1. Contexto El 11 de septiembre de 2001 dos aviones, de línea comercial, chocaron contra el World Trade Center, en Nueva York, considerado símbolo del poder económico de los Estados Unidos. Otro avión arremetió contra el edificio del Pentágono, en Washington D.C., centro del poder militar de los Estado Unidos. Un cuarto avión se dijo […]
1. Contexto
El 11 de septiembre de 2001 dos aviones, de línea comercial, chocaron contra el World Trade Center, en Nueva York, considerado símbolo del poder económico de los Estados Unidos. Otro avión arremetió contra el edificio del Pentágono, en Washington D.C., centro del poder militar de los Estado Unidos. Un cuarto avión se dijo que había sido derribado antes de llegar a cumplir su objetivo: la Casa Blanca, y así completar el ataque a los tres poderes fácticos de los Estados Unidos: el económico, el militar y el político.
Los atentados terroristas fueron atribuidos a Osama Bin Laden, un antiguo aliado de los Estados Unidos en la lucha contra el comunismo, que dirige la red terrorista Al Qaeda, y que estaba protegido por el régimen taliban en Afganistán. Días después de los atentados Estados Unidos llamó a las Naciones Unidas a luchar contra el terrorismo y quitar al régimen taliban en Afganistán. Después de derrotar a «los talibanes» e imponer un gobierno de transición, los norteamericanos iniciaron una segunda guerra en Iraq, bajo el concepto de «guerra preventiva», pues Sadam Hussein, gobernador de Iraq, poseía «armas de destrucción masiva», colaboraba con la red Al Qaeda y era un dictador sanguinario que había asesinado a sus opositores y vecinos con armas biológicas.
A las acciones bélicas ejercidas por los Estados Unidos después del 11 de septiembre (11S) se les ha denominado «guerra contra el terrorismo». Los principales aliados de esta guerra contra el terrorismo fueron Inglaterra y España y se aliaron 30 naciones pequeñas, entre ellas Nicaragua, Honduras y El Salvador.
Desde que se estrellaron los aviones estuvimos empotrados viendo, leyendo, escuchando, siendo testigos de la cobertura de los medios de comunicación. Todos los Medios de comunicación transmitían lo mismo. Como nos dice Ferreira y Sarmiento: «Ver las transmisiones de cadenas CBS, ABC, NBC, Fox, MSNBC, CNN, Telemundo y Univisión fue como ver la misma estación repetida una y otra vez» (Ferreira y Sarmiento, 2003). Lo mismo sucedió cuando Estados Unidos atacó Afganistán e inició la guerra en Irak: los medios de comunicación enviaron cientos de reporteros que transmitían en directo, al menos así lo decían los mismos medios, y mantuvieron informado las 24 horas a todos los que vivimos en este planeta.
Los medios de comunicación han cubierto la «guerra contra el terrorismo» y nos hacemos las mismas preguntas que Albarrán de Alba: «¿Cuál es nuestro papel en una guerra? ¿Debemos marchar como conscriptos del lado de nuestra nación o, según el caso, del aliado de nuestra nación? ¿Debemos ver y reportar sobre el enemigo como eso: enemigo? ¿Debemos alentar sentimientos patrióticos para que la sociedad cierre filas en torno a una causa, al margen de si es justa o no lo es, pero que se adopta como propia? ¿La prensa debe renunciar a su labor de informar y asumirse como simple instrumento de propaganda? ¿Se debe someter la agenda informativa social a las necesidades estratégicas de los ejércitos y sus patrocinadores? ¿Se debe aceptar la censura e incluso practicar la autocensura como arma de guerra, bien sea para no fundamentar el desánimo de la sociedad o para minar las resistencias morales de eso que llaman enemigo? ¿A quién servimos? ¿Para qué servimos?» (Albarrán de Alba, 2001).
Este ensayo pretende analizar, desde las interrogantes de Albarrán, la cobertura de los medios de comunicación en «la guerra contra el terrorismo» y sus implicaciones éticas.
2. Incitación favorable a la guerra
Los medios de comunicación estadounidenses se mostraron favorables a la guerra que estaba promoviendo la administración Bush contra Afganistán e Irak. Desde el inicio nos vendieron el desastre de las «torres gemelas» «como una serie televisiva llamada «America Under Attack» (América atacada)» (Schechter, 2004: 75).
