Traducido por Chelo Ramos
Los diccionarios definen la «prensa amarillista» como aquella que de forma irresponsable y sensacionalista distorsiona, exagera o falsea la verdad. Se trata de información engañosa o desinformación que se disfraza de verdad para aumentar la circulación y el número de lectores o para otros fines, como favorecer intereses del estado o de las corporaciones. Los principales medios de USA sobresalen en ello, pues en su papel de policías encargados de controlar el pensamiento producen una dieta diaria de ficción que presentan como noticias e información verdaderas. El liderazgo entre los medios impresos y electrónicos privados lo tiene el New York Times, que publica «todas las noticias dignas de publicación» según sus estándares. En sus páginas no se encuentra verdadero periodismo, pues sólo aceptan el falso. Su misión primordial es actuar como el principal instrumento de propaganda del Estado, lo más parecido a un ministerio de información y propaganda en este país.
Sin ninguna ayuda, el Times destruye «el mito de la prensa liberal», que es también el título (The Myth of the Liberal Media) del libro de Edward Herman (1999) sobre «los medios iliberales», el sistema de mercado y lo que se hace pasar por democracia en USA, denominada por Michael Parenti «democracia para unos pocos» en el libro de ese título, cuya octava edición fue publicada a principios de este año.
En su libro, Herman escribe acerca del «modelo de propaganda» que él y Noam Chomsky presentaron y desarrollaron hace 11 años en su obra fundamental, «Manufacturing Consent» («Los guardianes de la libertad», en español). En ese libro explican cómo los medios dominantes usan esta técnica con el fin de programar la mente del público para que acepte cualquier programa que beneficie los intereses de los ricos y los poderosos. Así, las guerras imperiales de agresión se presentan como guerras de liberación, intervención humanitaria y democratización de naciones sin democracia. No importa que en realidad se hagan para obtener nuevos mercados, recursos como petróleo y mano de obra barata pagada con dinero de los contribuyentes que debería usarse para cubrir necesidades sociales básicas. En «The Myth of the Liberal Media», Herman explica que el «modelo de propaganda» se concentra en «la desigualdad del dinero y el poder» y en cómo quienes los tienen en abundancia pueden «filtrar las noticias aptas para publicación, marginar la disidencia y asegurar que el gobierno y los intereses privados» controlen el mensaje y lo hagan llegar al público. Esto se hace a través de una serie de «filtros» que eliminan lo que debe suprimirse y «solamente dejan el residuo limpio (aceptable), apto para publicar» o para transmitir electrónicamente. La «democracia para unos pocos» de Parenti es la democracia al estilo de USA con la que los demás debemos cargar.
Existen libros que describen cómo el New York Times, desde hace muchas décadas, ha traicionado la confianza del público para servir exclusivamente los intereses de las elites. Juega el papel del medio más importante e influyente que disemina propaganda estatal y empresarial en la nación y el mundo. En términos de influencia mediática, el Times no tiene parangón y su prominente primera página es lo que el crítico de los medios Norman Solomon denomina «el centímetro cuadrado de inmueble mediático más costoso de USA» -o, más precisamente, del mundo-. Los ejemplos de la duplicidad del Times son infinitos y se encuentran en sus páginas a diario. La vergonzosa saga de Judith Miller es sólo la demostración más reciente de hasta dónde pueden llegar, pero Miller tuvo predecesores y aunque se fue cuando cayó en desgracia, la historia continúa. A lo largo de los años, no ha habido una guerra de agresión emprendida por USA que no haya contado con el apoyo del Times. Nunca le ha preocupado que la CIA actúe como una banda de matones al estilo de la mafia, que derroque presidentes elegidos democráticamente, que asesine jefes de Estado extranjeros, que mantenga dictadores, que financie y entrene ejércitos secretos de paramilitares y escuadrones de la muerte y que ahora secuestre personas para hacer con ellas «entregas extraordinarias» a cárceles donde las torturan, algunas de las cuales manejadas directamente por la CIA y todas bajo sus órdenes. Tal como señala Chalmers Johnson, la CIA es un estado dentro de otro estado que funciona como el ejército privado del presidente, no le rinde cuentas a nadie, tiene poderes que nadie controla y un presupuesto secreto casi ilimitado, que según se ha descubierto alcanza los 44 mil millones de dólares anuales. La existencia de la CIA amenaza la democracia, pone en peligro la supervivencia de la República y hace imposible la noción de una sociedad libre. Esto no es un problema para el New York Times. Este periódico trabajó estrechamente con la CIA desde 1950 y permitió que algunos de sus corresponsales en el exterior fuesen agentes o colaboradores de la CIA, y no hay duda de que sigue haciéndolo. Al Times tampoco le preocupa la descomposición social que vive el país, la disparidad sin precedentes en la distribución de la riqueza, que el gobierno se burle del estado de derecho, que exista de facto un estado con un partido único de dos ramas y un presidente que usurpa poderes «ejecutivos unitarios», para quien la ley es lo que él dice, lo que lo convierte en un dictador. Se puede decir que este periódico reverencia la corrupta alianza entre el gobierno y las corporaciones, y hace mofa de cualquier noción de democracia de, por o para el pueblo. Ése es el estado de los «medios liberales» de la nación que tienen su casa matriz en el edificio del Times en Nueva York.
