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Un final de farsa para el sueño americano

Fuentes: La Jornada

Es una luminosa mañana de invierno y doy sorbos a mi primer café del día en Los Angeles. Mis ojos se mueven como el rayo de un radar en busca de la palabra que domina la mente de todo corresponsal en Medio Oriente: Irak. Después de la invasión, y después de Judith Miller, la prensa […]

Es una luminosa mañana de invierno y doy sorbos a mi primer café del día en Los Angeles. Mis ojos se mueven como el rayo de un radar en busca de la palabra que domina la mente de todo corresponsal en Medio Oriente: Irak. Después de la invasión, y después de Judith Miller, la prensa estadunidense supuestamente debería estar desafiando las mentiras de esta guerra. Por lo tanto, el artículo bajo en el encabezado Batalla de ingenios; la mente maestra de la insurgencia iraquí, siempre un paso adelante de EU, merece ser leído, ¿no es así?

Fechado en Washington (una ciudad extraña si lo que se pretende es aprender algo sobre Irak), el primer párrafo dice lo siguiente: «A pesar del reciente arresto de un futuro atacante suicida en Jordania y de algunos colaboradores clave, la mente maestra de la insurgencia, Abu Mussab Zarqawi ha evadido la captura. Las autoridades estadunidenses dicen que esto se debe a que el dirigente cuenta con una red de operaciones de inteligencia mucho mejor que la de Estados Unidos».

Sin obviar el hecho de que muchos iraquíes -al igual que yo mismo- tienen serias dudas de la existencia de Zarqawi, y aún suponiendo que existe la Al Qaeda de Zarqawi, este hombre no amerita el título de «mente maestra de la insurgencia»; lo que más llamó mi atención fue eso de que «las autoridades estadunidenses dicen…».

Al seguir leyendo el reportaje, noto las fuentes oficiales citadas por el Los Angeles Times para contar este cuento extraordinario. Creí que los reporteros estadunidenses ya no confiaban en la administración; no después de las míticas armas de destrucción masiva y los igualmente míticos nexos entre Saddam y los crímenes internacionales contra la humanidad del 11 de septiembre de 2001. Me equivoqué, por supuesto.

Estas son las fuentes -en la página 1 y 10 de la historia hilada por los reporteros Josh Meyer y Mark Mazzetti: «Dijeron funcionarios estadunidenses», «señaló un funcionario antiterrorismo del Departamento de Justicia», «Funcionarios… dijeron», «los mismos funcionarios añadieron», «los funcionarios estadunidenses subrayaron», «autoridades estadunidenses creen», «un funcionario de alto rango de la inteligencia estadunidense», «funcionarios jordanos dijeron», «los funcionarios estadunidenses dijeron», «según funcionarios estadunidenses».

En verdad atesoro este artículo. Prueba mi punto de que el Los Angeles Times y todos los diarios de la gran costa este deberían llamarse Funcionarios estadunidenses dicen. Pero no es esta fascinación con el poder político lo que me desespera. Vayamos a un ejemplo más reciente de lo que sólo puedo llamar racismo institucional en la manera en que Estados Unidos reporta sobre Irak. Debo agradecerle al lector, Andrew Gorman, por esta joya: se trata de un despacho que hizo Associated Press en enero pasado sobre el asesinato de un prisionero iraquí cuando era interrogado por el oficial estadunidense, Lewis Welshofer Jr.

Este oficial, según trascendió en una corte, metió al general iraquí Abed Hamed Mowhoush, empezando por la cabeza, en una bolsa de dormir y luego se sentó en su pecho en una acción que, de manera nada sorprendente, causó que el general muriera. El jurado militar ordenó -lector, contén la respiración- una reprimenda contra Welshofer, la retención de 6 mil dólares de su salario y su confinamiento en barracas durante 60 días.

Pero lo que más llamó mi atención fue este detalle de solidaridad. La esposa de Welshofer, Barbara, dijo a Ap que «está preocupada por cómo va mantener a sus tres hijos si su esposo es sentenciado a prisión. ‘Lo amo por luchar por esto, dijo con lágrimas anegándole los ojos. El siempre dijo que había que hacer lo correcto, y a veces eso es lo más difícil'».

Nótese cómo el remordimiento del asesino estadunidense no está dirigido a su indefensa y muerta víctima, sino hacia el honor de los otros soldados, a pesar de que una audiencia preliminar reveló que algunos de los colegas de Welshofer lo vieron meter al general en la bolsa de dormir y no hicieron nada para detenerlo.

Un despacho anterior de Ap indicaba que «funcionarios» -aquí los tenemos de nuevo- «creían que Mowhoush tenía información que podría «destruir la columna vertebral de la insurgencia». ¡Guau! El general lo sabía todo acerca de los 40 mil insurgentes iraquíes. Qué buena idea era meterlo cabeza abajo en una bolsa de dormir y sentarse en su pecho.

Lo que es el verdadero escándalo de estos reportes es que no nos dicen nada de la familia del general. ¿No tenía esposa? Me imagino que las lágrimas también «anegaron sus ojos» cuando le dijeron la forma en que murió su marido. ¿No tenía hijos el general? ¿No tenía padres? ¿Ningún ser querido que «tratara de contener el llanto» cuando les hablaron de este vil hecho? No. Según el reporte de Ap, no tenía a nadie. El general Mowhoush parece un objeto; una criatura deshumanizada que quería impedir que los estadunidenses «destruyeran la columna vertebral» de la insurgencia, con todo y que fue asfixiado dentro de una bolsa de dormir.

Aplaudamos ahora a Ap. En una igualmente luminosa mañana de verano en Australia, hace unos días, abrí el Sydney Morning Herald. En la página 6 me informó que la agencia noticiosa, usando la Ley de Libertad de Acceso a la Información, obligó a las autoridades estadunidenses a hacer públicas más de 5 mil páginas de transcripciones de audiencias en el campo de detención de Guantánamo.

Una de estas transcripciones corresponde a la audiencia del ya excarcelado prisionero británico, Feroz Abbassi. En ella, el acusado exige en vano al juez, un coronel de la fuerza aérea estadunidense, que le revele la evidencia que hay en su contra, y afirma que este es su derecho, según la ley internacional.

Y esto es lo que le responde el coronel estadunidense: «Señor Abassi, su conducta es inaceptable y esta es la última advertencia que le hago. No me importa el derecho internacional. No quiero oír esas palabras sobre el derecho internacional. No nos preocupa el derecho internacional».

¡Ay! esas palabras -que simbolizan el fin último del sueño americano– están sepultadas en el resto del artículo. El coronel, quien claramente es una vergüenza para el uniforme que porta, no aparece en el insípido encabezado del periódico de Sydney (Documentos estadunidenses revelan la historia de los presos en Guantánamo), y está más interesado en decirnos que los documentos en cuestión identifican a «granjeros, tenderos y pastores» detenidos en el penal.

Ahora estoy en Wellington, Nueva Zelanda, viendo en CNN los ataques de Saddam Hussein contra la corte de Bagdad que lo juzga. Repentinamente, el espantoso Saddam desaparece de mi pantalla. La audiencia proseguirá en secreto, lo que reducirá a esta corte marcial a una farsa. Es una vergüenza. ¿Y qué es lo que nos dice, respetuosamente, CNN? ¡Que el juez ha «decidido suspender la cobertura en medios»!

Entonces me digo a mí mismo: ¡Si tan sólo CNN y toda la prensa estadunidense hicieran lo mismo!

©The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca