Recomiendo:
0

Producción capitalista de comunicación

Fuentes: Rebelión

La producción capitalista de comunicación parte, entre otras cosas, de las siguientes condiciones previas: 1) La concentración sin precedentes del capital en los sectores clave y, al mismo tiempo, la creciente caída de la tasa de beneficios. 2) El consiguiente problema de la valorización del capital y la búsqueda de nuevas inversiones. 3) El desarrollo […]

La producción capitalista de comunicación parte, entre otras cosas, de las siguientes condiciones previas:

1) La concentración sin precedentes del capital en los sectores clave y, al mismo tiempo, la creciente caída de la tasa de beneficios.

2) El consiguiente problema de la valorización del capital y la búsqueda de nuevas inversiones.

3) El desarrollo del sector terciario, de servicios.

4) La eliminación de las fronteras nacionales por necesidades de expansión del capital, aunque, por otro lado, se estén creando continuamente nuevas fronteras y conflictos étnicos.

5) La agudización de las contradicciones del capitalismo, especialmente entre el Norte y el Sur, entre ricos y pobres.

6) La existencia de medios tecnicos modernos y conocimientos científicos, eso que se suele englobar en el concepto de «nuevas tecnologías», que permiten el ejercicio unitario del poder económico e ideológico sobre toda la sociedad.

7) Una oferta masiva de mercancías que estimula el consumo como ideal deseable.

8) El progresivo abandono de la idea de lo «público», lo que ha llevado a la marginación de los servicios públicos en cuanto organización y modo de regulación del sistema.

9) El consiguiente proceso de desregulación y privatización, la implantación de criterios de rentabilidad financiera, en vez de criterios de rentabilidad social.

10) La comercialización de todos los aspectos de la vida material y espiritual de los ciudadanos, lo que lleva, necesariamente, a que el prooducto barato, esto es, el producto indiferenciado, uniforme, determine la producción y los programas. El efecto final de la comercialización es, como se sabe, el entretenimiento con productos fabricados en serie y guarnecidos de reclamos comerciales.

11) Lo que se impone es el valor de cambio de la información y del entretenimiento como mercancía destinada a compensar ilusoriamente las carencias afectivas de la mayoría de la población, y no el valor de uso.

12) La industria de la comunicación y de la consciencia, principal instrumento de dominio y sumisión, se ha convertido en un sector estratégico en lo económico, lo político y lo cultural.

En la sociedad capitalista, denominada eufemisticamente sociedad libre de mercado, la información es una mercancia más, y, como tal, tiene un valor de cambio determinado por las correspondientes leyes del mercado. Las noticias se producen, se venden y se compran como otro artículo cualquiera. Esto significa que se produce lo que se vende, lo que resulta rentable y da beneficio a los dueños de los medios de producción informativa y comunicacional. La industria de la comunicación es hoy una de las industrias punta, una de las más concentradas y monopolizadas, una fuente de beneficios, no sólo económicos directos. Ahí están, por ejemplo, los casos de Axel Springer, Silvio Berlusconi o Jesús Polanco.

El efecto más evidente de la comercialización es que el producto barato determina el programa. De ahí que el modo típico de producción del capitalismo sea la producción masiva de comunicación, cuyas manifiestaciones externas son los llamados «medios de masas» y la «cultura de masas». Pero la realidad es que estos medios de masas no son de las masas, sino de unos pocos, cada vez menos, ni las masas se comunican a través de ellos, aunque la sociología norteamericana lo denomine también «comunicación de masas, ni que las masas participen en la creación de esa cultura.

Los «medios de masas» son el nombre genérico que se les da a las instituciones de la supraestructura de la sociedad, que sirven para la difusión de la ideología de la clase dominante mediante la transmisión pública, continuada, de informaciones sociales a millones de personas. Como propiedad e instrumentos de determinadas clases, llevan carácter de clase. Este carácter se manifiesta sobre todo en el hecho de que la clase que posee los medios de comunicación determina también su contenido ideológico.

En las llamadas «sociedades libres de mercado», los medios de masas se encuentran casi exclusivamente en manos de grandes monopolios y difunden, de forma directa o indirecta, sus objetivos, principios y programas. Bajo la apariencia de la objetividad, la diversidad, la independencia y la imparcialidad, los medios de masas se centralizan y concentran para la manaipulación ideológica y asegurar así el dominio de la clase dominante. De este modo los medios de masas desempeñan una función importante en la reproducción y legitimación del sistema.

