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La Ley de Medios en Uruguay y el autoritario pensamiento políticamente correcto

Fuentes: Rebelión

Las más recientes vueltas de tuerca del sistema obligan a reconsiderar algunos posicionamientos ideológicos que normalmente el ser humano evita reconsiderar, pues definirse de izquierda o derecha, carnívoro o vegetariano, le da a uno cierta seguridad y sobre todo le permite diferir a un vago futuro las verdaderas definiciones de esta vida, definiciones para las […]

Las más recientes vueltas de tuerca del sistema obligan a reconsiderar algunos posicionamientos ideológicos que normalmente el ser humano evita reconsiderar, pues definirse de izquierda o derecha, carnívoro o vegetariano, le da a uno cierta seguridad y sobre todo le permite diferir a un vago futuro las verdaderas definiciones de esta vida, definiciones para las cuales no nos preparan ni la escuela ni la universidad.

Uno de los acontecimientos que nos obligan a preguntarnos qué es qué, quién es qué y por dónde pasa esa línea difusa llamada izquierda, es la Ley de Medios recientemente aprobada, particularmente su funesto artículo 27: «Los servicios de comunicación audiovisual deben ofrecer en sus emisiones una imagen respetuosa e inclusiva de todas las personas en su diversidad, en tanto manifestación enriquecedora de la sociedad, impidiendo difundir percepciones estereotipadas, sesgadas o producto de prejuicios sociales. No podrán realizar ninguna forma de discriminación hacia las personas por motivos de género, raza, etnia, orientación sexual, edad, discapacidad,identidad cultural, estado civil, lugar de nacimiento, credo, ideología, filiación política o condición socio-económica; impidiendo la difusión de contenidos que signifiquen o promuevan dicha práctica».

No se crea que este artículo sea la invención original de nadie (si algo caracteriza a las leyes, códigos y constituciones uruguayas es su carácter plagiario) sino la expresión de una tendencia mundial que, para colmo, no sólo se manifiesta en esta ley sino en las recomendaciones del INDDHH al Poder Legislativo sobre el proyecto de nuevo Código Penal: «La INDDHH recomienda que el nuevo Código Penal debe cumplir con las recomendaciones dirigidas a Uruguay por órganos de control de cumplimiento de las normas del Derecho Internacional de los Derechos Humano (sic) , en especial en cuanto a incorporar en el nuevo Código Penal disposiciones que tipifiquen como delito la difusión de teorías de superioridad o inferioridad racial y se prohíban las organizaciones que promuevan la discriminación racial e inciten a ella, así como la participación en sus actividades».

El lector podría pensar que estas recomendaciones hacen muy bien pues impiden que cualquier energúmeno salga a insultar a los negros, a los judíos, a los enanos y a los homosexuales. El problema es que por este camino corremos el riesgo de, con argumentos bastante dudosos, tachar a cualquiera de energúmeno. Cuando se razona que lo mejor, para que nadie se ofenda, es prohibir a los energúmenos expresarse, se termina auspiciando que a la postre nadie se exprese, así nadie termina ofendido y todos quedamos contentos. Tal idea, la de convertirnos en unos idiotas que no nos expresemos, tiene indudablemente grandes ventajas, por ejemplo, no habría quién salga humillado u ofendido, ahora, tiene un pequeño e insignificante inconveniente, el cual es constituirse en un atentado a la libertad. Vivimos en una sociedad considerablemente pacata, timorata, lamentable, provinciana, constreñida, chabacana y estreñida, ¿es necesario que una de las pocas cosas buenas que nos quedaban la arrojemos al water para después tirar la cadena cantando el Himno Patrio?

Parece que sí es necesario, ya que ahí están el artículo 27 y las recomendaciones del INDDHH. Tales artículos y recomendaciones pasaron, casi, ante el silencio general, sin embargo, un periodista que ha sido alegremente incluido en la categoría de facho, Nacho Álvarez, se rebeló y publicó en su cuenta en twitter: «Reivindico mi derecho a tirar cuetes, decir piropos, babosear después del clásico, y a hacer chistes de trolos, negros, judíos y gallegos», a lo cual un politólogo y sociólogo, incluido alegremente en la categoría de izquierdista, Andrés Scagliola, director de políticas sociales del MIDES, le contestó: «¿Reivindicás tu derecho a reírte en base a estereotipos de grupos discriminados? Me parece inaceptable e irresponsable».

