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“Dame pan y dime tonto”: la ficción mediática

Los intereses de los medios de Bolivia al descubierto

Fuentes: Rebelión

La guerra mediática en Bolivia es desigual y paradójica. Los medios de comunicación privados siguen siendo la gran mayoría (85%) a pesar del crecimiento de los medios públicos (fundación del periódico estatal Cambio en enero de 2009, reforzamiento de la agencia ABI y el canal televisivo Televisión Boliviana, implementación de una red de radios comunitarias […]

La guerra mediática en Bolivia es desigual y paradójica. Los medios de comunicación privados siguen siendo la gran mayoría (85%) a pesar del crecimiento de los medios públicos (fundación del periódico estatal Cambio en enero de 2009, reforzamiento de la agencia ABI y el canal televisivo Televisión Boliviana, implementación de una red de radios comunitarias y campesinas, Patria Libre…). Y no son sólamente la mayoría, sino que desarrollan un discurso de oposición al gobierno de Evo Morales con matices desde el ataque feroz, ocupando posturas de ultra y derecha, hasta labores de desgaste y bloqueo de políticas gubernamentales. La paradoja: los porcentajes de las últimas cinco elecciones dan al oficialismo votaciones por encima del 50% e incluso llegando en determinados referendums (como el revocatorio de agosto de 2008) a los dos tercios de apoyo popular, algo impensable en democracias como las europeas o las bolivianas del pasado cuando gobernantes llegaban a palacio de gobierno con porcentajes alrededor de los veinte puntos.

Privados y estatales

Los intereses de los propietarios de los medios de comunicación privados han sido puestos al descubierto por las propias audiencias que, si bien consumen su programación (tanto radial como televisiva y de prensa escrita) ignoran sus alineamientos políticos, aplicando el viejo refrán castellano: «dame pan y dime tonto», cuya traducción al mundo mediático boliviano del nuevo siglo, sería: «dame entretenimiento y yo te haré creer que posees una influencia, un prestigio y una capacidad de decisión política que no son reales».

En la barricada de enfrente, los medios públicos se debaten (a pesar de su pequeños reforzamientos con un canal estatal no tan poderoso como se cree en su alcance por la diversa y complicada geografía nacional, debido al constante robo de antenas para vender el metal) entre su todavía escasa modernización, su falta de presupuesto, sus carencias múltiples en capital humano y su -¿inevitable?- alineamiento con las posiciones gubernamentales, convirtiéndose, así, en la otra cara del espejo parcializado y polarizado.

Es decir: «¿cómo se explica la paradoja de la elevada influencia de los medios privados en fijar la agenda y darle un enfoque interpretativo con su poca incidencia en el comportamiento electoral y la percepción ciudadana?» (1), en palabras de José Luis Exeni, comunicólogo y doctor en investigación social por la Flacso y ex presidente de la Corte Nacional Electoral. O como señala Pedro Susz: «la eterna pregunta irresuelta es si la influencia de los medios sobre su entorno es mayor que la influencia de dicho contexto sobre aquellos medios» (1). Y para los de enfrente: ¿Cómo hacer unos medios públicos «de verdad»? ¿cómo soterrar la guerra mediática para ofrecer a los ciudadanos unos medios estatales a la altura del proceso del cambio, sin censuras, sin interferencias, de calidad?

El zapping y el «antiperiodismo» televisivo

Según cita el periodista Pascual Serrano, refiriéndose a la socióloga Angeles Díez, en su libro Medios violentos: palabras e imágenes para el odio y la guerra, la ausencia de debate colectivo en las sociedades de hoy en día ha permitido que las mentes estén más expuestas y vulnerables a los medios de comunicación. «Solo ante el televisor, atrapado en la trancadera escuchando la radio, leyendo el periódico, la persona tiene un papel insignificante en la construcción de la noticia y sus significados»..

En Bolivia, las audiencias no son tan insignificantes. Hartas de la polarización entre canales de abierta oposición y canales estatales de perpetua transmisión de los mensajes de respuestas y propuestas del gobierno de Evo Morales, practican, en un ejercicio de sana democracia y formación de criterios propios e independientes, el zapping, desnudando privilegios y restando esa capacidad de influencia de medios que en palabras de Serge Halimi pusieron por delante la «libertad de expresión» como tapadera de los intereses particulares (económicos y políticos) de los dueños mediáticos.

Paralelo al zapping democrático, otro fenómeno ha caracterizado a la última televisión boliviana: la práctica del «antimodelo del periodismo» por su decidida apuesta por el «infoentretenimiento» traido al país por la cadena Unitel y su ex lumbreras, José Pomacusi (actualmente en PAT). Este modelo del noticiero, propio de la peor televisión estadounidense, está caracterizado por la banalización, el sensacionalismo y el reinado de las pseudos notas informativas acompañada de una homogeneización de contenidos, estilos y fuentes, según Medios a la vista, un excelente trabajo del Observatorio Nacional de Medios que dirige Erick Torrico y su equipo (2), un pormenorizado estudio publicado hace escasos meses y ninguneado por la gran mayoría de «mass media».

La prensa y su descomposición

El citado estudio, que recoge 27 trabajos sobre coberturas periodísticas, refleja con datos e investigaciones empíricas la profunda crisis que atraviesa al periodismo boliviano y sus causas, desde comienzos de este nuevo siglo. Una de sus causas ha sido haberse prestado a ser instrumento de polarización, con la consiguiente pérdida de influencia y credibilidad. Y para muestra, el botón más escandaloso y sorprendente: Medios a la vista demuestra sin ambigüedades y objetivamente, con datos irrefutables, los casos de «coordinación editorial» entre medios escritos y televisivos (que no comparten redes ni grupos) en determinados acontecimientos claves en el aconteceder político de la Bolivia de los últimos tres años como la nacionalización, la asamblea constituyente o los diferentes procesos de elección democrática.

