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Farándulas de la intolerancia en la televisión argentina

Intragables

Fuentes: Rebelión/Universidad de la Filosofía

Atrincherados en esa especie de egolatría burguesa a la que ellos llaman «periodismo», desfilan todas las canalladas ideológicas que la oligarquía ha sabido financiar para cultivar opinadores serviles al mercado. Dicen que son muy «plurales» cuando la mayoría son parciales y anti Estado. Son autoritarios, parvularios e ignorantes que camuflados como «libres pensadores» inoculan en […]

Atrincherados en esa especie de egolatría burguesa a la que ellos llaman «periodismo», desfilan todas las canalladas ideológicas que la oligarquía ha sabido financiar para cultivar opinadores serviles al mercado. Dicen que son muy «plurales» cuando la mayoría son parciales y anti Estado. Son autoritarios, parvularios e ignorantes que camuflados como «libres pensadores» inoculan en público su verborrea de cortesanos conspicuos. No aprobarían un examen elemental en ninguna escuela de periodismo. Dicen conocer de «política» y de «políticos» pero de la clase trabajadora, de sus intereses emancipatorios, de las luchas de los pueblos y de las miserias que fabrica el capitalismo -a diario- minuciosamente omiten toda referencia. Ese es su mejor retrato.

La fuerza que los sostiene en las pantallas no es su lucidez, no es su audacia informativa, no es su talento politológico sino los anunciantes que pagan por esas vociferaciones estereotipadas con que salen a exhibirse los «periodistas» tarifados por la farándula del subjetivismo reaccionario. La decadencia misma. No hay emisión en la que, con el pretexto de la «libertad de expresión» (de ellos) no saboteen al pensamiento crítico, al pensar en disenso o a las consignas de base popular. A la primera afirmación critica saltan al unísono (como hienas) para sepultar con interrupciones, «chicaneadas», risas burlonas o gesticulaciones descalificadoras, la voz siempre en desventaja de los invitados presos de las celadas consuetudinarias e intragables. Por ejemplo, es un emblema patronal inequiovoco cómo el conductor quita y da el micrófono.

Pero lo más deleznable suele ser la hipocresía, la mascarada y la puñalada planificadas para descargar los odios que, a raudales, chorrean por las pantallas. El acuerdo tácito o explícito radica en hacer parecer sus vociferaciones altaneras como reglas de una «democracia» de la palabra en la que ellos deciden el momento de dar la tarascada silenciadora contra el que opina diferente. Se les puede tomar el tiempo. Se trata de una vieja trampa practicada añejamente en los laboratorios de la intolerancia más rancia. Pero estos lo repiten como una «novedad» que vende publicidades. Y su utilidad coyuntural debe cobrar mucho por eso.

Uno no se engaña. Uno sabe siempre que la lucha de clases tiene escenarios muy diversos (incluidos los programas de televisión) en los que se disputa sentido y en los que se agudizan las contradicciones sociales todas. Uno no se engaña y sabe que la burguesía adiestra a sus lebreles para que salgan por todos los frentes a combatir cualquier idea que no admita la hegemonía del capitalismo contra los seres humanos. Uno no se engaña y sabe, muy bien, de qué maneras los vendedores de noticias han creado mercados de falacias donde a punta de gritos, ofensas y canalladas de todo género se trata de silenciar la expresión de lo popular en sus sentidos más revolucionarios. Y justamente porque uno sabe todo eso es por lo que debe denunciarlo y no trágaselo tal como se lo empaquetan o se lo imponen.

Es verdad que uno puede siempre cambiar de canal (para ver lo mismo en otro canal) y también puede no cambiarlo para desmontar críticamente las argucias planificadas para mentirnos. Uno puede elegir, también, entre ejercer su derecho a cuestionar los intereses y los «ingresos» de esas operaciones ideológicas burguesas disfrazadas de «periodismo» y las consecuencias que eso tiene cuando se mezcla el odio y la falsedad como cóctel nocturno para mandarnos a dormir en la desolación y atemorizados porque si uno opina diferente a esos «periodistas» comenzarán a gritarle y a silenciarlo con el repertorio de bajezas con que ellos trabajan a diario y cobran de lo lindo. Porque cobran. No hay duda.

Ellos dicen que tienen derecho a ser y hacer del «periodismo» que inventaron lo que les dé la gana porque trabajan para empresas privadas y para el mercado de las noticias. Creen que eso les autoriza una extraterritorialidad moral o ética desde donde su estulticia dicta cátedras. Ellos creen que eso es incuestionable e intocable y ellos hacen lo indecible por defender su trinchera de impunidad a toda costa y costo. Nosotros no le creemos a esa fórmula mercenaria ni a ese periodismo de mercaderes. Ya hemos visto sus fechorías en la historia de las comunicaciones dominadas por el capitalismo. Simplemente no lo tragamos.

Es otro el periodismo que los pueblos necesitan y alientan. Es otra la necesidad de la verdad y la urgencia de la ciencia en las tareas de una comunicación social libre de mercachifles y petulantes de turno. Es muy otra la necesidad de un periodismo de base inspirado en el pensar, el sentir y el malestar de los pueblos y no la retórica de las cúpulas empresariales travestidas de «políticos» y sus escribanos de gatillo editorial fácil. Argentina dio pasos enormes en su soberanía comunicacional con leyes anti-monopolios de raíz histórica espléndida y valor estratégico en la revolución comunicacional que necesitamos todos. Ese es uno de los blancos donde se concentra el odio oligarca para arrebatarle al pueblo argentino una de sus más preclaras conquistas. El pueblo tendrá la palabra. Para ellos éste tema es intratable. ¿Nos negarán el derecho a opinar sobre esto libremente?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.