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El tratamiento informativo de la inmigración como paradigma de la alteridad

Fuentes: Revista Pueblos

Los medios de comunicación españoles han ofrecido un tratamiento a los temas centrados en la inmigración extranjera que no se ha correspondido siempre con su trascendencia socioeconómica. Esta realidad, respecto al espacio y al tiempo dedicado, han cambiado en los últimos años, conforme crecía la presencia de trabajadores de otras nacionalidades, hasta penetrar con fuerza […]

Los medios de comunicación españoles han ofrecido un tratamiento a los temas centrados en la inmigración extranjera que no se ha correspondido siempre con su trascendencia socioeconómica. Esta realidad, respecto al espacio y al tiempo dedicado, han cambiado en los últimos años, conforme crecía la presencia de trabajadores de otras nacionalidades, hasta penetrar con fuerza en la agenda temática vigente.

Lo primero que llama la atención en el análisis del tratamiento informativo de la inmigración extranjera es la tematización generalizada en torno a la dimensión problemática de estos movimientos demográficos, y aun cabría decir problematizadora, según los enfoques periodísticos aportados, que suelen incidir en la responsabilidad -cultural, moral, jurídica…- de las personas emigradas, a veces de forma exclusiva, eludiendo cualesquiera otros factores de posible concurrencia en los hechos narrados. Este aspecto entraña un notable problema socio-informativo, dado que simplifica y dificulta la tarea ya de por sí compleja de enunciar la realidad.

Conviene traer a colación un ejemplo básico que nos sirve como ejercicio, tan elemental como revelador, de análisis del discurso. Nos estamos refiriendo a la denominación elegida por los medios, y por muchos ciudadanos e incluso expertos, para encuadrar esta realidad. Hablar de «el problema de la inmigración» es muy distinto a hablar de «los problemas de la inmigración» y cuanto más a utilizar una expresión en el cintillo (recurso tipográfico que sirve como título genérico al comienzo de una página con noticias del mismo tema) como «los problemas de los inmigrantes», tal y como opta por hacer en la actualidad el diario El País. Es obvio que la utilización de una u otra expresión cambia el sentido y las premisas del debate.

Existen denominaciones que entrañan aspectos similares. «Inmigración y emigración (con sus dos variantes, inmigrante y emigrante) son todas palabras que se utilizan para referirse a los extranjeros. Pero el uso de una u otra de estas palabras en el discurso no es nunca indiferente y comporta siempre una orientación de la representación de la realidad designada. Así, mientras que el emigrante es la persona que sale de su país para trabajar en el extranjero a fin de mejorar sus condiciones de vida, el inmigrante es aquel que viene a establecerse en el país de otro y que se apropia de lo ajeno». Ello se entiende mejor si se tiene en cuenta, como señala van Dijk, que «los periodistas escriben prioritariamente como integrantes del grupo residente blanco al que pertenecen y, por lo tanto, se refieren a los grupos étnicos minoritarios en términos de ellos y no como parte de nosotros» [1].

La inmigración en los medios

Como es lógico, las diferencias de tratamiento y de concepción van mucho más allá de la citada dualidad entre el «ellos» y el «nosotros», que, sin embargo, de todos es sabido, deviene fundamental. Por eso se hace realmente preciso, también en el espacio de la narración y la construcción informativa, asumir una ética de la alteridad que valore la situación del otro para que pueda formar parte de un nosotros común y verdadero en el marco garantista del concepto de ciudadanía, en todas sus vertientes posibles: ético-moral, jurídica y política, económica, mediática o informativa y, en definitiva, social.