El New York Times contra Hugo Chávez
Este artículo se centra en un ejemplo entre los muchos, igualmente siniestros y perturbadores, de la duplicidad del Times: la maliciosa campaña de propaganda en contra del presidente de Venezuela Hugo Chávez, que este autor considera el principal modelo de dirigente democrático en el planeta, aunque no es perfecto, ni él ni nadie. Esaes la razón por la cual, después de los «terroristas islamofascistas», Chávez es prácticamente el «enemigo número uno» en la lista de víctimas del Times y de Washington. Venezuela es un país rico en petróleo y Chávez es la mayor de todas las amenazas a que se enfrenta USA: un buen ejemplo que se propaga. Su gobierno demuestra cómo funciona la verdadera democracia social y expone la falsedad de la usamericana.
Esto es algo intolerable para los amos del universo y su principal defensor mediático, el New York Times, que siempre lleva la batuta mediática para que el mundo sea seguro para los ricos y poderosos. Así, el 6 de junio el Times desenterró a Alejandro Toledo, ex presidente peruano y el primero de origen indígena en la historia de ese país (2001-2006). En su campaña electoral prometió a los peruanos un gobierno popular, crear nuevos puestos de trabajo, satisfacer las necesidades sociales extremas de los pobres del país y poner fin a los años de corrupción y al gobierno de mano dura de Alberto Fujimori, que ahora está acusado de corrupción y violación de derechos humanos.
Toledo no mejoró nada, por el contrario, fracasó en todos los aspectos y promovió las mismas políticas neoliberales que había prometido terminar. Siguió el programa de Washington en lo referente a las privatizaciones y la eliminación de controles gubernamentales, las órdenes del FMI/Banco Mundial, el servicio de la deuda y el desprecio absoluto por las necesidades sociales básicas de su pueblo. También incurrió en corrupción y en su gobierno se usó la violencia contra las manifestaciones de protesta y la tortura en las cárceles contra los sospechosos de delitos y se amenazó o atacó a docenas de periodistas por criticarlo a él o a otros políticos. Nada de esto representa un problema para el New York Times, que el 6 de junio publicó el artículo de opinión de Toledo titulado «Silencio = Despotismo». En ese artículo Toledo expresa que «la democracia política sólo se arraigará en América Latina cuando esté acompañada de democracia económica y social … y nuestros sistemas políticos sean libres y justos para todos.» Como presidente de Perú, obstaculizó los intentos de hacer lo que ahora defiende. Toledo continúa diciendo que «nuestros ciudadanos» deben ser escuchados y que si la libertad de expresión se restringe en un país, «el silencio podría esparcirse a otras naciones», señalando con su dedo hipócrita directamente a Hugo Chávez.
