Dos días después del último golpe militar en Argentina, perpetrado el 24 de marzo de 1976, el entonces secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, ordenó a sus subordinados «alentar» la dictadura y ofrecerle apoyo financiero. La noticia salió a la luz 30 años después del golpe de Estado, al difundirse la transcripción de […]
Dos días después del último golpe militar en Argentina, perpetrado el 24 de marzo de 1976, el entonces secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, ordenó a sus subordinados «alentar» la dictadura y ofrecerle apoyo financiero.
La noticia salió a la luz 30 años después del golpe de Estado, al difundirse la transcripción de un diálogo oficial cuyo contenido había permanecido en reserva durante todo este tiempo, revelado por el independiente Archivo de Seguridad Nacional (NSA) con sede en Washington.
El documento muestra a un Kissinger nada interesado en el alerta del entonces secretario de Estado adjunto para Asuntos Interamericanos, William Rogers, quien le advirtió que la junta militar intensificaría la represión contra disidentes de un modo que el apoyo estadounidense se volvería muy embarazoso.
Aunque la junta militar «hoy tiene buena prensa, la línea básica de toda la interferencia es que debieron hacerlo (el golpe) porque ella (la depuesta presidenta Isabel Martínez de Perón) no podía gobernar el país», dijo Rogers a su jefe.
«Por eso pienso en que no podemos en este momento apresurarnos a abrazar al nuevo régimen, que dentro de tres a seis meses será menos popular con la prensa», agregó.
«Pero no podemos hacer lo contrario tampoco», insistió Kissinger. «Sean cuales sean las posibilidades que ellos tengan, necesitarán un poco de aliento nuestro.»
«Quiero impulsarlos», continuó Kissinger, al tiempo que pedía revisar las instrucciones al embajador de Estados Unidos en Argentina, Robert Hill, para su primera reunión con el aún no designado canciller de la dictadura.
«No quiero darles la impresión de que son hostigados por Estados Unidos», explicó. Al mes siguiente, Washington aprobó una partida de asistencia militar para Argentina por 50 millones de dólares.
La transcripción del diálogo del 26 de marzo de 1976, obtenida por el analista del NSA Carlos Osorio, fue uno en una serie de documentos publicados en el sitio web de la organización (http://www.archive.org), algunos de los cuales habían sido adquiridos también por el diario argentino Clarín y el investigador John Dinges, autor del libro «The Condor Years» («Los años del Cóndor»).
Entre ellos figuran una serie de escalofriantes documentos recogidos por Osorio de varias fuentes sobre los primeros días del Plan Cóndor, un esquema de coordinación entre los aparatos represivos de las dictaduras militares en el Cono Sur en los años 70 y 80 para silenciar a disidentes dentro de la región e incluso fuera de ella.
Los documentos detallan el rastreo y desaparición en Buenos Aires de la pareja uruguaya integrada por Jorge Zaffaroni y María Islas de Zaffaroni entre mayo y octubre de 1976. Ambos figuraban entre 62 supuestos miembros de la organización armada OPR-33 identificados por la inteligencia uruguaya a sus colegas del Cono Sur.
Los documentos publicados en las últimas horas incluyen varios memorandos del Departamento de Estado (cancillería) y el de Defensa de Estados Unidos sobre la cantidad de víctimas de la represión argentina. Uno de ellos indica que desaparecieron 15.000 personas entre 1975 y 1978.
Otro documento chileno obtenido por Dinges y también publicado en el sitio del NSA ubica los muertos y desaparecidos por la dictadura argentina en 22.000 entre 1975 y mediados de 1978.
El golpe de 1976 fue impuesto tras un año en que la sociedad estaba conmocionada por violencia entre escuadrones de la muerte progubernamentales y guerrillas izquierdistas.
Osorio recordó que el golpe fue considerado por muchos ciudadanos argentinos, el gobierno estadounidense y la comunidad empresarial internacional un paso inevitable para restaurar la estabilidad del país.
Tal suposición se refleja en otro pasaje de la transcripción del diálogo entre Rogers y Kissinger.
«Esta junta está poniendo a prueba el presupuesto básico de que Argentina es ingobernable», dijo Rogers, para quien el régimen se disponía a hacer «un considerable esfuerzo para involucrar a Estados Unidos» en la dictadura, «particularmente en el campo financiero.
«Es nuestro interés» que se consolide la dictadura, observó Kissinger. Pero Rogers acotó que el gobierno de Estados Unidos debería «esperar una gran represión, probablemente un buen baño de sangre» en Argentina.
«Creo que deberán reprimir no solo a los terroristas sino también a los disidentes de sindicatos y partidos», añadió.
La política marcada por Kissinger hacia Argentina es consistente con la dispuesta para el caso de la dictadura del chileno general Augusto Pinochet y de la del indonesio general Alí Suharto.
Pero la represión en Argentina fue tan dura que incluso el embajador Hill, quien originalmente aplaudió el golpe «más civilizado de la historia» del país, llegó a disgustarse con el régimen e incluso con Kissinger, quien no hacía nada por cuestionar las violaciones de derechos humanos.
Hill urgió a Kissinger a advertir al canciller argentino, almirante César Guzetti, que recortaría los fondos de asistencia si no mejoraba la situación de los derechos humanos.
Pero en su siguiente reunión, Kissinger se limitó a preguntarle a Guzetti cuánto tiempo más se prolongaría la represión. Cuando Guzetti dijo que hasta fines de año, el secretario de Estado no hizo cuestionamientos.
Hill le advirtió a Guzetti, según un telegrama transmitido a sus superiores, que «asesinar sacerdotes y arrojar 47 cadáveres en la calle no será, dentro de un tiempo, visto en el contexto de una derrota a los terroristas, sino que, por el contrario, esos actos serán contraproducentes».
Pero Kissinger no criticó en ningún momento a Guzetti cuando el canciller argentino visitó Washington días más tarde.