Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Desde el impacto del tsunami, la prensa dominante y, en menor grado, las noticias de las cadenas de radio y cable, han estado repletas a rebasar de imágenes de los recién muertos. Hemos visto imágenes de cuerpos de niños y adultos en el sitio en el que los abandonaron las aguas; los hemos visto alineados en ordenadas filas; los hemos visto ensacados y apilados.
Las emisiones de la televisión, en general, han sido más sugestivas, menos específicas, más distantes en las imágenes que la prensa impresa: a menudo se sabía que el bulto mostrado era un cadáver, sólo porque algún reportero parlanchín lo mencionaba. Ejecutivos de la televisión dicen es porque sus imágenes llegan a los hogares de la gente, y que los niños podrían verlos sin ser advertidos, así que tienen que limitar la realidad en las ondas. Casi nadie les cree que piensen en los niños al planificar sus programas.
Más que la cantidad de muertos del tsunami que hemos visto, tal vez sea necesario subrayar cuántos muertos recientes no hemos visto.
La prensa dominante no mostró, por ejemplo, ni sangre ni entrañas resultantes de los ataques del 11-S. La mayor parte de las personas asesinadas ese día fueron pulverizadas o vaporizadas, pero no todas. Algunas de las imágenes más horripilantes fueron las de los restos en las aceras de los que saltaron de los pisos superiores del World Trade Center antes de que las estructuras se derrumbaran. El New York Times publicó una foto de un hombre lanzándose, su cuerpo casi tranquilo, en vuelo; las implicaciones de la imagen, horribles. Pero nada en el suelo. Ninguno de los periódicos impresos y ninguna de las principales publicaciones electrónicas publicaron algo a ras del suelo. Esas imágenes sólo se podían ver en algunos sitios en la red difíciles de encontrar:: piel y cabezas vaciadas de su contenido, cuerpos que parecían globos reventados.
Esas imágenes mostraron lo que todo conoce todo policía y todo soldado en combate: la muerte violenta trivializa y desplaza a algún sitio al que no se quiere llegar todo y cada cosa en la que alguien haya pensado sobre la vida. Pero la prensa – individualmente o en algún consejo conjunto – decidió que esas imágenes eran más de lo que se podía aguantar, así que (a menos que se navegara por la red) nunca fueron vistas.
Lo mismo pasa con la carnicería en Tierra Santa. ¿Cuántos informes has leído sobre atacantes suicidas palestinos con explosivos atados a sus cuerpos, tal vez con capas de clavos colocadas para que haya más metralla para lisiar y mutilar a todo el que no esté suficientemente cerca para ser muerto de inmediato? ¿Cuántos informes has leído sobre los tanques israelíes haciendo volar por los aires edificios habitados o nerviosos soldados israelíes disparando a gente corriente que va camino a su trabajo o a niños en camino a la escuela? ¿Y cuántas imágenes has visto de Tierra Santa mostrando cuerpos destrozados: de una mano, una mandíbula, un cráneo vacío, entrañas repartidas sobre el capó de un coche?
Lo mismo pasa con la carnicería sufrida por los soldados de EE.UU. en Irak. Se lee de la cantidad de estadounidenses muertos y mutilados, y tal vez (si se mira «Newshour» de PBS) se habrán visto fotografías de estudio de medio cuerpo de los soldados muertos hace poco. ¿Pero cuántas fotos se han visto de soldados estadounidenses muertos en la carretera, con ojos y bocas abiertos, cuando les quedaban ojos y bocas? ¿Cuántas imágenes se han visto de las extremidades reventadas de miles de amputados que ahora llenan los hospitales para veteranos? ¿Cuántas imágenes se han visto de trozos de cuerpos aplastados contra los techos, asientos y pisos de Humvees que no habían recibido el blindaje necesario?
Y lo mismo pasa con la carnicería inmensamente mayor sufrida por los civiles iraquíes. Un estudio publicado en el periódico médico británico The Lancet estima la cantidad de muertos civiles resultantes de la guerra decidida por EE.UU. contra Irak en cerca de 100.000. Los críticos dicen que se equivocan en por lo menos un 100%: EE.UU. ha matado a solo 50.000 civiles iraquíes, dicen. Los expertos que hicieron el estudio de The Lancet dicen que sus cifras son conservadoras, que probablemente hubo muchos civiles muertos más que siguen sin ser contados porque nadie es responsable por su recuento, y nadie se interesa por contarlos. Sin embargo, ya te diste cuenta, hay una inmensa cantidad de iraquíes que murió como resultado de la violencia estadounidense, y muchos iraquíes por la violencia insurgente. ¿Cuántos iraquíes mutilados hay por cada iraquí muerto? ¿Dos? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Veinte?
¿Dónde están sus fotos, las de esos iraquíes muertos y mutilados? ¿Cuántas imágenes has visto de niños iraquíes desintegrados en trozos goteantes de carne, charcos de sangre, trozos blancos de huesos esparcidos por doquier? ¿Cuántas imágenes has visto de iraquíes que perdieron manos, pies, ojos, mandíbulas, cuando estallaron las bombas, dispararon las ametralladoras, cayeron los obuses, volaron los vehículos?
Has oído hablar de esos estadounidenses e iraquíes muertos y mutilados, pero hasta visto muy pocas imágenes. Las imágenes están recluidas en la periferia del espectro informativo, en sitios en la red que casi nadie visita. Time no las publica, y tampoco lo hacen Newsweek, The New York Times, The Boston Globe, The Washington Post o el Buffalo News. No las verás en CBS, ABC, NBC, PBS, o CNN.
¿Por qué? ¿Porque la prensa diaria y las noticias vespertinas están tan adaptadas a nuestra sensibilidad que simplemente no quieren ofendernos? ¿Porque sus editores son suficientemente viejos y literatos para ser paralizados por la línea vidente de T.S. Eliot: «La humanidad no puede resistir mucha realidad»? ¿O es porque simplemente no quieren que sepamos qué significan realmente las palabras con las que nos bombardean?
Les contaré cuán poderosas son las fotografías en un mundo de palabras. Tres fotos cambiaron la opinión estadounidense sobre la guerra de Vietnam: la foto de Eddie Adams del teniente coronel Nguyen Ngoc Loan volando la cabeza de un prisionero esposado en una calle de Saigón, la fotografía de Nick Ut de Kim Phuc Phan Thi corriendo desnuda por una ruta vietnamita después de que su piel fue quemada con NAPALM, y las fotografías de Ronald Haeberle sobre la matanza de My Lai. La gente en EE.UU. vio esas imágenes y dijo: «¡Qué diablos estamos haciendo allá! ¿Quiénes somos si somos capaces de hacer tales cosas? Esas imágenes desenmascararon las palabras de los políticos.
Piensen en lo que los jpgs de Abu Ghraib hicieron a la opinión estadounidense sobre la guerra en Irak. Son fotos de turista, toscas, de baja resolución, de aficionados, de gente corriente divirtiéndose un poco torturando a otra gente que a nadie (nos dicen) le importa. Y esos jpgs de baja resolución desenmascararon lo que EE.UU. estaba haciendo realmente a los iraquíes, lo que el gobierno de EE.UU. pensaba realmente de los iraquíes. Después de que esas fotos se convirtieron en un lugar común, ¿hay quién, – fuera de esos idiotas e ideólogos que han clausurado los pisos superiores de sus cerebros – pueda mirarte a los ojos y decir: «Estamos en Irak para mejorar la vida de los iraquíes?
Pero es cada vez menos probable que vayamos a tener a un Eddie Adams o a un Nick Ut o a un Ron Haeberle que nos muestre lo que tenemos que ver para comprender lo que realmente estamos haciendo en Irak. Durante la invasión de EE.UU. en Irak, casi todos los fotógrafos de prensa estaban empotrados, dependían del apoyo de los militares de EE.UU. para sobrevivir. (La prensa no-empotrada a veces vio más que la prensa empotrada, pero también sufrió una tasa de muertes muy superior.) Incluso con toda esa fantástica tecnología que permite que un fotógrafo en tierra descargue imágenes directamente a un satélite, pocas imágenes que hubiesen podido molestar a alguien en posiciones de poder llegaron a despegar, y casi todas las pocas que lo hicieron fueron destruidas por los editores en EE.UU. En nuestros días, los fotógrafos no pueden ir a ninguna parte sin un pelotón de soldados para que los protejan: no pueden circular por el campo, no pueden circular por las calles de Bagdad o cualquier otra ciudad iraquí de importancia. No ven gran cosa y tienen mucho cuidado con lo que fotografían, y sus editores en casa tienen aún más cuidado con cuáles de sus imágenes tú y yo llegamos a ver.
Por eso las imágenes desgarradoras de todos esos muertos inocentes del tsunami del Pacífico son doblemente importantes.
Primero, esas imágenes nos ayudan a comprender la magnitud general y específica del desastre causado por el tsunami. La inmensa recolección de ayuda no hubiera ocurrido sin esas imágenes.
Segundo, esas imágenes de la muerte, destrucción y angustia del tsunami nos recuerdan cuán poco se permite que veamos de la muerte, destrucción y angustia que ocurre todos los días en Tierra Santa y en Irak y en todos los demás sitios en los que el poder bruto y la codicia han desplazado a la decencia y al honor y la inquietud humana, todos esos sitios en los que las armas y la violencia substituyen a la razón y la responsabilidad. Esas imágenes son substitutos para los seres que hemos llegado a ser, pero que no se permite que veamos.
Bruce Jackson es Profesor Distinguido SUNY y Profesor Samuel P. Capen de Cultura Estadounidense en SUNY Buffalo. Edita el periódico en la red Buffalo Report. Su contacto es: [email protected]
http://www.counterpunch.org/jackson01052005.html