La comunicación «se convierte en instrumento de dominio al alienar la conciencia de los productres respecto del conocimiento de las relaciones de producción. Como la alienación se origina siempre en la situación objetiva, alienación de la conciencia significa, pues, sincronización de las conciencias con las condiciones reales (es decir, alienadas) de la vida. En la sociedad capitalista se trata de separar a los productores respecto de los medios de producción y los productos de su trabajo, que se enfrentan en el mercado como mercancías independientes, separadas de ellos, a lo que Marx llama fetichismo de las mercancías. Y tienen que legitimarse estos procesos de apropiación de los medios de producción y del trabajo no retribuido por una clase» (Dröge). El beneficio indirecto: aceptar la apropiación de plusvalía.

El proceso de la comunicación de masas se efectúa en el marco de la producción y del consumo masivos. Sus rasgos principales son:

1) Producción de artículos estandarizados, estereotipados, esto es, simplificados en extremo a fin de abaratar los costes.

2) Fabricación continua, sistemáticamente planificada, dirigida y controlada.

3) División del trabajo, hasta el punto de que la mayoría de los productores repiten trabajos cortos y sumamente simplificados.

4) Tratamiento del material solamente en tanto en cuanto es necesario para la elaboración del producto normal, uniforme.

Produccion masiva significa producción en serie, indiferenciada. Como en la producción comunicativa se trata de productos del pensamiento, de contenidos de conciencia, esta estereotipación tiene también algo que ver con la producción del pensamiento indiferenciado, acrítico.

La línea dominante de la cultura de masas, esto es, de la cultura producida para, pero no por, las masas populares, tiende, en todas sus variantes, al placer despolitizado en el ámbito individual y privado, fuera del vínculo colectivo y de clase.

El dominio cultural sobre los trabajadores y sus familias se manifiesta como exclusión del trabajo espiritual y cultural, así como de la riqueza social. A las grandes masas de la población se les niega: 1) los presupuestos para adquirir una formación amplia, multilateral, y un pensamiento científico; 2) el despliegue de conocimientos y sensibilidad para los placeres estéticos y sensuales de acuerdo con el nivel de su desarrollo historico; 3) la fantasía creadora y la capacidad de aprender; 4) la capacidad individual de actuación sociocultural.

La desventaja cultural de las masas se deriva necesariamente de la relación social entre trabajo asalariado y capital. Se trata de una relación que limita continuamente la reproducción de la fuerza de trabajo; niega la autodeterminación de los trabajadores; establece un ambiente de competitividad e individualismo e impone la adaptación a las ofertas de la industria de la cultura.

Una de las consecuencias de la concentración y monopolización de la producción comunicacional es el control del lenguaje de los medios, en la facultad de poder definir la realidad, el acontecer, para los demás. Los individuos y grupos sociales no tienen la posibilidad de articular y desarrollar en el lenguaje institucionalizado sus experiencias y deseos concretos.

En la prensa, la radio y la televisión, el lenguaje se so­mete a la ley de la economía de señales, a saber: ahorrar es­pacio y tiempo para compensar el gasto del comunicador por su mensaje con el gasto de muchos receptores (consumidores) espacialmente alejados. En este sentido, la ganancia de tiempo es la regla de oro, la norma superior, de la praxis.

La economía de señales es una cuestión de poder. El po­der de unos seres humanos sobre otros se inicia con la incau­tación de biotiempo subjetivo de otros para los mensajes del comunicador. Así, el lactante tiene poder sobre la madre, los niños sobre sus padres, los maestros sobre sus alumnos, el conferenciante sobre su auditorio, el escritor y editor sobre sus lectores, el permanente chorreo de la radiodifusión sobre la vida sentimental del país, el Estado sobre sus ciudadanos al obligarlos a rellenar impresos y la economía sobre los consumidores a través de los reclamos publicitarios, y así sucesivamente. No basta con buscar el poder en el adoctri­namiento a través de textos concretos. Subyace ya en la dis­tracción, en el apartamiento de otras comunicaciones que no se pueden recibir al mismo tiempo. La percepción selec­ciona, pero no puede seleccionar lo que no llega a su en­torno, a su medio ambiente. Esta circunstancia convierte a la distracción en una importante táctica de información en la competencia represora de los grandes poderes sociales.

