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Un inadmisible titular periodístico sobre un asesinato olvidado del fascismo

Fuentes: Rebelión

La historia, una historia muy olvidaba, es esta. La contaba así Jesús García [JG] en las páginas de El País-Cataluña del pasado 31 de agosto [1]. Antonio Martos recibió la llamada dos días después de la muerte de su hermano Cipriano. No supo por qué ni cómo. Tampoco pudo asistir a su entierro. ¿Por qué? […]

La historia, una historia muy olvidaba, es esta. La contaba así Jesús García [JG] en las páginas de El País-Cataluña del pasado 31 de agosto [1].

Antonio Martos recibió la llamada dos días después de la muerte de su hermano Cipriano. No supo por qué ni cómo. Tampoco pudo asistir a su entierro. ¿Por qué? Porque «el cadáver de Cipriano fue depositado, sin la presencia de testigos incómodos, en una fosa de beneficencia del cementerio de Reus». Fue el 20 de septiembre de 1973; medio año más tarde sería asesinado Salvador Puig Antich

Cuatro meses después, prosigue JG, las «autoridades» de la época entregaron a Antonio Martos un monedero y otros objetos que su hermano. Los llevaba encima cuando fue trasladado al cuartelillo de la Guardia Civil caminera de Reus. ¿Qué pasó allí? Pues que tras una «angustiosa tortura en la que se le obligó a beber ácido, murió». Fue asesinado.

Antonio ha tenido que volver a recordar aquel trágico episodio. Un juez de Sabadell (Barcelona) le ha tomado declaración «por exhorto de la juez argentina María Servini, que investiga los crímenes del franquismo«. La familia de Cipriano, también la mía, se sumó a la querella presentada por las víctimas y busca justicia. Justicia, no venganza.

Además de averiguar el nombre de los guardias que suministraron a su hermano el llamado «cóctel de la verdad» (es decir, un brebaje a base de «ácido corrosivo»), los familiares de Cipriano quieren que se ordene la exhumación de sus restos. A sus 74 años, «Antonio ha acudido a los juzgados con la fotografía de su hermano (mirada serena tras las gafas de pasta, abundante mata de pelo rematada por unas patillas también generosas) y un mensaje: «Ni olvido ni perdón»». Las reflexiones de Antonio: «Los gobernantes de este país tendrían que tener un poco de moral y sentir algo al ver que haya tenido que venir una persona de fuera para que se entreabran las puertas que han tenido cerradas con llave y cerrojo». 43 años después del crimen, se ignoran muchas de sus circunstancias. Por la opacidad del Gobierno español a la hora de aportar datos: «Pedimos los nombres de los guardias, pero nos contestaron que no podían darlos porque vulnerarían su derecho a la intimidad» (son palabras de Felipe Moreno, coordinador de la red catalano-balear de la querella argentina). Antonio cree que posiblemente vivan algunos de los guardias que causaron la muerte de su hermano. Lamenta que no hayan sido «los máximos responsables» los que paguen por ése y otros crímenes.

Cipriano Martos había llegado a Cataluña, como tantos otros, huyendo de la miseria de su tierra natal. No para pasarlo bien ni para divertirse en Cadaqués. Nacidos en Huétor-Tájar (Granada), los hermanos pertenecían a una familia humilde de jornaleros. Cipriano, el trabajador asesinado, «fue jornalero en Sevilla, minero en Teruel, empleado del textil en Sabadell y Terrassa y, finalmente, encofrador en Reus, localidad donde recaló a principios de 1973». Desde joven militó en Comisiones Obreras y en la Oposición Sindical Obrera (OSO), el PCE (m-l) y el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP). Militábamos en el mismo partido en aquellas fechas.

El momento de su detención y asesinato, así lo cuenta JG: el 25 de agosto de 1973, fue detenido en su puesto de trabajo durante una redada que afectó a más trabajadores. Le acusaban de haber repartido propaganda contraria al régimen fascista en la localidad de Igualada. ¡Menudo crimen!. Fue trasladado al cuartel de la Guardia Civil de Reus donde, a pesar de ser salvajamente torturado, se negó a revelar nombres de sus compañeros. Los guardias civiles decidieron suministrarle el que ellos llamaban «cóctel de la verdad» para forzarle a confesar. El veneno le abrasó el estómago y tuvo que ser trasladado al Hospital de Sant Joan. El informe médico señala que Cipriano no se encontraba ya «en condiciones de declarar».

No bastó, no importó. Fue llevado de nuevo al cuartel, donde los guardias le sometieron a nuevos y violentos interrogatorios (los cuerpos represivos del fascismo actuaban así, era su logo y su marca). Tras las nuevas torturas, Cipriano tuvo que ser llevado nuevamente al hospital. El 17 de septiembre, según la documentación médica, murió por «hemorragias internas». Tres días después, como decíamos, fue enterrado en una fosa de beneficencia del cementerio de Reus.

En la página web del global-imperial puede verse este titular: «El «líquido de la verdad» que mató a Cipriano Martos. El hermano de una víctima del franquismo declara en Sabadell en la causa promovida por una juez argentina» [1]. En el diario en papel, el titular es éste: «La muerte por torturas del opositor Cipriano Martos, caso abierto. Su hermano declara en la causa por los crímenes del franquismo» [2].

¿Opositor? ¿Cipriano Martos fue un opositor o fue una cosa muy distinta? Seguro que Jesús García no es el autor de este inadmisible titular. Cipriano fue un luchador antifascista, olvidado, como tantos otros.

Por eso: ni olvido, ni perdón. ¿No hay aquí víctimas del terrorismo de Estado?

Notas.

1) http://ccaa.elpais.com/ccaa/2016/08/30/catalunya/1472547399_630078.html

[2] El País-Catalunya, pág. 1, 31 de agosto de 2016.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.