Tres días después de los atentados los editoriales de los principales periódicos hablan de guerra. Así por ejemplo el 14 de septiembre los editoriales del Washington Post fueron: «Henry Kissinger: «Hay que destruir la red terrorista». Robert Kagan: «Debemos luchar en esta guerra». Charles Krauthammer: «Hay que luchar, no hablar». William S. Cohe: «La guerra sagrada norteamericana» (Ibíd. 76). Según Chechter «no hay ninguna columna de Colman McCarthy hablando de paz. Entre 1969 y 1997 estuvo escribiendo una columna a favor de la paz en el Washington Post. Lo despidieron porque, según le dijeron, la columna no generaba suficiente dinero a la compañía. «El mercado ha hablado» fue el argumento esgrimido por Robert Kaiser, el director del Post» (Ibíd. 76).
Un mes después, cuando ha iniciado la guerra en Afganistán, en la revista Newsweek se leen expresiones de este talante: «En Yemen, un nido de víboras del terrorismo, las autoridades detuvieron a ‘docenas’ de sospechosos seguidores de Bin Laden». O bien: «El máximo jefe podría estar en las montañas de Afganistán, escondiéndose de las bombas y los comandos estadounidenses, pero también, sin duda, preparando su próxima atrocidad». O peor: «Ahora los funcionarios de inteligencia están advirtiendo que las células terroristas, cerradas y secretas, son extremadamente difíciles de penetrar; que por cada cabeza de serpiente cortada, surgen dos más del pantano…» (Albarrán de Alba, 2001).
Los medios de comunicación de occidente se sumaron al coro belicista de Bush, violentando los principios éticos de la UNESCO que nos dice: «El compromiso ético por los valores universales del humanismo previene al periodista contra toda forma de apología o de incitación favorable a las guerras de agresión y la carrera armamentística, especialmente con armas nucleares, y a todas las otras formas de violencia, de odio, de discriminación» (Bonete Perales, 1995: 232). Bien directo nos señala la UNESCO que el periodista debe oponerse abiertamente a toda forma de apología o de incitación a la guerra, pues haciéndolo así los periodistas contribuyen a la creación de un mundo nuevo más justo y humano.
3. La primera víctima de la cobertura de la guerra: la verdad
El 7 de octubre de 2001 Estado Unidos inició el ataque a Afganistán, por el motivo que el régimen taliban protegía a los terroristas que habían chocado aviones contra «las torres gemelas» y el Pentágono. El 20 de marzo de 2003, tropas mayoritariamente estadounidenses y británicas bombardearon Bagdad, capital de Iraq, dando comienzo a la guerra. El 9 de julio fue tomada Bagdad y seis días después se da por finalizado el conflicto ¡Aunque la guerra aún continua!
El principal motivo para invadir Irak, según lo expresó George W. Bush ante las Naciones Unidas (ONU) en septiembre de 2002, es que «Sadam Hussein se ha burlado de nuestros esfuerzos y continua desarrollando armas de destrucción masiva. Podríamos estar completamente seguros de que posee armas nucleares (sic) cuando, Dios no lo quiera, las utilice» (Moore, 2003: 57). Un segundo motivo lo expresó Bush meses después: «Nuestras fuentes nos indican que Sadam Hussein ha autorizado recientemente a los comandantes iraquíes el uso de armas químicas, las mismas armas que el dictador asegura no tener» (Ibíd., p. 60). Por último, un tercer motivo era que Iraq tenía relaciones con Osama Bin Laden y Al Qaeda: «Se trata de un hombre que ha mantenido contactos con Al Qaeda. Es un hombre que representa muchas amenazas: es de esos tipos a los que les gustaría más que nada entrenar a los terroristas y suministrar armas a los terroristas para que atacasen a su peor enemigo sin dejar huella. Este tipo supone una amenaza para el mundo», dijo Bush en St. Paul, Minessota, el 3 de noviembre de 2002 (Ibíd., p. 58). Las causas que motivaron la guerra, a dos años de iniciado el conflicto, ha quedado demostrado que fueron mentiras creadas ¿qué hubiese pasado si se hubiera conocido la verdad antes del 20 de marzo de 2003?
Los encargados de informar e investigar la verdad de los informes de la administración Bush fallaron, como nos dice Leonardo Ferreira y Miguel Sarmiento (2003): «Los medios de comunicación fallaron antes, durante y ahora después de terminado el conflicto. Fallaron porque han dejado de cuestionar las intenciones del gobierno y se han convertido no sólo en su portavoz sino también en su mejor promotor. Fallaron porque, en su mayoría, siguieron la línea y se limitaron a cubrir un solo lado del conflicto, el del Pentágono».
En otras palabras, la prensa informó verazmente de lo que dijo Bush en sus discursos sobre los motivos para irse a la guerra, pero no consiguió averiguar, o no quiso informar, lo que en verdad eran las motivaciones que los llevarían a la guerra, que para algunos ha sido el petróleo (Alcolumbre, 2003). Pues «la verdad es arrojar luz sobre los hechos ocultos, relacionarlos entre sí y esbozar una imagen de la realidad sobre la que puedan actuar los hombres» (Kovach y Tom Rosenstie, 2004: 56).