La búsqueda de la verdad depende del uso lingüístico condicional, de la reflexión y cognoscibilidad del sujeto y predicado. De eso se nutre el discurso crítico y la claridad entre pregunta y respuesta. La claridad del lenguaje hace que el pensamiento esté más abierto a la valoración relativiza­dora. Esto no es bueno para los poderosos. Así que hay que eliminar las frases en condicional, suprimir el subjuntivo, el predicado se escurre en una substantivación y aparece en lu­gar del sujeto: no debe averiguarse quién actúa. Los sujetos responsables desaparecen en las instituciones que represen­tan. Pero lo que manifiestan es un uso lingüístico absoluto : a partir de cierto nivel ya no se opina sino que se afirma y declara, igual que la oferta se convierte en ley de la «economía» en el lenguaje publicitario, y además, con apa­riencia de objetividad.

Por otro lado, la precisión informativa está íntimamente relacionada con su fiabilidad y con el reflejo objetivamente verdadero de los hechos y de su entorno. Surgen así, sobre todo cuando se trata de información escrita, problemas de equilibrio entre concisión del lenguaje, exposición lógica y densidad de información. Es decir, se pide que las informa­ciones no sean contradictorias y que el texto o espacio dedi­cado al tratamiento de una información sea proporcionado a la importancia de ésta.

Esto significa que el informador debe poseer un domi­nio poco común del lenguaje, requisito que pocos periodistas cumplen. Pero, como dice Paulo Freire, el conocimiento del mundo empieza por su pronunciamiento. De ahí que valga la pena detenerse un poco en estas cuestiones.

La tesis de partida que aquí se defiende es la de que es­forzarse por un estilo mejor es esforzarse por la creación de relaciones más democráticas.

Relaciones más democráticas son aquellas en las que se amplía el número de personas capaces de exponer e imponer sus intereses e intenciones. Esto significa que, a partir de cierto nivel, son capaces de autogobernarse. El placer de go­bernarse a sí mismo aumenta con las informaciones acerca de lo que otros hacen mal y por qué lo hacen.

Como es sabido, los periodistas suelen tener problemas con las autoridades. El buen estilo se caracteriza por su cla­ridad. Y las autoridades no suelen estar muy interesadas por la claridad. Por lo que ésta entra a menudo en contradicción con aquéllas. El buen estilo facilita a los lectores su orien­tación en el mundo, como dice E. A. Rauter.

Los textos se han prohibido y se prohiben porque las palabras pueden ser peligrosas para los opresores e inquisi­dores de turno. La peligrosidad de las palabras radica en su fuerza de convicción, que se deriva de su concordancia con la realidad.

El estilo es la relación entre dos magnitudes: las expe­riencias que se reflejan en un texto y el número de palabras empleadas en él. Cuanto menor sea éste, tanto mejor será el estilo. Esta es la razón del éxito de la lírica. La forma lírica ha sido durante muchos siglos la más apropiada para la tra­dición oral. La belleza se deriva, en este sentido, de la utili­dad del texto.

Cuanto más concuerde una frase con las experiencias de quien la lee o escucha, tanto más convincente será. Conven­cer significa inducir a alguien a adoptar una actitud que an­tes no tenía. Cuando se demuestra la realidad tal como es, se indica al mismo tiempo lo que hay que modificar en ella. Por eso, el texto bien escrito es aquél que presenta la realidad de un modo tan claro que el lector reconoce en él sus intereses. El buen estilo aprovecha al lector. Distingue con mayor cla­ridad los diversos intereses. Los lectores no pueden autogo­bernarse si no conocen sus intereses.

La claridad del lenguaje es una condición necesaria de la comunicación y del comunicador. Marx lo explicó ya en los siguientes términos:

«Uno de los problemas más difíciles para los filósofos es el descender del mundo del pensamiento al mundo real. La realidad inmediata del pensamiento es el lenguaje. Y como los filósofos han proclamado la independencia del pensa­miento debieron programar también el lenguaje como un reino propio y soberano. En esto reside el secreto del len­guaje filosófico, en el que los pensamientos encierran, como palabras, un contenido propio. El problema de descender del mundo de los pensamientos al mundo real se convierte así en el problema de descender del lenguaje a la vida» [1] .

Y la comunicación social trata precisamente de la vida. De ahí que las cuestiones del lenguaje y del estilo no puedan separarse del proceso de comunicación , puesto que el fin de éste es satisfacer las crecientes necesidades culturales e intelectuales de la población.

