He visto por primera vez en TVE1 Exterior el programa «59 segundos». Se trata de un programa de debate con periodistas y políticos, creo haber contado cuatro de cada grupo. Debatieron de varios temas como las elecciones vascas, la situación de la Iglesia tras la muerte del Papa o las agresiones fascistas contra el ex […]
He visto por primera vez en TVE1 Exterior el programa «59 segundos». Se trata de un programa de debate con periodistas y políticos, creo haber contado cuatro de cada grupo. Debatieron de varios temas como las elecciones vascas, la situación de la Iglesia tras la muerte del Papa o las agresiones fascistas contra el ex secretario general del PCE Santiago Carrillo. Lo que más me asombró fue la mezcla entre responsables de la información y líderes políticos, cualquier espectador, escuchando solo sus intervenciones, no hubiera podido diferenciar a que grupo pertenecía cada uno de ellos.
Es más, en algunos momentos percibí a los periodistas con afirmaciones y posicionamientos más contundentes que algunos políticos. Creo que esa experiencia demuestra la tendencia social dominante. Por una lado, la de unos periodistas aupados por decisión mediática empresarial a adoctrinadores políticos sin que los haya elegido ninguna ciudadanía ni ninguna organización democrática. Se trata de los periodistas que, se supone, tienen como responsabilidad social informar con ecuanimidad e imparcialidad cada día en los medios. Escuchando sus intervenciones en estos debates podemos deducir la neutralidad con la que dotaran sus informaciones. Por otro, unos políticos que quieren quedar bien con todo el espectro social y político y recurren a discursos planos y vacíos.
Se trata de una perversión democrática escandalosa que nos demuestra la pérdida de control que tiene la ciudadanía sobre la vida política y los medios de comunicación. El poder de un político se mide, además de por su toma de decisiones, por su capacidad de acceder a los ciudadanos desde el reconocimiento social que le da haber sido elegido por cientos de miles de personas. Sin embargo son algunos periodistas quienes tienen ese poder sin legitimidad alguna. En cuanto a los políticos, se dejan llevar por la mercadotecnia de quienes no quieren convencer o difundir sus principios políticos, sino pescar adhesiones en el mayor abanico ideológico de la ciudadanía.
El programa televisivo aporta todavía más reflexiones. El método del debate se fundamenta en que las intervenciones no deben exceder de 59 segundos, de ahí el nombre del programa, pasado ese tiempo se disminuye progresivamente el sonido de quien está haciendo uso de la palabra hasta cortarlo. De modo que ahí tenemos, por ejemplo a un ministro, con su voz silenciada cuando habla más de un minuto. Recordemos que fue en ese programa donde un ministro de Exteriores explicaba cómo un gobierno anterior apoyó un golpe de Estado y sólo pudo tener 59 segundos para contarlo. Ningún presidente de parlamento en nuestro país ni de un pleno municipal se atrevería a actuar con esa soberbia y poder con un representante ciudadano mientras interviene. En los medios de comunicación sí se puede. El representante público tiene en los medios audiovisuales el tiempo y en los escritos el espacio que el periodista quiere. Y ha de dar gracias por tener alguno.
Cualquiera de los periodistas de ese programa o de los columnistas de prensa, puestos sólo por la decisión de un director elegido por una gran empresa propiedad del medio, tiene mayor capacidad de dirigirse a los ciudadanos que el representante elegido por millones de ciudadanos. Incluso los poderes mediáticos critican que presidentes de gobierno de Venezuela o Cuba puedan tener intervenciones semanales en la televisión. Les parece abusivo que lo pueda hacer un presidente de gobierno en lugar del pope periodístico elegido por nadie.
El programa «59 segundos» no posee ninguna maldad especial, es sólo el modelo imperante. En eso consiste la gravedad de la situación.