcánicas que se extinguen casi inmediatamente, y no se produce el seguimiento posterior de los acontecimientos que un día aparecieron publicados como de vital interés.

La actualidad, que no la información, se escoge en función de la denominada «agenda-setting», fenómeno que consiste en la cobertura rutinaria -y excesiva- que dedican los medios a los actos programados por agentes externos. Esta práctica instalada en las redacciones provoca que el periodista dedique la mayoría de su jornada laboral a acudir disciplinadamente a escuchar versiones sobre una realidad interferida, lo que redunda en que no disponga de tiempo suficiente para investigar y acceder a fuentes directas, generando temas que posiblemente interesarían mucho más al ciudadano que las noticias que se cubren diariamente; por una razón de simple lógica: el procedimiento de mera reproducción de lo que cuentan las fuentes interesadas en notas y convocatorias de prensa crea una nueva barrera. Y si ya el periodista ejerce inevitablemente como intermediario o relator de la realidad para el lector, lo que supone un primer filtro, con el abuso del agenda-setting los profesionales se hacen eco de informaciones protagonizadas vicariamente por un mediador, con lo que se genera otra nueva barrera y el consiguiente alejamiento entre la realidad, y un lector desorientado y cada vez más desinteresado por esa realidad representada.

Pero «para tener derecho a explicar se tiene que tener un conocimiento directo, físico, emotivo, olfativo, sin filtros ni escudos protectores sobre aquello de lo que se habla», decía Kapuscinski. Tenemos que regresar al periodismo de las verdaderas fuentes o si no cambiarle el nombre a la profesión, porque lo que sí es cierto es que a lo que se practica ahora de forma mayoritaria no podemos llamarlo periodismo.

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