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La violación, un miedo intangible, titilante, permamente. O no

Fuentes: Rebelión

«¿Quién no se calzó un pantalón, aunque fuera verano, ante la sombra de una noche desolada entre las sábanas pero llena de fantasmas en las ventanas.»(Diario Página/12. 28/10/2005). Así comienza uno de los informes especiales en un diario argentino acerca de la violación. Y qué mejor anzuelo para introducir una nota que el de afirmar […]

«¿Quién no se calzó un pantalón, aunque fuera verano, ante la sombra de una noche desolada entre las sábanas pero llena de fantasmas en las ventanas.»(Diario Página/12. 28/10/2005). Así comienza uno de los informes especiales en un diario argentino acerca de la violación. Y qué mejor anzuelo para introducir una nota que el de afirmar -una vez más- un hecho social. Sólo que la realidad no siempre es la recreada en el espacio mediático. «La sangre bulle en las venas: la violación es sin dudas el delito que más indignación y reacciones violentas despierta, y el único cuyas víctimas reciben una especial compasión y acompañamiento» (Diario Clarín. 14/12/2005). Las verdades absolutas se asientan en el discurso, muestran a mujeres como víctimas y hombres como victimarios; vehiculizan a su vez, representaciones y mitos que instituyen socialmente un «deber ser» de la feminidad. Y de la masculinidad.

«¿Quién no apuró el paso ante el ruido de otros pasos que después pasaron como zumbido pero que, sólo por ir atrás de nuestros pasos, apuraron latidos?». (Diario Página/12. 28/10/2005). La redacción adquiere un tinte novelesco para lucir los dotes literarios del/a periodista alimentando la morbosidad que incitan los casos policiales. Pareciera que los cuerpos de las mujeres siguen despertando voyeurismo aún después de muertas. «Un problema complejo y urgente.» En la TV ¿qué no lo es? Todo suena más a un regodeo sensacionalista que a una investigación. Las ambiguas categorías para definir esta problemática dan cuenta del alto grado de complejidad de esta situación social. Y, simultáneamente, la incapacidad para abordarla con un enfoque integral.

Concretamente, las violaciones denunciadas en los últimos meses fueron suficientes para que se realizara una serie de especiales sobre ataques sexuales. La información periodística cristalizó su morbo en la anécdota y evitó profundizar en la problemática social del tema. De igual modo, las propuestas consistieron en reclamar políticas públicas rápidas, efectistas y centradas en definir cuál es el mejor castigo; una simplificación que aliviane la angustia generada por este tipo de conflicto. Entendible. Pero no justificable.

En este contexto, establecer cuáles son las estrategias más adecuadas en torno a la violencia de género no reside en enumerar múltiples torturas. Una pena más rígida para los violadores es mejor que ninguna, es cierto; leyes más justas, son mejores que menos leyes; también es cierto. Sin embargo, la disuasión penal o mayor policía no han demostrado efectos decisivos para evitar delitos y prácticas. La cantidad no siempre garantiza cambios. Estas medidas pueden tender a encauzar las consecuencias, pero aún predominan valores dominantes, que son sexistas. Como por ejemplo, cuando se fuerza compulsivamente a las mujeres a realizar denuncias o cuando la asistencia médica no contempla el contexto social.

Entonces el eje está corrido. Habría que apuntar a la transformación de las subjetividades que perpetúan el rol de mujer víctima, frágil, violable, objeto. Y aquí la participación de los medios de comunicación masiva es fundamental. Ya que la violencia hacia la mujer no es sólo física: es radial, televisiva, gráfica, verbal, lingüística, laboral. Se trata de revertir este guión reproducido compulsivamente en las tapas de revistas, publicidades y todo tipo de carnada que apunte al consumo. El fin es apelar a una nueva imagen de autonomía que destierre la apropiación -de los cuerpos y su sexualidad- y puesta violenta de las mujeres en el lugar donde tradicionalmente se espera que estén: el de la obediencia, ser deseables y poseídas. Las mujeres no son ni víctimas, ni pasivas.

«El miedo a la violación es el miedo primario de la mayoría de las mujeres.» (Diario Página/12. 07/03/2006). No necesariamente. En todo caso, si es realmente genuino el interés por parte de la prensa de contribuir a solucionar el problema, una forma de colaborar a ello sería no continuar repitiendo este tipo de afirmaciones. Perfectamente éstas pueden reemplazarse por imágenes positivas sobre la capacidad de las mujeres de resistir a la violencia, responder a las agresiones (que no son sólo físicas) y alentar a la solidaridad y a las acciones colectivas. La violencia existe, sí. Pero también existen los encuentros de mujeres donde se reúnen trabajadoras sociales, dirigentes barriales, profesionales de la salud, educadoras, trabajadoras de empresas recuperadas, mujeres agremiadas, dirigentes políticas, miembros de ONG’s, mujeres que luchan contra la discriminación y la violencia. Todas son protagonistas de intensos debates y sacan conclusiones que beneficiarían a toda la sociedad. Claro que elaborar un informe de estas características no despierta el mismo sensacionalismo.

Indudablemente es positivo el hecho de que paulatinamente esté instalado el tema, resta generar un debate social al respecto. Es necesario que a partir de la cobertura de estos hechos resulte el fortalecimiento de las mujeres, fomentando una postura activa que cuestione esas verdades absolutas, susceptibles de ser cambiadas. Las violaciones se ven atravesadas por las marcas que dejan en nuestros cuerpos las interpretaciones, prejuicios, fantasías, que nos sitúan como víctimas, frágiles, paralizadas, incapaces de violencia física, temerosas(1). Tal vez sea momento de que generemos nuevas concepciones de nuestros cuerpos y actitudes, las cuales puedan ayudarnos a revisar la gramática de la violencia.

En suma, la propuesta aquí es aportar herramientas a los efectos de construir una lectura crítica. El objetivo es no circunscribir el análisis de la violación únicamente a una de sus formas más ostensibles, ya que de esta manera estaríamos invisibilizando la discriminación hacia las mujeres sobre la que este delito se asienta. Es posible destruir las imágenes estereotipadas y generalizadoras de victimarios y víctimas. Es posible destruir este imaginario que consigna la impotencia para enfrentar estas situaciones, reaccionar ante ellas, y sobre todo prevenirlas. La fortaleza, la agresividad y la fuerza no son sólo cualidades masculinas. Las mujeres resisten, se movilizan, luchan. Y triunfan.♠

Notas

(1) Sharon Marcus, «Cuerpos y palabras en lucha», en Travesías 2, documentos del Centro de Encuentros Cultura y Mujer (CECyM) www.cecym.org.ar