Los venezolanos, según él, «están en las calles enfrentándose a la represión. Valientes estudiantes levantan las banderas de la libertad y rechazan hipotecar su futuro quedándose callados.» Pronto llega a su objetivo al señalar, con respecto a la no renovación de la concesión a RCTV para operar el canal 2 de la frecuencia VHF, que «no se trata solamente de un canal de TV. El presidente Chávez se ha convertido en una figura desestabilizadora en la región, porque piensa que puede silenciar a cualquiera cuyas ideas se le opongan, a través de la represión o de decretos gubernamentales.» Luego hace un llamado a otros líderes latinoamericanos para que hagan frente al «autoritarismo» y «defiendan la solidaridad continental», y cita su propia presidencia y cómo «nunca se (le) ocurrió silenciar a esas empresas mediáticas ni nacionalizarlas». El sucio historial de la presidencia de Toledo pone al descubierto su vergonzosa hipocresía en el artículo del Times. Toledo hizo mucho más que tratar de silenciar a sus críticos, no se dio por enterado cuando se los atacó ni cuando al menos dos de ellos fueron asesinados. El New York Times conoce ese historial, pero suprimió las peores partes cuando Toledo era presidente. Ahora le da un espacio importante para que denuncie la democracia social de Hugo Chávez y su derecho legítimo a no renovar la concesión a un canal de televisión que incurrió repetidamente en actos de sedición. RCTV abusó continuamente de su derecho a usar el espectro radioeléctrico. Apoyó los intentos por fomentar la insurrección para derrocar el gobierno elegido democráticamente. Toledo ignora todo esto y afirma que como presidente de Perú siempre fue «respetuoso de las opiniones» que diferían de la suya. «Nunca estaré de acuerdo con aquellos que prefieren el silencio en lugar de voces disonantes. Aquellos… que acogemos la libertad y la democracia debemos estar listos para solidarizarnos con el pueblo venezolano», dice Toledo. Lo que no dice es a quién se refiere, pero no es al 70% o más que apoya a Chávez. Además, al no denunciar los actos ilegales de RCVT los condona. También olvidó que su sucesor, Alan García, ilegalmente silenció dos televisoras y tres emisoras de radio, al parecer por apoyar una huelga legal a la que García se oponía.
El New York Times no ha dejado de arremeter contra Hugo Chávez desde que fue elegido con el mandato de hacer de la democracia social participativa la piedra angular de su presidencia. Esto es anatema para Washington y para su principal aliado mediático, el New York Times. Desde 1999, cuando asumió la presidencia, el Times ha acusado a Chávez de oponerse al Área Libre Comercio para las Américas (ALCA) propuesto por USA, sin explicar que adoptarla habría significado entregar el país al gran capital a expensas del pueblo. Después de su elección en diciembre de 1998, Larry Roher, reportero de Times Latin America, escribió: «Los presidentes (latinoamericanos) miran por encima de sus hombros (preocupados por el) espectro… que la elite dirigente de la región creía haber enterrado: el del populista demagogo, el hombre fuerte a caballo conocido como caudillo.» Luego el Times denunció a Chávez por usar petrodólares para ayudar a sus vecinos, equiparando la solidaridad, la cooperación y el respeto por la soberanía de otras naciones con la subversión y la compra de influencia. También lo criticó por aumentar las regalías y los impuestos a los inversionistas extranjeros, sin molestarse en explicar que con ello se ponía fin al injusto tratamiento preferencial que se les había otorgado durante muchos años y que ahora debían pagar lo que justamente les correspondía. También arremetió en su contra por querer que los recursos del país beneficien principalmente al pueblo y no a las compañías petroleras y a otros inversionistas extranjeros, como sucedía antes de que Chávez asumiese el poder, y eso es algo que no se puede tolerar ni en Washington ni en las páginas del New York Times.
Cuando el pasado 1 de mayo PDVSA, la estatal petrolera, se convirtió en accionista mayoritario, con una participación mínima del 60%, en cuatro proyectos de la Faja del Orinoco, el Times atacó furiosamente a Chávez. Condenó su «fanfarronería revolucionaria (y su) ambicioso (plan) de quitarle a compañías de USA y Europa el control de varios importantes proyectos petroleros, lo que hace prever una confrontación en el futuro por estos codiciados recursos energéticos…», Lo que no se menciona es que estos recursos le pertenecen al pueblo venezolano. El Times también acusa a Chávez de permitir que «la política y la ideología» lleven a una confrontación USA-Venezuela para «limitar la influencia usamericana en el mundo, comenzando en los campos petroleros de Venezuela.» Lo llama «demagogo que crea ruina y desacuerdo, provocador (y) futuro Fidel Castro.» Disfrutó el abortado golpe de 2002 que derrocó a Chávez por dos días, al que denominó «renuncia» y gracias al cual Venezuela «ya no estaría amenazada por un aspirante a dictador.» Informó que Chávez «había salido (y había sido reemplazado por un) respetado hombre de negocios» (Pedro Carmona, el presidente de Fedecámaras, la Federación de Cámaras de Comercio de Venezuela). Claro que no dijo que Carmona había sido escogido por Washington y por la oligarquía venezolana para hacer lo que le ordenasen a expensas del pueblo. Carmona dejó clara su calaña al suspender de sus cargos a los miembros de la Asamblea Nacional, que habían sido elegidos democráticamente, y eliminar las reformas constitucionales de la revolución bolivariana, reinstauradas de inmediato cuando Chávez reasumió la presidencia. Carmona huyó y solicitó asilo político en Colombia, de donde quiere extraditarlo el Tribunal Supremo de Venezuela, que lo acusa de rebelión civil. El Times tampoco informa que en enero de 2003 tuvo que despedir a uno de sus reporteros venezolanos, Francisco Toro, cuando Fairness and Accuracy in Reporting (FAIR) reveló que se trataba de un activista antichavista que se hacía pasar por periodista objetivo.
