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Israel, más allá de la libertad de expresión

Fuentes: Mundoarabe.org

Atención a Mary Robinson, anterior presidenta de Irlanda, anterior alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Estaba prevista su intervención en la ceremonia de entrega de diplomas de licenciatura en la Universidad de Emory (Atlanta, Estados Unidos). Pero cometió un grave error. Se atrevió a criticar a Israel. Apuntó -horror de los […]

Atención a Mary Robinson, anterior presidenta de Irlanda, anterior alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Estaba prevista su intervención en la ceremonia de entrega de diplomas de licenciatura en la Universidad de Emory (Atlanta, Estados Unidos). Pero cometió un grave error. Se atrevió a criticar a Israel. Apuntó -horror de los horrores- que «la causa profunda del conflicto palestino-israelí radica en la ocupación». ¡Un momento! ¿Cómo dice, Mary? ¿»Ocupación»? ¿No suena eso a antiisraelí? ¿Está diciendo realmente que la ocupación militar de Cisjordania y la franja de Gaza por parte de Israel, su recurso a ejecuciones ilegales contra palestinos armados, los tiroteos israelíes contra escolares que lanzan piedras, en fin, el robo indiscriminado de suelo árabe para edificar casas para judíos, resultan inadecuados o incorrectos en alguna medida?

Tal vez le entendí mal. Sin duda. Porque su respuesta a estas groseras difamaciones, a estos reparos insultantes y desconsiderados a su derecho a expresarse libremente, a estos calumniosos ataques contra su rectitud e integridad ¡fueron como el gemido de un minino! Sí, señora, porque la verdad es que usted se sintió muy «apesadumbrada y consternada». «Es penoso -como declaró a ‘The Irish Times’- que se hagan acusaciones totalmente infundadas.»

Debería haber advertido a sus acusadores de la posibilidad de interponer acciones legales. Cuando yo advierto a quienes afirman en las execrables postales que me remiten que mi madre fue hija de Eichmann que recibirán la carta de un abogado -Peggy Fisk sirvió en la Royal Aire Force durante la Segunda Guerra Mundial, pero eso poco importa-, inmediatamente quedan reducidos al silencio.

Dejemos eso. Veamos. Usted está «apesadumbrada y afligida». «Consternada.» Y, según parece, da pie a que el profesor Kenneth W. Stein, de la Universidad de Emory, diga que le «preocupa la aparente ausencia de la necesaria y debida diligencia de los responsables del acto al invitarle a hablar» (a la señora Robinson). Personalmente, me encanta ese pasaje que alude a la «necesaria y debida diligencia». Ahora en serio: ¿cómo puede usted permitir, señora Robinson, que quede sin sanción esa perversa y retorcida versión de su reconocida rectitud e integridad?

Apesadumbrada… ¡Ah, Mary, bobita!

He tratado de comprobar la ortografía de «boba» («diddums») en el Webster’s, el magnífico y excelente diccionario americano. Sin éxito. Pero entonces, ¿de qué sirve que la tercera edición internacional del nuevo Webster’s defina el «antisemitismo» como «oposición al sionismo: afinidad con quienes son contrarios al Estado de Israel»?

¿Ya estamos otra vez? Si usted o yo -de hecho ahora ha sido usted, querida Mary- nos atrevemos a sugerir que los palestinos han recibido un trato injusto bajo la ocupación israelí, nos convertimos en «antisemitas». Naturalmente, nadie nos podrá decir que no es justo y equitativo citar aquí la lamentable respuesta del director del Webster’s, Arthur Bicknell, al pedírsele que explicara esta grotesca definición.

«Nuestra tarea -respondió- consiste en explicar con exactitud y fidelidad los vocablos, expresiones y términos de la lengua inglesa tal y como de hecho se emplea. No hacemos juicios de valor; no nos movemos por inclinaciones políticas.» Aún de forma más increíble y deplorable afirma que los responsables del diccionario contabilizan y verifican debidamente las «citas basadas en referencias existentes» sobre el antisemitismo publicadas en «libros y publicaciones periódicas de esmerada prosa». Siendo como es ridícula y absurda, esta ambigua afirmación merece ser recibida con la más hueca y sepulcral de las carcajadas.

En fin, hasta equívocos y despropósitos del inglés americano se someten y humillan ante quienes censuran a las voces críticas de la política de Israel en Oriente Medio incluso a micrófono cerrado.

Sí, a micrófono cerrado y sin cámaras delante. Acabo de recibir una ofendida y escandalizada nota -con razón- de Bathsheba Ratskoff, un productor y director de la American Media Education Foundation (MEF) que señala que su nuevo documental sobre «el final del debate sobre el conflicto palestino-israelí» -en realidad, una película sobre las actividades de los equipos de relaciones públicas de Israel en Estados Unidos- ha estado en el punto de mira de la Fuerza Especial Acción Judía (sic). Estaba previsto que la película «Paz, propaganda y la Tierra Prometida» se proyectara en el Museo de Bellas Artes de Boston.

