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La estrategia del Grupo Prisa en Venezuela

Los miedos al cambio de El País (I)

Fuentes: Rebelión

El País, que para muchos pasa por ser la referencia mediática de aquellos que, ya sea por obligación, necesidad, corrección o método, nos consideramos «de izquierdas», nos insiste estos días en prestarle atención al caso de Venezuela. El periódico nos sigue malacostumbrando en sus páginas a ánalisis politicos que necesariamente conducen al debate. Lo que […]


El País
, que para muchos pasa por ser la referencia mediática de aquellos que, ya sea por obligación, necesidad, corrección o método, nos consideramos «de izquierdas», nos insiste estos días en prestarle atención al caso de Venezuela. El periódico nos sigue malacostumbrando en sus páginas a ánalisis politicos que necesariamente conducen al debate. Lo que se desconoce es si el debate al que conduce es precisamente el que busca el periódico bandera de sus bienpensantes lectores (un debate unidimensional sobre los pormenores del proceso político venezolano), o si, tras leer sus elaborados editoriales, por el contrario el debate resulta más abstracto. Por ejemplo, si la referencia de ser «de izquierdas» nos lo marca un medio como El País… ¿qué es ser «de izquierdas»? ¿Cuál es el papel de los medios de masas en la formación de nuestro pensamiento político?

Este pequeño estudio se divide en tres partes y se centra en el caso particular de dos editoriales dedicados al «caso Chávez» y en un pequeño análisis de los intereses que envuelven a la retórica del medio de Prisa. El primero de ellos se titula «El «estirón» de Chávez» (6 de enero de 2007, se puede leer en http://www.elpais.com/articulo/opinion/estiron/Chavez/elpepuint/20070106elpepiopi_3/Tes) y en él se describen los temores que se desprenden de los nuevos nombramientos gubernamentales del gobierno venezolano y sus objetivos políticos. Lo primero que llama la atención es el propio contenido del editorial. ¿Desde cuándo un periódico se preocupa de los cambios gubernamentales que se producen en un tercer país? En el caso que nos ocupa, como veremos en la tercera y última parte de este estudio, esto no es más que una excusa para otro tipo de objetivos que maquillan los propios intereses en la región del mismo periódico, o más bien, de los del grupo editorial al que pertenece: Prisa.

Sin embargo, ahora, centrémonos en la elaboración del texto. El primer párrafo ya nos descifra las claves ideológicas bajo las que está escrito el editorial:

«Se sabía que la holgadísima victoria de Hugo Chávez en las presidenciales del 3 de diciembre era un primer paso, conveniente si no imprescindible, para que el líder venezolano iniciara una nueva etapa en lo que llama tránsito al ‘socialismo del siglo XXI’ y que el antichavismo más bien identifica como deriva autoritaria del régimen. Los últimos nombramientos y remociones en el poder en Caracas parecen apuntar a que, sea lo uno o lo otro, esa fase ya ha comenzado.»

Lo primero que se expresa es la preocupación con un «se sabía que la holgadísima victoria (…) era un primer paso» (algo así como un «ya te lo decía yo», pero en clave diplomática). Es decir, la preocupación porque una victoria electoral supusiese la aplicación de ciertas políticas, un cambio; pero El País nos lo expresa con pesar al referirse a las elecciones como algo «imprescindible» que se han utilizado para justificar ese cambio. Habría que preguntarle a El País si no es de eso de lo que, en principio, tratan todos los procesos electorales democráticos: de la aprobación de determinadas agendas políticas a través de la aprobación de la soberanía popular. ¿O es algo excepcional que Chávez utilice los votos para llevar sus principios políticos a la práctica? Quizá El País esté mal acostumbrado a ver políticos ganar elecciones que sólo sirven para mantener las mismas políticas que sus predecesores…»cambiándolo todo para que todo siga igual».

Otro elemento destacable de este primer párrafo es el uso de las comillas. En su afán de imparcialidad mediática tan sólo le coloca las comillas a aquello que se refiere a la visión chavista del cambio que se avecina después de las elecciones («socialismo del siglo XXI»), lo que invoca cierta «ingenuidad» o «interés» oculto en la afirmación de los grupos cercanos a Chávez. El antichavismo disfruta de expresiones limpias de comillas cuando se analiza el cambio como «deriva autoritaria del régimen», lo que le da un cierto halo de objetividad. Tras aclararnos su posición ideológica, El País por fin se desnuda a analizar los cambios que parecen darle tanto vértigo… (¿no era el cambio un principio positivo de la democracia a la que tanto invoca el medio de Prisa?)

