Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Alexander Cockburn y Jeffrey St. Clair son ambos periodistas veteranos y autores que realizan la labor de denuncia de escándalos políticos y de publicar otros escritos investigativos que sólo se encuentra en publicaciones estadounidenses en línea y fuera de la tendencia dominante y en publicaciones políticas como la que publican y editan en conjunto: CounterPunch y su contraparte en la Red con el mismo nombre.
Cockburn es también un columnista regular en la revista The Nation y sus escritos aparecen regularmente en New York Free Press y en Los Angeles Times. Antes escribió regularmente para numerosas otras publicaciones incluyendo sorprendentemente la página editorial de extrema derecha del Wall Street Journal en los años ochenta cuando su difunto editor Bob Bartley decidió tener un punto de vista alternativo y por cierto obtuvo uno excepcional que era un espejo frente al despliegue de colaboradores extremistas de extrema derecha a los que daba espacio regular permanente como lo hace su sucesor actual. Cockburn también fue autor, co-autor y co-editor de 18 libros, el último de los cuales, junto con el co-autor St. Clair, es: «End Times – The Death of the Fourth Estate,» (Tiempos finales – la muerte del cuarto poder [la prensa]), que es el tema de esta reseña.
St. Clair ha sido autor, co-autor y co-editor de 10 libros incluyendo su fuerte y extraordinaria denuncia posterior al 11-S del lucro con la guerra: «Grand Theft Pentagon – Tales of Corruption and Profiteering in the War on Terror» (Gran robo Pentágono – Cuentos de corrupción y lucro en la guerra contra el terror). También ha trabajado como organizador y activista ecológico, escribe para la revista ecológica Forest Watch, el Anderson Valley Advertiser, y ha escrito para Friends of the Earth, Clean Water Action Project y Hoosier Environmental Council de su Estado nativo. Además es editor colaborador de la revista In These Times y ha escrito para The Nation, The Progressive, New Left Review y otras publicaciones.
«End Times» – Una colección de ensayos de Cockburn y St. Clair sobre el estado patético de los medios impresos dominantes.
«End Times – The Death of the Fourth Estate» [Tiempos finales – la muerte del cuarto poder] es una colección de 50 ensayos de amplia temática escritos en los últimos años bajo seis títulos por tópicos, sobre todo por Cockburn y St. Clair con unos pocos por otros colaboradores, sobre el estado patético de los medios impresos corporativos de la actualidad. Fueron dominantes en su cenit a mediados de los años setenta, en la era de los Papeles del Pentágono – Watergate pero ahora, dicen los autores, están en un estado de decadencia inevitable, según la caracterización del magnate mediático (identificado por Cockburn como «MONSTRUO A ESCALA MUNDIAL») Rupert Murdoch, de una prolongada penumbra en el mejor de los casos.
Más aún, el estado actual del cuarto poder es sintomático de la decadencia general de la sociedad con disparidades de riqueza sin precedentes, la nación involucrada en interminables guerras de agresión ilegal, gigantes corporativos depredadores que gobiernan el mundo, y nuestra democracia en un sistema de mantenimiento vital, en su camino hacia el crematorio anunciado en una cobertura en primera plana de los principales proveedores de «noticias indignas de ser impresas» de la nación. Esta reseña cubre la descripción de su decadencia por los autores, en una época que el destacado historiador Gabriel Kolko llama «el período más peligroso en toda la historia de la humanidad» cuando el tipo de noticias e información que más necesitamos no es presentado por el cuarto poder dominante, suprimiéndolas para servir al poder. La esencia y el sabor del libro están cubiertos por ejemplos selectos en una era de concentración y desregulación de los medios y de periodistas «empotrados» que se presentan como si fueran reales.
El libro apareció en días en los que la desconfianza del público hacia las noticias impresas y electrónicas tradicionales aumenta, mientras cada vez más gente, hambrienta de información real, se vuelve hacia fuentes alternativas, que incluyen un nuevo mundo vibrante en línea como CounterPunch que según los autores recibe cerca de tres millones de hits diarios, 300.000 páginas vistas, y 100.000 visitantes únicos incluyendo a 15.000 lectores militares estadounidenses estacionados en todo el mundo, una señal de que muchos miles más de estos visitan sitios similares y transmiten lo que averiguan a otras personas. Una indicación esperanzadora, pero no segura, de una creciente tendencia demasiado poderosa como para que pueda ser detenida. Más sobre eso al final.
El cuarto estado «tiembla por el poder,» señalan los autores, actuando en su lugar como «cómplices en el considerable y continuo encubrimiento de todo lo que realmente importa» lo que destruye su fiabilidad para suministrar noticias e información reales. A pesar de ello, como escribe el colaborador de «End Times» Ken Silverstein (co-fundador con Alex Cockburn de CounterPunch en 1993), hubo momentos en los que periódicos de gran formato como el Washington Post (New York Times y otros) hicieron lo que sus lectores deseaban y esperaban – su trabajo de informar sobre las noticias y en suficiente profundidad como resultado de un trabajo investigativo inimaginable en los tiempos actuales de mentiras, encubrimiento en los que el «periodismo» se ha convertido en un centro de beneficios más. Silverstein cita fines de otoño de 1974 como el momento de «triunfo supremo» del Washington Post pos-Watergate después de que los periodistas Woodward y Bernstein se llevaran los laureles por derribar a un Richard Nixon que se excedió dañándose a sí mismo, tal como George Bush trata de imitarlo actualmente.
