Este texto es el epílogo completo que Bifo escribió para la obra Alice è il diavolo: Storia di una radio sovversiva, publicado por Shake Edizioni Underground en 2002.
Lo que habéis leído en la página 123 y página 1551 son las transcripciones de la irrupción de la policía en Radio Alice (Bolonia, 12 de marzo de 1977) y en Radiogap (Génova, 22 de julio de 2001). Veinticinco años separan al primer suceso del segundo. El país en el que este tipo de cosas suceden continúa siendo el mismo, un país en el que la democracia es así de frágil. En el transcurso del siglo XX, en este país la democracia ha sido violada, anulada, asesinada, primero por el fascismo, un movimiento populista y autoritario al servicio de los sectores más reaccionarios de la burguesía industrial (en realidad de toda la burguesía industrial italiana, culturalmente y políticamente canalla, egoísta, asesina). Después ha sido cercada, vaciada, limitada por la Democracia Cristiana, partido de mediación entre la sociedad civil y la mafia. En fin, ha sido violada y arrollada por la coalición PCI-DC en los años del compromiso histórico y del régimen de solidaridad nacional, años durante los que la oposición estaba derogada y cualquier expresión de disenso era perseguida sistemáticamente con tanta soberbia, que llegó a provocar la formación de bandas armadas que condujeron a los movimientos a una masacre y a la destrucción.
Esto ha sido el siglo XX. El siglo XXI ha empezado -tal vez- todavía peor, con la victoria electoral de una coalición en la que se han aliado el partido de la mafia, el partido de los atentados fascistas, los nazis de los valles lombardo-venecianos y los sectores más reaccionarios del integrismo católico.
En 1922 el fascismo mussoliniano destruyó las sedes de las organizaciones sindicales, cerró los diarios y dispersó cualquier forma de organización cultural independiente. En los años de la segunda posguerra, el monopolio estatal sobre la comunicación radiotelevisiva garantizó el dominio de la Democracia Cristiana con la complicidad asociativa de los estalinistas togliattistas2 del PCI.
Cuando después, a mitad de los años setenta, con la liberación del éter, se multiplicaron los centros de comunicación independiente y proliferaron las radios libres, el régimen catoli-comunista intervino con toda su fuerza represiva, y Radio Alice se convirtió en el símbolo de la libertad de comunicación reprimida, aplastada, silenciada por un régimen incapaz de tolerar la complejidad social.
En los años noventa se ha ido construyendo en Italia una nueva forma de autoritarismo, que ha encontrado en la figura de Berlusconi su símbolo y su punto de apoyo central. Tras la victoria electoral del 13 de mayo de 2001, este modelo ha coagulado en forma de un régimen que identificar simplemente con el fascismo sería confuso, pero que ha asimilado del fascismo algunas de sus señas características, lingüísticas y policíacas. Un régimen melifluo y paternalista, sustentado en el dominio del sistema mediático y en el continuo lavado de cerebro colectivo. Pero también violento, colérico y psicótico, capaz de tracas represivas absolutamente criminales, como se ha visto en las tres jornadas de Génova durante el G8, en julio de 2001. Cuando el régimen se da cuenta de no poder dominar cada fragmento de la mente colectiva, cada molécula del flujo imaginario que circula en la infoesfera, reacciona con una brutalidad histérica.
Los días de Génova, aquel régimen asesinó a Carlo Giuliani, un joven de veinte años, golpeó con dureza a miles de personas desarmadas, violó las normas de la democracia y de la civilización. Y atacó los locales del Mediacenter, en las escuelas Diaz y Pertini. En aquellos locales estaban las armas más peligrosas de las que dispone un movimiento de libertad: las herramientas de comunicación, las herramientas para la palabra y la imagen. Indymedia, Radiogap.
El ataque contra el Mediacenter, la invasión de los locales desde donde transmitía Radiogap recuerda por muchas razones al asalto y al cierre de Radio Alice.