A partir de ahí, El País muestra especial preocupación por los nuevos cambios en el gobierno venezolano y dedica una parte de su editorial a jugar con la ignorancia del lector medio español sobre el particular. Las sustituciones en el gobierno, habituales en todos los gobiernos del mundo por muy diversos motivos y en general positivas para así oxigenar los puestos y las políticas, son entendidas por el periódico como un giro cada vez más radical en el gobierno de Chávez. Así pues se nos describen con pinceladas (de brocha gorda) a cada uno de los que se van y de los que llegan:

«Se van, de momento, el vicepresidente José Vicente Rangel, la más convincente de las caras legalistas y reflexivas del Gobierno; el ministro del Interior, Jesse Chacón, y Nelson Merentes, que deja el Ministerio de Finanzas. A Rangel le sucede Jorge Rodríguez, que fue director de la Comisión Nacional Electoral e íntimo de Chávez. Chacón, a quien reemplaza otro chavista de la primera hora, Pedro Carreño, había visto arruinada su reputación por los recientes enfrentamientos en las cárceles, con docenas de muertos.»

Por desgracia para el medio del Grupo Prisa, los ignorantes también podemos utilizar internet y no es difícil descifrar algunos datos extra a añadir a los que nos aporta El País. Resulta que José Vicente Rangel nació hace 78 años y que considera razonable retirarse de la política activa aunque no de la Revolución, como él mismo ha declarado en un acto emotivo conducido por el mismo Chávez. En algo hay que apreciar la honestidad de El País cuando habla de «la más convincente de las caras legalistas y reflexivas del Gobierno», ya que Rangel es un hombre admirado por su trayectoria política dentro del Movimiento Al Socialismo (MAS), el Partido Comunista de Venezuela (PCV) y el Movimiento Electoral del Pueblo (MEP), así como por haber pertenecido a la guerrilla comunista y haberse presentado como candidato presidencial en diversas ocasiones antes de integrarse dentro del Movimiento V República (MVR). Desconozco si El País manejaba esos datos al escribir el editorial y me sorprende que coincidamos en el criterio ante una figura tan destacable como la de Rangel, personaje clave en la resistencia del golpe de Estado del 11 de abril del 2002 que El País aplaudió desde sus páginas. En cuanto a su sustituto, Jorge Rodríguez, resulta que organizó técnicamente el Referéndum revocatorio contra Chávez, proceso que fue aprobado por todos los observadores internacionales y reconocido por su limpieza democrática. En cualquier caso, parece que el hecho de ser «íntimo de Chávez» llama a la falta de credibilidad para El País, pero… ¿algún presidente de gobierno en el mundo se rodea de políticos que no son de su confianza? ¿No es lógico que en un equipo de trabajo de tal magnitud e importancia se aprecie cierta confianza personal, especialmente en la figura política del Vicepresidente? Proceder con un análisis parecido con el resto de los nombres que aparecen en el editorial no hace más que alargar la sombra sobre la credibilidad e imparcialidad de uno de los periódicos referencia en España.

Los siguientes párrafos continúan por un sendero de afirmaciones infundadas y con el único propósito de elaborar dudas sobre un futuro del que ni hay pruebas ni se aporta análisis político contrastado. Es decir, un cúmulo de especulaciones que llevan a El País a concluir una supuesta «deriva a la dictadura» en Venezuela oculta bajo el «desarrollo del socialismo» que no aporta dato significativo alguno; de acuerdo con el editorial, el principal fundamento de estas «preocupaciones» se encuentra en la unión de los partidos de izquierda y en la aprobación de la reelección indefinida, un sistema que existe, sin ir más lejos, en España. Entre tanto, estos temores se revisten con algunas falsedades o desinformaciones propias de los medios de masas («no hay diputados de oposición, porque en su día ésta boicoteó las urnas») o haciéndose eco de alguna voz significativa, eso sí, siempre de la oposición a Chávez, en este caso la de Teodoro Petkoff. El editorial no le pone comillas a ninguna de las afirmaciones que se le atribuyen a Petkoff, por lo que asumimos que no sólo se trata de darle la palabra a una única parte (minoritaria, como bien han demostrado las últimas elecciones), sino que además El País asume como propias esas palabras. ¡Y lo mejor del párrafo, es que no dice nada!:

«El líder moral de la oposición, Teodoro Petkoff, cree que Chávez ya podría comportarse hoy como un dictador sin salirse de la legalidad, pero no lo hace porque no quiere que el mundo compare a Venezuela con la Cuba de Castro.»

