En Argentina, se debe asegurar ideológicamente como fuente de continuidad la nueva teoría revolucionaria, los nuevos principios cristalizados en cientos de colectivos, grupos, etc. a lo largo del país: conformar una ciencia obrera de la nueva figura antagonista «Son las crisis las que ponen fin a la apariencia de autonomía de los distintos elementos (del […]
En Argentina, se debe asegurar ideológicamente como fuente de continuidad la nueva teoría revolucionaria, los nuevos principios cristalizados en cientos de colectivos, grupos, etc. a lo largo del país: conformar una ciencia obrera de la nueva figura antagonista
«Son las crisis las que ponen fin a la apariencia de autonomía de los distintos elementos (del proceso capitalista)»
K. Marx, Das Kapital, B. I«La Argentina tienen en la actualidad (2004) la peor distribución de la riqueza de su historia»
Informe INDEC 2004«Por día ingresan a la pobreza 1570 chicos en la Argentina»
Informe UNICEF 2004«Político significa estatal. En el concepto de lo político queda ya incluido el concepto de estado»
G. Jellinek«Veo cambios profundos y significativos en el gobierno de Kirchner»
Declaraciones de Chacho Álvarez, 2004
¿Un gobierno de la contratendencia?: desde el 2001 el colectivo NPH venía señalando, de manera intuitiva pero certera, que la caída de De la Rua había sido un «putsch» semilegal, un «golpe palaciego» del propio «Capital-Parlamentarismo», un caos inducido desde las principales fuerzas políticas burguesas, y que la irrupción insurreccional de la multitud el 19 y 20 había no sólo sorprendido a la Nueva Clase sino que había desbordado las previsiones y los mecanismos institucionales del capital. El objetivo no confeso, bajo la ideología de la mejora de la competitividad, era evidente: recomponer en un nivel adecuado la hambruna de plusvalor de fracciones poderosas de la burguesía, algunas excluidas de las superganancias de la época menemista. En segundo lugar quebrar una presencia salarial intolerable, que había llegado a niveles bloqueantes para iniciar un nuevo ciclo de acumulación. Además afirmábamos que todo esto se desplegaba sobre un arco histórico que marcaba la transición o pasaje, lo que denominábamos «post-fordismo». La burguesía argentina se encontraba en una encrucijada con dos tareas pendientes e ineludibles: terminar de remodelar las nuevas relaciones sociales y recomponer su expectativa histórica de ganancia.
A estas dos tareas se le sumo una de último momento pero que ganó lugar en urgencia: la insurgencia de un sujeto histórico nuevo, irrepresentable, del trabajador posfordista. Hoy, a más de un año de la transversalidad del señor «K» se puede hacer un breve balance y ver cómo parte de la tarea está cumplida. El «uso» capitalista de la crisis, es decir: el signo de supremacía del capital como afirmación (por supuesto: residual pero de extrema violencia) del poder capitalista sobre la sociedad, se ha logrado. La crisis del 2001 sólo ha demostrado, con su eclosión y despliegue, que el mecanismo del desequilibrio capitalista es un momento fundamental (pero no el «memento mori») para la solución de la contradicción existente entre distintas tasas de beneficio del capital. La nueva alianza capitalista nos permite ver que sólo la lucha contra la clase obrera recompone el beneficio para una nueva acumulación.
La crisis es una oportunidad y un riesgo para el burgués: punto de partida para una nueva gran inversión con explotación más alta y, al mismo tiempo, condiciones objetivas de insurgencia de clase. Es un comportamiento natural del desarrollo del capital el enfrentarse a la existencia proletaria en su interior, a atacar sus formas históricas de vida y reproducción social y la contradictoria necesidad burguesa de asociarse, concentrarse y reprimir hasta el límite físico esta presencia salarial. Si existe algo medular y específico del gobierno «K» es este aspecto contratendencial: su proyecto político se basa en ahondar, cristalizar y normalizar la disminución del trabajo vivo, restaura la nueva relación entre trabajo necesario y plusvalor (el fundamento del desarrollo del capital bloqueado por la Alianza).
