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Ocultamiento de las víctimas de la rapiña del primer mundo en la falsimedia

Más de una vez asesinados

Fuentes: Rebelión

«En cada imagen de guerra y de crueldad hay que preguntarse por las muertes que no se están mostrando«. Susan Sontag. El preámbulo de la Carta de Las Naciones Unidas del 26 de junio de 1945 estipula lo siguiente como soporte de la convivencia humana: «Nosotros los pueblos de las naciones unidas resueltos a preservar […]

«En cada imagen de guerra y de crueldad hay que preguntarse por las muertes que no se están mostrando«. Susan Sontag.
El preámbulo de la Carta de Las Naciones Unidas del 26 de junio de 1945 estipula lo siguiente como soporte de la convivencia humana: «Nosotros los pueblos de las naciones unidas resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha inflingido a la humanidad sufrimientos indecibles, a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de los hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas…«
 
Luego de la suscripción de este documento de tan fina y elocuente redacción por las naciones del orbe, los sufrimientos indecibles a la humanidad han continuado, encarnizados en las regiones más desposeídas del mundo, sin que los pueblos de las naciones más poderosas (grandes las denomina el Preámbulo de la Carta) hayan tenido en la mayoría de los casos, siquiera un somero conocimiento de aquellos, y más aún de su expansión e institucionalización como forma de dominio en las postrimerías del primer decenio del siglo XXI. Desgracias causadas por diversas ansias de despojo, salvo en muy particulares excepciones, se han enseñoreado en los pueblos pobres, cegando millones de vidas y destruyendo esperanzas y entornos. De todo ello deberíamos tener conciencia primaria, una lograda mediante el acceso a los hechos constitutivos de los agravios y las crueldades, partiendo de la circunstancia fundamental de su injustificación debida a la calidad de seres humanos de quienes padecen tales agresiones, y para mayor agravante, dentro de sus propias naciones, invariablemente poseedores de abundantes recursos naturales.
 
¿Pero en realidad que es lo que sabemos de nuestros congéneres, de estos los desvalidos de protección para los cuales las Naciones Unidas, con todo y su carta de 1945, se manifiestan apenas en la forma de un grupo más de distantes extranjeros, esta vez de cascos celestes, siempre llegados a destiempo y no siempre para protegerlos en el mejor de los casos?
 
¿Es suficiente lo conocido de las penalidades y más todavía de los crímenes a los cuales son sometidos millones en estas guerras de exterminio contemporáneas denominadas con ampliado cinismo liberadoras, democráticas, antiterroristas, contra las drogas, etc.?
 
Veamos. Las guerras en todas sus formas significan fuera de toda discusión los acontecimientos más catastróficos que al ser humano asociado le puede ocurrir, puesto que son causadas por otros seres humanos. Buena parte de nuestros estudios de historia, se refieren directamente a sangrientos conflictos de tribus, hordas, naciones e imperios. El siglo XX, un siglo de guerras, vio sucumbir millones de seres humanos en dos catastróficas confrontaciones mundiales como lo acota el documento fundacional de las Naciones Unidas, y más de una veintena de conflictos en alguna forma relacionados con el expansionismo y el neocolonialismo estadounidense y europeo; ahí están hasta finales de los años ochenta las huellas de su paso, Corea, Vietnam, Argelia, Cuba, República Dominicana, Angola, Panamá.
 
La totalidad de las menciones de estos hechos violentos, tuvo fundamentalmente la visión del más fuerte, así no fuera este el vencedor en las siempre desiguales contiendas, como sucedió en la guerra de Vietnam (1960-1975), pues los poderes coloniales y neocoloniales han permanecido más o menos intactos en su dominio. Conocemos de ello debido precisamente a la trascendencia otorgada en occidente a acontecimientos generadores de muerte y de enorme dolor en sus soldados, nuevos conquistadores a sangre y fuego de pueblos más o menos lejanos y la angustia de sus parientes en casa, por supuesto todos de la clase obrera. Por tanto, muchos pormenores de todas estas guerras son puestas en la memoria colectiva de la humanidad a través de libros, reportajes, películas, crónicas, charlas, etc., por una parte muy específica de los contendientes.
 
Ahí están los relatos de europeos y norteamericanos de cuatro o cinco generaciones hacia atrás sobre Verdún, Stalingrado, Pearl Harbor, El Alamein, Diem Bien Phu, La Caída de Saigón, etc. Tenemos plena conciencia de los horrores causados en millones de vidas relacionadas con los centros de poder. Son los referentes predilectos de luchas humanas en la pasada centuria en los imaginarios dominantes.
 