El desplazamiento del condicional por futilidades abso­lutas es un medio de poder en la disputa por la preservación o supresión del dominio. La reducción técnicamente condi­cionada de las expresiones oculta las condiciones sociales tras un velo de mensajes aparentemente objetivos que no son ningunas informaciones en el sentido de reducción de la ig­norancia, sino sentencias de escaso alcance mental.

Desde la «brevedad lacónica» que vincula la orden con la economía de señales, la expulsión del pensamiento fuera del lenguaje le ha venido siempre bien a los gobernantes. Todos los imperios llegan hasta donde lo hacen sus medios de comunicación. En la era en que las redes electrónicas cubren toda la superficie de la tierra, el poder de los explotadores de los medios aumenta de modo correspondiente.

La prensa, la radio y la TV se basan en la repetición. Lo que mejor ilustra esta circunstancia es el rito del programa de TV, puesto que requiere la vista y el oído y obliga a los ex­pectadores a adoptar la postura sentada, mientras que la ra­dio y la prensa le permiten libertad de movimientos. Esta última porque se puede dejar y volver a coger en otro mo­mento, y la radio porque su mensaje sólo depende del oído. Desde el punto de vista de la transmisión técnica, la radio es el medio más rápido. Sus mensajes se pueden transportar prácticamente en cualquier momento y con ayuda del telé­fono casi a todas partes.

Pero la coacción de los plazos también parte aquí del ritual del calendario que lo interpreta, igual que ocurre con los otros medios. Donde hay interpretación hay clero, ya sea religioso o profano. El decide lo que puede oírse, verse o le­erse qué días y a qué horas. Actualmente puede observarse cómo la TV estatal se amolda e incluso anticipa a la compe­tencia comercial de la TV privada soltándose la lengua y re­duciendo los programas de contenido cognitivo en favor de compensaciones emocionales o trasladándolos a horas de es­casa audiencia.

La minuciosa coacción de los plazos educa para la fuga­cidad de la percepción. La brecha entre lo electrónicamente perceptible y lo que queda señalado en el papel aumenta día a día. Hay que preguntarse si es de fiar lo que ven los ojos, pues desde Aristóteles se ha venido creyendo que ver es sa­ber. Cuando el lenguaje se reduce cada vez más hasta con­vertirse en un código de significados ominosos aumenta, claro está, la velocidad de la transmisión. Pero la comunica­ción a velocidad de relámpago de insinuaciones binarias de símbolos positivos y negativos no es más que un código, y no tiene ya nada que ver con el lenguaje en pugna por la expre­sión humana.

Los medios visuales se rigen en la cultura actual por las condiciones básicas marcadas por el rectángulo. Lo que se coloca dentro y fuera, arriba y abajo, a la derecha y a la izquierda, decide el juicio de valor de los periodistas. En­tender el lenguaje de la prensa y la televisión significa com­prender los plazos del rito del programa y la colocación como expresión deseada.

La economía de señales y la coacción de los plazos regu­lan la programación de la prensa y de la radiodifusión (radio y TV). No cabe esperar de los medios periodísticos la expresión perfecta. Pero eso no sig­nifica que haya que aceptar como pasto espiritual del pueblo los sucedáneos de conceptos depurados. Si la crítica cons­ciente de muchos grupos de acción pequeños no toma la pala­bra frente a los grandes comunicadores burocráticos y con­tradice su lenguaje, será inevitable la idiotización y el re­greso a una simbología colectiva dirigida por poderes anó­nimos.

La presión de los plazos lleva a la reducción, al este­reotipo, a la economía de señales, a la producción de «miniaturas simbólicas temporalmente consumibles». Las nuevas técnicas, o al menos el uso que se hace de ellas, re­fuerzan y aumentan los estereotipos.

Con la mayor diversidad de ofertas audiovisuales se in­crementan las comunicaciones reducidas a costa del discurso lingüístico. Los efectos psicofísicos a largo plazo están aún sin investigar. Por lo que se sabe de su estado actual, parece ser que los políticos, por ejemplo, tendrán que adaptarse cada vez más en las competiciones electorales a las imágenes que han adquirido validez mediante los estereotipos de la publicidad comercial y de la industria del entretenimiento. La formación de la conciencia y de la voluntad políticas, cada vez más complejas en virtud del aumento global de las in­formaciones, se reducen simultáneamente en la comunicación estereotipada que presenta los conocimientos de la realidad, la conciencia y esa voluntad política cada vez más simplifi­cados, menos diferenciados. De ese modo tiene que aumentar necesariamente la discrepancia entre el pueblo y sus delega­dos, en lugar de reducirlas mediante la comunicación recí­proca, dialógica, mutuamente enriquecedora. Ejemplos de reducción mágica en política y en comunicación social: cuando el análisis de la realidad política se sustituye por el grito o por el eslogan, cuando las señas de identidad de un partido político se remiten a sus símbolos en vez de a su práctica transformadora, cuando se toma por opinión pública la opinión publicada de unos cuantos o por realidad la defi­nición interesada que esos pocos den de ella.