Es decir, a falta de una gran empresa monopolizadora, estilo el grupo Clarín en Argentina, los medios de comunicación bolivianos se unen en «cruzada» y a espaldas de los trabajadores de dichos medios contra el gobierno de Evo Morales.

Pero los males suman y siguen en los medios de comunicación. A la pérdida de prestigio por su decisión de convertirse en pujantes actores políticos hay que añadir otras taras no menos preocupantes: la admisión de la autocensura y el condicionamiento de directores y jefes de redacción al trabajo informativo en las redacciones; la improvisación profesional; el recurso fácil al sensacionalismo; las dificultades «técnicas» para afrontar las tareas; el escaso espacio a la información cultural e internacional; las condiciones laborales de los trabajadores (convertidos en meros «empleados funcionales» y desprovistos de numerosos derechos laborales); la priorización de fuentes «radicales» y polarizadas; la falta de ecuanimidad y pluralismo; la concentración mediática e informativa (el grupo Líder aúna a la gran mayoría de periódicos del país); la ausencia de géneros, la falta de especialización y de una agenda mediática propia y un largo etcétera.

Incluso, en una de las investigaciones de Medios a la vista se demuestra que los medios de comunicación ni siquieran contribuyeron a paliar los efectos de los desastres naturales conocidos como el Niño y la Niña en 2006 y 2007.

El ser y el debe ser

El periodista y sociólogo Rafael Archondo no vislumbra una salida a la crisis de los medios de comunicación: «los medios son actores racionales, esto hace que actúen movidos por sus intereses singulares y no por imperativos sociales externos. Cualquier cambio que espere hacerse en este comportamiento no saldrá nunca de una prédica hacia la buena conducta ni del ‘debe ser’ de los medios, sino de las condiciones específicas en las que éstos se desenvuelven. Unitel será un canal más nacional o el Canal Siete estatal será más pluralista solo cuando esto convenga a sus intereses o se articule a beneficios concretos y compartidos».

La crisis económica ha tenido una consecuencia nefasta en los medios de comunicación bolivianos. La caida brutal de la tarta publicitaria ha provocado despidos masivos (el canal Católica de Televisión, de propiedad de la jerarquía de la Iglesia, despidió a casi cuarenta trabajadores en agosto para, supuestamente, recontratarlos bajo nuevas condiciones); reducción de trabajadores en las redacciones de los periódicos (y sustitución de contratos fijos por «prestación de servicios» de carácter civil y no laboral, con pérdidas de beneficios, aguinaldos y demás conquistas sociales); y surgimiento de medios en Santa Cruz donde la empresa privada conserva sus pautas de publicidad en medios afines a sus intereses y contrarios al gobierno. Se da la paradoja que la mayoría de medios opositores subsisten gracias a los avisos y espacios contratados por el gobierno y sus ministerios en sus campañas por desmentir las manipulaciones de esos mismos medios.

El reacomodo de las elites políticas y la derecha que luchan por un espacio en la nueva Bolivia de Evo, cara a las elecciones presidenciales de diciembre, ha provocado también cambios de alianzas en el panorama mediático. Así mientras canales como PAT apuestan por la confrontación y la polarización (en el programa «No mentirás» se llegó al extremo de lavar la cara y ofrecer el «lado humano» de Luis Arce Gómez, el hombre fuerte de la dictadura de Luis García Meza, extraditado de Estados Unidos en julio pasado) otros medios como el Grupo Líder (que agrupa al periódico El Deber de Santa Cruz y otros nueve matutinos) se aleja de PAT en su formación de alianzas para cubrir las elecciones y se decide por un canal con línea menos dura como Red Uno.

En el plano estrictamente periodístico, actores desplazados del escenario político, como el ex presidente del Comité Cívico, Branko Marinkovic, azuzador de los hechos de toma de instituciones en Santa Cruz en agosto y septiembre de 2008, se hacen dueños de periódicos como El Día, de la capital cruceña.

Mientras desde el oficialismo se trata de equilibrar la balanza con el citado reforzamiento de los medios públicos y la «desactivación» de medios privados. El caso más llamativo es la venta del canal (ATB) y el periódico (La Razón) en manos del grupo mediático español Prisa, el cual atraviesa una grave crisis. El canal pasó en febrero a manos de un «consorcio venezolano» próximo al parecer al oficialismo mientras que el periódico paceño fue vendido, también supuestamente al grupo Cisneros de Venezuela. En ambos casos, las audiencias exigen la misma transparencia (a la hora de saber a ciencia cierta el nombre de dueños e intereses políticos y económicos por detrás) que se pide a todos y cada uno de los propietarios de los medios privados cuyos intereses («dime con quien andas y te diré quien eres») ya no son tan ocultos y cubiertos como otrora.

Notas:
1.- Los canales en cuestión: cómo trabajan Unitel y Canal 7 . Raúl Peñaranda y Karina Herrera. Fundación Friedrich Ebert en colaboración con el Centro para Programas de Comunicación. Julio 2008.

2.- Medios a la vista: Informe sobre el Periodismo en Bolivia 2005 – 2008. Observatorio Nacional de Medios (ONADEM), iniciativa de la Fundación UNIR Bolivia.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.