No obstante ¿y de los restantes pueblos de la tierra, hoy la abrumadora mayoría de la población mundial, cuanto sabemos de los horrores a ellos causados a aquellos por los poderes más belicoso del mundo? ¿No han tenido que verse envueltos en catástrofes humanas proporcionalmente tan destructivas como las justamente puestas tradicionalmente en nuestros recuerdos?
 
Haciendo un examen superficial encontramos a la mayor guerra en el volumen de exterminio, ocurrida luego de la Segunda Mundial, la denominada ‘Primera y Segunda Guerra Mundial Africana’, involucrante de los pueblos de Congo, Namibia, Zimbawe, Angola, Chad, Libia, Sudan, más milicias tribales por un lado y Uganda, Ruanda, Burundi y otras milicias irregulares por el otro, ocurrida entre los años 1998 y el 2003. El saldo en víctimas en su gran mayoría civiles indefensos, fue de unos 3,8 millones de muertos como consecuencia de combates, pero así mismo en su mayoría de hambre, y enfermedades fácilmente curables; una verdadera catástrofe humana. Los máss-media dominantes en el opulento y ensimismado occidente apenas han hablado de ella como si fuera un accidente de tránsito causante de embotellamientos[1]. Sin embargo mencionar en palabras estos acontecimientos es muy distinto a padecerlos o haberlos presenciado; detrás de estos horrores hay millones de esperanzas, sueños, ilusiones, alegrías, sensaciones truncadas vilmente y también la presencia día a día de secuelas de odio, temor y frustración prolongadas en varias generaciones, para mayor crueldad, en las gentes más acorraladas a la condición de indefensión social, en este mundo jactancioso de unos valores y unos principios reguladores de la coexistencia, y no obstante inaplicados a las relaciones con quienes habitan la regiones más empobrecidas.
 
Al tenor de la Carta de las Naciones Unidas, todos los esfuerzos de gobiernos y pueblos deberían haberse dirigido a impedir desgracias de tal magnitud, como la catástrofe humanitaria citada en el corazón de África, aquellos líderes y notables como representantes de pueblos sensibles al padecimiento de otros seres humanos, practicando una elemental solidaridad en consonancia por ejemplo, con principios religiosos a los cuales aluden regularmente quienes se autodefinen como cristianos.
 
¿Pero que fue lo que ocurrió en realidad? ¿No se estaba causando en África sufrimientos indecibles a los seres humanos? ¿No se violaba acaso la dignidad y el valor inconmensurable de la persona humana cuando mueren seres humanos de una forma tan absurda como es por hambre, dados los progresos de la ciencia y la cultura de los cuales se ufanan los poderosos? ¿Tendrá alguna relación con esta invisibilización los intereses económicos de las compañías mineras, de telefonía móvil europeas en el riquísimo Congo? ¿O acaso serán las inefables políticas del FMI?[2] ¿Esto tendrá relación con la pobreza de los congoleños? ¿Cuál fue la razón pues, para que la Unión Europea instalara 2.500 de sus sofisticadas tropas vigilar campos de diamantes, sin importar lo que ocurría más allá?[3]
 
Esto es muy sospechoso y nos conduce a evidenciar una premisa: No había en esta guerra involucradas directamente naciones del primer mundo, sólo africanos pobres eran víctimas y victimarios bajo diferentes banderas e intereses. Esto nos lleva a una nueva pregunta: ¿En el llamado Primer Mundo, estiman como seres humanos cobijados por los derechos universales a los habitantes de África y haciéndolo extensivo a los de Asia y América Latina? Si esto se responde afirmativamente, ¿Cual puede ser la razón para que sean tan ignorantes de un desastre humano de tamañas dimensiones si implica vidas humanas? ¿Será que por ser una guerra de ‘negros’ al otro lado del mundo que esta no importa y pasa desapercibida?
 
Descartemos esto del color de la piel, pues tampoco importan entonces los habitantes del Asia Central; la ignorancia o la indiferencia sobre el Afganistán actual, ocupado por fuerzas extranjeras es inconmensurable y tan sospechosa como la referida al África.
 
Los habitantes de aquel país bombardeado e invadido en octubre de 2001, teóricamente como retaliación a los ataques del 11-S en Estados Unidos, al parecer no son dignos de consideración en su sufrimiento como víctimas de las doctrinas terroristas aceptadas sin reflexión.
 
Que decir de lo que en estos momentos sucede con los iraquíes y una invasión llevada a ser la mayor catástrofe humana de nuestros tiempos, una agresión contra la misma Carta de las NN.UU. Las cifras allí son de espanto: un promedio de diez mil muertos por la guerra al mes, más de seiscientos mil durante lo que va de la invasión[4]. Y esto a pesar de que ya, por fortuna, los cultos seres humanos del occidente Atlántico han inventado bombas inteligentes y otras formas muy humanitarias de muerte lenta, como el uranio empobrecido, todo un avance de la ciencia del primer mundo que los mass-media deslumbrantes y sus paniaguados trabajadores, no se cansan tácita y en veces expresamente de ponderar, aduciendo su carácter de ser una muestra indudable de hasta donde ha llegado la civilización occidental en su progreso científico, haciendo de la construcción de máquinas de muerte a millones, un motivo de orgullo.
 