En el ámbito de la prensa, la hiperabundancia de publi­caciones de entretenimiento y distracción (prensa del cora­zón, por ejemplo), frente a la escasez de diarios políticos (prensa de partido), no ha conducido a la ampliación del es­pectro de opiniones, sino más bien al aumento de los este­reotipos sociales creados por unos cuantos productores due­ños del mercado. La televisión, por su parte, no es una vi­sión a distancia, en el sentido de unos prismáticos o de un telescopio, que refuerce la percepción de la realidad. Los medios audiovisuales y las nuevas tecnologías han facilitado enormemente el control y el acceso de unos pocos a millones de personas. La supuesta democracia aportada por esta téc­nica se reduce al consumo millonario de técnica. Pues son estos millones los que mediante el gasto financiero empleado en la adquisición de los aparatos y el gasto de tiempo bioló­gico dedicado al consumo de emisiones socialmente ritualiza­das permiten la reducción del gasto de señales para la mino­ría de productores de comunicación.

En el lenguaje, la metáfora, como imagen lingüística, reduce el discurso. La imagen lingüística puede facilitar la comprensión, pero no contribuye en nada a la explicación, ya que la expresión gráfica introduce otro modo de representa­ción. Se «ve» lo que quiere decir «la nave del Estado», pero esta imagen no dice nada acerca del Estado, sino que trans­porta al oyente a una representación (gráfica) del Estado.

Otro tanto ocurre con «la aldea global», «el medio es el mensaje» y demás metáforas, más o menos ocurrentes, de M. McLuhan. La reducción disminuye todavía más el gasto de señales. Expresarse con brevedad significa dejarse cosas fuera, descontextualizar la información. Pero esto no signi­fica que esas cosas, relaciones, contradicciones, etc., no existan, sino que son desplazadas. Al mismo tiempo, cuando se comunica algo, ese algo adquiere un significado y una re­levancia que no son los que tiene de por sí, sino el que se le dé. Como se sabe, toda información es selectiva e intere­sada.

Puede decirse entonces que cuanto más corta y estereo­tipada sea la comunicación, tanto mayor será la violencia simbólica y el poder mágico de los medios, y tanto menor el significado que puede utilizar para sí mismo el sujeto recep­tor.

La producción industrial de comunicación se efectúa con arreglo a las normas de la técnica, otro de los rasgos distin­tivos de la magia. Como en el resto de las industrias, se pro­duce en serie, de forma estandarizada. El lenguaje periodís­tico, los manuales de estilo, formatos, informativos de radio y televisión, seriales, etc., confirman esta produción este­reotipada y uniforme.

La comunicación estandarizada borra la distancia crítica del consumidor con su entorno, obstaculiza la reflexión ne­cesaria para su conocimiento y dominio. De ahí que refuerce el poder de los pocos al ocultar las contradicciones y conflic­tos, al suprimir la diferencia entre imaginación y percep­ción, deseo y satisfacción imagen y cosa. La sociedad pro­ductora y consumidora de comunicaciones simplificadas y estandarizadas es una sociedad de necesidades insatisfechas. Semejante sociedad se revela como presa fácil de los intere­ses autoritarios de los pequeños grupos productores.

El argumento racional de la simplificación técnica se basa en la superioridad distribuidora de los pocos, manifiesta en el hecho de que son los muchos los que vienen a los po­cos.

La mediación efectuada por los «medios de masas» es, por tanto, unificadora e indiferenciada.

Cierto, para vivir y actuar el hombre necesita ordenar sus conocimientos en un marco general de referencia que les dé sentido. Tanto en la sociedad primitiva como en la indus­trializada, el hombre debe prefigurar su mundo y construir su modelo de universo. Si se dispone de un modelo racional, el conocimiento se obtendrá mediante diferenciación y siste­matización. Pero si se carece de él, como ocurre con el pen­samiento mágico, se reafirma la imagen homogénea del uni­verso en donde hombres y estados de cosas interactúan sin saber por qué, sin conocer sus relaciones. Las diferenciacio­nes establecidas por el pensamiento racional recaen así en la indiferenciación primitiva, en el conocimiento infantil.