Su tarea, a la luz de las estadísticas, se cumple con rigor: destruir la densidad de la composición orgánica del capital. La crisis es siempre la incapacidad del «Capital-Parlamentarismo» de controlar los distintos componentes de la composición del capital a éste grado de la lucha de clases y de las necesidades burguesas. Kirchner, en este contexto, es la encarnación simpática y pingüinesca de la contratendencia del capital. Recordemos: a tendencias a la baja de la tasa de ganancia el capital tiene, como Marx recordaba, lo que se llama «causas o influencias contrarrestantes» (gegenwirkwnde Einflüsse). Entre muchas se destacan la elevación del grado de explotación de la fuerza de trabajo, la reducción del salario por debajo de su valor, abaratamiento del capital constante, sobrepoblación relativa, el comercio exterior, etc. Nunca hay que olvidar que la producción de plusvalor (y su reconversión de una parte en capital) es el objetivo directo y el motivo determinante de la producción capitalista.
Si observamos fríamente una radiografía del gobierno nacional y popular nos encontraremos que ha cumplido los puntos elementales del manual básico del buen capitalista: 1) elevación del grado de explotación: la apropiación de plustrabajo y plusvalor se incrementa especialmente en virtud de la prolongación de la jornada laboral y de la intensificación del trabajo. Desde la asunción de Duhalde y Kirchner han aumentado geométricamente (independiente del crecimiento económico) las muertes obreras: a lo largo del 2003 hubo 412.537 accidentes laborales registrados, o sea un promedio de 1130 por día, 47 por hora, un accidente por minuto. Hubo 712 fallecidos, dos muertos laborales por día. Los accidentes aumentaron mucho más que el nivel de actividad económica: mientras la burguesía y los medios de comunicación festejaban el crecimiento del PBI en un 9%, la tasa de muerte obrera llegó a un 20%.
Esto significa una mayor explotación de la fuerza de trabajo, uso abusivo de horas extras, malas condiciones laborales, etc. En algunas ramas industriales mientras la actividad creció un 34% (construcción) la cantidad de accidentes trepó a un 60%. Ni hablar de los accidentes no registrados ni cubiertos por seguro alguno… 2) Reducción del salario por debajo de su valor (esto es: por debajo del valor de la fuerza de trabajo): esta fue y será siempre la vía regia de los ciclos de acumulación del capital, Marx la señala como una de las causas más importantes en la contención de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Recordemos que aquí el tándem Duhalde-Kirchner no nos ha defraudado, por el contrario: ha hecho un trabajo digno de Hércules. Si en el 2003 el PBI creció cerca de un 9%, la inversión bruta fija un 38%, los salarios cayeron un 11%, pero eso no es nada: son el 25% menores que en el 2001, la mitad del nivel alcanzado en el menemista año de 1998 y un 60% menos que los percibidos en 1993. Según consultoras privadas los salarios reales de los informales y estatales cayeron un 33% y los de los trabajadores fordistas un 25% desde diciembre del 2001.
Pero esta gigantesca, esta inédita transferencia de riqueza hacia la voracidad del capital puede medirse indirectamente de otra forma, en cómo se distribuye hoy la riqueza, como son las porciones de la torta. La participación de los trabajadores hoy ronda el 28% de la riqueza argentina, cuando con De la Rua la participación rondaba casi el 37%, mientras que bajo el menemato neoliberal rondó alrededor del 34%. Quiere decir que Duhalde y Kirchner le han robado a los trabajadores casi 8 puntos del PBI. En números: el trabajo ha transferido a los bolsillos del capital, en el último año (2003), la pavorosa cifra de… 10.000 millones de dólares¡¡¡. El reparto de los ingresos llegó a su peor nivel en los últimos treinta años, momento en que el INDEC comenzó a funcionar. La burguesía en el poder puede sonreír satisfecha: los costos salariales por unidad de producción se redujeron a casi la mitad y la productividad laboral se incrementó (es un 20% mayor que en 1997). La síntesis del último año podría resumirse así: más explotados, más precarios y más pobres que nunca.