¿Qué tipo de análisis serio por parte de un periódico o analista que se precie (es difícil distinguir sin comillas a quién debemos referirnos) es ése? ¿Cómo se puede comportar alguien «como un dictador sin salirse de la legalidad» en un sistema democrático? No nos olvidemos que se trata del país democrático que celebra elecciones con más asiduidad en el mundo. Pero además, ¿qué tipo de análisis serio concluye con «pero no lo hace porque no quiere que el mundo compare a Venezuela con la Cuba de Castro»? Incluso si estuviesemos de acuerdo con esta afirmación más cercana a la psicología que a la política, si Chávez «no lo hace» (sea por la causa que sea), es decir, no se comporta «como un dictador», ¿dónde está el conflicto político? ¿Cuál es el problema?

Hay que hacer un paréntesis aquí para dar algunos datos sobre «el líder moral de la oposición», Teodoro Petkoff. Se trata de un reconocido economista y periodista venezolano que en sus orígenes fue un destacado guerrillero y miembro del Partido Comunista de Venezuela (PCV), del que se fue para fundar el Movimiento Al Socialismo (MAS). En el segundo gobierno de Rafael Caldera, y con el MAS coaligado con el partido demócrata cristiano Convergencia, pasó a ser Ministro de Cordiplan (Coordinación y Planificación). Desde ahí dirigió la Agenda Venezuela, un conjunto de medidas impuestas por el Fondo Monetario Internacional destinadas a eliminar los controles económicos, relanzar las privatizaciones y suprimir el Sistema de Seguridad Social y el de Prestaciones Sociales. Estas medidas traicionaban las propias promesas electoras de Caldera. Petkoff es una referencia para la oposición de Chávez, y además responde al perfil de analista e intelectual que hace las delicias de El País: ex-izquierdista desengañado que abraza el neoliberalismo o la socialdemocracia porque ha visto los males que esconden las utopías de justicia social.

El País comienza el último párrafo con una afirmación con la que por fin casi todos podríamos estar de acuerdo: «El hecho de que el pluralismo pueda depender del antojo de una persona es ya muy grave.» Cierto. Podría haber añadido que es también muy grave que ese pluralismo dependa de los intereses empresariales de los diversos grupos mediáticos ligados a las diferentes oligarquías, pero en cualquier caso, estamos de acuerdo. El problema es que desconozco de dónde viene tal afirmación y que sentido tiene en el contexto del editorial que tratamos de descifrar. Y lo que viene a continuación no sirve para aclararlo:

«(…) pero si en esa profundización revolucionaria, Chávez se consiente todo aquello de lo que hasta ahora se había abstenido en materia de ordeno y mando, Venezuela no irá hacia el socialismo, sino a un populismo ultra, por muy social que diga ser.»

Independientemente del lenguaje caciquil («ordeno y mando») que dudo le adjudiquen a las políticas de otros jefes de Estado que representan la soberanía popular de su país, la verdad es que no veo la relación entre la unificación de los partidos de izquierda y la aprobación de la posibilidad de presentarse a la reelección indefinidamente (como ocurre en España y en buena parte del mundo) y la reflexión de esta frase. Además, si como el mismo El País reconoce, hasta ahora se había abstenido de ese tipo de actitudes, ¿cuáles son las señales que hacen temer por esa «deriva dictatorial»? Desde luego, en este editorial no se da ninguna, ya que las principales que se presentan en él (la unificación de partidos y el cambio de modelo para la reelección) son algo común a muchos sistemas democráticos… o quizás a El País se le olviden los casos que se han dado en España, especialmente en los partidos que hasta ahora han obstentado el poder ejecutivo.

Para rematar la profundidad del análisis, El País nos da otro dato que difícilmente encaja con las preocupaciones que manifiesta: «No parece que Chávez pretenda acabar de momento con la libertad de expresión.» Pero después de afirmación tan tajante y significativa en términos de libertades públicas, la conclusión resulta dudosamente justificable:

«Pero, más que nunca, el país necesita una oposición activa y libre para atajar democráticamente toda deriva hacia la dictadura.»

El País no duda en alentar a la oposición a activarse frente a una «deriva dictatorial» de Chávez de la que no se da ni un sólo dato significativo en su editorial. Sabedor del desprestigio que ha llevado a esa misma oposición al ostracismo político en Venezuela, el periódico es incapaz de reconocer la validez democrática de las políticas que quiere impulsar Chávez a pesar de haber ganado unas elecciones presidenciales con más del 63% de los votos.

Nadie puede dudar de la elaboración y complejidad de estos textos de El País, aunque no precisamente en materia de análisis político. Hay que agradecerle en cualquier caso que ponga sobre la mesa muchas otras cuestiones políticas. Una de ellas que asalta mi ignorancia: si los medios de mayor prestigio hacen del lenguaje una herramienta articulada por y para la desinformación y los intereses privados, ¿cuál es su verdadera función en la opinión pública?

Véase el segundo artículo de esta serie de tres: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=45770