Vale la pena, amable lector, ver un poco más de cerca esta crítica políticamente correcta a Nacho Álvarez. Lo primero que observamos es una peligrosa incapacidad que viene creciendo para apreciar los diversos niveles del discurso. Un ejemplo de esta incapacidad novedosa se expresa en la denuncia a Huidobro por sugerir que si a él le permitían torturar, acaso lograra información. Aclaremos que pensamos que Fernández Huidobro debe renunciar por no entender qué significa ser funcionario público. Es un empleado que hemos puesto ahí y no puede dedicarse a obstaculizar el trabajo de otros funcionarios, por ejemplo, los funcionarios judiciales. Ahora, en cuanto a su frase «si me autorizan a torturar les consigo información» de ninguna manera se puede entender como apología de la tortura. El Ministro Impresentable está haciendo uso de la ironía y es harto preocupante que se tomen esas palabras al pie de la letra. Está diciendo mediante la ironía que Serpaj y acólitos somos unos fascistas que quisiéramos torturar a los torturadores, pero no está diciendo que él quiera o defienda hacerlo. Es más, está diciendo que se opone a hacerlo. Lo que se debe atacar no es que él «pretenda torturar» sino sus sospechas atrevidas de que otros querríamos hacerlo. En boca de cualquiera es un disparate, pero en boca del Ministro de Defensa que obstaculiza sistemáticamente la Justicia, es inaudito. Ahora, no sólo este Ministro es preocupante, sino mucho más esta incapacidad para diferenciar la ironía de otros niveles del discurso.

Tenemos, tristemente, unos cuantos ejemplos acerca de esta incapacidad de distinción. Tarantino en su «Django» incluyó reiteradamente la expresión racista «nigger» en boca de los esclavistas. Esto le hizo acreedor, por parte del pensamiento políticamente correcto, del mote de racista. El grave error de esta crítica es no diferenciar el pensamiento del artista del pensamiento de los seres que necesariamente debe caracterizar para desnudar el mecanismo del racismo. Se ataca como racista a quien en rigor lo enfrenta, y quienes atacan supuestamente al racismo no hacen otra cosa que defenderlo a ultranza al oponerse a los mecanismos propios del arte y de la representación contra el racismo. Además de ser racista y absolutamente limitada, esta expresión del pensamiento políticamente correcto atenta contra la libertad de expresión del artista y contra la libertad de expresión en general, y, como elemento sumamente peligroso, al atacar la posibilidad de representación ataca un eficaz mecanismo terapéutico.

De manera similar al arte, el humor es una forma de representación que sitúa la temática que aborda en otro nivel. Como el juego y el sexo, el humor es, entre otras cosas, una forma creativa de canalizar nuestra violencia. Normalmente los padres quieren evitar que sus hijos elaboren juegos donde se simboliza la muerte, sin advertir que en tanto jueguen a matar no llevarán su violencia a otros niveles. Esos padres no advierten que el juego es una sublimación que deriva una energía que de otra manera sería peligrosa para la sociedad. Sucede algo parecido con lo que sabiamente enuncia el proverbio que dice «Perro que ladra no muerde»: aquel que lleva al terreno de las palabras, de la risa, del sexo o del juego, su violencia latente, no la conducirá a los niveles que todos queremos evitar. Generalmente el suicida potencial que habla a sus amigos del deseo de matarse, canaliza de esta manera su autoagresión. El peligro radica en dejar de hablar de su deseo de muerte, pues allí ha perdido precisamente la capacidad de representación, la capacidad terapéutica de simbolización.

Platón y Aristóteles percibieron una raíz maligna en la risa. Sería hipócrita negar este aspecto, pero sería de una necedad absoluta negar ese otro aspecto de la sublimación creadora, la transformación de la violencia en humor. La risa, aunque otros animales la insinúen, es, como el lenguaje, una actividad netamente humana y por eso en una obra capital de la literatura, en esa monumental crítica al orden de ideas de su tiempo, Gargantúa y Pantagruel, el autor incluyó como acápite estas palabras: «De risas y no de lágrimas quise escribir, ya que reír siempre es lo más humano».

El recuerdo de Rabelais nos lleva a una percepción ineludible: jamás se ha realizado una defensa del orden social, sea del orden social que fuere, a través del humor. No en vano el bufón, allí donde aparece, es el único que se anima a cantar las verdades al monarca y a través de él se expresa el pensamiento social contenido por la autocracia. Habrán existido críticos al orden social que no apelaran a la risa (no se me ocurre ninguno) pero con absoluta certeza decimos que si alguien ha usado del humor, ese alguien han sido los subversivos. La lista sería infinita, pero vaya aquí una breve enumeración: Aristófanes, Diógenes, Luciano, los autores anónimos de Las mil y una noches, Maquiavelo, Erasmo, Rabelais, Cervantes, Voltaire, Daumier, Goya, Baudelaire, Marx, De Quincey, Lautréamont, Wilde, Jarry, Trotsky, Feyerabend, Chaplin, Groucho Marx, Buñuel, Bretón, Magritte, Dalí, Brassens, John Kennedy Toole, Bukowski, Sharpe, y entre nosotros, Molina Campos, Discépolo, Borges, Gasalla, Les Luthiers, Landriscina, Serafín J. García, Peloduro, Restuccia, Levrero, Inverso, Larroca, Lazaroff, Masliah y toda murga que se precie de llamarse como tal. Y por el contrario, la crítica al humor siempre e inevitablemente ha estado asociada a la defensa del statu quo. Así Platón, en su tenebrosa República, y contradiciendo su propio uso de la ironía, dicta sus reglas al artista: «Tampoco es necesario que sean amigos de la risa. Porque cuando alguien se entrega a una risa violenta, casi seguro que sufre después una alteración violenta». El los albores del medioevo, amparándose en el maestro griego las Reglas Monásticas advertían que «La forma más terrible y obscena de romper el silencio es la risa, si el silencio es virtud existencial y fundamental de la vida monástica, la risa es gravísima violación». Poco después San Benito echaría la siguiente palada de tierra sobre el féretro de la risa revulsiva: «Cuando la risa está por estallar hay que prevenir, como sea, que se exprese. O sea que, entre todas las formas malignas de expresión, la risa es la peor». Esta línea de conducta que debe asumirse en el monasterio es una representación de la línea de conducta que debe asumir un orden social en lucha con el vital «paganismo» y sus orgías dionisíacas, sus saturnales y carnavales.