¿Qué sucedió, en definitiva? Pues que Acción Judía exigió tras el incidente que se presentaran disculpas a la comunidad judía, solicitando la «promesa de una mayor sensibilidad y respeto (sic) a la hora de tratar en lo sucesivo asuntos relacionados con Israel y el conflicto de Oriente Medio». Es posible -se añadía- que los miembros de Acción Judía consideren «en consecuencia la eventualidad de proceder a cancelar su afiliación y retirar las aportaciones económicas que han venido realizando».

En su momento, una tal Susan Longhenry, del Museo de Bellas Artes de Boston, escribió una horripilante carta a Sut Jhally, de la MEF, alusiva a la preocupación de «numerosos miembros de la comunidad de Boston» -que, naturalmente, por otra parte, no identificaba- sugiriendo una nueva proyección (dado que la proyección prevista en un principio habría perjudicado plausiblemente la celebración del sábat judío) así como un debate que habría permitido que los críticos condenaran la película. La carta finalizaba -y llegados a este punto me permito animarles a que aprovechen para familiarizarse con el equívoco lenguaje del poder- diciendo que «hemos hecho los mayores esfuerzos posibles para evitar la suspensión de todas las proyecciones de esta película; no obstante, si no pueden dar su conformidad al enfoque procedentemente revisado de esta obra, sentiré mucho verme en la circunstancia de tener que proceder de forma efectiva a su suspensión».

¿Qué pretende la señora o señorita Longhenry? ¿Que el verbo «longhenriar» salga en el Webster’s? ¿O al menos en el Oxford’s? No teman, su jefe desautorizó su pusilánime carta. Al menos, de momento.

Pero ¿dónde acaba todo esto? El domingo pasado me invitaron a hablar en el programa de sobremesa del canal televisivo irlandés TV3 sobre Iraq y el apoyo de Bush al nuevo muro de Sharon frente a Cisjordania. Cuando el programa tocaba a su fin, Tom Cooney, profesor de Derecho del University College de Dublín, afirmó de repente que yo había llamado «chusma» a una unidad de las fuerzas armadas israelíes (y estaba totalmente en lo cierto, porque lo son) y que había informado en una de mis crónicas de que habían perpetrado una matanza en Jenin en 2002.

Yo no dije que perpetraran una matanza, aunque debería haberlo dicho. Una investigación subsiguiente concluyó que las tropas israelíes habían matado a tiros a civiles inocentes, habían matado a una enfermera y habían atropellado a un parapléjico en su silla de ruedas. «¡Condenada mentira! ¡Condenada calumnia!», chilló Cooney. Inmediatamente, el canal TV3 irlandés -procediendo correctamente, según sus normas- se desentendió de esta calumnia.

Por mi parte, volví a observar para mis adentros hasta qué punto se mezclaba e implicaba una eminente institución universitaria -el University College de Dublín es una de las mejores instituciones académicas y universitarias de Irlanda y no me resta más que desear a Cooney que haga con sus alumnos un mejor papel que el que hizo en televisión- en el alcance de la calumnia en cuestión. Por lo que a mí respecta, naturalmente, capté el mensaje. A callar. No critiquen al Estado de Israel.

Permítanme que termine con una reflexión positiva. Al igual que Bathsheba es judío norteamericano, los judíos británicos se destacan también por las actividades de una organización llamada Deir Yassin Remembered, que conmemora la matanza de árabes palestinos a cargo de milicias judías a las afueras de Jerusalén en 1948. Este año han recordado a las víctimas árabes de la matanza -sucedida el 9 de abril- el mismo día que los cristianos celebran el Viernes Santo.

La jornada marcó asimismo el cuarto de los ocho días de la Pascua judía. Coincidió también con el aniversario de la ejecución por los nazis, en 1945, del teólogo y pastor alemán Dietrich Bonhoeffer en el campo de concentración de Flossenburg. La liberación de los judíos hace 3.000 años, la muerte de un judío palestino hace 2.000 años, la muerte de un cristiano alemán hace 59 años, la matanza de más de cien palestinos -hombres y mujeres- hace 56 años… Por desgracia, Deir Yassin Remembered no obtiene la publicidad que merece.

El diccionario Webster’s calificaría rimbombante y artificiosamente a sus partidarios de «antisemitas», y «numerosos miembros de la comunidad bostoniana» se mostrarían indudablemente contrarios a su causa. «Condenada calumnia.» «Protestas del eminente profesor del University College de Dublín. Hemos de esperar a oír lo que piensa el College…»

Pero no. No nos sintamos «afligidos», «dolidos» o «apesadumbrados». Limitémonos a decir cómo son las cosas. Por cierto, ¿no es eso lo que la escuela norteamericana de periodismo se proponía enseñarnos?