Después de su breve período triunfal, todo ha ido cuesta abajo, con medios corporativos más concentrados y dominantes, convertidos en poco más que guardas de nuestra policía nacional de control del pensamiento que nos sirven a diario un plato repleto de estupideces y propaganda, suprimiendo las verdaderas noticias «que merecen ser publicadas» pero que casi nunca lo son, o por lo menos no se encuentran donde sea fácil verlas. Es el estado patético de la prensa impresa en la actualidad. «End Times» da en el blanco en su disección, ejemplo tras ejemplo, mostrando que hace lo que el intelectual escritor y decano de los periodistas, Walter Lippmann, calificó en su día en los años veinte de «fabricación del consenso (público)» en un Estado nominalmente democrático que no puede hacerlo por la fuerza.
«Manufacturing Consent» (Los guardianes de la libertad, en la edición española) fue el título utilizado por Edward Herman y Noam Chomsky para su fundamental libro de 1988 que explica el «modelo de propaganda» de los medios dominantes para programar la mente del público para que diga amén a cualquier agenda que sirva mejor la estructura del poder. También fue el tema que el destacado autor, académico y crítico social Michael Parenti eligió para su libro de 1986 «Inventing Reality» (Inventando la realidad) explicando como esos medios «fijan la agenda, definiendo en qué debemos creer o descreer, aceptar o rechazar, definiendo el alcance del discurso político respetable, canalizando la atención pública hacia direcciones que esencialmente apoyan el sistema político-económico existente.» En otras palabras, la idea es convertirnos en buenos ciudadanos sumisos, dispuestos a aceptar cualquier agenda deseada por los gobernantes supremos del universo aún si los intereses de estos últimos perjudican los nuestros.
En la actualidad, destacados periódicos de gran formato como Washington Post, Chicago Tribune, Los Angeles Times, y New York Times (junto con publicaciones de su propiedad) tienen un virtual control absoluto sobre la comunicación de masas impresa junto con los principales editores de revistas de gran circulación como Time y US News and World Report. Pueden utilizar su alcance e influencia (aunque esté en decadencia) para destruir el mercado libre de ideas vital para una democracia sana que en el mejor de los casos está actualmente bajo un sistema de soporte vital en gran parte por el daño que esos periódicos y revistas infligen al cuerpo político.
La caída en desgracia del Washington Post
Ken Silverstein explicó «The Fall of the Washington Post» (La caída del Washington Post) cuando Katherine Graham dirigía el periódico y en 1974 señaló que denuncias del tipo Watergate y reportajes similares ya no eran bienvenidas en la prensa y que pensaba que «se debería… tener más cuidado en cuanto a su papel.» Graham instó a un retorno a lo básico y a que los periodistas se condujeran de un modo más deferente hacia las poderosas personalidades sobre las que escribían. Y así lo han hecho, como en el caso del delegado del editor gerente Bob Woodward, famoso por Watergate, que ahora lisonjea a George Bush en libros como «Bush at War» (Bush en guerra) y «Plan of Attack» (Plan de ataque), al ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan en «Maestro,» y a otros que más vale ignorar.
Cockburn y St. Clair continúan la saga en «Woodward at Court» diciendo para empezar que: «Ha sido un otoño devastador para los que son considerados convencionalmente como los dos principales periódicos de la nación, New York Times y Washington Post.» El Times vio como su «reportera estrella» Judith Miller caía en desgracia, y el Post enfrentó el desafío de encarar los múltiples conflictos de interés de su afamado empleado incluyendo su papel anteriormente ocultado (al público y a sus jefes) en la revelación de que la mujer de Joe Wilson, Valerie Plame, trabajaba para la CIA.
En una embarazosa marcha atrás, Woodward tuvo que testificar en un testimonio de dos horas de duración ante el fiscal especial Patrick Fitzgerald, a quien denunció en la televisión la noche antes de la acusación de Lewis Libby en el caso como «una bestia de fiscal,» en su papel pos-Watergate de adulador jefe de George Bush y otros personajes poderosos de Washington. Cockburn y St. Clair especularon si la fuente de alto nivel (no revelada) para la filtración de Plame fue Dick Cheney y terminan su artículo refiriéndose a Woodward pasando de «Némesis de Nixon a salvador de Cheney,» pero lo mismo puede decirse del tipo de «periodismo» de apoyo al imperio que se encuentra por doquier en la prensa dominante, especialmente cuando se trata de temas como la guerra y la paz.
Los «perros de la guerra»
Los autores dedican toda una sección al tema, llamada «Los perros de la guerra.» Nos dicen con qué facilidad se corrompe a los periodistas para que se puedan administrar las noticias a fin de que presenten sólo informes favorables sobre algunos de los acontecimientos más atroces. Aún más sorprendente es la cita por los autores de una historia de Carl Bernstein de Rolling Stone en 1977, que estima que más de 400 periodistas estuvieron aliados de algún modo con la CIA entre 1956 y 1976, dejando a los lectores que se pregunten cuántos lo hacen ahora en la era de George Bush en la que todo es posible y la ley del país no pasa de ser un artefacto.
La «Historia secreta de la CIA» de Joe Trento, publicada en 2001 y citada en «End Times,» nos dio una idea de su dimensión al citar grandes nombres involucrados en una operación de la CIA bajo el nombre de código «Mockingbird» (sinsonte) elegido sin demasiada sutileza ya que es el nombre de un pájaro conocido porque imita los reclamos de otras aves. Destacado columnista publicado en todo el país durante todos los años setenta, Joseph Alsop fue uno de ellos junto a su hermano Stewart. Otros notables «dispuestos a promover los puntos de vista de la CIA» incluían a Ben Bradlee (Newsweek y Washington Post), James «Scotty» Reston (New York Times), Charles Douglas Jackson (Time magazine), y Walter Pincus (Washington Post), entre otros.
