Recomiendo:
0

Entrevista Robert Fisk, uno de los más conocidos corresponsales de guerra británicos

«Los medios deberían decirle a sus lectores y televidentes que en Iraq están confinados en sus hoteles y que no salen ni hacen reportajes en las calles»

Fuentes: BBC

Como autor o como corresponsal para Medio Oriente del diario británico The Independent, el estilo apasionado -algunos dirán controvertido- de sus reportajes le han generado tanto elogios como críticas. Ganó el premio periodista británico internacional del año en siete oportunidades y ha informado sobre Medio Oriente en los últimos 30 años. La BBC dialogó con […]

Como autor o como corresponsal para Medio Oriente del diario británico The Independent, el estilo apasionado -algunos dirán controvertido- de sus reportajes le han generado tanto elogios como críticas.

Ganó el premio periodista británico internacional del año en siete oportunidades y ha informado sobre Medio Oriente en los últimos 30 años.

La BBC dialogó con Fisk sobre Irak, la cobertura de conflictos y sus encuentros con Osama Bin Laden durante la gira promocional de su último libro: «La gran guerra por la civilización – la conquista de Medio Oriente».

Usted ha dicho que su próxima visita a Irak puede ser la última, ¿por qué?

Irak se ha vuelto tan peligroso para los periodistas que mis colegas y yo nos preguntamos si el riesgo vale la cobertura.

Pero quizá vuelva.

Nunca estuve en una cobertura tan peligrosa como la de Irak y desde el punto de vista personal, creo que hemos llegado a un punto en el tema en el que nuestro acceso a fuentes reales -no estadounidenses o británicas ni del gobierno iraquí, sino gente común- es tan restringido que apenas podemos hacer nuestro trabajo.

¿Qué deberían hacer los medios de comunicación en Irak? Usted ha criticado el «reportaje desde el hotel».

Lo primero que deberían hacer es decirle a sus lectores o televidentes que están confinados en sus hoteles y que no salen de los mismos ni hacen reportajes en las calles.

Al colocar «desde Bagdad» en sus historias dan la impresión de que pueden verificar información, y eso no es así.

Por ejemplo, cuando los estadounidenses dicen que mataron 142 «terroristas» en Tal Afar, la impresión que se da es que se puede confirmar tal información, pero en realidad no es así, porque no se puede ir a Tal Afar.

La realidad es que los periodistas en Bagdad son una caja de resonancia para los portavoces oficiales y los generales. No está mal hacerlo, pero hay que decirle a los clientes las circunstancias en que se hace.

¿Cree usted que si se aprueba una Constitución a través del próximo referendo cederá la violencia?

No. La mayoría de los iraquíes sólo trata de sobrevivir. No tiene electricidad y muy poco dinero para comprar combustible. Está desesperada por proteger a sus familias, que no sean secuestrados por dinero.

Los iraquíes están asustados por los ataques suicidas, que a veces se dan a un ritmo de cinco o seis por día.

Irak se encuentra en un estado de anarquía total, desde Mosul en el norte hasta Basora en el sur.

Hay insurgentes armados que circulan por las calles de Bagdad a menos de un kilómetro de la llamada Zona Verde, donde se encuentran las embajadas de Estados Unidos y el Reino Unido.

El proyecto estadounidense en Irak está totalmente muerto.

Cuando uno está allí se da cuenta de ello, pero cuando sale de esa burbuja de anarquía y mira televisión en EE.UU. o el Reino Unido se puede convencer de que todo está bien.

No está bien, es un desastre.

¿Puede hablarnos de sus impresiones de Osama Bin Laden, tras reunirse con él?

Es un hombre de una convicción feroz, que se ha vuelto más y más vanidoso con el paso de los años. Pero también es una persona que piensa antes de hablar.

Bin Laden se recostaba y se limpiaba los dientes con trozo de madera en tanto pensaba durante un minuto en qué respuesta dar.

Sus intereses han cambiado con el correr de los años.

Cuando lo encontré la primera vez, en 1993, estaba obsesionado con la victoria que habían obtenido, sus muyaidines y él, sobre los rusos en Afganistán. En 1996 estaba obsesionado con lo que él llamaba la corrupción en la familia real saudita.

En 1997 estaba obsesionado con la presencia estadounidense en el mundo árabe. Esa era probablemente su obsesión el 11 de septiembre de 2001, pero no he vuelto a verlo.

Era un hombre muy confiado y consciente, con un deseo feroz de participar en un califato islámico, con leyes coránicas y creo que con pocos derechos para la mujer.

¿Percibió usted en el último encuentro que su organización era capaz de llevar a cabo los ataques del 11-S?