1– La infoesfera, hoy y mañana
Podemos decir que el 1977 boloñés, más que un apéndice de las luchas proletarias de siglo XX, más que la coda de los movimientos estudiantiles del ’68, fue la anticipación de las dinámicas productivas, políticas y comunicativas que se han desarrollado en las dos décadas siguientes y que hoy están en el centro del campo social: las dinámicas de proliferación de los instrumentos de comunicación. Por eso, hablando de Radio Alice, de su breve vida y de la violencia de la que fue víctima, no hacemos un trabajo de documentación histórica, sino de información sobre lo que hoy es un elemento central para aquel que quiera entender el mundo en el que vivimos y para quien intente transformarlo.
Hasta hoy el éter ha sido considerado como una propiedad común, controlado y administrado por los gobiernos que, a su vez, conceden licencias de diversas frecuencias a sociedades comerciales. En otras palabras, en cada país el éter se administra por el gobierno en beneficio de los ciudadanos.
Hasta hace algunas décadas, en Europa los gobiernos no concedían el éter a ningún ciudadano particular ni para fines comerciales, ni tampoco para fines comunicativos o culturales. En Italia, por ejemplo, el monopolio de las ondas se interrumpió por una sentencia de la corte constitucional que, en diciembre de 1974, declaró ilegal el monopolio estatal de la comunicación.
Desde entonces han ocurrido muchas cosas. Pero el capítulo más tremendo podría darse en un futuro cercano. Las empresas multinacionales más poderosas del sector de la comunicación están tratando de obtener el control total del éter, a través de la privatización de la infoesfera. Imaginemos un mundo en el que un puñado de colosos mundiales de los media como Vivendi, Sony, Disney Corporation, posean todas las frecuencias de radio y las concedan a cambio de dinero, como propiedad electrónica privada. Más o menos es como si el oxígeno que respiramos fuera privatizado y la concesión del aire que necesitamos nos fuera vendido cotidianamente por una suma de dinero.
Es lo que la administración Bush está tratando de hacer, tras la solicitud de un pool de corporaciones que tratan de monopolizar la infoesfera entera y, en consecuencia, los flujos de la producción de la imaginación humana.
Este proceso, en efecto, está ya en una fase bastante avanzada. La producción industrial de contenidos para la televisión, el cine, la radio, Internet, la edición en papel, la emisión de flujos ininterrumpidos y masivos de publicidad han producido ya un efecto de homologación heterodirecta de la actividad mental de la humanidad.
La disneyficación del imaginario colectivo lleva ya más de cincuenta años y los efectos son bien visibles en la progresiva pérdida de capacidad imaginativa por parte de las últimas generaciones, en el conformismo creciente de los consumos, los estilos de vida y las expectativas sobre el mundo.
La Disney Corporation ha conseguido un efecto de uniformización de la sensibilidad y del imaginario mundial mucho mayor del que lograron hacer en épocas pasadas la Iglesia Católica o el Islam.
Pero en estos momentos la dictadura sobre el imaginario no es perfecta, porqué el éter permanece relativamente libre y cualquiera que tenga los instrumentos para obtener una concesión de los gobiernos locales puede acceder a las ondas y transmitir flujos de imágenes, de palabras, constructos simbólicos capaces de modificar el imaginario colectivo. El proyecto de una privatización del éter representa el intento extremo de la colonización de la infoesfera y, por lo tanto, de configuración perfecta de la mente colectiva.
Este proyecto está destinado a no funcionar. Y la prueba está en la existencia y proliferación de nuevas realidades de producción y distribución independiente, como Indymedia y muchas otras que nacen en la red y que, a través de la red, superan el cerco que el poder mediático trata de construir.
2– El imaginario social no es un teatro sino un laboratorio
Radio Alice nació en febrero de 1976. Muchas circunstancias hacían de aquella época un tiempo de transición, de innovación profunda. No fuimos capaces de ver todas las líneas de transformación que atravesaban la sociedad y la cultura, pero algunas las logramos intuir.
Y algunas de aquellas líneas han llegado hasta nosotros y atraviesan completamente como una flecha el campo de la comunicación, la política y la producción, en la actual transición hipermoderna y postindustrial.
En aquel período, en el centro de la escena, estaban los movimientos de la autonomía social y la transformación de éstos sobre la cultura, las formas de vida, de agregación y también de comunicación.
En aquellos años comenzábamos a comprender la relación entre procesos sociales y mutación tecnológica. El pensamiento obrerista italiano de los años sesenta (Panzieri, Tronti, Asor Rosa, Negri, Cacciari, Alquati, Bologna) había investigado la relación entre composición social y política de la clase obrera y constitución técnica del trabajo productivo. Por otra parte, el influjo de Mc Luhan había hecho emerger en la conciencia teórica la relación entre tecnologías y efectos sociales de la comunicación.
En 1974 salieron dos intervenciones importantes sobre estos temas: un ensayo de 1970 de Hans Magnus Enzensberger titulado Por una estrategia socialista de los medios de comunicación (publicado en Italia por Guaraldi, 1973) y el de Jean Baudrillard, Réquiem por los media, que fue publicado en Italia incluido en el libro Por una crítica de la economía política de la señal (Mazzaotta, 1974).
«La definición clásica de fuerzas productivas es una definición restrictiva», escribe Baudrillard, «y se debe alargar el análisis en términos de fuerzas productivas a todo el campo oculto de la significación y de la comunicación».
La tesis de Enzensberger se inscribía en la concepción marxista dominante en aquel tiempo: la contradicción entre las fuerzas de producción y las relaciones de producción se extiende al sector de la producción comunicativa y significante. Enzensberger se daba cuenta del hecho de que la producción de significado es subsumida por el proceso de reproducción del capital, pero no conseguía ver que esto modifica todos los términos del problema.
En pocas palabras: sólo Baudrillard intuía la novedad radical del semiocapital, integración de semiótica y economía, remodelación del campo comunicativo y del campo productivo.
La tarea política de la estrategia socialista en el campo de la comunicación, para Enzensberger, consistía simplemente en la recuperación de la verdad en la información, en reafirmar el valor de uso del proceso de significación para sustraerlo, organizarlo, oponerlo al servicio del capital.
Baudrillard excavaba más a fondo, y descubría que el proceso de mercantilización afecta a la estructura misma del mensaje, a la modalidad de su producción. «Lo que caracteriza a los mass media es el hecho de que éstos son antimediadores, intransitivos y que fabrican la no-comunicación si aceptamos definir la comunicación como un intercambio, como el espacio recíproco de una palabra y de una respuesta, por lo tanto, de una responsabilidad».
Baudrillard retomaba la lección esencial de Mc Luhan (aunque no se ahorraba alguna que otra objeción polémica). La estructura organizativa, tecnológica, relacional del medio influye de modo decisivo en la modalidad de la comunicación, las condiciones en las que se desarrolla el intercambio comunicativo y, por lo tanto, aunque no de manera determinista, en el propio mensaje.
Baudrillard nos permitía comprender que el efecto de la comunicación sobre la sociedad depende en buena parte de las modalidades relacionales que la tecnología pone a disposición de los actores de la partida, y no sólo de las intencionalidades ideológicas o políticas de los actores sociales. Este discurso fue muy importante para la maduración de la toma de conciencia del deber militante de la comunicación. No se trataba de restablecer una supuesta verdad revolucionaria contra el embuste burgués, no se trataba de hacer contrainformación para desenmascarar las tramas ocultas del enemigo. La exigencia era intervenir sobre las formas del imaginario social, de poner en circulación flujos delirantes, es decir, capaces de des/lirar 3 el mensaje dominante del trabajo, del orden, de la disciplina.
Radio Alice nació conscientemente «fuera», mejor dicho, «contra» las teorías militantes y dialécticas. Nuestra intención no era hacer una radio para adoctrinar o para hacer emerger la conciencia de clase escondida tras los comportamientos cotidianos.
Nosotros queríamos abandonar toda la fraseología y la metodología política del leninismo. Lenin ha sido un tipo bastante importante en la historia del siglo XX. Su pensamiento ha jugado un rol fundamental en la historia política del siglo XX, y no sólo del movimiento obrero. Lenin ha formalizado la noción moderna de política, la noción que desde Maquiavelo rige la forma de la acción organizada.
Pero su visión del mundo, aunque eficaz (terriblemente eficaz) tiene un carácter sustancialmente paranoico. Según su pensamiento, la contradicción entre Clase Obrera y Capital (con todas las mayúsculas en el lugar oportuno) es el motor más importante de la historia moderna. Pero la conciencia de esta contradicción no es para él un hecho inmediato. Hace falta, por tanto, una fuerza subjetiva, un punto principal de voluntad organizado que sea capaz de hacer aflorar lo que en la vida de las masas está presente solamente de modo objetivo.
Hace falta construir la fuerza subjetiva que permita manar a la conciencia, organizarse y destruir el estado actual de las cosas. Esta fuerza subjetiva, huelga decirlo, es el Partido Comunista (bolchevique).
Pero en aquellos años setenta que trataban de fugarse de las ataduras ideológicas de las categorías de la primera mitad de siglo, nosotros nos preguntábamos: ¿quién ha dicho que el Partido Comunista sea el portador de una verdad escrita en la estructura material de la sociedad? ¿Qué verdad estaría escrita en el orden objetivo de las cosas?
El Partido Comunista bolchevique, ese grupo de hombres que se erigía en interprete subjetivo de la necesidad objetiva, era en realidad el núcleo de una dictadura de la voluntad sobre la vida. Aquí estaba el principio del autoritarismo paranoico del régimen soviético. Aquí estaba la raíz de toda la violencia que la política ha ejercido (incluso en nombre del progreso, de la revolución, de la igualdad) sobre la vida cotidiana.
En aquellos años setenta habíamos leído también otro libro, la primera obra en común de Gilles Deleuze y Félix Guattari que se llama El antiedipo.
El antiedipo cuenta una enorme cantidad de cosas, construye castillos de palabras, de conceptos y de imágenes. Pero esta construcción no es un simple ejercicio literario, sino proyección de imaginario.
El inconsciente no es un teatro sino una fábrica, dicen Gilles y Félix. El inconsciente no es el lugar en el que se desarrolla un drama ya escrito, en el que se mueven actores que han aprendido su papel, o que tienen que aprendérselo (y esto sería el partido leninista que conoce el papel que hay que recitar y se lo sugiere a los actores).
No, no, no; el inconsciente es una fábrica, o mejor un laboratorio (taller) artesanal en el que cada actor construye maquinarias bizarras, que funcionan de una u otra forma, que cortan y cosen, combinan y recombinan.
Más allá del inconsciente, también el imaginario social se ve como una fábrica y no como un teatro. Una trastienda desordenada de la mente colectiva en la que se producen los comportamientos y se elaboran las formas de conciencia discursiva que la sociedad pone en escena. Si se quiere intervenir sobre los movimientos de la sociedad, si se quiere desarrollar un rol de transformaciones reales, hace falta trabajar sobre esta escena.
A partir de finales de los años setenta, en los años en los años en que se estaba preparando la revolución microelectrónica, tras la informatización, el proceso productivo global empezó a trasformarse. El proceso de producción se integraba progresivamente en la semiótica y el lenguaje se integró en la producción económica. El antiedipo había propuesto la metáfora de la mente como fábrica, pero ahora sabemos que no se trataba solamente de una metáfora, sino de la trasformación real.
3– Tecnología, comunicación y transformación social
Pero ¿cuál es el instrumento directo de acción sobre el imaginario y por lo tanto sobre los movimientos de la sociedad? Nos parecía entonces (y no por casualidad) que el punto de observación privilegiado y el lugar de acción más eficaz era aquel que se encuentra en la conexión entre tecnología y comunicación social.
Entre 1975 y 1976 preparábamos el lanzamiento de la radio y publicábamos la revista «A/traverso» que proponía una reflexión sobre la centralidad y la especificidad del lenguaje y de la comunicación en el proceso de transformación social. Muchos, en la izquierda revolucionaria y en el movimiento autónomo estaban todavía ligados a las tradiciones leninistas y nos trataban con una cierta suficiencia, como se trata a los pequeño-burgueses que discuten de menudencias.
«Bah» decía el buen militante, «nosotros hacemos contrainformación y acción directa, mientras esos dandis de Radio Alice se ocupan de música y de poesía».
En realidad nosotros habíamos reivindicado desde el inicio el carácter absolutamente específico, irreducible, de la investigación y de la experimentación lingüística, comunicativa, porqué pensábamos que la partida decisiva en los tiempos venideros se jugaría sobre aquel plano y no en el ámbito de la organización militante, ni de la lucha política tradicional.