En la era de la técnica y de la especialización, el pen­samiento indiferenciado, mágico, es una forma de integrar los «vacíos» y carencias afectivas de la vida cotidiana, crea­dos por la fragmentación del conocimiento y de las rela­ciones sociales. Apoyándose en el principio de que la técnica y la ciencia son omnipotentes, surge la creencia de que se puede saber a través de los medios, de que se puede conocer el mundo mediante el consumo asiduo de comunicaciones mediadas.

Ahora bien, cuanto más numerosas son las informaciones que recibe el sujeto individual, cuanto más complejas devie­nen las redes de la mediación social, tanto más probable será que ese sujeto esté sobrecargado como «recipiente» y colo­cado en la imposibilidad de reducir esas informaciones a su experiencia personal. O de dirigir el pensamiento hacia sí mismo, distanciamiento que establecería la premisa de la di­ferenciación. Donde la reflexión es imposible, el mundo re­cibido debe considerarse como «la realidad». La autenticidad de la percepción difusa con el medio técnico hace que la imagen televisiva o el texto de prensa sea la cosa misma. Lo «esencial» es haberlo oído, visto o leído en la radio, la TV o el periódico.

Se prometen informaciones y conocimientos. Pero, salvo la previsión del tiempo, útil para la excursión dominguera, lo que se transmite raras veces es reducible a la práctica di­recta de la vida. La fe en la información se diluye en mu­chas noticias que se olvidan al cabo de un par de horas y con las que el receptor no sabe qué hacer porque no está en con­diciones de comprender su origen, su alcance ni su signifi­cado Cuanto mayor es la fe en la información, más dogmá­tico es el retorno al mito. Los déficits racionales se satisfa­cen emocionalmente. La fuerza bruta se rebela entonces contra los símbolos de la magia ineficaz: universidad, repre­sentantes políticos, grandes almacenes, etc. El culto a la in­formación se puede traducir fácilmente en culto al poder y a la fuerza.

Por último, la fe en la información ha producido la im­presión inexacta de que la prensa, la radio, la TV o el cine sean medios de información o de comunicación. Si se miden por su volumen de producción, los medios sirven sobre todo a la publicidad comercial y al entretenimiento. La prensa del corazón es mucho más numerosa que la de información, la radio es por encima de todo un instrumento musical y la TV un lar­gometraje transmitido en casa. Como se sabe, el video se compra para ver todavía más películas y más televisión. Se utilizan primordialmente, no para reducir la ignorancia, sino para cubrir temporal y ficticiamente los déficits emocionales con la distracción, para matar el tiempo, por decirlo con una expresión muy española.

La conciencia indiferenciada responde a la vida senti­mental estereotipada. El pensamiento indiferenciado crea una conciencia conformista. Pero esto significa dejar en manos ajenas la solución de los problemas propios, con lo que pue­den manipularlos fácilmente en interés suyo. Ahí radica el peligro de entregar las riendas de los asuntos personales en manos de especialistas o del nuevo clero académico. Autode­terminación significa, sobre todo, liberarse de las angustias.

La reproducción de la vida en datos e informaciones no basta. El hombre pequeño, perdido en la masa, quizás pueda interesarse por los datos en que se puede descomponer su mundo. Pero siempre buscará una imagen con la que pueda recomponerlo y le sirva para identificarse con su entorno y superar sus carencias afectivas. Por eso la imagen sustituye a la información, el pensamiento indiviso a la reflexión y el mito que rodea el poder al pensamiento crítico.

Donde impera el mito, el culto ocupa el centro de la atención, desde el culto de la personalidad hasta el culto sentado de la TV. El pensamiento mágico es el antídoto de la inteligencia, cuya acción disgregante podría destruir tal vez la cohesión social con su espíritu crítico. La concepción de la realidad como el peor enemigo del hombre y, por consi­guiente, la explotación de la «ilusión redentora» se ha convertido desde hace tiempo en la máxima de la indus­tria del entretenimiento. El sentimiento se ha convertido en mercancía rentable.

De ahí que, como la conciencia es el resultado de la ac­ción y la experiencia, haya que crear otras condiciones socia­les de vida y de trabajo que permitan al hombre enriquecerse con experiencias personales y no permitir ninguna «explotación de sus almas» por poderes ajenos.



[1] Marx, K.; Engels, F.: La ideología alemana , Montevideo 1959, pp. 506-507.