Que venga el pan y el circo para los pobresy ese monstruo nos trague con su censura, no sea que se despierten los ideales, se nos caiga el telón, se nos caiga el telón, y salga la basura.(Alejandro Filio)
Que venga el pan y el circo para los pobres
y ese monstruo nos trague con su censura,
no sea que se despierten los ideales,
se nos caiga el telón,
se nos caiga el telón,
y salga la basura.
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Lo único interesante que va a quedar de estas Elecciones Europeas es el regreso de los debates televisados entre los candidatos a unos comicios. En una campaña anodina, sin apenas interés para el ciudadano, son los medios de comunicación quienes la están resucitando artificialmente con sus disputas por robar parte de ese pseudoprotagonismo que, creen, les va a dar la Historia.
Llevábamos 11 años sin este tipo de debates y, aunque muchos no los echábamos en falta, para otros parecían significar la quintaesencia de la vida en democracia. Para paliar este déficit democrático no se les ocurre mejor cosa que una serie de encuentros televisados entre unos candidatos menores, en unas elecciones menores y con unas diferencias ficticias entre ellos, pero que dan el pego de pluralidad y diversidad democrática. No parece que este máximo ejercicio de derechos constitucionales despertara un gran atractivo entre los votantes pero para sacudirnos de ese letargo teníamos a nuestros dóciles medios de comunicación y, sobre todo, a nuestras disciplinadas cadenas de televisión. La prensa y la radio ya se encargarían de dar el eco necesario para complementar un despliegue informativo en el que partidos políticos y medios de comunicación intuían que se jugaban mucho.
El teatro comienza con un debate en Telecinco el 1 de junio donde se pactan contenidos, tiempos, métodos, disposición… Pero no parece que entusiasmara en exceso a los televidentes; pocos más de 3 millones siguieron el programa, muy lejos de los diez millones y medio que habían captado hacía 11 años en el último debate entre los candidatos. Había que hacer algo para que el fracaso no entristeciera la máscara. El debate programado para el día 8 en Antena 3 era más de lo mismo: los mismos personajes, los mismos temas, los mismos pactos.
Y ahí surge el enfrentamiento mediático lanzado como globo sonda al mundo televisivo y publicitado sin reservas por radio y prensa. Televisión Española anuncia que el debate se realizará en sus estudios y es avalada por el Partido Socialista quien cree que un debate de este tipo debe realizarse en una televisión pública. Antena 3 lo desmiente en virtud a los acuerdos firmados con anterioridad y el Partido Popular la secunda para evitar transmitir al electorado una imagen participativa que había negado a la televisión pública durante sus 8 años de gobierno. Nos sirven en bandeja de plata los actores, los apoyos, las razones e incluso sus discrepancias y amenazas para que no haya ninguna necesidad de un gran ejercicio intelectual de búsqueda y, por tanto, de desviaciones no deseables. Una vez conseguida la atención del espectador, adormilado entre el despliegue ‘informativo’ sobre la boda real y la eclosión del Campeonato Europeo de Fútbol, se recula a las posiciones iniciales para continuar con la farsa admitiendo el debate televisado en Antena 3, tal y como estaba pactado.
El resultado es un inusitado interés por el debate televisado y la consulta electoral, pero tan solo avalado por los ríos de tinta y de saliva en los periódicos y tertulianos radiofónicos respectivamente. Los programas electorales quedan en un segundo plano y no digamos dónde quedan los esfuerzos del resto de formaciones políticas por sobrevivir en un espacio empujado hacia el pensamiento único. El único debate que parecía interesante en esta campaña, la discusión sobre los contenidos de la Constitución Europea, queda oscurecido por el artificio del fuego fatuo de las estrellas mediáticas creadas para evitar, precisamente, el debate.
A estas bajezas ha caído el llamado cuarto poder, a mantener de forma permanente un aburrido circo donde actúan tigres y leones amansados, trapecistas que solo saltan si hay red y magos a los que es muy fácil descubrir las marcas sobre sus cartas. Pero que, si la voz de su amo precisa de la atención del público que sigue hastiado la representación, no dudan en maquillar a sus actores para ofrecer, si es necesario, el mayor espectáculo del mundo. Aunque el espectáculo resulte bochornoso.
Y continuamos con la función…!