Es el posfordismo, estúpido: Kirchner simplemente cumple las etapas que debe quemar la burguesía argentina en la transición hacia nuevas formas de regulación y explotación de la clase obrera. El prefijo «post» indica eso: transición de «algo que ya no es», el fordismo, hacía «algo que no es todavía». Parte de esta transición la vivimos con Menem, quedo pendiente durante el gobierno de la Alianza, y era el programa de estado del golpe palaciego de la UCR-PJ del 2001. Aclaremos un poco los tantos: el fordismo era un paradigma técnico-económico fundado sobre una división del trabajo específica, un racionalización y mecanización del trabajo, un régimen de acumulación del capital, una institución del salario mínimo indexado, contrato de ciudadanía, salarios indirectos, normas sociales de consumo, y, lo más importante, una «forma» particular de estado, un estado-plan o gestor.
Hoy estamos viviendo, globalmente, la lenta metamorfosis del capital sobre las ruinas del fordismo. Por supuesto, el post-fordismo todavía tiene sus variantes nacionales y regionales, pero en Argentina las líneas directrices son claras: la fábrica fluida, flexible y difusa, la automatización, la organización del trabajo (superación del taylorismo), la movilización ideológica de la fuerza-trabajo como excedencia, flexibilización extrema de los tiempos de trabajo, del contrato y del salario directo, crecimiento de los servicios a la producción, y el cambio en la «forma» del estado: afianzamiento y consolidación de lo que llamamos «Capital-Parlamentarismo». Todo esto podía ser leído bajos las intuiciones marxianas de subsunción real del trabajo al capital.
El viejo estado fordista («populista» en el Tercer Mundo) pretendía ser un regimen productivista keynesiano que administraba la carencia de subjetividad proletaria (es decir: garantizar al capital una fuerza-trabajo que tenga un mínimo de actitudes morales, físicamente sana, predispuesta a la obediencia, seguir órdenes y respetar ritmos de trabajo repetitivos, en grado de interiorizar la concepción capitalista del tiempo como medida del valor) mientras la nueva forma-estado del «Capital-Parlamentarismo» es un estado de la excedencia, de administrar y controlar lo sobrante: reducción del trabajo necesario y los cambios en los modos de producción que hacen inútiles a millones de personas. ¿Pero es así?
Tomemos como ejemplo la manufactura y la aristocracia obrera fordista de los años ’70: las automotrices. Entre 1993 y 2001, la primera fase del posfordismo, la industria perdió un 4% de trabajadores anualmente; en los últimos treinta años redujo la mano de obra en un 50%: 1716900 ocupados (1970) contra 1000000 (2001), en un contexto demográfico en el cual Argentina pasó de 20 a 36 millones de habitantes. Pero la productividad laboral creció a niveles del Primer Mundo: un 3,3% anual. La participación de la aristocracia obrera industrial en el reparto de la torta, del 42% en 1970, cayó a 24% en 2001. Al mismo tiempo el costo del capital variable se fue reduciendo un 3,4% anual (downsizing, outsourcing, terciarización, subcontratación, etc.). En Ford y VW los contratos son de seis meses, rotan en sus funciones, no están atados a la productividad, la antigüedad sólo vale para las vacaciones y hay incentivos por iniciativas personales. Una buena síntesis de postfordismo aplicado. En el año 2000 las terminales contaban con más de 20.000 obreros; hoy apenas 10.000. El postfordismo es, al mismo tiempo, creación de enormes masas de «surplus» poblacional y degradación del trabajo formal (manufactura y servicios), lo que implica que el salario ya no es condición de una vida digna. Paradójicamente el trabajador posfordista es un pobre, en relación precaria con su trabajo, y siempre con un pie en la sombra de la desocupación, generalmente sin cobertura social ni jubilación futura, y al borde de la exclusión en su ciudadanía social.