Particularmente grave, por nocivo, es el discurso informativo y político que establece una relación indisociable y generalizada entre inmigración y delincuencia. Tenemos un valioso ejemplo a toda página en la primera de un diario de ámbito nacional, que titula: «Estos son los inmigrantes que no quiere el pueblo español», e incluye más de una docena de fotos tamaño carné de inmigrantes que han delinquido [2]. Los responsables de dicho tratamiento parecen discrepar abiertamente de las opiniones manifestadas, en otro lugar, por el presidente del Movimiento contra la Intolerancia, Estaban Ibarra: «El discurso que más atiza la xenofobia es el que vincula la inmigración con la delincuencia, que además está contando con la torpeza absoluta de significados políticos democráticos. Es evidente que hay problemas de delincuencia y que además de los autóctonos hay extranjeros delincuentes, unos 16.000 de los 60.000 internos en cárceles, pero ni es justo ni se debe estigmatizar por ello como delincuentes a más de dos millones de extranjeros que hay en nuestro país (en abril de 2002, en la actualidad se considera que esa cifra ya se ha doblado). Y la estigmatización, que es una conducta xenófoba y racista, es lo que hace Le Pen (en Francia) al extender la responsabilidad del delito que comete un delincuente a todo el colectivo étnico al que pertenece. Un dato a tener en cuenta es que el 80 por ciento de estos delincuentes tienen relación con mafias, probablemente ya eran delincuentes en su país y aquí no vinieron a trabajar, como realmente hacen los inmigrantes, simplemente son delincuentes extranjeros, no inmigrantes, como tampoco turistas» [3].

Pero por fortuna existe una dualidad que nos permite encontrar ejemplos de otro tipo. Uno de ellos es reciente. Tiene que ver con el proceso extraordinario de regularización -o normalización, según otros- de inmigrantes iniciado en febrero de 2005. Se trata de un reportaje -publicado el domingo 6 de febrero- que plantea una cuestión muy clara desde su título: «¿Qué pasaría si Madrid se quedara sin inmigrantes?» El sumario de la información, a toda plana y con llamada en primera, ofrece una cierta respuesta: «Los 800.000 extranjeros instalados en la capital en los últimos 10 años, imprescindibles para la vida cotidiana de la ciudad». Además de datos estadísticos, se nos muestra el caso de diversos trabajadores con nombres y apellidos a cuyo día a día laboral «asistimos» en la construcción, la hostelería, la mensajería, el cuidado de ancianos, las labores del hogar… Lejos de lo que suele ocurrir, este tratamiento informativo concreto no incide en los aspectos negativos que puede conllevar, y de hecho a veces conlleva, la inmigración. Antes al contrario, nos muestra un panorama positivo, sin el cual la actividad habitual de la gran ciudad no podría seguir su curso.

La labor de la escuela, necesaria pero no suficiente

Los procesos formales de enseñanza y aprendizaje han de desarrollar una labor ingente, compleja, pero de todo punto necesaria, por inaplazable y por lo mucho que se juega toda la sociedad. Resulta fundamental proporcionar una alfabetización en comunicación, ya desde los primeros niveles escolares, que ahonde en el conocimiento de todo cuanto cuentan e implican socialmente los vehículos de expresión de contenidos públicos de información y entretenimiento.

Un nuevo esfuerzo lo supone la llamada Declaración de Madrid (la bahía de los cinco vientos), presentada en febrero de 2005 por universidades, sindicatos, asociaciones, particulares… para demandar a la profesión, a la industria audiovisual, a las instancias de Gobierno, a la sociedad toda, un esfuerzo que haga posible una educación en valores que no sean la antítesis de los predominantes de forma abrumadora en los medios. Indudablemente, el tema de la inmigración y la convivencia entre culturas ocupa un espacio muy significativo a este respecto. «La portada casi diaria de pateras en periódicos o telediarios -observa Bernabé López- ha llegado a forjar la idea de que los inmigrantes ilegales provienen en su mayoría del Sur (asimilado siempre en el imaginario colectivo a inseguridad o amenaza), cuando el colectivo marroquí es probablemente el que presente el perfil más bajo de irregularidad en el momento actual, por debajo del 20 por ciento frente al próximo al 60 por ciento de ecuatorianos, colombianos o rumanos». Asegura que «nos creíamos al margen de un fenómeno como el de Le Pen en Francia, pero hemos acabado por descubrir que hay quien en nuestro país sabe rentabilizar el miedo al extranjero creyendo hacerlo compatible con posiciones centristas» [4].

Los medios y la definición de lo real

Si decimos que la ética y los medios no van siempre de la mano, no descubrimos nada nuevo. Ahora bien, la reflexión de fondo, preocupante, sería la de intentar confirmar una hipótesis verosímil si acudimos a los contenidos informativos y, sobre todo, a determinados programas de otro tipo: la diferencia (de todo tipo: de género, de procedencia geográfica, de clase social…) no está bien representada por parte del sistema de comunicación colectiva. Al revés, lo que prima es una visión que tiende a resaltar aspectos que estigmatizan a determinados colectivos. Es el caso claro de lo que ocurre -sobraría decir que no siempre, por supuesto, pero conviene precisar que sí demasiadas veces- con la inmigración.

Como apuntan las voces más expertas, la vieja idea de la construcción social de la realidad responde hoy más que nunca a la construcción mediática de la realidad, como ha escrito van Dijk: «Los medios informativos no describen pasivamente ni registran los sucesos noticiables del mundo, sino que los (re)construyen activamente». El trabajo en las aulas, tan difícil como imprescindible, ha de pasar por seguir con los múltiples esfuerzos implicados en la educación intercultural. Una educación intercultural cuyas posibilidades de éxito serán, sin duda, mucho menores si no tiene en cuenta la dimensión central que hoy ocupan los procesos de comunicación y de representación mediática. Por tanto, si no se aborda, para reconducirlo, en la medida de lo posible, el impacto de los medios, su fuerza emotiva y sensorial, lejos de ayudar a construir ese frágil edificio de la convivencia, podría agravar las consecuencias y los muchos y perversos riesgos del choque cultural.

En cuanto a los problemas más acusados en el caso de los tratamientos poco éticos por parte de los medios de comunicación, los prejuicios y estereotipos, como generalizaciones rígidas e irracionales que ofrecen una imagen distorsionada de toda una categoría de personas, están, por desgracia, en la base no sólo de informaciones periodísticas y contenidos televisivos, que también, sino de la propia sociedad. Ahora que las Ciencias Físicas están celebrando su año mundial, se puede recordar que Albert Einstein ya lo lamentaba con estas palabras: «Una triste época la nuestra, donde es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio».

Como ha resaltado Victoria Camps, el ejemplo constituye un medio fundamental e imprescindible para la educación en valores éticos. El saber práctico de la ética se aprende más por la vía del comportamiento y del ejemplo que con teorías. De ahí que sean tan influyentes los modelos que transmiten la televisión o los personajes públicos. En este sentido, como destacan los expertos y es fácil comprobar, la inmigración supone cada vez más un tema de enfrentamiento entre partidos. Lo que, en términos de representación mediática supone, sin ninguna duda, un mayor caldo de cultivo para el espectáculo informativo propio de la sociedad audiovisual. Sería muy peligroso abonar el campo para que ocurriera lo que advierte José Saramago: «Aquel que antes fue explotado y perdió la memoria de haberlo sido, acabará explotando a otro. Aquel que antes fue despreciado y finge haberlo olvidado, refinará su propia capacidad de despreciar. Aquel a quien humillaron, humillará con más rencor».

Referencias:

AZNAR, H. (2005): Ética de la comunicación y nuevos retos sociales. Barcelona, Paidós Comunicación.

BAÑÓN, A. M. (1996): Racismo, discurso periodístico y didáctica de la lengua. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Almería.

PERCEVAL, J. de. (1995): Nacionalismos, xenofobia y racismo en la comunicación. Barcelona, Paidós Comunicación.

RODRIGO, M. (1999): La comunicación intercultural. Anthropos, Barcelona.

TORREGROSA, J.F. (2003): Hacia una lectura crítica de la información radiofónica y televisiva en la escuela. Tesis Doctoral. Universidad Complutense de Madrid.

VAN DIJK, T. A. (1997): Racismo y análisis crítico de los medios. Barcelona, Paidós Comunicación.


Juan Francisco Torregrosa Carmona es profesor de Periodismo en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y miembro de Aire Comunicación. Este artículo ha sido publicado en el número 18 de la edición impresa de Pueblos, septiembre de 2005, p. 18-20.

[1] Noureddini Achiri en: VV.AA. Comunicación, cultura y migración, Junta de Andalucía, Sevilla, 2003. Pág. 13.

[2] Diario La Razón, 15 de febrero de 2002. Portada y Págs. 4 y 47-49.

[3] Esteban Ibarra. Tiempos de Solidaridad. Movimiento contra la intolerancia. Madrid, 2004. Pp. 124-125.

[4] Bernabé López. «Jugando con lobos». El País, 16 de febrero de 2005, pág. 12.