Volviendo al presente, el Times dice que para consolidar sus poderes dictatoriales Chávez cierra RCTV y silencia a sus críticos. Lo describe como un hombre fuerte latinoamericano que promueve la lucha de clases con retórica socialista. Se pregunta por cuánto tiempo aguantarán los venezolanos la destrucción de sus libertades democráticas. Señala «que hay pruebas de que el concepto de enemigo que tiene Chávez se ha ampliado y ahora incluye a los medios de comunicación que… critican a su gobierno… y su control de extiende más allá de las instituciones políticas.» Esto marca un «cambio con respecto a los primeros tiempos de su presidencia, cuando (también) se enfrentó a críticas virulentas» de los medios. El Times especula sobre cuán brutal se volverá en su afán de silenciar críticos y aplastar protestas y se pregunta a quién utilizará para hacerlo. Luego plantea si Chávez no habrá hecho ya lo suficiente para que quienes se le oponen sean tantos que se vea obligado a pasar el punto que inevitablemente lo llevará a perder credibilidad. ¿Podría ser éste el mal disimulado esfuerzo del Times por hacer realidad sus deseos a través del poder de la sugestión?
Roger Lowenstein, columnista de negocios del Times, está decidido a hacer que esto ocurra. Advierte, sin ninguna prueba, que Chávez «militarizó el gobierno, mutiló los tribunales del país, intimidó los medios de comunicación, erosionó la confianza en la economía y desnaturalizó las que hasta entonces habían instituciones democráticas». Hay que darle la vuelta a estas palabras para saber la verdad que Lowenstein nunca dirá: que Chávez no ha militarizado nada. Que puso a un ejército subutilizado a trabajar en el Plan Bolívar 2000, a construir casas para los pobres y carreteras, a implementar planes masivos de vacunación y, sobre todo, a satisfacer las necesidades del pueblo, no a invadir y ocupar otros países ni a amenazar con destruir a otros que no «cooperan» lo suficiente. Los tribunales venezolanos actúan con independencia del Presidente y de la Asamblea Nacional. Los medios son los más libres y abiertos de la región y del mundo, y la mayoría son propiedad de empresas privadas, como sucede en casi todo el planeta. Además, la economía ha tenido un auge de tal magnitud que el Financial Times ha dicho que los banqueros estaban «de fiesta» y el país nunca había tenido una verdadera democracia hasta que Hugo Chávez la hizo florecer.
El reportero del Times Simón Romero no es mucho mejor que Lowenstein y otros que hacen propaganda disfrazada de periodismo en su cobertura de Venezuela, lo que incluye la cobertura de las protestas callejeras por el «cierre» de RCTV. Romero pintó lo que sucedía en las calles de Caracas como un levantamiento de protesta en contra de Chávez con «imágenes de la policía empuñando sus armas» para intimidar a quienes protestaban. Destacó que los críticos de Chávez afirmaban que «permitir el vencimiento de la concesión de RCTV equivale a no permitir el disenso en los medios de comunicación.» Citó a Elisa Parejo, una de las primeras estrellas de telenovelas de RCTV, cuando dijo que «lo que estamos viviendo en Venezuela es una monstruosidad, es una dictadura».
También citó al periódico derechista El Nacional, que describe la decisión sobre RCTV como «el fin del pluralismo» en el país. Asimismo, citó a Gonzalo Marroquín, presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) que agrupa a los dueños de medios privados, quien dijo que Chávez » quiere uniformar el derecho a la información y hace que se presente un panorama muy sombrío para todo el continente». Inventó resultados de encuestas cocinadas por las empresas según las cuales «la mayoría de los venezolanos se opone a la decisión tomada por el Sr. Chávez de no renovar la concesión a RCTV», cuando la verdad es todo lo contrario, como lo demostraron las marchas a favor y en contra de la decisión. Las de apoyo a Chávez minimizan con mucho las de oposición. Pero esto no lo informa Romero ni los otros corresponsales del Times. Si alguno intentase hacerlo, terminaría escribiendo obituarios.