El gobierno de Bush utilizó la información falsa que los medios divulgaron, por eso, como nos exhorta Restrepo «el compromiso con la verdad asume una especial dificultad con unos actores que creen necesario el fusilamiento de la verdad como estrategia de guerra. Al periodista le corresponde rescatar a la verdad del paredón de fusilamiento mediante la aplicación de los más exigentes métodos de investigación, de manejo de las fuentes y de independencia respecto de unos autores armados que quieren utilizar su información como arma de combate» (Restrepo, 2004: 212).
El cliché de que «en la guerra la primera víctima es la verdad» se pone de manifiesto en la falta de objetividad. Algunos opinan que es inalcanzable, quienes opinan así, más bien quieren deslindarse de su responsabilidad. Por eso definiremos la objetividad como «el firme intento del que informa, para ver, comprender y divulgar un acontecimiento tal como es y cómo se produce en su ambiente y contorno, prescindiendo de las preferencias y posturas propias» (Brajnovic, 1978: 101). O como lo entiende el Código de ética de los periodistas de Cataluña: «observar siempre una clara distinción entre hechos y opiniones o interpretaciones, evitando toda confusión o distorsión deliberada de ambas cosas, así como la difusión de conjeturas y rumores» (Bonete Perales, 1997: 307). Leonardo Ferreira y Miguel Sarmiento nos documentan un caso: «Un ejemplo clásico de esto fue el trato que se dio a la noticia sobre el «heroico» rescate de la soldado Jessica Lynch, y sobre cuyas características su rgieron posteriormente versiones contradictorias. Ese rescate fue, talvez, la mejor muestra de lo que puede suceder cuando el cuarto poder rinde su independencia a la presión patriótica: el mito y la conjetura se hacen más fuertes que la realidad y los hechos» (Ferreira y Miguel Sarmiento, 2003).
Para lograr la objetividad es necesario concentrarse en la síntesis y la verificación. Bill Kovach lo expresa de la siguiente manera: «Tamatizar los rumores, las insinuaciones, lo insignificante y lo superfluo y concentrarse en lo que es cierto y relevante de una noticia. A medida que los ciudadanos se encuentran con una afluencia de datos cada vez más grande, tienen mayor -no menor- necesidad de fuentes identificables dedicadas a verificar esa información, destacando lo relevante y desechando lo que no es» (Kovach y Tom Rosenstie, 2004: 67).
4. Manipulación en la cobertura de la guerra: desinformación e información falsa
Partamos de dos conceptos importantes por las consecuencias éticas que estos tienen en el tema que estamos analizando, «desinformación e información falsa». El termino «desinformación» supone falta de información, mientras que «información falsa» indica que la información de la que se dispone no es veraz (Agejas, 2002: 85). Marcelo López Cambronero nos precisa el concepto desinformación y nos dice que «solo podemos hablar de «desinformación» si nos estamos refiriendo a una parcela en la que la información se muestra como importante de cara a la constitución del individuo, es decir, cuando estamos tratando una cuestión de la que debería saber» (López Cambronero, 2002: 85). En el periodismo desinformación e información falsa se utilizan para la manipulación informativa que tiene su manifestación concreta en la propaganda, la censura y la autocensura y como efecto principal la pérdida de independencia del periodismo.
En «la guerra contra el terrorismo» se puso en práctica, con complicidad de los medios de comunicación y periodistas todo un proyecto de manipulación que implicó desinformación e información falsa. Ignacio Ramonet nos relata que «el 20 de febrero de 2002 el New York Times reveló el más impresionante proyecto destinado a manipular las mentes. Para llevar adelante la «guerra de la información», y siguiendo consignas de Rumsfeld y del sub-secretario de Estado a la Defensa, Douglas Feith, el Pentágono había creado secretamente una misteriosa Oficina de Influencia Estratégica (OIE). Puesta bajo la dirección del general de la aviación militar Simon Worden, la OIE tenía por misión difundir informaciones falsas para servir la causa de Estados Unidos. Estaba autorizada a utilizar la desinformación, en particular hacia los medios de comunicación extranjeros. El diario neoyorquino precisaba que la OIE había firmado un contrato de 100.000 dólares mensuales con la agencia de comunicación Rendon Group, ya utilizada en 1990 en la preparación de la guerra del Golfo» (Ramonet, 2003).
