Hace unos pocos días, se reunían en París, en un lujosísimo salón del Hotel Intercontinental, 93 personalidades -de las más famosas del «Tout-Paris»- para participar en una subasta de aparatos de foto desechables que habían usado sacando imágenes de su vida privada. Una idea sin duda original que atrajo entre los muros dorados de esta […]
Hace unos pocos días, se reunían en París, en un lujosísimo salón del Hotel Intercontinental, 93 personalidades -de las más famosas del «Tout-Paris»- para participar en una subasta de aparatos de foto desechables que habían usado sacando imágenes de su vida privada. Una idea sin duda original que atrajo entre los muros dorados de esta inmensa sala, a un público numeroso.
Esa espectacular asamblea era convocada por la ONG más ruidosa de Francia, Reporteros Sin Fronteras, y su Secretario General, aparentemente vitalicio, Robert Ménard.
En la lista de participantes que Ménard se apresuró en publicar en su sitio web, aparecen nombres de personas verdaderamente respetadas, por lo menos por su talento, en Francia e incluso, en el caso de los más universales, en Cuba.
Ahí estaban las actrices Juliette Binoche, Sophie Marceau, Laetitia Casta, los cantantes Renaud, Maxime LeForestier, Patrick Bruel y Francis Cabrel, los cineastas Claude Chabrol y Claude Zidi, el costurero Karl Lagerfeld y muchos otros nombres indiscutiblemente célebres de la capital francesa.
El objetivo de tal reunión era, por supuesto, recolectar dinero para la «obra» declarada de Reporteros Sin Fronteras: la defensa de la libertad de prensa.
¡Qué objetivo más noble… al cual nadie puede negarse a suscribir! Y, de hecho, las ‘vedette’ presentes entraron sin dudas en el juego de Ménard, convencidas de apoyar una causa justa, o simplemente con la intención de estar ‘en la onda’, pues si va fulano y fulana, también tengo que estar.
Lo lindo con Ménard que, por poco se define como siendo el ‘gurú’ de la libertad de prensa, el teólogo de la defensa de los periodistas, el supermán del socorro al reportero en dificultad, es que llega a erigirse, no sólo en París sino internacionalmente, gracias a las agencias cablegráficas que lo usan con una complacencia más que sospechosa, en referencia universal.
Eso cuando todo, todo, en su perfil hace de el, sino un agente del imperio de inmenso talento, por lo menos el ‘proxeneta de la información’ más global nunca visto.
El defensor de la libertad del periodista, sí, se otorga a sí mismo una libertad sin límite cuando se trata de comer en todos los platos. En buen oportunista, ese especialista de la ONG rentable, con acentos de gerente de obra caritativa, de predicador desinteresado, de monje medieval, anda recolectando fondos.
Los de esa subasta del Hotel Inter-Continental, recogidos públicamente, son bien inocentes. Unos 53 000 euros, suma insignificante, a penas lo necesario para cubrir los gastos de un trimestre de las oficinas que mantiene RSF en Estados Unidos -específicamente en Nueva York y por supuesto Miami.
Hay otros fondos de padrinos mucho más interesantes.
Hay los que le extiende la corporación publicitaria mundial, Publicis, multinacional nacida en París que controla hoy día una amplia proporción del mercado global de la publicidad. A través de la Saatchi & Saatchi de Nueva York, Publicis regala a RSF servicios de promoción del nivel de otros de sus grandes clientes, entre los cuales nada menos que la U.S. Army, el Ejército Norteamericano y la ronería mafiosa Bacardí.
Hay también los fondos que le resuelve la Vivendi donde reinaba hace poco Jean-Marie Messier, del cual se supo más tarde que por poco puso la multinacional en quiebra a fuerza de invertir ilegalmente en Estados Unidos miles de millones de euros desviados de una reserva destinada a renovar las redes de acueductos de decenas de municipios de Francia. Es la Vivendi Universal Publishing Services que garantiza a Ménard, sus necesidades en términos de material promocional.
Y los fondos de su amigo Jean-Guy Lagardère, el vendedor de misiles, recientemente fallecido, y de Serge Dassault, otro negociante de armamentos de fama mundial.
Robert Ménard no teme a las incongruencias. Y nadie en París, en la llamada Ciudad Luz, parece tener la capacidad de prender los proyectores, de denunciarlo, de decirle a la cara que su defensa de la libertad de prensa es una farsa, una estafa, un cuento grotesco que no corresponde en nada en lo que pone en práctica.