En febrero pasado, Romero montó un escándalo con la compra de armas por Venezuela, haciéndolo parecer como si Chávez amenazase la estabilidad de la región y se estuviese preparando para bombardear o invadir Miami. El incendiario titular de Romero decía: «El gasto de Venezuela en armamento se dispara a los primeros lugares del mundo». Comenzó diciendo que «el gasto en armas de Venezuela se incrementó en más de cuatro mil millones de dólares en los últimos dos años, para ubicarse como la principal nación latinoamericana compradora de armamento», e incluye sugerentes comparaciones con Irán. El reportaje revela que la información proviene de la US Defense Intelligence Agency (DIA) (Agencia de Inteligencia de la Defensa). La poca fiabilidad de la fuente hace que se cuestione la veracidad de la información y lo que pueda haber tras ella.
La cifra mencionada se refiere solamente a lo que Venezuela gasta en armamento, no a su gasto militar total. Los que no se menciona es que el gasto militar de Venezuela es menos de la mitad del de Argentina, menos de una tercera parte del de Colombia y una duodécima parte del de Brasil, según las cifras del Center for Arms Control and Nonproliferation (Centro de Control y No Proliferación de Armas), que sitúa a Venezuela en el lugar 63 en gasto militar en el mundo. El Centro también informó que el presupuesto militar de Venezuela en 2004 fue de mil cien millones de dólares, lo que convierte a la cifra de la DIA dada por Romero en falsa y en un intento por dibujar a Chávez como una amenaza regional que debe ser contrarrestada. El gasto de Venezuela también es sobrepasado por el del Pentágono en una proporción de 500 a uno, o aún más, dependiendo de cómo se calcule el gasto militar y de seguridad interna de USA, con todos los costos secretos y los que no son publicados.
El 12 de junio, Venezuelanalysis.com reprodujo un artículo de Oil Wars en el que se informa que el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) asegura que el gasto militar de Venezuela en 2006 fue de mil novecientos millones de dólares. El autor del informe aclara que, dado su escepticismo, decidió comparar esta cifra con la contenida en la Memoria y Cuenta del Ministerio de la Defensa venezolano para ese año. Dicha cifra es de 1.977.179.79.000 Bs., lo que equivale a 919.618.000 dólares. A ese monto deben sumársele otros mil noventa millones de dólares que el Ministerio de la Defensa obtuvo del Fondo de Desarrollo Nacional (FONDEN). El resultado es que el gasto del país en 2006 fue de dos mil millones de dólares. Robert Higgs, experto del Independent Institute, ha calculado que el gasto en defensa de USA para el ejercicio fiscal 2006 fue de 934.900 millones de dólares, lo que significa que el gasto del Pentágono sobrepasa al de Venezuela en una proporción de 500 a uno. Higg incluye presupuestos separados para los Departamentos de Defensa, Energía, Estado, Asuntos de los Veteranos, Seguridad Interior, el Fondo del Tesoro para el Retiro de los Militares y otros presupuestos menores relacionados con la defensa, más los intereses imputables a desembolsos pasados por concepto de defensa financiados con endeudamiento, pero omite los presupuestos no registrados ni los presupuestos secretos de inteligencia para la CIA y la Agencia Nacional de Seguridad (NSA).
Volviendo al Times y a Romero, está claro que sus reportajes pretenden lo mismo que los reportajes sobre las armas de destrucción masiva de Iraq y los que dicen que el programa nuclear de Irán representa una amenaza de tal magnitud que amerita sanciones y la respuesta militar de USA. Romero está en perfecta sintonía con el candidato del gobierno de Bush para ocupar la presidencia del Banco Mundial, el neo conservador Robert Zoellick, quien el 16 de junio, durante una visita a Ciudad de México, arremetió contra Hugo Chávez y advirtió que Venezuela «es un país donde los problemas económicos están creciendo y, tal como estamos viendo, del lado político no se está moviendo en la dirección correcta».