La sección también incluye el artículo de St. Clair «How to Sell a War» (Cómo vender una guerra). Es una lectura impactante, y tiene razón al señalar que la guerra será recordada por cómo fue vendida, no por cómo fue librada. También será recordada por presentar una causa perdida e ilegal como una noble empresa. St. Clair explica que fue una guerra de propaganda, diseñada por expertos en relaciones públicas, promovida por especialistas de la manipulación, todo apuntando a que nosotros como la audiencia elegida nos la tragáramos como si fuera leche materna – por lo menos la mayoría de nosotros durante suficiente tiempo para que la maquinaria bélica se desplegara y estuviera demasiado avanzada como para poder ser retirada – hasta que final e inevitablemente la guerra sucediera y los planes mejor preparados se hicieran papilla.
A cargo había gente como la experta en publicidad Charlotte Beers nombrada Subsecretaria de Estado para Diplomacia Pública y Asuntos Públicos (es decir propaganda previa a la guerra) por sus conocidas habilidades empresariales como «una gran diva del sesgo.» Fortune magazine la destacó entre las mujeres más poderosas de USA en 1997 por sus logros en la publicidad de Uncle Ben’s Rice y del champú Head and Shoulders. El gobierno de Bush naturalmente pensó que ella podría vender USA al mundo musulmán en su campaña Marca USA [Brand America] igual como lograba mercadear productos al por menor a consumidores ingenuos. Desplumó a los contribuyentes de colosales 500 millones de dólares en el intento, y se quedó desde octubre de 2001 hasta justo antes del comienzo del ataque de «conmoción y pavor» de marzo del 2003, pensando erróneamente que se había ganado la guerra antes de que comenzaran los verdaderos fuegos artificiales.
St. Clair explicó que decenas de millones más fueron utilizados para catequizar al público sobre el peligro para el mundo libre representado por Sadam y por qué había que removerlo antes de tener «la prueba decisiva» que como vimos resultó ser «una nube en forma de hongo» según la Consejera Nacional de Seguridad de la época, Condoleezza Rice. A la cabeza de los mercaderes de amenazas estaba el pistolero peso pesado a sueldo de la capital y «amañador de Washington», John Rendon, jefe del Grupo Rendon. Ha estado en Washington durante años y antes obtuvo la tarea del gobierno de Bush de vender los bombardeos de Afganistán, seguidos por un montón de proyectos de relaciones públicas sobre Sadam e Iraq, antes y después de marzo de 2003. Fracasó en la tarea de convencer a la ONU y a la OTAN antes de la guerra, pero no tuvo problemas en convencer al público de USA durante suficiente tiempo para que creyera que reventar a Iraq era la mejor manera de salvarlo y que así se sentiría más seguro en casa.
St. Clair también estudia el papel de otros actores en el proyecto de vender la guerra y la ocupación incluyendo el jugado por Victoria Clark, de la firma de relaciones públicas Hill & Knowlton, en su papel como secretaria adjunta de relaciones públicas de Donald Rumsfeld en el Departamento de Defensa y de otros actores surtidos en los medios como la escritora y mentirosa acabada Laurie Mylroie, Charles Krauthammer del Post, Max Boot, y el papel principal interpretado a diario en las primeras planas del New York Times sobre todo por la actualmente desacreditada y despedida Judith Miller.
Cockburn le dedicó merecidamente un capítulo. Lo intituló bien: «Judith Miller: Arma de destrucción masiva.» Por cierto que lo fue, ¡y cómo!, y se podría argüir que sin esa ex periodista del Times, ahora caída en desgracia (u algún otro en su lugar), podría no haber habido una guerra de Iraq. Miller formó parte del proyecto desde el primer día, presentando una porción diaria de propaganda en lo que el crítico de los medios Norman Solomon llama «las pulgadas cuadradas más valiosas de bienes inmuebles mediáticos en USA» – la primera plana del Times.
Miller nos presentó a Khidir Hamza, el autoproclamado fabricante de bombas de Sadam, posteriormente desvelado como impostor. Continuó haciéndolo a diario, utilizando como su fuente esencial al destacado exiliado iraquí y conocido estafador e intrigante, Ahmed Chalabi. También fue poco más que una taquígrafa/porrista del gobierno de Bush y del Pentágono, transmitiendo al público sus mentiras y engaños con suficiente eficacia como para vender una guerra, basada en mentiras del gobierno y suyas propias, que nunca habría ocurrido – y hay muchos en la estructura del poder de Washington que ahora desearían que no hubiera sido así.
Cockburn escribe sobre su persona: «Con Miller descendemos al nivel del comunicado de prensa directo. Si colocas todas las historias de Judith Miller de punta a cabo, desde fines de 2001 a junio de 2003, obtienes un cuadro desolado de una periodista con una agenda, manipuladas ambas y siendo manipuladas por funcionarios del gobierno de USA, por exiliados y disidentes iraquíes, toda un Arca de Noé de artistas de la estafa.» Y agregó que la mayor parte de lo que escribió fue «basura, basura que propulsó el impulso de propaganda del gobierno de Bush hacia la invasión… Ella sabía lo que estaba haciendo.» Una cosa que no conocía o que excluyó fue la opinión de Ben Franklin sobre las guerras de que: «No existe algo como una guerra buena y no existe algo como una paz mala.» Caso cerrado, y bien dicho respecto a una mujer que ignominiosamente recibió un Premio Pulitzer por su trabajo. Cockburn y otros solicitan que sea sonoramente retirado para completar una desacralización total.