Contratendencia, autonomía y materialismo: el carácter de «excedencia» que define de alguna manera a la «forma-estado» del postfordismo implica severas lecciones en la temática de la organización y de la lucha subversiva. Un dato obvio es que la economía posfordista depende cada vez menos de la cantidad de fuerza-trabajo directamente empleada en el proceso productivo. El «quantum» de trabajo vivo necesario para la valorización del capital disminuye dramáticamente. La desocupación ya no es coyuntural, y el ejército industrial de reserva un depósito episódico del siglo XIX, sino estructural, permanente y perpetuo. No podemos dejar de pensar que esto es una respuesta de onda larga de la burguesía al poder obrero concentrado de los años ’60 y ’70, cuyo pico de actividad fueron las demostraciones clasistas contra el Rodrigazo (1975), al mismo tiempo que una reacción contra la sobreproducción y la saturación de bienes durables del paradigma fordista.
Los sindicatos pierden poder, si alguna vez lo han tenido; las formas partido no coinciden con la nueva composición de clase, la vieja mediación burguesa entre política y economía queda obsoleta. La fuerza de trabajo se fragmenta fuera de la fábrica, en un archipiélago de figuras proletarias atípicas, en subjetividades obreras nuevas, en instintos de clase que no conocíamos. La nueva composición de clase se conforma con un 25% de trabajadores en blanco, aún fordistas, un 15% de nuevos pobres trabajando en el estado, con una nueva clase media asalariada empobrecida (veremos qué es esta categoría), un 20% de cuentapropistas-proletarios y con un 50% de empleo totalmente informal. El 75% de los empleados formales no cubre la canasta básica y el 40% de ellos percibe menos de 400$. Los afortunados que encontraron empleo en el 2003 tienen una remuneración promedio de 346$, por lo que están por debajo del nivel de pobreza (572,35$, INDEC) y del total de ellos sólo un 14% serán asalariados en blanco. Para los trabajadores del sector informal el salario es de 309$ por mes.
¿Cómo representar con cierta estabilidad organizativa esta subjetividad? La composición de clase es la clave de la respuesta organizativa del movimiento, la estrategia de la autonomía debería ser asegurar organizativamente lazos profundos de continuidad entre la nueva subjetividad naciente a lo largo de la década del ’90, asegurar la presencia y participación de los trabajadores más concientes, los líderes naturales, dada la segmentación de la clase, la inestable composición social del movimiento y la precariedad general. Sabemos que la estabilización de Duhalde-Kirchner, más los errores propios, ha lanzado a la inactividad a preciosos compañeros y militantes jóvenes, que han abandonado momentáneamente al movimiento. Otro trabajo pendiente es mantener la continuidad de las auténticas formas de organización de clase surgidas en lo ’90 y a partir del 2001, sabiendo que espacios de lucha y reflexión han ido languideciendo bajo una mezcla de resignación y carencia de perspectivas revolucionarias en el corto plazo. Deberíamos pensar formas de cristalizar institucionalmente las subjetividades revolucionarias del 2001.
Un tercer punto en el trabajo de organización sería institucionalizar formas y modelos de liderazgo basados en los principios de autonomía del movimiento: hablo de los trabajadores más concientes entre los desocupados, precarios, intermitentes, jefas de familia, militantes de base sindicales, estudiantes, etc. Asegurar ideológicamente como fuente de continuidad la nueva teoría revolucionaria, los nuevos principios cristalizados en cientos de colectivos, grupos, etc. a lo largo del país: conformar una ciencia obrera de la nueva figura antagonista. Lo último es pensar cómo construir una organización nacional que ayude a crear fuertes lazos de solidaridad, quiebre la enorme fragmentación del movimiento y permita generar alternativas de poder serias al «Capital-Parlamentarismo». Son tareas urgentes en este período de estabilización, trabajo gris y cotidiano para construir la autonomía organizada.