De lo que ocurre en este momento en Mesopotamia, el Secretario General de la Liga Árabe Amr Mussa, advirtió con una frase que en un principio pareció una hipérbole y luego apenas describiendo la realidad: «Las puertas del infierno están abiertas en Iraq«[5]. No le puso atención en ninguna parte de occidente a esta opinión, tal vez por provenir a su vez de tan sólo un árabe más, barbado y moreno.
 
Que decir de Rwanda, también en África, y ese genocidio de unos ochocientos mil niños, mujeres y hombres, citado en la falsimedia como si hubiese ocurrido en Marte y las víctimas fueran habitantes de aquel planeta. El genocidio es considerado por todas las convenciones internacionales como un crimen grave de lesa humanidad merecedor de gran revuelo y de medidas especiales de prevención, una de las cuales es la información y el análisis periodístico que busque evitar la ocurrencia de nuevo de hechos tan lamentables como este, alertando al mundo de ello; es colocar en la memoria estos crímenes, un asunto al cual por supuesto los periodistas mercenarios para nada están comprometidos[6], dados los intereses en juego.
 
Y continuando en África, pero más recientemente ¿sabemos suficiente de lo sucedido con los 3.6 millones de personas que ha sufrido las consecuencias de la guerra de Darfur en Sudan entre ellas 1.8 millones de niñas y niños y de sus 1.9 millones que han sido desplazadas o la insignificante circunstancia de que 2.3 no tienen agua?[7] Allí es pasado por alto el desastre humano de cincuenta mil asesinatos, por parte de quienes deberían ser los vigilantes planetarios de la ocurrencia de estas monstruosidades. Los verdaderos intereses en juego en esta guerra permanecen en las sombras, como otras para quienes se proclaman ‘globalizados’.
 
De Palestina y el Líbano una zona de referencia bélica desde varias décadas, los detalles se ocultan en un lenguaje cifrado ocultante del agresor, pero el pasado de los hechos es fundido en una maraña de episodios aparentemente inconexos. Los desarrollos sociales demuestran la ocurrencia de un proceso de guerra discontinuo y más recientemente selectivamente mortífero[8], a la vez de una incesante presión por la expansión de la influencia estadounidense en la región, a costa del aniquilamiento de un pueblo que se opone a ser despojado por el estado cliente de aquel. Lo mostrado es invariablemente son destellos retardados de un proceso donde una vez más el más fuerte se impone y los muertos son esencialmente quienes incomodan estos planes.
 
¿Y las masacres en la propia Latinoamérica, el extremo occidente, también escenario de guerras, esta vez de baja intensidad y no por ello menos mortales, como en Colombia, donde se encuentran periódicamente fosas comunes[9], y los medios del misterio cuando encuentran las autoridades una de estas tumbas, cavadas frecuentemente por quienes las ocuparán seguidamente, cuidadosamente le dedican en sus espacios en prensa, radiales o televisivos: usualmente una nota de tres centímetros en página interior o unos veinte segundos con gran premura; siendo narrado el hecho con frialdad y desdén, mientras temas frívolos e intrascendentes poseen secciones enteras de varios minutos[10]. En este país hasta los medios más ultra derechistas vinculados al proyecto siempre inacabado de dominio estadounidense, reconocen la existencia de tres millones de desplazados internos, y un número indeterminado de refugiados en otros países[11]; sin embargo de manipulación y banalidad se atiborran en los medios privados de alta difusión ignorando tales desgracias.
 
De Chiapas, Oaxaca, en México y de la represión oficial y paraoficial que la envuelve apenas se dice algo en la versión de los grandes medios, es decir la colmada de manipulaciones y censuras cuando se trata de los calculados y ejemplarizantes baños de sangre en aquellas regiones, así sean confesados por miembros de los partidos de gobierno[12]. ¿Tendrá que ver en esta indiferencia mediática el ser las víctimas habitantes originarios, campesinos u obreros y los victimarios estar defendiendo intereses del capital nacional y extranjero? ¿Tal vez una coincidencia? No lo debe ser para el muy dudosamente legítimo gobierno actual, aliado imprescindible de su vecino del norte.
 