Por eso hablábamos de mao-dadaísmo. ¿Qué significa esta extraña expresión? Se trataba de una fórmula que no conviene tomar demasiado en serio en el plano político, naturalmente. Pero al mismo tiempo, con esta fórmula teníamos la intención de juntar el espíritu provocador de los dadaístas y el espíritu de la revolución cultural. Nuestra relación con el maoísmo (y en especial con la figura de Mao Tse Tung) siempre fue muy superficial e irónica. Nunca ha existido, por parte del movimiento creativo boloñés, una adhesión al maoísmo dogmático de los marxista-leninistas. Mao era para nosotros una figura pop, y los de la guardia roja eran tipos bizarros y libertarios que se las veían con cualquier orden opresivo. La verdad histórica, que descubrimos algunos años más tarde, era mucho más compleja y dramática. Pero el acercamiento al maoísmo servía para introducir una nota irónica en el dogmatismo que, por aquel entonces, era predominante en ciertos ambientes de la extrema izquierda.
Por lo demás, efectivamente, nuestra atención no se centraba en las cuestiones medio eclesiásticas de las que se hablaba en los ambientes marxista-leninistas o del movimiento obrero oficial. Nos interesaba más la transformación del sistema comunicativo y de la cultura de masas.
Un hecho de enorme importancia en la historia de los últimos treinta años es la masificación y la popularización de los instrumentos de producción tecno-comunicativa. Los medios de reproducción técnica de los mensajes tienen un rol esencial en el devenir social. Recordemos lo importante que fue, para el propio nacimiento de la sociedad moderna, la difusión y la popularización del libro, de la Biblia, del texto escrito. Sólo cuando una parte significativa de la sociedad estuvo capacitada para poseer la página escrita, y de hacer circular pensamientos y memoria a través del instrumento de la escritura y la imprenta fue posible la formación de una burguesía productiva y el ejercicio masivo de la política.
Entre los siglos XIX y XX se han desarrollado y difundido tecnologías de reproducción técnica de la imagen y del sonido, que han modificado la infoesfera y, por consiguiente, el imaginario. Estos medios (la fotografía, el cine, la radio, la televisión) han sido durante mucho tiempo inaccesibles para la gran mayoría de la población, por ser instrumentos caros y raros, que otorgaban el poder sobre la producción semiótica a un pequeño circuito de especialistas. Entre los años sesenta y setenta se crearon las condiciones para una difusión masiva de los instrumentos técnicos de producción semiótica, de la cultura, del arte y de la información.
La experiencia de Radio Alice se inscribe precisamente en el punto de enganche con el proceso de difusión de los instrumentos tecnológicos de comunicación de masas, dentro del espectro social que entonces llamábamos proletariado juvenil, pero que desde la distancia podemos considerar como el ambiente de formación del trabajo creativo mediante la alta tecnología, que al final del siglo tiende a convertirse en el factor decisivo de la transformación productiva de Occidente.
La mutación que sufre la producción cultural en las últimas décadas se encuentra vinculada al cambio de las tecnologías de producción cultural. A partir de un cierto momento, que se puede situar precisamente en los años setenta, la difusión de tecnologías de producción comunicativa se convierte en un fenómeno de masas. Los instrumentos de producción semiótica, es decir, los instrumentos que sirven para producir las señales que luego entran en el circuito de distribución de la infoesfera, son comercializados con costos fácilmente asumibles, y esto hace posible un acceso cada vez más vasto a la producción cultural.
Desde el punto de vista del consumo, esto significa que la infoesfera (la esfera en la que circulan las señales portadoras de intención cultural) se hace cada vez más densa, cada vez más espesa, con efectos sociales y culturales que hoy podemos empezar a evaluar en términos de mutación de la cognición colectiva.
En los años sesenta la difusión de la grabadora y del ciclostilo concierne sobretodo al asociacionismo político, y sólo marginalmente a las culturas underground. No podemos concebir la enorme difusión de los mensajes políticos del ’68 si no pensamos en la función del ciclostilo, que en aquellos años hizo posible una acción capilar de sensibilización informal, salvaje, autogestionada, impensable mediante los instrumentos tradicionales de imprenta en rotativa. El ciclostilo permite reproducir un mensaje en miles de copias en un tiempo rapidísimo. Por la tarde se escribe la octavilla, por la noche se sacan 5.000 ejemplares con el ciclostilo y a las seis de la mañana se distribuye en la puerta de la FIAT la consigna de la huelga o de la manifestación.
Después, en los años setenta, hicieron su aparición diferentes instrumentos decisivos para la masificación del producto semiótico (de tipo cultural, artístico, político o informativo): la fotocopiadora, la offset, la radio y la videocasete.
La fotocopiadora puso a disposición de todos un instrumento de duplicación simple, económico, útil para hacer circular mensajes en ambientes reducidos, locales, fuertemente comunitarios. La difusión de la cultura punk está ligadísima a este tipo de tecnología.
La offset hizo posible la impresión de un número de copias mucho mayor que la fotocopiadora y, sobretodo, el uso del color, de la cuatricromía. Resulta entonces posible la producción de diarios en color, con una composición alegre, mucho más rica y fantasiosa de la que permitía el ciclostilo. La proliferación de revistas y diarios «transversales» que caracterizó la explosión del movimiento autónomo creativo entre 1975 y 1977 (A/traverso, ZUT y otros cientos de diarios documentos y fanzines) era posible gracias a los bajos costos y a la facilidad de manejo de la offset, que ofrece la posibilidad de realizar el montaje sin siquiera habilidad tipográfica y de modificar la página hasta el último instante.
El segundo instrumento es la transmisión radiofónica de bajo coste. A partir de 1976 centenares de colectivos de base adquirieron transmisores. Radio Alice nació con una suscripción de apenas centenares de miles de liras, recogidas entre una decena de personas, estudiantes y obreros del colectivo de redacción. Con aquel dinero se compraron los aparatos necesarios para transmitir.
La experiencia de las radios libres, que al principio intervino como forma de reconocimiento cultural y lingüístico de una sección de proletariado irregular, en los años sucesivos se consolidó como un instrumento de información independiente del poder político, y con esta función continúa todavía hoy existiendo. Las radios son, tal vez, la forma de autoorganización cultural y política de mayor duración y persistente eficacia dentro del panorama de los movimientos en Italia.
El tercer instrumento de producción semiótica de masas es la videocasete, que comenzó a circular a mediados de los años setenta gracias a la acción de pequeños colectivos de videomilitantes que, a diferencia de lo que ha sucedido en Alemania o en los EE.UU., en Italia nunca consiguieron transformarse en un verdadero movimiento de autoproducción independiente, pero prepararon el camino para el trabajo de crítica difusa de la televisión, que en los años noventa comienza a tomar forma.
Gracias a esta transformación estructural de la producción comunicativa, en la Italia de los años setenta con cierto anticipo y mayor incidencia social que en otros países europeos, se empezó a fusionar la experimentación artística con la intencionalidad política subversiva, retomando una dirección que el underground americano había experimentado, si bien en condiciones diferentes, desde los años sesenta.
A estas alturas, hay que hacer una observación. A finales de los años setenta empezó la experimentación con instrumentos tecnológicos de comunicación electrónica pero después, en los años posteriores, el desarrollo de las tecnologías fue rapidísimo. Tan rápido, que los formatos y los estándares se modificaron en pocos años, volviendo obsoletos los aparatos usados por los grupos de experimentación. Pensamos, por ejemplo, en lo que pasó en el campo de la producción de vídeo. Entre 1976 y 1979 floreció una experiencia de producción de vídeo vinculada a los movimientos, y más en general a las experiencias colectivas de vida. Centenares de vídeo-operadores de Movimiento documentaron la vida social de aquellos años, y rapidísimamente pasaron a utilizar tecnologías más avanzadas. Sólo con el paso de los años nos dimos cuenta de que la rapidez con la que los estándares quedaban obsoletos, el deterioro de los soportes electrónicos experimentales, había provocado que mucho de lo producido en aquellos años era inutilizable. Cassetes de vídeo y grabaciones de audio se dejaron pudrir en escondites durante años, cuando la represión convertía estos materiales en algo peligroso. Cuando se intentaron recuperar, las cassetes estaban deterioradas y eran irrecuperables.