Los campos de la muerte para periodistas independientes no-empotrados en Iraq, también fue incluida. Han sido tristemente célebres (los peores en el mundo desde lejos) con más de 130 «muertes ilegítimas» de las que se ha informado desde marzo de 2003, incluyendo las de aquellos que fueron deliberadamente seleccionados para ser eliminados por USA u otras fuerzas a fin de silenciarlos. En tiempos de guerra, la primera víctima es siempre la verdad y los «empotrados» de los medios corporativos se complacen en mantenerlo así, y el Pentágono está listo para atacar a cualquiera que informe sobre lo que Washington no quiere que se conozca. El tema es tratado en la contribución de Christopher Reed intitulada «Have Journalists Been Deliberately Murdered by the US Military?» (¿Han asesinado deliberadamente a periodistas los militares de USA? así como en ejemplos citados por Cockburn y St. Clair en sus ensayos. Reed menciona a Terry Lloyd, corresponsal de guerra sénior no empotrado de la británica Independent Television News (ITN) muerto cerca de Basora en el tercer día de la guerra. Una corte de justicia dictaminó sobre su caso calificándolo de «cuasidelito de homicidio» a manos de Marines de USA, pero el ataque deliberado en su contra es sólo uno entre muchos otros.
Al-Jazeera fue atacada por primera vez en noviembre de 2001, cuando un misil estadounidense destruyó sus oficinas de Kabul en Afganistán. No fue un accidente. El Pentágono acosa también repetidamente al canal noticioso árabe en Iraq, lo ha clausurado ocasionalmente, y en 2003 atacó sus oficinas en Bagdad desde el aire, matando a uno de sus corresponsales e hiriendo a otro. Otro caso de homicidio premeditado fue el del veterano cameraman Mazen Dana atacado por un tanque de USA a plena luz del día mientras filmaba fuera de la prisión Abu Ghraib en Bagdad. En otra ocasión, un tanque de USA disparó directamente, sin provocación alguna, contra el Hotel Palestine donde residía la mayoría de los periodistas internacionales no-empotrados matando a periodistas de Reuters y de la red española Telecinco.
Por suerte, a pesar de los evidentes peligros para su seguridad, periodistas independientes no-empotrados (como el hermano de Alex, Patrick Cockburn) publican noticias genuinas sobre la guerra, de manera que otros como Reed, A. Cockburn y St. Clair puedan difundirlas a muchos otros en USA y en todo el mundo. Nada de esto se muestra, sin embargo, en el «Periódico de Evidencia» al que los autores dedican toda una sección, con ejemplos que siguen a continuación.
El prolongado y alarmante historial del New York Times
El New York Times [NYT] gusta de llamarse el «periódico de evidencia» que informa de «Todas las noticias que merecen ser impresas.» Una etiqueta más adecuada sería que se calificara de lo más próximo en los medios comerciales a un ministerio oficial de información y propaganda. El antiguo periodista de muchos años del NYT, John Hess, lo dijo como sigue: «Nunca vi una intervención en el extranjero que el Times no haya apoyado, nunca vi un aumento de tarifas… alquiler… o de servicios públicos que no haya aprobado, nunca vi que tomara la parte de los sindicatos en una huelga o un paro forzoso, o que propugnara un amento para trabajadores mal retribuidos. Y no me lleven a hablar de la atención sanitaria universal y de Seguridad Social. Así que, ¿por qué hay quien piense que el Times es liberal?»
Cockburn también tiene mucho que decir sobre el Times, y reflexionó en su ensayo en el Times sobre Rosenthal cuando A.M. Rosenthal falleció en mayo de 2006, diciendo que él «salvó» al Times como editor ejecutivo en los años setenta realzando su cobertura y al mismo tiempo «sembrando las semillas para las actuales dificultades del Times» al acoger a gente como Judith Miller y el resto del personal del periódico que sabía lo que el jefe quería y no se atrevieron a producirlo bajo Rosenthal hasta mediados de los años ochenta, y para sus sucesores más adelante.
El Times deseaba la guerra en Iraq y sirvió generosas raciones de mentiras para lograrla con la ayuda de Michael Gordon a Miller para informar sobre historias falsas como la de los tubos de aluminio para el enriquecimiento de uranio, que era puro camelo, así como muchas otras, en un tamboreo diario de desinformación alarmista. Cuando todo comenzó a salir a la luz, lo mejor que el Times supo hacer fue lanzar unos «pocos graznidos ahogados» en un editorial de 1.100 palabras admitiendo que estaba equivocado, sin mencionar una sola vez el papel dirigente que Miller jugó al justificar la guerra, que deshonoró al Times e hizo que la despidieran.
El Times también es tristemente célebre por reescribir la historia cuando se aclara su fraudulento «primer borrador.» Lo hizo en septiembre pasado afirmando que «La ‘posibilidad’ de que Sadam Husein ‘podría’ desarrollar ‘armas de destrucción masiva’ y entregarlas a terroristas fue la razón primordial dada por Mr. Bush en 2003 para ordenar la invasión de Iraq.» Los informes de Miller sobre la existencia de evidencia clara de que las poseía antes de la guerra se convierte en sólo una «posibilidad» en el habla del Times. Este tipo de revisionismo es costumbre estándar en el NYT y un ejemplo más de su desvergonzada deferencia ante el poder.