Son ya millones de asesinados, los cuales ni en su muerte son mencionados con dignidad, pues su nombre o los motivos de su fallecimiento se omiten bajo tontos pretextos. Si acaso se relata algún detalle de estos gigantescos crímenes es para ser olvidado al instante. Nada sabemos de todos aquellos muertos forzados a ser, además de asesinados, seres anónimos o inexistentes; a sus dolientes, que de alguna forma deberíamos ser todos, nos queda la ignorancia y por tanto la indiferencia de los delitos contra todos. Las formas de silencio usadas por los medios facilitan llegando hasta auspiciar la indolencia a causa del desconocimiento y la incomprensión en su real dimensión de la múltiple de muerte de millones de seres humanos a manos de otros; hay varias muertes en este contexto: la física de la violencia sobre los cuerpos y la simbólica de despojarlos de un recuerdo honroso acorde con sus desgracias; consecuencialmente a esto no se erigen en la inmensa mayoría de las ocasiones siquiera un reconocimiento de las graves ofensas y menos aún, reparación a los deudos.
 
Si esto es así, ¿podemos asombrarnos como humanos de que la vida humana tenga precio? ¡Claro que los muertos tienen precio en el capitalismo rampante! La Oficina de contaduría gubernamental Estadounidense (GAO), del gobierno invasor, paga en Iraq y Afganistán unos 2.500 dólares por la muerte de un niño en un fuego cruzado, el mismo valor con el cual indemnizan por un coche Toyota destruido por los mismos agentes[13]. Si el muerto bajo similares circunstancias es adulto el costo es de 2.000 dólares. Todo extremadamente racional, muy contable; matemática financiera en su más aberrante expresión. Empero, las indemnizaciones para los deudos de las víctimas del 11-S en Manhattan y Washington ascendieron en promedio a 1.8 millones de dólares por persona; por consiguiente en Nueva York y Jalalabad, la vida humana no tiene el mismo valor para el gobierno de EE.UU, algunas equivalen a un coche desechable[14]. La vida en una megalópolis del primer mundo es 72 veces más valorada de lo que puede ser una en una aldea de Mesopotamia en pleno siglo XXI; algo muy capitalista y civilizado, un verdadero oximoron paradigma de estos crueles tiempos.
 
Tratar estos temas cruciales implica necesariamente alterar la agenda de temas predefinidos por unos pocos plutócratas. Y estos aseveran sin cortapisas y abiertamente en contra por ejemplo de la Carta de la Naciones Unidas, que la guerra es buena para los negocios. No ha habido un solo gran medio de esos que privatizan el espacio público, que hubiera informado con un mínimo de amplitud sobre el Congo durante 1998 y 2002, o que hubiera expuesto las verdaderas intenciones del invasor de Iraq en el primer trimestre del 2003. ¿Y a cual periodista de las ambiciosas mayorías del oficio y su inherente escasa cultura, le puede importar la deontología de su oficio si un magnate mediático como Murdoch afirma sin reato de conciencia que da instrucciones sobre lo que deben decir y lo que se omite de nombrar en sus 150 diarios en el mundo[15] y cabe proyectar igual situación a sus cadenas de televisión?
 
De allí las retóricas saturadas de los periodistas belitres, buscando con desesperación servir a sus jefes pasando por encima de incluso todo, incluso de lo que nos hace miembros de la misma especie. Si están amenazados 6 mil millones de niños mujeres y hombres de diversas forma de muerte violenta en cuatro continentes, no importan; es deber el difundir preferencialmente los montajes de villanos fantasmagóricos, parte de una guerra ‘terrorista’ de muy extraña utilidad y génesis. Vamos sabiendo bien del tan anunciado terrorismo en su verdadera forma de no ser ni de lejos una amenaza mundial como nos han anunciado los medios trapaceros, ocultando el cambio climático, los desplazamientos masivos de población, la desertificación, las hambrunas, y las mismas revueltas sociales provocadas por la escasez de alimentos, en su calidad de reales amenazas a las presentes y venideras generaciones, de acuerdo de un grupo de estudios sociales británico no relacionado con Irán, Cuba, Venezuela, Bolivia o Corea del Norte, Rusia, China, etc.: el Oxford Research Group (ORG)[16].
 
Nos cabe preguntarnos como humanos sobre la responsabilidad social, y deberíamos decir con la especie, del periodismo amaestrado cuando engrandece unos muertos y empequeñece o hunde en el ostracismo a millones de víctimas en esta truculentamente llamada era de la globalización, en la cual, formalmente, el planeta nos es común; pero desconcertantemente los muros con garitas y las fuerzas antiinmigración se multiplican en el norte.
 
Sirviendo fundamentalmente a los mass-media controlados por cada vez menos oligarcas, el periodismo insensible (no hay mayor contrasentido que un periodista insensible), adoptan estos criterios de impulso y ocultamiento de los genocidios (no cabe otra expresión para lo que ocurre o ha ocurrido en Iraq, Afganistán, Vietnam, Congo, