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Un breve adelanto del nuevo libro de nuestro colaborador Vicente Romano

Periodismo y lengua

Fuentes: Rebelión

A continuación publicamos una pequeña introducción del nuevo libro de nuestro habitual colaborador Vicente Romano. En ella se empieza a descubrir los viejos vicios de los profesionales de la información y de los políticos. No cabe duda que esta lectura incitará al análisis de posteriores capítulos. —————— Periodismo y lengua I. La información es, por […]

A continuación publicamos una pequeña introducción del nuevo libro de nuestro habitual colaborador Vicente Romano. En ella se empieza a descubrir los viejos vicios de los profesionales de la información y de los políticos. No cabe duda que esta lectura incitará al análisis de posteriores capítulos.

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Periodismo y lengua

I.

La información es, por su propia naturaleza, selectiva. Debido a las limitaciones espaciotemporales, a los condicionamientos profesionales, ideológicos, culturales, etc., los periodistas se ven siempre obligados a seleccionar. Casi nunca disponen del tiempo, ni del espacio, ni de la autodeterminación suficientes para decir lo que a ellos les gustaría. De ahí que pueda afirmarse que el dominio poco común de la lengua, su uso consciente y competente, sea una de las cualidades fundamentales del periodista. Entre los periodistas puede haber casos de ingenuidad profesional, aunque sean raros, pero en información no hay nada inocuo.

El empleo correcto de la lengua contribuye a que la comunicación sea eficaz, a que aumente el conocimiento, es decir, a que reduzca la ignorancia, a ampliar el ámbito de la libertad humana. Por eso hay que cuidar y dominar la lengua, los medios expresivos que se aplican para la transmisión de las informaciones.

En tiempos de guerra, de incertidumbre y de angustia social como los actuales, es fácil recurrir al efectismo, a la manipulación sesgada de la emocionalidad. Sí, los profesionales de la información no pueden renunciar a su sensibilidad ante el dolor y la explotación de los seres humanos. Sus reportajes y sus palabras reflejan su postura ante los hechos, aunque intenten ocultarlos. Pero no hay que olvidar que estos profesionales son observadores, no actores. Y, aunque la verdad tenga muchas caras y sea difícil conseguirla por entero, si se pueden aproximar a ella.

II.

Mas, como dijo ya el senador norteamericano Hiram Johnson en 1917, la verdad es la primera víctima de la guerra. El general prusiano Carl von Clausewitz se manifestó en términos algo similares cien años antes: «Una gran parte de las noticias que se reciben en la guerra son contradictorias, otra parte aún mayor son falsas, y la mayor parte son bastante inciertas…» En suma, concluye Clausewitz, «la mayoría de las noticias son falsas, y el temor de los seres humanos refuerza la mentira y la no verdad». [1]

Las palabras del senador estadounidense a principios del siglo XX y las del general alemán a principios del XIX no han perdido ninguna validez, como han demostrado la II Guerra Mundial, la desmembración bélica de Yugoslavia, la Primera Guerra del Golfo, la agresión e invasión de Afganistán o la actual contra Irak. Al contrario, se revalorizan más y más.

El control de la información y la difusión de noticias e imágenes se ha utilizado siempre como arma esencial para someter voluntades y conquistar conciencias. Por eso, el Pentágono no dejó ver ninguna imagen de la Primera Guerra del Golfo, anunciada como la primera guerra televisada de la historia, ni la Administración estadounidense muestra los cuerpos de las víctimas de los ataques terroristas del 11 de septiembre, ni tampoco permite hoy la difusión de ninguna noticia ni imagen de Afganistán ni de Irak que no esté controlada, es decir, manipulada, por la CIA y el Pentágono. Ya se sabe que los periodistas independientes están entre los objetivos prioritarios de las tropas estadounidenses, como demuestran los asesinados en Irak, entre ellos Couso. Y, para mayor sarcasmo, esto lo hace el gobierno de un país que proclama a los cuatro vientos la libertad de expresión como uno de los pilares de su organización social.

El objetivo estriba, naturalmente, en que tan sólo se conozca una versión de los hechos, o sea, la comunicación unidireccional y unilateral, irreversible. Pero, por su definición, la comunicación contiene el elemento de la reciprocidad, de la dicción y contradicción, de compartir el conocimiento. Por eso contradice la voluntad autoritaria, la cual recurre al uso de la fuerza, de la violencia física. Reciprocidad significa franqueza, apertura para los otros. En la comunicación abierta se concreta el conocimiento y el raciocinio. La violencia, ya sea física o psicológica, lo deforma, puesto que no pregunta por lo falso y lo correcto. Los medios que se cierran obstaculizan la comunicación. No son medios de la violencia física, no son bombas, pero convierten a los seres humanos en cosas, y la política que se transmite a través de ellos está sometida a la coacción que los medios ejercen sobre los fines.[2]

La retórica de la guerra no sólo contribuye a desacreditar al enemigo, a desorientar a la población propia y ajena. También minimiza los horrores de los bombardeos y la destrucción de vidas y haciendas. No deja de ser un sarcasmo cruel calificar a las guerras de «limpias» o de «humanitarias», igual que hablar de «bombas inteligentes», aunque caigan en las escuelas y hospitales.[3]

En vez de llamar a las cosas por su nombre, esta retórica presenta la guerra con metáforas del juego. Así, cuando se compara con partidas de pócker o de ajedrez, o cuando se habla de teatro de operaciones, se excluyen las consecuencias mortales para la población. Las metáforas de la naturaleza aparecen en términos como «guerra relámpago» (término preferido de los nazis), «oleadas de bombardeos», «tormenta del desierto», etc. Se suscita así la impresión de que las guerras son catástrofes naturales contra las que nada se puede hacer para evitarlas. Las víctimas reales pierden su categoría de personas. Se pierden aviones o tanques, se destruyen instalaciones militares, etc., pero se omite el destino de los pilotos o de las víctimas civiles de esos ataques. Los objetos adquieren así categoría humana: se trata de armas y bombas inteligentes.

Otro de los recursos utilizados para la desorientación, o lo que es igual, para la desinformación, es el empleo de neologismos que ocultan la barbarie de las acciones bélicas. Los civiles muertos, las casas, escuelas, hospitales, fábricas, presas, campos, cosechas, etc., destruidos se presentan como «daños colaterales». Los indicadores de distancia reducen, asimismo, la credibilidad del enemigo. Se empieza con «según fuentes…», o «el susodicho..», y se sigue con una valoración dicotómica entre el bien y el mal, en la que los buenos «confirman, «advierten», mientras que los malos «engañan», «amenazan». Los «buenos» tienen «gobierno», los «malos», «régimen».

Se hace un uso agresivo de las analogías históricas para difamar a los representantes del enemigo. Castro, Hussein, Milosevic, etc., son como Hitler. Pero no así Mobutu, Idi Amin, Pinochet, Videla, etc. El islamismo se asocia a fundamentalismo, barbarie, locura… Pero se calla que el origen del fundamentalismo está en los Estados Unidos de América, donde en algunos de sus estados está prohibido enseñar la teoría de la evolución y mencionar el nombre de Darwin en las escuelas, donde está el Ku Klux Klan y organizaciones semejantes.

Para valorar la credibilidad de las crónicas hay que preguntarse por los criterios rectores de la información, por las fuentes, las condiciones de trabajo y de censura, hasta qué punto los periodistas son independientes a la hora de cumplir con su deber de informar, y por muchas más cosas.

La tarea radica en investigar críticamente el lado oculto de la información en el marco de las limitaciones impuestas por la heterodeterminación.

La información periodística en pro de la paz discurre por cauces preventivos, no reactivos. Se centra en los procesos creativos de la solución del conflicto, en las ventajas sociales de la paz y no en los beneficios privados de la guerra. Importa, además, reflejar de forma sensible el dolor de las víctimas y no excitar más los ánimos. De este modo los periodistas pueden contribuir a establecer un periodismo por la paz.

III.

En el uso periodístico de la lengua podría aplicarse la norma ética de tratar a los demás como quisieras que te tratasen a ti. La traducción política de este principio reza: no tratar a los seres humanos como objetos de las medidas administrativas del poder, sino como sujetos activos.

Los puntos de vista éticos que se aplican para criticar el lenguaje de los políticos son válidos también para los periodistas.[4] Con motivo del II Congreso Internacional de la Lengua, celebrado en Valladolid del 16 al 19 de octubre de 2001, han vuelto a surgir algunas tímidas voces que denuncian la cocacolonización del español. El papanatismo por lo estadounidense lleva a veces a expresiones tan ajenas como la de la periodista que describía el desfile de las Fuerzas Armadas el 12 de octubre en Madrid como una «hermosa parada». O el cada vez más frecuente empleo de la pasiva, que ya había caído en desuso, o la admisión por la RAE de términos como Spanglish (supongo que con mayúscula, que es como se escriben los gentilicios en inglés), «web», «e-mail», etc., existiendo términos adecuados en español. Los ejemplos podrán aducirse ad nauseam, en especial los de los «falsos amigos». Pero la colonización lingüística del anglosajón, pareja a la económica, no es exclusiva del español. [5] Como son sobradamente conocidos, los pasaremos por alto a fin de resaltar, a cambio, otras manifestaciones del uso inadecuado de la lengua por políticos y periodistas, en especial los noveles. Entre ellas cabe destacar cinco fenómenos, apuntados ya por el profesor alemán Horst Pöttker y que a nuestro juicio, están directamente relacionados con la ética periodística.[6]

1) El uso inflacionario de los superlativos. Es típico del empleo propagandístico de la lengua. Éticamente es inhumano, políticamente antidemocrático, por subyacer en él un estilo de pensamiento que persigue impresionar y persuadir a la audiencia con comunicación ampulosa, pero sin pretender convencer con informaciones y argumentos comprobables.

2) La ocultación conceptual de la insuficiencia. Como los periodistas tienen que prestar mucha atención a la veracidad de los enunciados, su principal tarea estriba en distinguir entre lo que saben y lo que suponen.

3) El empleo de eufemismos. En sentido estricto, el eufemismo es un sustituto biensonante de una palabra malsonante, como, por ejemplo, «enajenación mental» por locura, «campaña» por guerra. En sentido amplio, los eufemismos son tapujos, embellecedores de realidades desagradables que se quieren esconder ante la conciencia de los lectores u oyentes. Los ejemplos más sobresalientes se dan en la economía y en la bolsa, como cuando se habla de «crecimiento negativo» para indicar reducción de la producción o las pérdidas de una empresa.

4) Apego a las fórmulas y frases hechas. Cuando se repiten las mismas frases el texto se hace monótono y el interés del lector u oyente se pierde. Políticos y periodistas que utilizan con frecuencia frases rutinarias muestran poco respeto por la capacidad intelectual, por la mayoría de edad de su público. Las frases hechas constituyen uno de los peligros del uso periodístico de la lengua, debido, sobre todo, a la presión del tiempo, relacionada, a su vez, con las condiciones de trabajo, y a la coacción de la actualidad.

5) El empleo del acusativo inhumano. Consiste en presentar a las personas no como seres humanos que actúan, sino como objetos tratados, protegidos, proporcionados, vestidos, dominados, atendidos, etc. Como si no fuesen mayores de edad, como incapacitados para pensar y actuar por sí mismos. Por eso sería mejor el uso del dativo: ser fiel a alguien, actuar ante alguien, suministrar algo a alguien, ayudar a alguien, etc.

Aunque es a la RAE a la que le corresponde limpiar, fijar y dar esplendor a la lengua y cuidar de su correcto uso, los periodistas tienen también una responsabilidad ética en esta tarea. Como el uso que hagan de ella lo perciben muchos, es de suponer que tienen una gran influencia en sus lectores y oyentes.

Todo uso de la lengua presupone la apropiación de sus normas. Pero, al mismo tiempo, implica también la producción de lengua, Y, nolens volens, eso es lo que hacen los periodistas cuando escriben y hablan. Aunque entre sus tareas profesionales no esté el cuidado específico de la lengua, sí deben ser conscientes de su responsabilidad ante sus audiencias en lo que al uso de la lengua se refiere.

Como ya apuntamos en otra ocasión, la comprensibilidad de los textos «ocupa una posición clave en el problema de la información periodística, por ser un factor decisivo para su eficacia». Pero no hay que «olvidar que la comprensión es tanto un problema de codificación como de descodificación».[7]

Valga este recordatorio para insistir una vez más en la necesidad de la formación científica de los comunicadores profesionales, así como de la investigación metódica del arte de la transmisión, esto es, de su uso de la lengua.



[1] Clausewitz, Carl von: De la guerra

[2] Cf. Pross, Harry: Die meisten Nachrichten sind falsch. Für eine neue Kommunikationspolitik, Stuttgart 1971.

[3] Cf. Serva, Leao: A batalha de Sarajevo, Scritta, Saao Paulo, Brasil 1994; Pörksen, Bernhard: Die Konstruktion von Feinbildern: Zum Sprachgebrauch in neonazistishcen Medien, Wiesbaden 2000; Schichta, Christian: «Kreigsberichterstattung zwischen Anspruch und ‘Wircklichkeit.’Kriterien für einen Friedensjournalismus», en: Zeitschrift für Kommunikationsökologie, 2/199, pp. 10-13.

[4] Cf. Fontanillo, Enrique, y Riesco, Maribel: La teleperversión de la lengua, Anthropos, Barcelona 1990. .

[5] Cf. por ejemplo, la Revista Journalistik, Año IV, Nº 1, primavera de 2001, para el abuso de los anglicismos en el periodismo alemán.

[6] Cf. Pöttker, Horsst: «Weichspüler und Schablonen. Für einen verantwortungsvollen Umgang mit der Sprache», en: Jurnalistik, Año iV, Nº 1m pp. 19-20.

[7] Cf. Romano, Vicente: Introducción al periodismo. Información y conciencia, Teide, Barcelona 1984, p. 151/152.