Esto también ha influido en que aquel período (los años de las primeras experimentaciones electrónicas) nos parezca tan lejano, como sepultado por siglos de polvo y olvido.
De Radio Alice -a pesar de que produjo centenares de cassetes de audio y decenas de horas de vídeo- hoy sólo se pueden consultar algunos restos: todo lo que podréis escuchar en el CD adjuntado en este libro4 -extraído de una veintena de cintas secuestradas por la policía y desecuestradas más de veinte años después- y pocas cosas más.
4- Colectivos de enunciación
Radio Alice se hace famosa en los años setenta debido al rol que le tocó desenvolver en una situación política de gran fermento e intenso conflicto. Entonces fue identificada con la libertad de expresión que el estado democristiano y estalinista del compromiso histórico quería censurar, canalizar, suprimir.Durante todo su primer año, sus transmisiones se convirtieron en punto de referencia para los jóvenes obreros y para los estudiantes de la ciudad de Bolonia, que organizaban grupos de escucha en los repartos de las fábricas y en las escuelas y cuando, en marzo de 1977, el PCI y las fuerzas represivas estatales lanzaron una campaña contra el movimiento autónomo creativo, la radio se convirtió en el objetivo principal de los ataques.
El 11 de marzo de aquel año los carabinieri dispararon contra un grupo de estudiantes matando a Francesco Lorusso. Miles de personas se echaron a la calle para provocar disturbios en la ciudad y la radio se encontró desarrollando el papel de coordinación entre los insurrectos. Por eso la policía la cerró una primera vez la tarde-noche del 12 de marzo, y una segunda vez al día siguiente después de que Radio Alice, cerrada y devastada por los policías, hubiera retomado las transmisiones con un trasmisor de emergencia.
Todo aquello construyó la leyenda de la voz de los débiles que sobrevive, se reproduce y crece contra los atropellos del régimen. Pero ahora no es este el aspecto que me interesa más de aquella experiencia. Hoy me interesa subrayar sobretodo el hecho de que Radio Alice fue una de las primeras experiencias de empresa social, en la cual nos dotamos de instrumentos de producción comunicativa, y se crearon las condiciones para construir una audiencia, un mercado, si se quiere usar esta expresión. Ella constituyó el primer paso consciente hacia la formación de un proceso de organización autónoma del trabajo social que en los últimos veinte años se ha reforzado, ramificado, extendido y hoy tiende a extenderse.
La relación entre trabajo y empresa tiende a confundirse, a perder significado, cuando el coste de los medios de producción se convierte en algo tan asumible que el trabajador puede apoderarse de ellos y organizar por sí mismo el proceso de trabajo. Hoy nosotros acostumbramos a tener en cuenta el carácter liberador de este proceso, pero también las nuevas formas de servidumbre que produce la autoempresa. Es desde esta implicación del deseo en el trabajo y desde estas nuevas formas de neuroexplotación desde donde debe recomenzar el análisis del proceso de trabajo.
El trabajo creativo mediante la alta tecnología hizo sus primeras pruebas en los movimientos culturales de los años sesenta y setenta y después empezó a encontrar un campo de aplicación cada vez más amplio en el curso de los años ochenta, cuando se difundieron las nuevas tecnologías y arrancó el proceso de mentalización de la producción de mercancías.
Hoy podemos decir que el trabajo creativo mediante la alta tecnología se ha convertido en el factor decisivo del proceso de producción globalizado. Con esto no quiero decir, por supuesto, que otras formas de prestación laboral (trabajo industrial o precario de tipo tradicional) hayan desaparecido, ni que sean cuantitativamente irrelevantes. Sólo quiero decir que el sector con la tasa más alta de productividad, el sector más dinámico y el que funciona como elemento de transformación tendencial, es aquel que podemos definir como trabajo creativo mediante la alta tecnología (o también trabajo en red o trabajo de recombinación o, también, infoproducción).