Romero también ha emprendido una campaña de propaganda, como puede constatarse en su artículo del 17 de mayo, titulado «La esperanza y el miedo chocan en Venezuela». Según Romero, «los invasores llegan antes del amanecer con machetes y rifles, rodean las bien ordenadas filas de caña de azúcar y amenazan con matar a quien interfiera. Después, le prenden fuego a los cultivos y declaran que la tierra es suya». Sigue diciendo: «Chávez está llevando a cabo lo que podría convertirse en la mayor redistribución forzosa de tierras en la historia de Venezuela, construyendo utópicas aldeas para los invasores, prodigando dinero para nuevas cooperativas y enviando unidades comando del ejército a supervisar propiedades confiscadas en seis estados». La violencia ha acompañado las confiscaciones, dice Romero, «con más de 160 campesinos muertos por sicarios en Venezuela. También han sido asesinados ocho hacendados…». Tanto campesinos como otros venezolanos han sido asesinados desde que Chávez asumió la presidencia, pero la mayoría de los asesinatos han sido cometidos por paramilitares financiados por los gobiernos de USA/Colombia que operan en Venezuela. Claro que Romero no dice nada sobre esto, pero utiliza su retórica para que parezca que en Venezuela está en marcha una insurrección armada que de manera forzosa e ilegal confisca la tierra a sus legítimos propietarios. Lo que ocurre, en realidad, es muy distinto. Hugo Chávez anunció por primera vez su plan de recuperar las tierras improductivas cuando se promulgó la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario en noviembre de 2001. La ley establece límites a la tenencia de grandes extensiones de tierra, grava las tierras no utilizadas, redistribuye las tierras improductivas propiedad principalmente del Estado para entregarlas a familias campesinas y cooperativas y expropia los latifundios privados con tierras no aprovechadas, pero paga a sus propietarios el precio del mercado. Entonces, en realidad, el Estado no confisca nada, sino que compra tierras baldías a los latifundistas y les paga por ellas, de manera que los campesinos sin tierras puedan poseerlas y usarlas de manera productiva por primera vez en la historia de Venezuela, con lo que todos se benefician de manera equitativa.
Romero no explica nada de esto en su artículo, aunque sí reconoce que antes de 2002 «alrededor del 5% de la población era propietaria del 80% de las tierras privadas del país». Al omitir lo más importante, Romero distorsiona la verdad lo suficiente como para asegurarse de que sus lectores no la conozcan por sus artículos. Como tampoco la conocerán por los artículos de los demás corresponsales del Times si los hechos entran en conflicto con los intereses del imperio. Eso es lo que hemos llegado a esperar del «diario con el más alto estándar de periodismo», que nunca deja que la verdad interfiera con los intereses del poder y el dinero, e incluso miente por esos intereses. La vergonzosa forma de informar sobre la Venezuela gobernada por Hugo Chávez no es más que uno de los muchos ejemplos de la duplicidad del Times y de la ausencia de respeto a sus lectores desde hace varias décadas.
John Hess, ex periodista del Times, lo denunció en estos términos: «Nunca supe de una intervención a otro país que no fuese apoyada por el Times, nunca supe de un aumento de tarifas de transporte… alquileres… o servicios con el que el Times no estuviese de acuerdo, nunca supe que estuviese del lado de los trabajadores en una huelga o paro patronal o que estuviese a favor de un aumento de salarios para trabajadores mal pagados. Y no me hagan hablar sobre el servicio universal de salud o el Seguro Social. Entonces, ¿por que hay quienes creen que el Times es progresista? ¿Y por qué pensar que lo que denomina noticias e información es algo distinto de propaganda a favor de los intereses imperiales a los que sirve?»
Robert McChesney and Mark Weisbrot lo explican muy bien en su artículo «Venezuela y los medios», publicado el 1 de junio en CommonDreams.org (en español en cepr.net), cuando señalan: «la cobertura de los medios usamericanos (con el Times a la cabeza) sobre la controversia de la RCTV venezolana (y sobre casi todo lo demás), dice más sobre la deficiencia de nuestros propios medios de comunicación que sobre Venezuela. Demuestra, una vez más, la manera en que nuestros medios de información están más que dispuestos a seguir la línea de Washington (y de las corporaciones a cuyos intereses sirve) que a investigar e informar la verdad de lo que sucede.» En el Times, la primera víctima siempre es la verdad, especialmente cuando la nación está en guerra.
Fuente: http://www.counterpunch.org/lendman06202007.html
Chelo Ramos es miembro de Cubadebate , Rebelión y Tlaxcala , la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor, al revisor y la fuente.