Cockburn y St. Clair informaron anteriormente sobre un ilustre ejemplo de lo que llamaron «una de las mayores humillaciones de un periódico nacional en la historia del periodismo.» Fue sobre el papel crucial del Times en la trampa para incriminar a Wen Ho Lee desde el 6 de marzo de 1999, en la historia de James Risen/Jeff Gerth «Breach at Los Alamos» (Infracción en Los Alamos) que afirmaba que un científico de laboratorio no identificado entregó a la República Popular China secretos nucleares robados. Condujo a que Lee fuera arrestado, despedido y detenido sin fianza en confinamiento solitario durante 278 días que terminaron cuando se declaró culpable de la acusación diluida de haber bajando inapropiadamente Datos Confidenciales y cuando el juez James A. Parker pidió disculpas por el «abuso de poder» del gobierno por el que el Times nunca aceptó responsabilidad alguna.
Luego está el trabajo de Cockburn-St. Clair sobre el periodismo con guantes de seda del NYT sobre el espionaje ilegal sin mandatos judiciales de la Agencia Nacional de Seguridad, en violación de la Ley de Vigilancia de Inteligencia Extranjera (FISA) de 1978. El Times retuvo la información sobre la historia durante un año, manteniéndose mudo en deferencia al pedido del gobierno de Bush, dejando luego de lado una información completa sobre el caso, cuando finalmente lo publicó.
Podrían darse interminables ejemplos de la traición a la confianza del público por parte del Times, al servicio del poder. Un caso impresionante data del escrito en 1945 del reportero científico William Laurence sobre el Proyecto Manhattan, quien junto con su tarea en el Times estaba también en la nómina del Departamento de Guerra como consultor de relaciones públicas/porrista/propagandista que escribía comunicados de prensa sobre el programa de armas atómicas. Su trabajo era engañar al público encubriendo inicialmente lo que sucedió realmente en el primer ensayo de una bomba atómica en Alamogordo, Nuevo México. A partir de ahí, fue cosa de vender el programa, mentir sobre el horror de Hiroshima y Nagasaki en el terreno, y luego negar lo que el historiador-abogado Jonathan M. Weisgall llamaría más tarde el «silencioso terror nuclear de la radioactividad y la radiación» y el que la enfermedad por radiación mataba gente. Era un mentiroso tan bueno que ganó por ello un Premio Pulitzer y llegó a volar en el avión que bombardeó Nagasaki, describiéndolo más tarde en el Times con un sobrecogimiento religioso. Pero la duplicidad del Times no terminó ahí.
Beverly Ann Deepe Keever, en su libro de 2004 «News Zero» (Noticias cero) documentó el papel central que el Times jugó durante años más tarde creando percepciones falsas y engañosas sobre la naturaleza y los peligros de la energía nuclear en cualquier forma y los efectos letales de la radiación. Más que cualquier otra fuente, el Times engañó deliberada y falazmente al público, a las personas de opinión influyente, a los trabajadores de la producción, a los mineros de uranio, a los soldados estadounidenses expuestos a la radiación, a los isleños del Pacífico expuestos a los ensayos, y a todo el que vivía cerca de sitios de ensayos nucleares o donde se producen, procesan o utilizan materiales nucleares. Hasta hoy, poco ha cambiado en el Times y la forma en que informa sobre este tema vital se hace cómplice al ocultarlo a sus lectores.
Más ejemplos de la duplicidad del Times incluyen el apoyo tendencioso del periódico para todo lo que tiene que ver con los negocios, porque es un actor importante en la gigantesca comunidad corporativa. De modo que mostró un enérgico apoyo al NAFTA a pesar de que era obvio antes de que fuera aprobado que resultaría en la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo en sus tres países firmantes, incluyendo numerosos puestos bien remunerados en USA.
Antes, llegó tarde en historias importantes como el escándalo de Ahorros y Préstamos de los años ochenta y luego mostró poco entusiasmo en la información sobre cómo la excesiva desregulación bancaria y las concesiones a Wall Street lo habían causado. Lo mismo sucedió con la cobertura del escándalo de más de 20.000 millones de dólares del Banco de Crédito y Comercio (BCCI) en 1991, y desde marzo de 2003, no informó sobre el mal uso megamillonario de dólares del contribuyente por gente como Halliburton, Bechtel, todo el establishment de la defensa, y otros aprovechados de la guerra que se beneficiaron inmensamente con el proyecto en Afganistán e Iraq. Pero los lectores de esta reseña pueden obtener toda esta repugnante historia relatada sorprendentemente en el libro de 2005 de St. Clair «Grand Theft Pentagon» [Gran robo Pentágono] que muestra lo lucrativas que son las guerras y por qué libramos tantas.
La situación actual del principal periódico del planeta, nos dice mucho sobre la mala calidad del resto de los medios dominantes. Cockburn explicó parte del problema en su ensayo sobre Katherine Graham del Post intitulado «She Needed Fewer (political) Friends», (Ella necesitaba menos amigos (políticos). Cenaron en su casa en Georgetown y aparecieron en masa en su funeral en julio de 2001, porque ella era uno de ellos. Mucho antes de que corrompieran el Post de Graham, los negocios se hacían de esa manera en el Times, mejor recordado durante los mejores años de James «Scotty» Reston, el más influyente y más leído periodista de su época. Se paseaba con facilidad por las salas del poder, fraternizaba con sus moradores, y mancillaba su objetividad dándoles mano libre para hacer casi cualquier cosa sin temor a que él fuera a pedirles que rindieran cuentas.