Para que sea posible que broten elementos de subjetividad conscientes, para darle arranque a un proceso de autoorganización en este sector del trabajo productivo, no sirve de nada retomar las ideologías del comunismo del siglo XX, ni tampoco resulta particularmente útil invocar al antagonismo. Porque la mayor parte del deseo social va precisamente en la misma dirección que el ciclo productivo en red, hacia la participación en el juego que constituye la mente global, y no hacia el antagonismo que ya no sirve y ya no produce ninguna perspectiva de alternativas ni de autonomía a largo plazo. El movimiento global que se ha extendido tras la revuelta de Seattle no es un movimiento antagonista. Es un movimiento de autoorganización.
Su función y su vocación no son abatir el capital. ¿Cómo se puede abatir un modelo, una regla, una relación, una forma reptante, proliferante y difusa? La premisa dialéctica del abatimiento (o abolición) ya no significa nada en la época de la penetración. El movimiento global, sin embargo, tiene como vocación y como objetivo hacer posible una autoorganización de las fuerzas productivas que el capital domina y organiza según sus reglas y su código.
Este movimiento es en sí un código alternativo, una regla diferente y proliferante. Ya en el ’77 se originó una polémica subterránea que contenía en esencia los elementos que hoy son evidentes y que en los últimos años han explotado en la práctica y en la discusión de los centros sociales. Por una parte, ya entonces, estaban algunos que concebían el Movimiento como un estanque donde pescar fuerzas subjetivas para la organización revolucionaria, y otros que lo concebían como el área social que experimenta en carne propia y en la propia actividad productiva y comunicativa la alternativa social y la autonomía del dominio capitalista.
Esta alternativa de perspectivas hoy es aún actual. El Movimiento debe saber transformarse, desde el simple espacio de agregación en el circuito social de la autonomía productiva.
Hay otro aspecto que vale la pena subrayar. Radio Alice fue la primera emisora en Italia que utilizó las llamadas telefónicas en directo: esto significaba una continua interacción sin reglas entre el emisor y la audiencia, que de esta forma ya no es un destinatario pasivo, sino que se convierte en una especie de redacción alargada, un ambiente interactivo.
Radio Alice funcionaba según las reglas de lo que Félix Guattari definía como «agente colectivo de enunciación», es decir, un mecanismo que permite a una comunidad sin raíces comunes encontrar sus propias reglas de identificación, y de mutarlas continuamente.
La radio nació en un ambiente -el de la revista «A/traverso» y del movimiento creativo mao-dadaísta boloñés- en el que la lección dadá-situacionista había sido ampliamente asimilada. Abolir el arte, abolir la vida cotidiana, abolir la separación entre arte y vida cotidiana fue el grito dadaísta del que surgimos.
En el clima conformista y centralista de aquellos años, el emisor daba paso a cualquiera que telefonease, incluso para decir las cosas más irreproducibles, y esto provocaba escándalo. Hoy, naturalmente, nadie se escandaliza por el directo telefónico, o por la irrupción de la vida cotidiana en los mass media. La neotelevisión hace tiempo que ha asimilado la espontaneidad de la comunicación cotidiana dentro de un flujo construido para encapsular la vida misma dentro de jaulas que ahora son elásticas. Pero el devenir de las tecnologías de la comunicación, la difusión de la telemática y, en fin, la proliferación de la red siguen el recorrido que las radios libres habían intuido y empezado a practicar en aquellos años.
La propia palabra telemática fue acuñada (por dos autores franceses, Simon Nora y Alain Minc) precisamente en el 1977, año en el que resultaban, por lo tanto, previsibles los efectos explosivos de la tecnología de comunicación sobre las estructuras políticas y financieras. El mismo año Steve Jobs y Steve Wozniak registraban la marca Apple, y trabajaban para imaginar una máquina comunicativa partiendo del eslogan information to the people que hacía referencia al power to the people de las Black Panther.
Por eso me parece útil volver a leer este libro que se llama Alice è il diavolo y escuchar un CD que contiene grabaciones de las transmisiones de aquella radio. No porque sea útil rejuvenecer leyendas que proliferan por sí mismas, sin necesidad de documentos ni de testimonios, sino en la medida en que en aquella experiencia vivían, en forma de intuiciones y estado de latencia social, algunas tendencias que después se han desplegado, en el proceso de producción social y en el sistema tecnomediático, hasta el punto de cuestionar hoy la forma dominante del capitalismo occidental.
Traducción: Hibai Arbide Aza