Otra estrategia para la manipulación de la información fue la de los periodistas «encrustados». Las reglas del juego, según Ferreira(2003), se establecieron en reuniones que sostuvieron oficiales del Pentágono con jefes de medios en Washington, en octubre del 2002 y en enero del 2003. El Mayor Tim Blair, encargado de las relaciones con los periodistas «incrustados», dijo: «Dichas reglas del juego cambiarán de acuerdo a cada misión y a cada lugar. El principio que nos guía en el manejo de los incrustados es el de control de seguridad en la misma fuente». Lo que en otras palabras se traduce a que el jefe de cada unidad militar tendría plena discreción y control sobre lo que los reporteros asignados a su grupo podrían hacer, o no.
Pero la forma más burda fue la propaganda. En los días de los atentados, «no era sorprendente escuchar cómo las transmisiones radiales promovían el odio y la histeria, clamaban violencia contra los árabes y los musulmanes, y exigían una retaliación nuclear y una guerra mundial. A medida que pasaban los días, los principales noticieros radiales se volvieron hiperdramáticos, se llenaron de música y amor patriótico, y estaban saturados de propaganda de guerra e histeria de terrorismo» (Kellenr, 2002: 24). Cuando llovían las primeras bombas sobre Irak, la mayor cadena de estaciones de radio del país, Clear Channel, transmitió, organizó y patrocinó en Atlanta, Cleveland, San Antonio, Cincinnati y otras ciudades más, lo que llamó «Manifestación pro América» (Ferrerira y Sarmiento, 2003).
5. Conclusión
La cobertura a la «guerra contra el terrorismo» ha mostrado que los medios de comunicación han violentado lo elemental de la ética periodística, y en vez de informar han desinformado; y con ello se han prestado a la manipulación del gobierno de los Estados Unidos. No hemos tenido noticias, sino propaganda.
Los medios de comunicación se mostraron favorables a la guerra y su patriotismo los llevó a violentar el derecho que tienen los ciudadanos de ser informados con objetividad y veracidad, además de violentar el código de ética de la UNESCO que exige a los periodistas oponerse abiertamente a toda forma de apología o de incitación a la guerra.
La cobertura periodística de la guerra, también mostró deficiencia en la investigación del contexto en que se realizaba el conflicto, las causas que lo provocaron, como también la difusión de información diaria. Pues aceptaron de buena gana ser «incrustados» en los campos de batalla y se sometió la agenda informativa a las necesidades estratégica del ejército de los Estados Unidos.
Por último, las grandes cadenas noticiosas aceptaron la censura y practicaron la autocensura para que el pueblo estadounidense y los países que apoyaron la guerra no se desanimaran en el apoyo a dicha guerra ¡hasta tenían prohibido mostrar los ataúdes de los soldados americanos muertos!
Algunos medios de comunicación han mostrado su mea culpa, pero no ha sido clara y precisa, parece entonces que no están dispuestos a renunciar a sus prebendas económicas y políticas en aras de la responsabilidad social que tienen como medios de comunicación con la ciudadanía.
6. Referencias bibliográficas
Agejas, José Ángel y otros, (2002) Ética de la comunicación y de la información, Editores Ariel Comunicación, Barcelona.
Albarrán de Alba, Gerardo, ¿A quién servimos? en Sala de Prensa (on line) 36, octubre 2001, año III, Vol. 2, en la siguiente dirección www.saladeprensa.org, visitada el 8 de mayo de 2005.
Albarrán de Alba, Gerardo, «Guerra Santa» en Sala de Prensa 36, Octubre 2001, Año III, Vol. 2, en la siguiente dirección www.saladeprensa.org, visitada el 8 de mayo de 2005.
Alcolumbre, María, «El verdadero motivo de la guerra en Irak» en www.monografias.com, visitada el 8 de junio de 2005.
Brajnovic, Luka, Deontología periodística, Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1978, p. 101
Bonete Perales, E., (1995), Éticas de la información y deontologías del periodismo, Ed. Tecnos, Madrid, pp. 232-235.
Ferreira, Leonardo y Miguel Sarmiento, «Irak: armas de destrucción masiva», en Revista Chasqui (on line) 82 (2003) en la siguiente dirección: www.comunica.org/chasqui/, visitada el 5 de mayo de 2005.
Kellenr, Douglas, «El 11 de septiembre. Medios de comunicación y fiebre de guerra» en Signo y pensamiento 40 (XXI) 2002, p. 14
Kovach y Tom Rosenstiel, (2004), Los elementos del periodismo, Ediciones El País, Colombia.
Moore, Michael (2003), ¿Qué han hecho con mi país? Ediciones B, Barcelona.
Ramonet, Ignacio (2003) «Mentiras de estado» en http://www.monde-diplomatique.es/2003/07/ramonet.html, visitado el 8 de junio de 2005.
Restrepo, Javier Darío (2004), El zumbido y el moscardón, Editorial Fondo de Cultura Económica, México.
Schechter Danny, (2004), Las noticias en tiempos de guerra, Ed. Paidos controversias, Barcelona.