El diario español El País había moderado durante un tiempo su discurso sobre Venezuela y la revolución bolivariana, temas frente a los que, recurrentemente, ha mantenido una beligerancia frontal rayana a veces en lo patético y a veces en lo histérico. Sin embargo, parece que el tiempo de vino y rosas ha concluido y vuelven […]
El diario español El País había moderado durante un tiempo su discurso sobre Venezuela y la revolución bolivariana, temas frente a los que, recurrentemente, ha mantenido una beligerancia frontal rayana a veces en lo patético y a veces en lo histérico.
Sin embargo, parece que el tiempo de vino y rosas ha concluido y vuelven a pintar en el horizonte vientos de tempestad contra Venezuela.
En este caso, El País no ha echado mano de uno de sus asalariados de plantilla -plumas, lógicamente, al servicio de la mano que les da de comer- sino que ha recurrido al «análisis» de un tercero, Norman Gall, un colaborador habitual de sus secciones de internacional con un presunto pedigrí de curtido latinoamericanista desde los años setenta y, en ese sentido, voz que se atribuye a si mismo la suficiente autoridad para hablar de lo que ocurre en Venezuela sin ofrecer la más mínima referencia a sus fuentes de información ni citar ninguna de carácter oficial. Algo que para un periódico de la seriedad y solvencia de la que, a su vez, se reviste El País no deja de ser sorprendente; mucho más cuando recurre, sin que se sepa muy bien por qué lo hace en estos momentos, a la mala traducción de los artículos que Gall publicó en un periódico brasileño conservador de segundo orden hace unas semanas[1].
Sin embargo, todo se nos desvela un poco más nítido si se repasa brevemente la biografía de Norman Gall.
Así, basta con acudir a su página personal en internet para saber que Gall fue durante unos años consultor de la empresa petrolera Exxon, precisamente, la única transnacional de los hidrocarburos que prefirió abandonar la mayor parte de su producción en Venezuela antes que migrar sus contratos de explotación al régimen de empresa mixta junto a PDVSA, la empresa petrolera estatal venezolana.
No sólo eso, Norman Gall también se desempeñó como consultor del Banco Mundial durante algunos años de la década de los ochenta, es decir, los años de la ofensiva de las políticas económicas neoliberales que esa institución, junto al Fondo Monetario Internacional, impusieron en Latinoamérica y que se encuentran en el origen de su profunda crisis social contemporánea.
Y, por si fuera poco, en la actualidad consta como Director Ejecutivo del Instituto Fernand Braudel de Economía Mundial. Este instituto tiene entre los miembros de su Comité Internacional a personajes tan relevantes como Gonzalo Sánchez de Losada -ex-Presidente de Bolivia actualmente fugado de la justicia de su país y residente en los Estados Unidos-; John Williamson -autor del decálogo de medidas de política económica de ajuste aplicados por los organismos financiero multilaterales en Latinoamérica conocido como el «Consenso de Washington»-; o Jeffrey Sachs -insigne economista que tuvo un papel estelar en el «exitoso» proceso de transición al mercado en las economías del Este de Europa tras la caída del muro de Berlín.
Pero, también, entre el listado de miembros de dicho Comité -y aquí es donde se llega a un elemento adicional que puede arrojar nueva luz sobre la orientación del discurso de Gall-, se encuentra Teodoro Petkoff. Para quienes lo desconozcan, Petkoff fue Ministro de Cordiplan (Oficina Central de Coordinación y Planificación) durante el segundo mandato de Rafael Caldera y bajo su dirección se aplicó el paquete de medidas económicas neoliberales que integraban la denominada Agenda Venezuela. Actualmente, es director de Tal Cual, diario centrado en la crítica constante y feroz al chavismo, y su nombre suena con insistencia como posible candidato de la oposición venezolana a Chávez para las próximas elecciones presidenciales.
Como nada es casual en esta cadena de ocupaciones y afectos del autor del artículo, pueden entender que el discurso sobre Venezuela que El País, pomposamente y sin ningún tipo de pudor, publica en su sección «Investigación y Análisis» tiene un evidente sesgo contra el proceso bolivariano.
Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol. A nadie puede sorprender a estas alturas que El País persista en sus posiciones y siga siendo incapaz de ocultar el malestar que le provoca el curso de la revolución bolivariana y su incidencia sobre los negocios del grupo PRISA.
Sin embargo, lo que sí aporta un plus de indignación a esta nueva entrega de su visceral enfrentamiento con Venezuela es la falta de rigor que han demostrado con la publicación de una serie de dos artículos que deberían figurar en la antología de cualquier manual del disparate periodístico por su baja calidad, por su falta de rigor, por la ausencia de referencias y fuentes solventes e, incluso, por la pésima traducción de los escritos originales.
En El País de los disparates
Los artículos, que fueron publicados los pasados 27 y 28 de marzo bajo los títulos de «La dudosa obra de Chávez» y «El caos petrolero» respectivamente, tratan de exponer lo que está ocurriendo en Venezuela y en su industria de hidrocarburos desde la llegada al poder de Hugo Chávez.
En concreto, el primero de ellos es realmente digno de lectura detenida porque durante la misma el lector atravesará distintos estados de ánimo que lo llevarán de la indignación a la hilaridad hasta la absoluta incomprensión de cómo tal sarta de disparates ha podido ser publicada en un periódico presuntamente serio.
Así, algunos pasajes incitan a la referida hilaridad, como cuando describe el golpe de estado de 2002 en los siguientes términos: «un extraño golpe producido cuando los altos mandos militares se opusieron a su orden de disparar sobre manifestación callejera de masas». El autor parece ser el único que no sabe que fue precisamente dicha manifestación popular la que presionó a los oficiales alzados en rebeldía para que devolvieran al Presidente al Palacio Presidencial y consiguió abortar el golpe de estado.
Pero es más, Gall se sorprende a continuación de que Chávez iniciara «una purga sistemática de todos los oficiales sospechosos de deslealtad». ¿Qué quería que hiciera con militares golpistas? ¿Condecorarlos?
Incluso, llega a provocar la carcajada abierta el que, en el segundo de los artículos, el autor recurra a la novela de Gabriel García Márquez, El general en su laberinto, para extraer de ella una de las frases que con cierta asiduidad pronuncia el Presidente Chávez en sus discursos cuando, parafraseando a Bolívar, afirma que «los que sirvieron a la revolución han arado en el mar». Pues bien, Gall -o su traductora-, incapaces de captar la belleza de la metáfora usada por Bolívar, han preferido una versión «postmoderna» de la misma y, en lugar de «arar en el mar» -¡a quién se le ocurre!-, la han convertido en «surcar el mar». ¿Qué les parece?
Por otro lado, el lector deberá reconocer que resulta absurda la acusación de que se está comprando equipamiento militar si va precedida de la afirmación de que esas compras están destinadas a «superar las malas condiciones operativas de los 82.000 miembros del ejército, que sufren escasez de uniformes, botas, cascos, chalecos antibalas, alimentos, camiones y munición».
O, también, cuando afirma que parte de la abstención en las elecciones a la Asamblea Nacional celebradas en diciembre del pasado año «se debió a las sospechas de que el sistema de voto electrónico permitía al Gobierno averiguar cómo votaba la gente». Frente a esa valoración Gall ignora o, peor aún, oculta que, en primer lugar, las diversas misiones de observación internacional han denunciado la falsedad de esa afirmación, calificándola de gratuita e infundada; y, en segundo lugar, que fue la retirada a última hora de las candidaturas de oposición la que provocó que los votantes sólo tuvieran una opción para elegir en las urnas.
Pero, además, el autor hace alusión a que el Latinobarómetro de los últimos 10 años muestra la fe de los venezolanos en las instituciones democráticas y, sin embargo, oculta que esa confianza se ha reforzado hasta niveles nunca vistos desde que Chávez gobierna Venezuela [2].
A la indignación del lector también le llega su momento cuando lee que «Chávez ha creado grupos militares de élite que dependen personalmente de él, al margen de las fuerzas de seguridad regulares» y, sin embargo, nada más se dice al respecto ni se cita fuente alguna.
O cuando afirma que «el cierre de la autopista está provocando graves trastornos y puede tener un enorme coste para Venezuela en términos de producción total e inflación» y, por el contrario, ninguna de ambas variables se ha resentido de momento. Por cierto, se refiere a esa carretera como una «superautopista» cuando sólo tiene dos y, en algunos tramos, tres carriles en cada sentido.
O, lo que es más grave, cuando escribe con total impunidad que «también están acusados de amasar grandes fortunas, a través de intermediarios, el ministro de Exteriores y ex-dirigente guerrillero Alí Rodríguez, el ministro de Educación Aristóbulo Istúriz, el alcalde del Gran Caracas (sic) [en lugar de Alcalde Mayor de Caracas] Juan Barreto y el ministro de Interior Jesse Chacón» y no dice quién los acusa porque, entre otras cosas, no existen procesos penales abiertos contra ellos.
Pero, finalmente, lo que con probabilidad en mayor medida llamará la atención del lector será cuando descubra que los grandes males atribuidos al Presidente Chávez en términos, por ejemplo, de deterioro de las infraestructuras o de la sanidad, Gall acertadamente reconoce de forma explícita ¡que tienen un origen previo!
Así, el peligro que amenazaba la autopista se detectó por primera vez en 1987 y, junto al de Chávez, ha habido cuatro gobiernos anteriores que no han hecho nada al respecto. Y, por su parte, y cito de forma textual, «el declive del sistema de salud pública de Venezuela se remonta a hace cuatro décadas». ¿A qué tanta alharaca entonces? ¿O es que se le puede atribuir la exclusiva responsabilidad a un presidente que durante sus seis años de mandato ha tenido que sufrir una tragedia natural como la de Vargas en 1999, un golpe de estado en 2002 y un paro petrolero al que se encadenó un paro empresarial de dos meses de duración a finales de 2002 y comienzos de 2003? ¿Tanto cuesta tener un poco de rigurosidad y atribuir responsabilidades con un mínimo sentido de proporcionalidad?
Por favor, señores responsables de El País, ya que hace tiempo que optaron por anteponer los negocios del grupo PRISA a la credibilidad de su periódico, al menos traten de engañar a sus lectores con un mínimo de rigor… es lo menos que merecen.
[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=29039
[2] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=22743
Alberto Montero Soler ([email protected]) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga y colaborador habitual de Rebelión.
Texto relacionado:
Tres antiguos textos sobre Venezuela de un editor de la revista Forbes publicados por El País
Carlos Martínez / Juan González
28-03-2006