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Otro modelo de comunicación es posible

Experiencias críticas ante la dictadura del mercado

Fuentes: www.eutsi.org

Los foros sociales de Porto Alegre (2001, 2002 y 2003) y Bombay (2004) subrayaron la necesidad vital que tiene nuestro planeta de encontrar un modelo alternativo a la globalización impuesta por las grandes transnacionales. Durante los últimos años, la consigna Un nuevo mundo es posible ha encandilado a millones de personas de todo el globo. […]

Los foros sociales de Porto Alegre (2001, 2002 y 2003) y Bombay (2004) subrayaron la necesidad vital que tiene nuestro planeta de encontrar un modelo alternativo a la globalización impuesta por las grandes transnacionales. Durante los últimos años, la consigna Un nuevo mundo es posible ha encandilado a millones de personas de todo el globo. Sin embargo, para que el sueño se haga realidad es preciso dotarse de precisas herramientas adaptadas a los nuevos tiempos. Entre otros instrumentos, resulta imprescindible forjar las bases de un nuevo modelo comunicativo distinto al actual: más ilusionante, ético, participativo y horizontal y, sobre todo, menos unidireccional, paternalista y dependiente del poder.

El presente artículo parte de la siguiente hipótesis: a pesar de las adversas condiciones impuestas por la globalización, Otro Modelo de Comunicación (OMC) es posible. Se trataría de un modelo que pondría especial énfasis en una concepción liberadora-transformadora del propio proceso de comunicación (Kaplun 1998), sin obsesionarse tanto por los resultados a corto plazo, como por la creación de las condiciones necesarias que hagan surgir un nuevo sujeto-receptor comunicativo, mucho más activo y crítico que el actual, que actuaría como auténtico motor del cambio.

El modelo imperante

Una personalidad crítica con el actual entramado mediático como es Noam Chomsky siempre ha mostrado su escepticismo ante las teorías conspirativas que achacan el poder de los medios a tramas ocultas similares a la Trilateral. En cierta ocasión, un estudiante estadounidense interrogó a Chomsky (Halimi, 1997:33): Me gustaría saber con precisión cómo la élite controla a los medios. El profesor le respondió con otra pregunta: ¿Cómo controla a la General Motors? La pregunta ni siquiera se plantea. La élite no tiene por qué controlar a la General Motors. Ésta le pertenece. Lo mismo ocurre con los medios de difusión. Hace tiempo que renunciaron a ser contrapoder para ser, directamente, parte del propio poder. No en vano, mucho antes de esta reflexión de Chomsky, el presidente norteamericano Eisenhower resumió toda su doctrina económica en una única frase: Lo que es bueno para la General Motors es bueno para los EEUU. Dicha empresa sigue siendo un gigante económico con influencia política superior a la de muchos países (…).

Los sectores financieros, industriales y políticos que gobiernan el mundo coinciden cada vez con más frecuencia en diferentes Consejos de Administración sin que, aparentemente, nadie alce su voz ante tan sospechosa confluencia de intereses. Se asume como algo natural e innato a la fiebre mundializadora que inunda la gran aldea global. En estos momentos existen en los EEUU más de 2.000 diarios, 10.000 semanarios, otras tantas emisoras de radio y más de 2.000 cadenas de televisión. Más de la mitad de dichas empresas están en poder de veinte compañías, cuya principal fuente de ingresos son -no lo olvidemos- la publicidad; esto es, los intereses particulares y no los generales de la ciudadanía. Los oligopolios informativos privados se extienden por todo el planeta. Las principales industrias culturales están en manos de gigantes transnacionales fruto de megafusiones como las protagonizadas, por ejemplo, por AOL-Time Warner o Viacom-CBS. Nuestro ocio les pertenece: la mayoría de las películas que presenciamos, los discos que consumimos, los media que contemplamos y los libros que leemos son propiedad de un reducido grupo de multinacionales ajenas a todo tipo de control político o social.

La imbricación entre los diferentes poderes es tan evidente que hasta la propia Madeleine Albright, siendo embajadora de los EEUU en la Naciones Unidas, reconoció en un alarde de sinceridad (Marthoz, 1999: 25) que la CNN era el sexto miembro permanente en el Consejo de Seguridad. Un asesor de la misma Albright, Tomas Friedman, fue incluso más lejos en su confesión, cuando, en un artículo publicado en marzo de 1999 en el NewYork Times Magazine (Taibo, 2002:238), sostuvo que la mano invisible del mercado no funcionará jamás sin un puño invisible. McDonald’s no puede extenderse sin McDonnell Douglas, el fabricante del F-15. El puño invisible que garantiza la seguridad mundial de las tecnologías de Silicon Valley es el ejército, la fuerza aérea, la fuerza naval y el cuerpo de marines de los Estados Unidos. Quizás pueda decirse más alto, pero no más claro. La OTAN es el brazo armado de la globalización neoliberal y Silicon Valley su particular Santo Grial. En el año 2000 el sector de la información y las telecomunicaciones absorbió un sexto del Producto Interior Bruto de los EEUU.

En tales circunstancias, desde una perspectiva liberadora, resulta legítimo e inevitable preguntarse: ¿existe algún resquicio para la esperanza?, ¿es invencible el poder de los media ?, y, quizás lo más importante, ¿cómo puede articularse esa hipotética alternativa?

El modelo propuesto

En mi opinión, la experiencia comunicativas del movimiento zapatista, lo acontecido en el Estado español en el caso del 11-M, el ejemplo del golpe contra Hugo Chávez en Venezuela y la panoplia de webs alternativas de Internet evidencian que por encima de las cortapisas económicas, legales e ideológicas impuestas por el actual orden informativo mundial, es posible desarrollar otro modelo de comunicación (OMC) -crítico con el pensamiento neoliberal- capaz de conseguir un amplio eco social y de alcanzar los objetivos propuestos.

El modelo de comunicación aquí propuesto tiene su razón de ser en la democracia participativa. Se trata de un modelo pluridireccional por definición que necesariamente cuestiona las funciones de todos y cada uno de los elementos que forman parte del proceso de comunicación, desde el emisor hasta el receptor, pasando por el canal, el código o la capacidad de feedback . En términos de Mario Kaplún (1998:13) diríamos que nuestro objetivo es conseguir una comunicación participativa, problematizadora, personalizante e interpelante . No olvidemos que comunicación deriva de la voz latina communis , es decir, poner algo en común con otro. Es la misma raíz de comunidad, de comunión ; expresa algo que se comparte o se vive en común (Kaplún, 1998:60).

¿Podemos definir nuestro modelo como alternativo ?, ¿quién lo define?, ¿bajo qué autoridad y con qué principios?, ¿ alternativo hacia qué o hacia quién?, ese supuesto modelo alternativo ¿es el mismo para Europa, EEUU, Japón, Africa, China o Cuba? Ante la magnitud de las dudas que se plantean, hemos optado por un término -OMC- más amplio, indefinido si se quiere, pero capaz de aglutinar en su seno todas las expresiones críticas con el patrón comunicativo -unidireccional y jerárquico-imperante en el planeta, independientemente de su contexto geopolítico. El cambio en la propiedad de los medios o la permuta de los contenidos no garantizan -por sí mismo- la existencia de OMC. La inversión del signo es condición imprescindible pero no única para conseguir dichos objetivos. Existen multitud de mensajes formalmente revolucionarios en su contenido pero absolutamente reaccionarios en su estructura, código o en los modelos narrativos utilizados, ya que aniquilan cualquier posibilidad de respuesta o interpretación por parte del sujeto-receptor. Al igual que Pericles advirtiera hace casi 2.500 años que resulta inútil tener buenas ideas si luego no se saben transmitir, hoy Umberto Eco insiste en que es imposible decir cosas nuevas sin explorar nuevas formas de decirlo .