La explicación es demasiado sencilla. Nadie en Paris, en el mundo de las comunicaciones, salvo tal vez Le Monde Diplomatique, puede tomar el riesgo de enfrentarse a Publicis. Porque, sencillamente, el gigante de la publicidad no solo provee en ingresos publicitarios a todos los medios de prensa sino que, además, administra diariamente las propias ventas de publicidad varios de ellos, a través de una agencia subsidiaria.
¿Y cómo, en tales condiciones, denegar a Ménard todo el espacio que requiere, tanto para auto promocionarse como para divulgar las denuncias, las mentiras y las calumnias que casi a diario pública?
Ahí aparece, en cuanto a Cuba, la otra cara de este personaje peligrosamente multifacético.
Sus relaciones con la Freedom House de Frank Calson son un hecho demostrado aunque fuera solo con sus denegaciones histéricas y, simultáneamente, por el retrato tan respetable que suele trazar del viejo agente imperial.
Los lazos de Ménard con la CIA son más que averiguados desde ya años con el perfil de sus actividades ridículamente «clandestinas» que realizó con Cuba.
En el curso de una entrevista reciente, Néstor Baguer, el veterano periodista cubano me contaba los pormenores del encuentro que tuvo, el 20 de septiembre de 1998, con Ménard quien venía a reclutarlo cuando ocupaba, a solicitud de los órganos cubanos de seguridad del Estado, el puesto de Presidente de la Asociación de Periodistas Independientes.
Este día, Ménard lo convocó misteriosamente, en casa de un ex recluso, supuestamente «disidente», que había contactado desde Paris con tal propósito.
Pero Ménard no quiso hablar con Baguer en la casa de este contacto. Lo invitó a bajar a la calle, a subir en el lujoso carro que había alquilado, y conversó con el viejo periodista, sentado en el asiento de atrás, mientras Regis Borgeat, su ayudante, manejaba el vehículo.
Así fueron recorriendo el Vedado durante una hora, conversando de las condiciones que ofrecía Reporteros Sin Frontera a su nuevo recluta.
El Defensor patentado de la libertad de prensa tiene métodos de trabajo que no son precisamente los de un dirigente de ONG.
Lo demostró de nuevo un par de días después cuando Néstor Baguer pudo recoger una computadora potable, nueva de paquete, de parte de su nuevo jefe. Ménard lo invitó a presentarse en el Parque Víctor Hugo, a una hora determinada, a sentarse en un banco y a esperar la llegada del envío.
Lo que hizo Baguer.
Minutos después, apareció Borgeat, con la computadora en su caja que dejó al periodista para desparecer tan pronto como había aparecido.
Una escena de novela digna de John LeCarré. Sin embargo, si el famoso novelista británico no tenía que ver con la puesta en escena, sí la CIA tenía que estar detrás de la cortina porque esa actuación, aparentemente ingenua de Ménard, seguía un guión muchas veces ya visto.
De repente, hace unas semanas, seguro de la indestructibilidad de su imagen, Ménard se arriesgaba a aparecer en Miami, a solicitud de sus numerosos admiradores. Esa gente que siguen desde años sus aventuras, como si fuera su Tarzán de la selva de las comunicaciones, y que le tienen un culto proporcional a los daños causados a Cuba por sus campañas de difamación.
Pero Ménard no es el ídolo, en esa Florida del Sur, de desconocidos.
Es el Dios de la propaganda de unos nombres identificados a lo que la metrópoli sureña tiene de más corrupto, de más fascista, de más irreductiblemente reaccionario.
Su madrina miamense se llama Nancy Crespo. Esa gran maestra de la contrarrevolución industrializada desarrolló desde el sótano de su bungalow una verdadera red de agencias de noticias independientes, cuya supuesta independencia está garantizada por los subsidios millonarios de la United States Agency for International Development y de la National Endowment for Democracy. Unos eufemismos para no decir directamente de la Central Intelligence Agency.
La Crespo, como se le conoce en el Versalles o en La Carreta de Hialeah, tiene una amplia red de contactos de negocio que comparte, generosamente, con Ménard y que el parisino tuvo la oportunidad de abrazar.
