A veces, los portavoces del Imperio, que no otra cosa son, también, sus parlamentarios, nos regalan declaraciones como las que el senador demócrata Kent Conrad, uno de los dos congresistas impulsores de la propuesta de aumentar la recompensa por Ben Laden, evacuó, y nunca mejor dicho, en estos días: «Independientemente de que capturemos a Bin […]
A veces, los portavoces del Imperio, que no otra cosa son, también, sus parlamentarios, nos regalan declaraciones como las que el senador demócrata Kent Conrad, uno de los dos congresistas impulsores de la propuesta de aumentar la recompensa por Ben Laden, evacuó, y nunca mejor dicho, en estos días: «Independientemente de que capturemos a Bin Laden o que lo matemos, ya va siendo hora de que sea llevado ante la justicia».
Personalmente no veo cuál pueda ser el interés de llevar ante la justicia a un hombre muerto o, si se quiere, «matado» para que responda por los crímenes que le imputa el Imperio a quien fuera su criatura, su «paladín de la libertad» que diría Reagan. No imagino pena más grave urdida por el más severo tribunal que la que el senador demócrata y juez supremo ya ha dado vista para sentencia pero, pudiera ser, los estadounidenses son así, que al Bin que fuera Ben, le sienten el cadáver en un estrado y, fallada la causa, lo vuelvan a condenar, antes de electrocutar sus restos. El que el cadáver se niegue a utilizar su derecho a defensa o renuncie a ejercer la última voluntad del condenado, queda a su libre albedrío y confirma hasta qué punto es eficiente la justicia estadounidense. Necesario sería, en cualquier caso, que encuentren su cadáver pero nadie mejor que el asesino para saber donde quedó el cuerpo del delito.
Lo que tampoco entiendo es para qué aumentar la recompensa por un fantasma, por un espectro que, al decir de los medios de comunicación en aquellos tiempos en los que el empleado del Imperio cayó en desgracia, todas las mañanas recorría en caravana de camellos el desierto afgano junto a esposas e hijos eludiendo bombardeos y controles, antes de refugiarse en Kandahar para acabar escapando, horas más tarde, disfrazado de mulá, durante una guerra que no era guerra y en la que murieron más periodistas que marines. Al día siguiente, el Bin que fuera Ben buscaba protección en las montañas de Tora Bora para reaparecer un día después en las primeras páginas de todos los periódicos, con motivo de su traslado a una fábrica de explosivos de Sudán que ni era fábrica ni almacenaba explosivos.
En el mismo informativo, el Ben-Bin era descubierto orando en una mezquita de Somalia y, al mismo tiempo, vendiendo heroína al por mayor en un mercado de Kabul.
Y entre sus fugaces y permanentes incursiones aquí y allá, el Bin-Ben, localizado en todas las ciudades y sin que apareciera en ninguna, todavía tenía tiempo para grabar algunos videoclips cargados de amenazas en las montañas filipinas y en el desierto marroquí.
Sólo en Cuba, Estados Unidos e y Iraq, por alguna inexplicable falla de los servicios de fabulación, no se reportó la presencia del famoso fugitivo, lo que no fue obstáculo para que fuera esta última nación, precisamente, la siguiente en ser invadida so pretexto de unas armas que nunca aparecieron y de una complicidad que jamás existió.
Acaso porque tanto el Ben como el Bin ya estaban muertos, de asistir todos los días a sus proféticas y televisadas amenazas se pasó al más absoluto ostracismo durante años hasta que, curiosamente, tres días antes de que fueran a las urnas los estadounidenses, el Bin y el Ben reaparecieron profiriendo más y nuevas amenazas para convencer a los indecisos votantes de la necesidad de que G.Walter B se reeligiera sin necesidad de fraude electoral alguno.
Desde entonces, ni el Bin ni el Ben han vuelto a dejarse ver, lo que no ha sido obstáculo para que el senador estadounidense agregara a su sentencia: «Es impresionante que este hombre continúe vivo y en buen estado». Obviamente dispone de precisa información al respecto del estado del cadáver que hasta podría hacerle partícipe de la recompensa.
Claro que, acaso algunos medios de comunicación, como Antena-3, estén en lo cierto y la medida de aumentar la recompensa por el citado espíritu «sea un paso más en la lucha contra el terrorismo». Hasta podría considerarse la iniciativa, en otro paso contra el terrorismo, de establecer también una recompensa para quien encuentre las armas de destrucción masiva, tan volátiles y etéreas como el Ben que ahora es Bin.