En la actualidad, los valores de las elites del cuarto poder se identifican con los personajes que cubren porque son tan bien pagadas por su trabajo. Es lógico que quieran proteger sus altos salarios y posiciones destacadas no mordiendo jamás las manos poderosas que los alimentan. Ellos, y sus aspirantes más jóvenes y prometedores, tienen lo que Cockburn llama un «compás incorporado en sus cabezas» para saber qué hacer y cómo complacer al jefe. Cualquier divergencia podría significar «una retribución rápida y desastrosa» con reasignación a Siberia o a escribir obituarios, o una invitación para que se busquen otra línea de trabajo en una época en la que es difícil determinar la diferencia entre la prostitución y el así llamado periodismo al estilo de los medios corporativos.
Más ejemplos de la caída en desgracia del cuarto poder
El libro tiene un vasto alcance y está lleno de ejemplos de cómo la traición de la confianza del público por parte del cuarto poder ha precipitado su caída en desgracia. Aparte de raras excepciones, los medios dominantes nunca informaron sobre lo que los autores publicaron en su sorprendente libro de 1998: «Whiteout: The CIA, Drugs and the Press» (Tormenta de nieve, la CIA, las drogas y la prensa), sobre la larga historia de la CIA en la participación y en los inmensos beneficios del narcotráfico. En su ensayo «What You Can’t Say» (Lo que no se puede decir), Cockburn explicó que el libro «mostró la verdadera cara del Tío Sam, (que la CIA no era una agencia delincuente sino que siempre siguió los dictados del gobierno, asesinando, torturando, envenenando, drogando a sus propios subordinados, aprobando actos de monstruosa crueldad» desarrollados por nazis reclutados por USA en la posguerra).»
El periodista investigativo ganador del Premio Pulitzer, Gari Webb, también lo dijo y consiguió espacio en la prensa dominante en el periódico bandera de Knight Ridder, el San Jose Mercury News para su serie en tres partes de 20.000 palabras de 1996 «Dark Alliance» (Alianza sombría) que fue posteriormente expandida en su libro de 1999 de 550 páginas con el mismo título. Trataba de la CIA, de los Contras nicaragüenses en los años ochenta, y de la distribución de cocaína crack en Los Ángeles en la época. Provocó atención nacional y lo que los autores llaman «uno de los ataques más venenosos y estúpidos en cuanto a los hechos, contra la competencia de un periodista profesional en los tiempos recientes» por parte de sus colegas en el New York Times, Washington Post, Washington Times, LA Times, American Journalism Review, e incluso se sumó la revista «progresista» Nation, por (des)cortesía de su colaborador David Corn, que se las da de liberal pero que a menudo no actúa como tal. Le costó a Webb su carrera y su matrimonio y finalmente su vida en un aparente suicidio en diciembre de 2004, como resultado de su depresión porque su carrera estaba arruinada.
Los autores también escriben sobre la historia de «Black Paranoia» (Paranoia negra) que es fácilmente justificada por la larga historia de abusos de blancos contra negros. Un ejemplo fue el de los 600 hombres negros pobres reclutados en 1932 en Macon County, Alabama, para un estudio del Servicio de Salud Pública de USA que los utilizó como conejillos de indias. Cuatrocientos fueron infectados con sífilis, les mintieron y les dijeron que los estaban tratando para mala sangre, y sólo les dieron un suplemento de aspirina y hierro para que los investigadores pudieran controlar el progreso natural de la enfermedad. Después que la penicilina apareció como una cura en 1943, los sujetos del estudio nunca la recibieron y 100 de ellos murieron por negligencia con una sobredosis de racismo. Los autores citan a la doctora Vanessa Gamble, profesora asociada de historia de la medicina en la Universidad de Wisconsin, Madison, que dice que este tipo de experimentos datan de más de 100 años, usualmente «hechos por blancos con esclavos y negros libres» más que con blancos pobres.
Luego hay la horrible historia de fisgoneo contra negros realizado en el caso más tristemente célebre por el FBI contra Martin Luther King y en el infame programa COINTELPRO iniciado en 1956. J. Edgar Hoover dijo que era para «denunciar, desorganizar, descarriar, desacreditar o neutralizar por otros medios (queriendo decir asesinar)» a organizaciones negras como los Panteras Negras que el FBI quería destruir, lo que más o menos logró.
La incursión en la droga de Nixon y después la de Reagan-Bush-Clinton y ahora la guerra total de GW Bush en su contra es realmente una guerra sobre todo contra los negros. Ha llevado a que USA tenga la mayor población carcelaria del mundo con más de 2,2 millones, con más de 1.000 prisioneros nuevos colocados en sus jaulas cada semana en un complejo carcelario-industrial floreciente que ahora es un gran negocio que excede los 40.000 millones de dólares al año y sigue creciendo, en el que los negros constituyen la principal fuente de ingresos. Los negros representan la mitad de la población carcelaria, más de la mitad están allí por ofensas no-violentas, y la mitad de estas están relacionadas con la droga. Mientras están dentro, estos y otros prisioneros son explotados por contratistas privados como esclavos de facto por deudas convirtiéndolos en la fuente más barata y fácil de trabajo casi-gratuito que no sea esclavitud y un motivo más por el que la «paranoia negra» es real.