Elementos como la ironía, la poesía, la utopía, la imaginación o la ternura son despreciados por el modelo comunicativo actual. Sin tales recursos resulta imposible mejorar nuestra expresión, cultivar la argumentación o activar la persuasión.

Asistimos a un espejismo de la imagen en el que a diario se coarta el sueño y se aniquila la Retórica, instrumento clave de cualquier proyecto comunicativo que aspire a ser liberador o transformador de la realidad. La propuesta de OMC hay necesariamente que entenderla en un sentido muy amplio. Estamos hablando de una acción básica -la comunicación.- que tiene que ver con la propia esencia del ser humano, una actividad que determina las actitudes sociales y condiciona las relaciones humanas.

Pensar y hablar de forma eficaz facilita la intervención social. El dominio de la Retórica es fundamental para cualquier proyecto comunicativo que aspire a tener incidencia social. Tal y como señalan Hernández Guerreo y García Tejera (2004:31) la Retórica, al igual que el resto de Ciencias Humanas y, sobre todo, como el resto de disciplinas del lenguaje, es inter y pluridisciplinar: está relacionada con y relaciona entre sí otras asignaturas como la Gramática, la Lingüística, la Dialéctica, la Epistemología. Es una asignatura nudo o gozne; se apoya y sirve de base a otras disciplinas como la Filosofía, la Ética, la Lógica, la Historia, la Poética, la Sociología y la Psicología . Estamos hablando del punto de apoyo, de la palanca capaz de hacer mover todo el entramado de la comunicación: la Retórica.

Junto al cultivo de esta disciplina, el proyecto de OMC descansa sobre otra premisa imprescindible: la formación de un nuevo sujeto-receptor activo, alfabetizado mediáticamente, es decir, capaz de utilizar, codificar, analizar y evaluar de forma crítica los diferentes medios de difusión – prensa, radio, televisión, vídeo, ordenador, Internet…- a los que tiene acceso. Para lo cual es preciso que materias como la Educación en Comunicación o Educomunicación se incluyan en los currículos de todas las etapas del proceso educativo. La propia Unesco determina (Sánchez Noriega, 1997:432) que la Educomunicación no es un añadido de carácter opcional o una especialización voluntariosa, sino un elemento central que en el actual sistema educativo de los países desarrollados se considera un transversal didáctico necesario dentro de los currículos escolares.

Si realmente se quiere fortalecer OMC es imprescindible dotar al receptor de lo que Habermas denominó competencia comunicativa, para que así pueda efectivamente interactuar con el emisor. No se trata de un simple accesorio o de una condición ocasional, sino de un requisito previo imprescindible para que exista auténtica comunicación. La eficacia del proceso dependerá además de la capacidad empática que tenga el emisor para ponerse en el lugar de quién recibe su mensaje, convirtiéndose el o ella a su vez también en receptor ( emirec ). Ello implica

una actitud humilde, de permanente disposición a escuchar las críticas y a ejercer la autocrítica no complaciente. Las actitudes paternalistas o ex cátedra, tan abundantes en publicaciones o medios de izquierda, impiden la reflexión, coartan la imaginación y entorpecen el diálogo.

¿Es posible llevar a cabo OMC sin tomar el poder? Pregunta recurrente en todos los foros sociales que han tenido lugar en el mundo desde Seattle hasta Bombay. No sólo es posible sino que es deseable que así suceda. Una de las máximas más certeras que han elaborado los movimientos altermundialistas invita descaradamente a ello: Don’t hate the media, become the media . Cada persona lleva en su interior un potencial comunicativo enorme que debe ser explorado, cultivado y perfeccionado. Partidos y movimientos de izquierda utilizan a menudo cuantiosos recursos humanos y económicos destinados a la creación de diarios, revistas, emisoras de radio, incluso cadenas de TV, intentando competir con medios capitalistas. Dichos intentos -loables y exitosos en ocasiones- han concluido en muchos casos su andadura reproduciendo los mismos esquemas comunicativos de los medios capitalistas a quienes critican, sucumbiendo a sus propias contradicciones internas y/o víctimas del boicot de un mercado en el que no están en disposición de competir. No es muy congruente difundir mensajes liberadores con los signos del pensamiento dominante, ya que tal y como apuntó Julio Cortázar (Kaplún, 1998:160) nuestro vino nuevo necesita odres nuevos.

La propuesta de OMC que aquí se plantea no descarta –evidentemente por su carácter abierto- ninguna posibilidad, pero sintoniza más con la filosofía esbozada por el subcomandante Marcos y el profesor John Holloway (2002) quienes sostienen que no es preciso tomar el poder para cambiar el mundo, como tampoco es imprescindible hacerse con el control mediático para poner en marcha OMC. Desde hace más de un siglo en el seno de la izquierda existe un debate soterrado sobre si -para conseguir la liberación del ser humano- es mejor la Reforma o la Revolución.

Lo cierto es que ni la socialdemocracia, ni el denominado socialismo real han sido capaces de crear ese nuevo ser humano motor del cambio social. Lenin, Rosa Luxemburg, Trotsky, Gramsci, Mao y el propio Che Guevara prioritaron la toma del poder a la forja del nuevo sujeto en base al pragmatismo revolucionario que exigía el momento. Holloway (2002:34) sostiene, sin embargo, que no se puede cambiar el mundo por medio del Estado, ya que ese realismo es el realismo del poder y no puede hacer más que reproducir el poder. Tampoco ofrece Holloway la receta maravillosa que nos ayude la búsqueda de soluciones concretas.

Proporciona, eso sí, algunas pistas derivadas de la búsqueda de una dignidad personal que lejos de llevarnos en la dirección opuesta nos enfrenta totalmente con la urgencia de la revolución (Holloway, 2002:36). Esa revolución plantea una sociedad basada en el reconocimiento mutuo de la dignidad de las personas. Holloway insiste en que la única manera en la que hoy puede imaginarse la revolución es como la disolución del poder, no como su conquista.

La propuesta de OMC aquí esbozada se plantea como parte de un proceso, que además está sujeto a múltiples contradicciones. Pretende ser herramienta útil, aparejo necesario para que el ser humano libere todo el potencial comunicativo que lleva en su interior.

Conclusión

A pesar del adverso panorama que ofrece el actual orden informativo mundial, OMC no sólo es posible sino que es absolutamente necesario para que germine una cultura altermundialista en todo el planeta. El modelo propuesto cuestiona las funciones de todos y cada uno de los elementos que forman parte del proceso de comunicación, desde el emisor hasta el receptor, pasando por el canal, el código o la capacidad de feedback. La propuesta obliga al emisor a renunciar a su función hegemónica dentro del proceso explorando al máximo su capacidad empática hacia el receptor. Ello exige una actitud humilde y abierta a la crítica.

Todo ello requiere la puesta en marcha de una nueva Pedagogía de la Comunicación que sea capaz de incrementar la competencia comunicativa del receptor hasta convertirlo en sujeto capaz de utilizar, codificar, analizar y evaluar de forma crítica los diferentes medios de comunicación. En la búsqueda de ese OMC, la Retórica práctica adquiere un papel protagónico. Pensar y hablar de forma eficaz facilita la intervención social. Todo ello exige un importante esfuerzo por adaptarse a las nuevos tiempos. Las nuevas tecnologías ayudan a la articulación de ese objetivo. Se trata, sin embargo, de un aliado cuya aportación debe ser valorada críticamente. La mitificada Sociedad de la Información, lejos de reducir, ha incrementado la brecha que separa a países infopobres e inforicos . En cualquier caso, el desarrollo de OMC es una tarea inaplazable. Las experiencias prácticas analizadas en el presente artículo demuestran que ese modelo existe, que es real, y que se ha dado desde abajo hacia arriba y no al revés. Esa ha sido, precisamente, su mejor garantía de credibilidad.

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Txema Ramírez de la Piscina, profesor de la EHU-UPV