Amén de su capacidad de representación, de ese otro nivel en que sitúa los problemas, el humor es un mágico recurso para hacer más amable el mundo. No sólo el chiste de connotación racista u homofóbica es una sublimación del racismo y la homofobia, lo cual alcanzaría para justificarlo, sino que, a la vez que sublima esas tristes tendencias humanas, las somete a crítica. El chiste, por naturaleza, comparte una doble lógica. Burlándose del diferente trae a la luz de la consciencia la pobreza de esa actitud. Aquello de lo que se burla tiende a convertirse en asidero de la crítica a algo sumamente serio y grave. No es casual que los chistes de judíos hayan sido inventados por los judíos, y que en Las mil y una noches sus autores se burlen de las diversas características nacionales de los árabes, sean kurdos, sirios, egipcios o beduinos. No podríamos considerar a estos autores como racistas, de igual forma que no podríamos catalogar de esa manera a Woody Allen, que escarnece al judío y al intelectual newyorquino. Más bien utilizan del humor como una manera amable y elevada de criticar una situación dada, y hacen de atributos tristes y lamentables, como esas características que el propio árabe y judío ven en sí mismos, algo que nos provoca la risa, una de las formas de la felicidad. No se precisa de conocimientos científicos, sino de un mínimo de sensibilidad para imaginar que cuando la muerte revolotea sobre las chozas, huye espantada allí donde escucha la risa contagiosa.

Hemos abordado las falacias del pensamiento políticamente correcto con respecto al humor. En cuanto al piropo remitimos al lector a este artículo (1), acerca de los peligros de evitar la canalización de la violencia a este otro (2), y sobre la forma políticamente correcta de luchar contra el racismo a éste último (3). Como corolario inevitable de nuestro razonamiento diremos que el pensamiento políticamente correcto es una nueva modalidad del pensamiento autoritario. Este nuevo rostro del pensamiento autoritario se escuda, como siempre se escuda toda justificación maligna, en bellos y loables propósitos, los cuales son la defensa de las minorías y los débiles. El artículo 27 de la Ley de Medios y las recomendaciones del INDDHH son una abierta amenaza contra la libertad que defiende la Constitución: «Es enteramente libre en toda materia la comunicación de pensamientos por palabras, escritos privados o publicados en la prensa, o por cualquier otra forma de divulgación». Si permanecemos neutrales ante esta infición políticamente correcta, estaremos echando por tierra libertades que costaron siglos de lucha y sufrimiento. Cuando el constituyente estampó que es «enteramente libre la comunicación de pensamientos por palabras» partió de la base de que la gente no es estúpida y puede discernir, y entendió que nada hay más benéfico que permitir el libre juego de las ideas, única manera de ponerlas a prueba y contrastarlas. La humanidad desecha o acepta pensamientos dejando que se manifiesten y que el cuerpo social los adopte si los cree necesarios. Toda idea espuria o perjudicial a una democracia, no tendría por qué tener demasiados adeptos y a la postre se disolvería como el humo en la atmósfera social. Este peligroso mesianismo destruye el contraste de ideas y considera necesaria una tutela sobre el pensamiento para supuesto beneficio de los débiles, tutela que luego, imperceptiblemente, se irá extendiendo como una mancha de aceite al resto de las actividades humanas, cumpliéndose los más tristes augurios de la ciencia ficción. Hace un siglo Marcel Schwob advertía que «La risa está, probablemente, condenada a desaparecer». En tanto esta profecía parece cumplirse, en su nueva vuelta de tuerca el monstruo de mil máscaras ha disuelto caducos posicionamientos ideológicos, como si una ola barriera lo que frívolamente escribiéramos en la arena.

Notas

1) «Bendita sea la madre que parió a los obreros que aplanaron el pavimento por el que pasas ¡Monumento!»

http://www.uypress.net/uc_50592_1.html

2) De cómo se mata a palazos una sociedad

https://www.facebook.com/notes/115231215256867/

3) Django, el artista desencadenado

http://www.rebelion.org/noticias/2013/4/166811.pdf


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