Muestran también otros ejemplos, con el colaborador Ishmael Reed que escribe sobre «How the (white-controlled) Media Use Blacks to Chastise Blacks» (Como los medios controlados por los blancos usan a negros para reprobar a los negros) dejando que digan y escriban el tipo de cosas que pueden permitirse con más facilidad sin que sean llamados racistas. Gran parte es para culpar a la víctima tal como funcionarios del gobierno de Reagan lo hicieron con las madres solteras negras empobrecidas, satanizándolas como «reinas de la asistencia social» para ayudar a justificar el ataque de Reagan contra servicios sociales esenciales que consideraba innecesarios.
Agréguese el modo como se realizan ahora las elecciones, con registros de votantes depurados de negros y su intimidación, como sucedió en Florida donde a muchos se les impidió que llegaran a votar, a otros no se les dejó entrar después de su llegada, y a aún más votantes negros legítimos se les obstruyó con largas filas, demasiado pocas máquinas de votar y locales que cerraban temprano para impedir que la gente negra votara «equivocado.» El cuarto poder hizo la vista gorda, pero St. Clair escribió sobre el tema en su ensayo «What You Didn’t Read About the Black Vote in Florida» (Lo que no leíste sobre el voto negro en Florida). Utilizó la caracterización que Edward Herman escogió para su libro de 1984 «Demonstration Elections» diciendo que «demostraron lo podrido que es todo el sistema» en todo el país.
Y luego existe la tortura, que los autores dicen que es tan estadounidense como la tarta de manzanas. Tiene lugar rutinariamente en el sistema interior Gulag de prisión de USA sobre el que el autor escribió en un ensayo de inicios de 2006 con el mismo nombre, llamándola un crimen contra la humanidad y una vergüenza para la nación. El cuarto poder nunca informa al respecto y se sintió abochornado cuando tuvo que hacerlo después del estallido de los escándalos de Guantánamo y Abu Ghraib, pero echó rápidamente marcha atrás una vez que pasó la excitación.
El lado de la historia en CounterPunch
La parte final del libro incluye algunas de las partes más interesantes que sólo podemos tocar brevemente aquí. Una es el ensayo de Cockburn sobre El Gran Comunicador [Ronald Reagan, N. del T.] que no necesita ser identificado fuera de la mención de lo mal que lo hizo excepto para verdaderos creyentes de la línea dura que se agarraban de cada una de sus palabras tal como lo hacen con GW Bush, como si fuera el Evangelio. En el caso de Reagan, Cockburn escribió algunas líneas clásicas que dicen «La verdad para él, era lo que él mismo decía en ese momento. Fue más lejos que George Washington ya que era incapaz de decir una mentira y era incapaz de decir la verdad, porque era incapaz de detectar la diferencia.»
Mark Hertsgaard escribió sobre la deferencia con la que la prensa trató a Reagan en su libro de 1989 «On Bended Knee» en el que explica que nunca trató de criticarlo hasta que el escándalo Irán-Contra estalló en 1986 y entonces hizo lo posible por ser indulgente. Todo fue por «un terrible presidente, que jamás fue tan popular como pretendía la prensa, que presidió sobre un carnaval de corrupción y codicia» que sólo ha sido excedido por el gobierno de Bush, hasta ahora. Pero cuando murió en junio de 2004, los medios prácticamente pasaron interminables días publicando ampulosos panegíricos, suprimiendo su cruel indiferencia por los menesterosos y el legado de tierra arrasada que dejó tras de sí en Centroamérica, Oriente Próximo, África y otras partes del mundo donde no será tan fácilmente olvidado, si algún día llegan a olvidarlo.
Gore, Clinton y Kerry son merecidamente reprobados en un trío de ensayos. Muestran a Gore como un pasado consumidor de marihuana mezclada con opio y cocaína que se presentó de otra manera en 2000, cuando los autores escribieron sobre su persona como si fuera un partidario de la línea dura, defensor del mantenimiento de la ley y el orden que apoyaba la pena de muerte, algo muy diferente de la imagen que trata de proyectar ahora como amigo del planeta. Clinton, por otra parte, quería en aquel entonces una oficina en Harlem para despojarse de su imagen como un réprobo moral y criminal de guerra pero conservar la parte falsa que lo presentaba como hombre del pueblo «que siente nuestro dolor.»
Y luego está John Kerry al que los autores dan dos veces más espacio que al ex presidente y vicepresidente combinados. Es para contar la historia del graduado de Yale de 1966, de la sociedad elitista secreta Skull & Bones [Bandera pirata], que entró a la Armada y ametralló al mundo desde su patrullero Swift en Vietnam. Al hacerlo, obtuvo las Estrellas de Plata y Bronce, tres Corazones Púrpura, y el oprobio del antiguo CNO (siglas en inglés por oficial jefe naval, Vietnam) almirante Elmo (Bud) Zumwalt por ser un cañón por la libre que mató a demasiados civiles no-combatientes y por atacar a otros objetivos no-militares. Fue tan entusiasta y descontrolado que el almirante «virtualmente tuvo que ponerle camisa de fuerza» para contenerlo, diciendo que Kerry ya tenía entonces grandes ambiciones y que su servicio en Vietnam podría acompañarlo si trataba de hacer lo mismo en la escena nacional.