Individuos que, todos, han participado con entusiasmo en las campañas de recolección de fondos a favor del terrorista internacional Luís Posada Carriles y de sus cómplices ahora presos en Panamá.
Individuos que también fueron los animadores de la campaña a favor de la liberación de Orlando Bosch, el terrorista más peligroso del continente, según el propio FBI.
Fueron también de los que combatieron con un odio y un fanatismo cercanos a la histeria, el regreso del niño Elián a Cuba.
Son de esa gente que entregaron a Bush su Casa Blanca.
Son los cabecillas de esa hampa que domina Miami y que hacen de la Florida del Sur el rehén de sus negocios, incluido el de la droga.
Son de los que, a través de Otto Reich y de su conexión mafiosa de Washington, empujan diariamente a la administración norteamericana a transformar La Habana en Bagdad.
Tienen nombres que habrá que recordar si algún día llegan a desencadenar en Cuba la masacre que aplaudieron en Iraq.
Los amigos de Robert Ménard y de Nancy Crespo en Florida se llaman…
• Armando Pérez-Roura, el dueño de Radio Mambí, Jefe de Unidad Cubana y defensor irrecuperable del terrorismo contra Cuba;
• Ninoska Lucrecia Pérez-Castellón, la diva de la radio mafiosa, hija y esposa de terrorista y propagandista del terror quien dijo que en caso de derrocamiento de la Revolución Cubana hacia falta pasar un bulldozer desde Pinar del Rió hasta Santiago;
• Agustin Tamargo, el comentarista del Miami Herald, ese individuo que reclamó «tres días para matar» a los revolucionarios después de una transición como él la sueña;
• Orlando Gutiérrez Boronat, su esposa Janisset Rivero y varios otros apadrinados del poder imperial.
En fin, toda la tropa del Cuban Liberty Council, aquellos fanáticos de extrema derecha -muchos de ellos vinculados a la dictadura de Fulgencio Batista- identificados a las operaciones terroristas de la Fundación Nacional Cubano Americana y expulsados sospechosamente a pocos días de los atentados contra las Torres Gemelas.
Solo le falta pegarse a Lincoln Diaz-Balart y a Ileana Ros-Lehtinen para completar su red de relaciones vergonzosas.
¿De qué sorprenderse de parte de un ex trotskista que, en cierta oportunidad, fue hasta defender en la televisión francesa el derecho de existir de una cierta prensa neo nazi?
En sus eventos parisinos, Ménard se rodea -como para enseñar muestras de sus relaciones cubanas- con algunos de sus cómplices miamenses, entre los cuales, Aida Levitan, de la Sanchez & Levitan, la filial floridana de Publicis quien administra las cuentas de Coca-Cola y Bell South para el mercado hispánico de Estados Unidos. Esa gran demócrata se hizo famosa al participar en las protestas en contra de la presencia de los Van Van en Miami.
Pero también individuos vinculados -de nuevo se manifiesta la atracción del billete verde- al gran capital de la Florida.
José Valdés-Fauli, el ex presidente de la Colonial Bank South Florida, un grupo valorado a 16 mil millones de dólares, Eloy Cepero, otro banquero dueño de la Península Mortgage Bankers y Santiago Morales, un fabricante de maquinaria industrial. A ellos se suma Richard O’Connell, un millonario miamense ahora radicado en Paris.
Todos individuos, por supuesto, humildes y conocidos para su devoción hacia las causas más justas que se defienden en ese planeta.
El mundo extraño de Robert Ménard no tiene fronteras, de verdad. La última información, procedente de una fuente muy cercana al enigmático gurú indica que para penetrar en Cuba y crear su negocio, ahora en quiebra, en la Isla… recurrió a nada menos que a Marcel Maciel Degollado, el seudo profeta de la Legión de Cristo, una versión mexicana de la Opus Dei.
Nada de eso lo saben las ‘vedettes’ que reúne Ménard en el Hotel Inter continental.
Difícil que lo sepan… La libertad de prensa firmada por Publicis y Vivendi no deja espacio para la literatura subversiva.
Un detalle más. Nada. Una cosita. El Hotel Inter-Continental que regala así a Ménard, regularmente, sus salones cuyas paredes son pintadas de oro, es propiedad de la cadena hotelera norteamericana del mismo nombre que se autoproclama, en esos términos, ‘la más global’ del planeta, con 3 500 hoteles y 535 000 habitaciones.