A los asesinatos masivos perpetrados por el nazifascismo en el siglo XX, se ha sumado en esta nueva centuria, el que está ocurriendo en Faluya, ciudad símbolo de la resistencia iraquí contra la ocupación de los Estados Unidos, crimen de lesa humanidad, solo comparable al realizado también por el Imperio en la aldea vietnamita de […]
A los asesinatos masivos perpetrados por el nazifascismo en el siglo XX, se ha sumado en esta nueva centuria, el que está ocurriendo en Faluya, ciudad símbolo de la resistencia iraquí contra la ocupación de los Estados Unidos, crimen de lesa humanidad, solo comparable al realizado también por el Imperio en la aldea vietnamita de May Lai en 1968 y al perpetrado por Hitler en 1937 contra la población vasca de Guernica, solo que mientras éstas dos últimas masacres fueron denunciadas por dos valientes periodistas, la de Faluya es virtualmente ocultada al mundo por la mayoría de los corresponsales de guerra que cubren el conflicto.
Lo que sucede en la población iraquí, se enmarca en la llamada «guerra paralela», y ocurre a la vista de decenas de corresponsales, quienes en una actitud exenta de ética, han guardado un silencio cómplice, limitándose a transcribir los boletines o partes de guerra emanados del alto mando militar yanqui, obviando narrar, debido a la revisión y censura de sus informaciones por parte de los militares yanquis, la brutalidad desplegada por el ejército invasor contra la población civil, denunciada reiteradamente por la Cruz Roja, la Media Luna Roja y Amnistía Internacional.
De esta manera, han ocultado la muerte de centenares de hombres, mujeres, ancianos y niños, víctimas de las bombas y la metralla, el hambre y la sed y la angustia de otros tantos que deambulaban por las calles, mutilados y desangrándose hasta morir por falta de atención médica, porque las bombas, cañones y morteros disparados por los atacantes han destruido sus hogares y los hospitales donde pudieron haber salvado sus vidas.
Tampoco dan cuenta de la cifra real de las bajas entre los soldados yanquis y solo suministran las aportadas por los militares, según las cuales, apenas sobrepasan los cuarenta muertos y unos pocos centenares de heridos, cuando la verdad, revelada por médicos y enfermeras del hospital Landsthul de Alemania, donde atienden a los heridos graves que combaten en Iraq, es que allí han llegado, en apenas nueve días, cuando se inició el asalto a Faluya, más de quinientos soldados en condiciones críticas.
La mayoría de esos comunicadores sociales viajan a bordo de vehículos blindados protegidos por las tropas estadounidenses y sus cómplices traidores, un seudo ejército iraquí adiestrado por los ocupantes que los acompaña en esa aventura bélica lanzada contra el pueblo de Faluya bajo el pomposo nombre de Operación «Furia Fantasma», con una fuerza conjunta de cerca de 20 mil hombres, con apoyo de aviones, helicópteros, tanques y otros vehículos, además de equipos dotados de las más modernas y mortíferas armas y sofisticados dispositivos como lentes y fusiles de visión nocturna.
Se enfrentan con las ventajas de una desmedida superioridad numérica en una proporción de diez a uno, así como el uso del más destructivo y letal armamento y los más poderosos equipos y sistemas de aire y tierra, a unos entre dos y tres mil guerrilleros iraquíes y combatientes procedentes de naciones árabes, (más de la mitad ya muertos) confundidos entre una población de cerca de 300 mil personas, una tercera parte de la cual logró escapar de la sitiada ciudad antes o durante el ataque.
Fue a partir de entonces cuando comenzó el dantesco espectáculo escenificado por cientos de hombres, mujeres y niños, que caían abatidos por las bombas lanzadas desde aviones y helicópteros y de cañones disparados desde tanques, de morteros y metralla, que al destruir sus hogares, los dejaban a la intemperie, sin agua, alimentos y sin hospitales mientras que algunos de los sobrevivientes en su desesperación por saciar su sed, han llegado a beber el agua pútrida estancada en los huecos de las calles.
Los combatientes, tampoco escapan a la crueldad sin límites de la soldadesca yanqui, que quedó evidenciada hace días, cuando el mundo indignado pudo ver a través de los medios, una secuencia de fotos en la que un militar estadounidense descarga su fusil contra un guerrillero herido y desangrándose en el interior de una mezquita, lugar tan sagrado para los musulmanes, como una iglesia para los cristianos, y que a pesar de ello, mas de 50 mezquitas han sido destruidas por las bombas del invasor en Faluya.
Al cabo de pocos días de iniciarse el ataque, el olor a muerte inundaba a una ciudad fantasma llamada Faluya, cuyas desiertas calles en su mayoría, se cubren de centenares de cadáveres en descomposición que amenazan con provocar epidemias entre los sobrevivientes, mientras los sitiadores se niegan a permitir el paso de ambulancias para rescatar heridos o recoger los muertos, lo mismo que el ingreso de personal médico, medicinas, agua y alimentos para paliar la sed, el hambre y las heridas de los pobladores.
La lucha, que parece estar llegando a su fin, ocurre en medio del fracaso de la Operación «Furia Fantasma», cuyo objetivo central era la captura del dirigente rebelde jordano, Abu Mussab al Zarkawi, líder de la resistencia en la heroica ciudad, quienes con un grupo de combatientes, escaparon al férreo cerco tendido por los atacantes, que ahora no les queda mas recurso que hablar del «aplastante triunfo» que están a punto de alcanzar en Faluya, cuando en verdad solo se trataría de una pírrica victoria, si a un crimen se le puede premiar con los laureles de un triunfo.
Una victoria entonces, que será alcanzada al precio de una montaña de muertos, hombres, mujeres, ancianos y niños, de combatientes iraquíes y de otras naciones árabes, y de otros tantos soldados estadounidenses, muchos de ellos de origen latino, la «carne de cañón», utilizada siempre por el Imperio en sus aventuras bélicas, a cambio de acceder, en caso de sobrevivir el «voluntario», a la ciudadanía estadounidense, la quimera del «sueño americano», un espejismo inventado para escapar de la pobreza en la que viven sumidos por la explotación de las riquezas de los pueblos de donde proceden esos soldados.
De esa vandálica acción, muy poco o nada han escrito o filmado los corresponsales de guerra encargados de cubrir la «Operación Fantasma», pues están según lo admiten, bajo la censura impuesta por el Pentágono, desde Washington y por ello, obedientes y sin atreverse a correr el riesgo de buscar por su cuenta la información, se limitan a copiar los boletines que les suministra el invasor, que ocultan la gran tragedia que vive el pueblo de Faluya.
Solo por el valiente accionar de unos pocos de ellos, como Robert Fisk, algunos periodistas árabes y los de la agencia de noticias Al-Yasira que han logrado filtrar algunas noticias con el apoyo de ese nuevo aliado del periodismo que es Internet, se ha podido establecer parte de la trágica verdad de lo que está ocurriendo en ese nuevo monumento erigido a la crueldad del fascismo moderno y de todos los tiempos que es la masacre de Faluya.
Porque Faluya, trae a la memoria, otro horrendo crimen de lesa humanidad cometido hace poco más de tres décadas, cuando los efectivos de una Compañía de las tropas invasoras estadounidenses en Vietnam, que en 1968, exterminaron a todos los pobladores de la pequeña aldea de May Lai, violando y dando muerte con fusiles y granadas a decenas de mujeres, ametrallando ancianos, y quemando con el fuego del napalm a los niños y sus humildes chozas.
Solo el valor, la perseverancia y el amor por la verdad del periodista, Ron Ridenhour, pudo rescatar del olvido en que había caído al ser ocultado por los invasores, aquel crimen de lesa humanidad, y luego de una exhaustiva investigación, con el apoyo de solo uno de los 30 congresistas a quienes denunció los hechos, los responsables de la masacre fueron sometidos a juicio por una corte marcial.
Pero a pesar de haber sido condenado a cadena perpetua «bajo arresto domiciliario» al principal responsable, teniente William Calley, le fue disminuida la pena, primero a 20 años y luego a 10, y finalmente indultado por el presidente Richard Nixon luego de haber cumplido solamente tres años y medio de la sentencia, el capitán Ernest Medina, señalado como el segundo responsable y otros 11 oficiales que participaron en la matanza, fueron declarados inocentes.
El otro ejemplo de periodismo valiente, a prueba de intimidación y de censura, lo dio hace 67 años George L. Steer, el corresponsal de guerra sudafricano que puso al descubierto y denunció la masacre perpetrada por la aviación nazi el 26 de abril de 1937 en el apacible pueblo vasco de Guernica, borrado de la faz de la tierra por las bombas y la metralla de 42 bombarderos de la «Legión Condor», desmantelando la mentira del régimen fascista de Franco, que pretendió «vender» la falacia de que habían sido sus propios habitantes quienes lo habían incendiado.
Utilizando el mismo método de censura y de mentiras, los fascistas de hoy, con la sumisa obediencia de algunos periodistas, pretenden ocultarle al mundo otro crimen más de su amplio prontuario delictivo, olvidando que la verdad siempre se impone, mientras existan periodistas como Ron Ridenhour y Robert Steer, quien una vez constatada por el mundo la veracidad de su información sobre Guernica, dijo: «Un periodista, no es un simple proveedor de noticias, sean sensacionales o polémicas, bien escritas o sencillamente graciosas. Es un historiador de los sucesos de todos los días y tiene un deber para con su público. Si se le aparta de su público, debe usar otros métodos, porque como historiador en pequeño, pertenece a la más honorable profesión del mundo y como tal, debe estar henchido del más apasionado y escrupuloso apego a la verdad. Así pues, por el gran poder que detenta, debe tratar que la verdad prevalezca. Por eso no descansé hasta conseguir hacer trizas, aquella falsedad».
Lo afirmado por Steer, es en sí, un manual de ética, de afirmación de fe, dirigido a sus colegas del mundo, llamados a actuar siempre bajo el mandato del deber y responsabilidad profesional para la cual fueron formados en las aulas y forjados en el yunque del trabajo diario en la calle, y también en los campos de batalla como corresponsales de guerra para contar siempre la verdad, a través de la información veraz y oportuna, rechazando cualquier tipo de censura impuesta por la fuerza de las armas o por la autocensura del chantaje aceptado por cobardía y miedo al hambre.
Es por ello que, mas temprano que tarde, saldrá a la luz la verdad de todo lo que ha ocurrido y está sucediendo aún en Faluya. Será entonces cuando los fantasmas de sus muertos, hombres, mujeres, niños y ancianos, denunciarán ante el mundo, a través de la pluma de un auténtico periodista como lo fueron Ridenhour y Steer, el abyecto crimen de la Operación «Furia Fantasma» y a su autor, el imperialismo yanqui.