El libro va mucho más lejos, desde Billy Graham, el antisemita y partidario del asesinato masivo en Vietnam si las conversaciones de paz de Paris fracasaban, al apoyo y encubrimiento de la prensa de la matanza de la Fuerza Delta en Waco, a todas las noticias favorables a la guerra que merecían ser compradas de los obsecuentes actores del cuarto poder y de profesionales de las relaciones públicas como el Grupo Lincoln contratados para colocar historias falsas en periódicos iraquíes y en la televisión al-Arabiya controlada por USA, sobre éxitos militares del Pentágono en el país, en circunstancias que el público local podía ver claramente que constituían puros inventos. Lincoln también tenía un contrato ilimitado de 199 millones de dólares para operaciones psicológicas (PsyOps) para mejorar su creatividad y la opinión pública extranjera sobre USA, especialmente sobre los militares que necesitaban todo el acicalamiento posible.
La sección final también cubrió la disputa por el (poderoso) lobby israelí que la prensa no puede admitir que existe. Cockburn dice que ha formado parte integral de la escena durante más de seis décadas y que cuestionar su existencia es como dudar que exista una Estatua de la Libertad en el puerto de Nueva York o una Casa Blanca en Pennsylvania Avenue. Parte del trabajo del lobby es suprimir verdaderas noticias sobre Palestina. Cockburn dice que escribió por primera vez sobre el tema en 1973 y que siguió después denunciando actos injustificables de Israel: asesinatos diarios, incluyendo asesinatos selectivos, confiscaciones de tierras, demoliciones de casas, tortura, asentamientos ilegales en tierras ocupadas y una multitud de otras interminables degradaciones humanas para limpiar étnicamente todas las partes de Palestina que los israelíes quieren para sí. Trate de encontrar noticias al respecto en «El Periódico de Evidencia». Sería sólo posible si una publicación llamada el Times operara en otro planeta e hiciera lo que los periodistas deberían hacer en éste – su trabajo.
Hay mucho más que esta reseña no puede incluir, así que terminará con un aguijonazo bien merecido para un objetivo digno, antes de algunos comentarios finales. Es el artículo de Cockburn llamado «Murdoch’s Game» (el juego de Murdoch) sobre el ponzoñoso rey de los magnates mediáticos al que el autor califica (como dije anteriormente) un «MONSTRUO A ESCALA MUNDIAL.» Escribe sobre lo que el distinguido periodista crecido en Australia Bruce Page dijo en su crónica intitulada «The Murdoch Archipelago» (El archipiélago Murdoch). Contiene material que los partidarios de Murdoch no querrían ver repetido en un ambiente pulido, sobre «uno de los bellacos del mundo (y) pirata global» al que apoyan sin duda por sus algaradas en la esfera mediática con las que advierte a los dirigentes mundiales de lo que espera que hagan y lo que está dispuesto a ofrecer a cambio.
La esencia del libro de Page es que la tesis central de Murdoch es que quiere privatizar «un servicio de propaganda estatal, manipulado sin escrúpulos y sin respeto por la verdad» a cambio de «vastos favores gubernamentales como ser alivios impositivos, facilidades regulatorias y monopolistas» con el máximo de libertad contra la posibilidad de que sus competidores obtengan demasiado de lo que Rupert Murdoch pretende para sí mismo. El problema es que por lo general se sale con la suya, sobre todo en sitios que son más importantes para los principales mercados y el mayor potencial de beneficios en un negocio en el que la información con noticias exactas ha sido descartada y todo lo que cuenta es la sociedad con gobiernos que asegure ingresos crecientes. Cockburn resume «Murdoch’s Game» en la cita introductoria de Otelo: «He rendido un cierto servicio al Estado, y lo saben.»
Algunos pensamientos finales sobre lo que nos espera
Al comenzar esta reseña, señalé el hambre del público por noticias e información genuinas que lo llevan a orientarse hacia publicaciones progresistas y sitios en línea en la Red que las suministran a audiencias crecientes, desilusionadas con lo que no encuentran en los medios dominantes. ¿Pueden ser criticados estos últimos? El material mencionado ofrece suficientes ejemplos que lo justifican.
Pero a medida que las fuentes alternativas de noticias ganan en prominencia e influencia, se forman líneas de batalla para preservarlas y mantenerlas libres del control estatal o corporativo. Es la batalla por la Neutralidad de la Red que nos enfrenta a nosotros, el público, contra los gigantes de las telecomunicaciones, de la radiodifusión y del cable, y lo que está en juego es la última frontera mediática de un Internet libre y abierto que representa la mejor esperanza de resucitar una democracia cada vez más floja, que ahora en el mejor de los casos se encuentra en un sistema de mantenimiento vital. La defunción de HR 5252 en el Senado (la así llamada Ley Contra la Neutralidad de la Red) en el Congreso 109 significa que corresponde al actual Congreso 110 solucionar el problema, sea manteniendo Internet libre y abierto o permitiendo que sea explotado por depredadores corporativos para obtener beneficios comerciales y permitirles que controlen su contenido para suprimir materiales como esta reseña.
Los gigantes comerciales gastan 500 veces más de lo que gastan los defensores del interés público, pero los ciudadanos preocupados se defendieron inundando el Congreso 109 con más de un millón de cartas (y lo hicieron de nuevo en el 110 con más de 1,6 millones) y salieron a las calles en 25 ciudades para entregar peticiones «Salven a Internet» a sus senadores el verano pasado, exigiendo que se opongan al intento corporativo de destruir la Neutralidad de la Red y que establezcan un área pública de información libre y abierta por Internet. Es posible ganar en este tema, pero sólo con muchas más cartas, correos, llamados telefónicos y acción innovadora de un público entusiasmado y movilizado que no está dispuesto a permitir que las empresas o el gobierno le arrebaten lo que ya nos pertenece y que no podemos aceptar que se pierda.
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Stephen Lendman vive en Chicago. Correo: [email protected].
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