Recomiendo:
0

México

«Pequeños gigantes»

Fuentes: Rebelión

Imagino que este programa de televisión de la cadena mexicana Televisa no necesite presentación alguna entre los cubanos.  Este show competitivo donde los protagonistas son niños que apenas rebasan los 11 años ha entrado ya en los hogares cubanos por la vía del tan socorrido DVD. Y el que no tiene tales equipos digitales de […]

Imagino que este programa de televisión de la cadena mexicana Televisa no necesite presentación alguna entre los cubanos.  Este show competitivo donde los protagonistas son niños que apenas rebasan los 11 años ha entrado ya en los hogares cubanos por la vía del tan socorrido DVD. Y el que no tiene tales equipos digitales de reproducción de música o video de seguro ha visto algún que otro capítulo en la casa de algún vecino o ha escuchado los comentarios elogiosos en la parada o el centro de trabajo.

Y ciertamente merecen elogios los pequeños. Imagino las horas de ensayo diarias para montar con calidad profesional las nada improvisadas coreografías. Los cantantes no escapan pues para no desafinar en canciones complejas de seguro han de estar preparándose sin descanso en el intervalo de una semana que establece la frecuencia del programa. Todo esto sin contar los avatares propios de trabajar en un show: los cambios de vestuario, conocer los cronogramas, vencer el miedo escénico… Sin duda estos niños se ven sometidos a una gran presión que ellos y sus padres asumen, entre otras cosas, porque participar en este programa les puede cambiar la vida. La mayoría de estos pequeños proviene de familias empobrecidas cuya esperanza está puesta precisamente en esos niños.

Viendo en casa de mi suegra uno de estos programas no pude evitar recordar las palabras de Jorge Luis Acanda en una conferencia ofrecida hace pocos días en el Aula Fray Bartolomé de las Casas en la Iglesia de San Juan de Letrán. El título de dicha presentación fue «Orden socio-político y compasión» y la tesis que se expuso básicamente plantea que la compasión, tal y como se entiende hoy en día (y como ha sido entendida por la mayoría de la humanidad durante siglos) es un concepto que solo mira al presente. Con un poco de suerte y recursos podrá mirar también un poco al futuro. Es un concepto que encuentra un problema actual e intenta resolverlo, usualmente con una escasez de recursos que no permite la solución del problema a nivel general pero, además, con otra limitación más importante: el no mirar al pasado.

Este tipo de compasión que no mira al pasado no puede resolver los problemas porque al no mirar al pasado no puede ver las raíces de los mismos, no mira las causas y por tanto no llega a un entendimiento real del conflicto, lo cual causa que todas las acciones que se propongan sean solo parches y no verdaderas soluciones. Así, mientras sacamos a una persona de la pobreza, una familia estará cayendo en otro lugar en la misma desgracia de la escasez de medios de subsistencia, o estará naciendo otro niño en el seno de una familia que ya vive en la miseria.

Y este tipo de compasión no mira las causas casi siempre por una de estas dos razones: o quién la ejecuta ha sido educado y condicionado desde pequeño para no mirar las causas y ser «compasivos» solo en un grado minúsculo, a título individual y con un alcance relativamente corto o porque se ha aprendido que mirar a las causas puede resultar muy peligroso.

El profesor Acanda citaba en su conferencia una frase del obispo brasileño Helder Cámara. Rezaba como sigue: «Cuando di de comer a los pobres me llamaron santo, cuando pregunté por qué había pobres me llamaron comunista». Este obispo tuvo que salir de Brasil amenazado de muerte. Mirar a las causas permite descubrir que la pobreza de muchos, la desgracia de muchos se alimenta de condiciones sociales de existencia, la pobreza se reproduce en un sistema de relaciones humanas que la fabrica. Los pobres no son pobres porque hayan elegido serlo. Si así fuera, ¿para qué, entonces, ser caritativos? Si los pobres quieren ser pobres no hay nada mejor que dejarlos en su pobreza y su marginal existencia. Pero los pobres son fabricados por el modo en que los hombres se relacionan unos con otros. Y son fabricados por la misma maquinaria mortal que fabrica a los ricos, usualmente en una proporción marcadamente menor.