No. Pero sí dijo que rezaba cada día para que Dios permitiera a al-Qaeda convertir a EE.UU. en una sombra de sí mismo.

Entonces pensé que era sólo retórica, pero cuando vi las imágenes casi bíblicas del 11 de septiembre, sí pensé que Nueva York era una sombra de sí misma.

En su último libro señala que Bin Laden intentó reclutarle, pero lo rechazó. ¿Qué buscaba?

No tengo idea. Fue durante el tercer encuentro. Al llegar a su tienda vino hacia mi con una amplia sonrisa que no me gustó y me dijo: «Uno de nuestros hermanos soñó que usted llegaría montado en un caballo, vestido como un imán, con un turbante – quiere decir que usted es un verdadero musulmán».

Sentí enseguida que intentaba reclutarme y que así lo deseaba porque yo era un periodista justo al que sería factible pasarlo a su lado.

Estaba horrorizado por esto y me puse a pensar la mejor respuesta posible, después de todo estaba rodeado de sus hombres.

Le dije: «Yo no soy musulmán. Soy un periodista y mi trabajo es decir la verdad».

El se dio cuenta que lo rechazaba y respondió: «Pero eso es lo mismo que ser un buen musulmán».

Respiré aliviado.

¿Cuál es la naturaleza de conflicto entre occidente y el mundo árabe? ¿Es un choque de civilizaciones o estamos exagerando el sustento real de un reducido número de extremistas?

Nunca percibí eso del «choque de civilizaciones». Creo que es un mito.

Vivo en el mundo musulmán entre musulmanes. Mi arrendador es musulmán, mi verdulero es un musulmán, pienso que esa idea es equivocada.

Uno de los temas en sus reflexiones sobre Medio Oriente parece ser la naturaleza cíclica de la historia y sobre cómo los líderes políticos repiten los errores de sus predecesores. ¿Puede explayarse sobre esto?

Mi libro se llama «La gran guerra por la civilización», esa inscripción se encuentra en el reverso de la medalla otorgada a mi padre durante la primera guerra mundial.

Después de ese conflicto, británicos y franceses crearon las fronteras de Irlanda del Norte, Yugoslavia y Medio Oriente.

Me he pasado toda mi carrera profesional viendo como la gente dentro de esas fronteras se inmolaba.

En mi opinión todo se trata de vincular la historia con el presente.

Irónicamente, Bin Laden también hace eso, habla de la declaración Balfour (sobre la creación del Estado de Israel), el acuerdo Sykes-Picot (por el cual Reino Unido y Francia se dividieron Medio Oriente) y la pérdida de Andalucía en el siglo XV.

Parece que la historia nos persigue y quizá debiéramos llevar un libro de historia siempre con nosotros.

¿Cree usted que internet y los blogs cambiarán la forma en que se reporta un conflicto?

No tengo idea. No utilizo internet, tampoco el correo electrónico, no tengo idea.

¿Por qué eligió ser un corresponsal?

A los 12 años miré la película de Alfred Hitchcock, Corresponsal Extranjero, en la que un reportero llamado Humphrey Haverstock viaja a Europa a cubrir el estallido de la segunda guerra mundial.

Es testigo de un asesinato, persigue espías, elude los disparos de un buque de guerra alemán, envía una primicia y enamora a la mujer más atractiva del filme – pensé que esa vida era muy buena.

No resultó ser tan así para mí en Medio Oriente. Ni tantas aventuras ni romance.

Se transformó en un caso de reportar sobre injusticias, tortura, dictadores y las guerras que han plagado la región.

Usted siempre toma partido en sus reportajes, algo que muchos corresponsales aseguran que no hacen.

Si se cree que las víctimas deben tener más espacio que las personas que cometen atrocidades, entonces sí, tomo una posición.

Pienso que si los reporteros no hacen eso es porque están locos.

Si uno está cubriendo la liberación de los campos de exterminio al final de la segunda guerra mundial, ¿daría el mismo espacio a la SS? No – uno hablaría con las víctimas.

Igualmente, cuando informaba sobre los ataques suicidas palestinos en Jerusalén en 2001, donde murieron 22 israelíes, más de la mitad niños – me centré en la atrocidad que tuvo lugar. No otorgué el mismo espacio al portavoz de Hamas.

Esta idea de que uno tiene que balancear la nota y hablar por igual con oprimidos y opresores es ridícula.

Si uno es un panadero o un conductor de autobús y ve algo terrible, uno se sentirá enojado por ello.

Yo, como periodista, también tengo el derecho a enojarme y hablar de ello con furia – eso es lo que hago.