Así vemos que hoy en día el movimiento Occupy Wall Street presenta como la base de una de sus consignas el hecho de que el 1% de la población norteamericana gana más que el 99% restante. ¿Significa esto que el 99% de los norteamericanos son unos vagos que no viven mejor porque «no quieren» trabajar? Eso suena poco creíble. Así que, volviendo al tema de los pequeños gigantes, no puedo dejar de ver el programa y sentirme profundamente inconforme cuando otros admiran la «caridad» capitalista de Televisa.  Las familias de los niños deben de estar dando gracias a Dios todos los días porque exista un programa como «Pequeños Gigantes»… y porque su hijo está allí. No es fácil. Entre los cientos de miles de niños mexicanos que están por debajo de la línea de la pobreza o que viven y trabajan en las calles, o que forman parte de las bandas de narcotraficantes que están asolando al país con su violencia, solo un estrecho grupo puede formar parte de este show. Y así será siempre mientras la compasión siga siendo vista con la miopía de la individualidad y no se aborde con un enfoque social, que vaya a las raíces de toda exclusión y explotación.

Para colmo, a veces, la «compasión» resulta ser también muy beneficiosa en términos económicos. Los que conocen la lógica del funcionamiento capitalista saben bien que Televisa no puede hacer programas televisivos que no dejen suculentas ganancias, por muy caritativos que sean estos programas. Si se dedicara a usar millones en montar programas caritativos no rentables, incluyendo las sumas de premios a los participantes, a los dos meses Televisa dejaría de ser Televisa y su más cercano competidor en el sector de las televisoras lo echaría del mercado al tener muchos más recursos para invertir en tecnología, programas, contratación de figuras prestigiosas para sus shows etc. Así, el talento de estos niños, su situación muchas veces más que dramática, sus anhelos y sus frustraciones están siendo burdamente usados en un negocio que dejará de repetirse- no lo dude amigo lector-  en cuanto deje de ser rentable.

Los millones que gana Televisa con este programa superan con creces todos los gastos necesarios en su realización y, para colmo de bienes, la imagen pública de la televisora adquiere un matiz caritativo… pero solo para los que no miran las causas y las raíces. Así pues, ¿por qué tiene que haber niños como Grecia, que lloren de alivio cuando por participar en Pequeños Gigantes una fundación decide pagarle su tratamiento para el reuma? Entonces nos parece una hermosa labor hacerle caridad a Grecia. Y de hecho está muy bien que ahora ella no tenga que pagar este tratamiento que quién sabe si su familia estaba o no en condiciones de costear. Pero, ¿y los miles de niños mexicanos que no pueden costearse un tratamiento necesario? ¿Quién asumirá sus imprescindibles gastos? ¿Qué sería de Grecia si no hubiese tenido la suerte de estar en el reducidísimo y exclusivísimo club de los niños participantes en este programa? ¿Qué sería de ella si no fuera una niña agraciada y su equipo no hubiese pasado de los primeros programas? ¿No merecería acaso un tratamiento gratuito por el solo hecho de ser una niña humana nacida en este siglo donde existen tratamientos efectivos para mejorar su dolencia? 52 años de revolución cubana con un sistema de salud pública gratuita en un país del tercer mundo en plena crisis económica demuestran que este tipo de «caridad» reducida, excluyente, muy promocionada y muy rentable es una caridad muy incompleta. Esa es una de las tantas razones por la que Cuba es peligrosa y hay que bloquearla para no permitir su éxito. Este tipo de caridad, sobre todo si se utiliza para obtener ganancias fabulosas en la industria de los medios de comunicación, tiene, en verdad, muy poco de genuina compasión.

Entonces, sigamos admirando a esos pequeños gigantes, sigamos deseándoles lo mejor, sigamos trabajando para que sociedades más justas sean la generalidad en los tiempos venideros, sigamos haciendo para que la ganancia deje de ser el motor impulsor de la mayoría de las actividades que el hombre realiza en la sociedad competitiva, individualista e individualizadora de hoy. Y abandonemos la ingenuidad, que muchas veces es la gran encubridora de los atracos invisibles de los pillos de este tiempo. Para esto solo hay un camino: mirar el pasado, entender las causas, ir a las raíces.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.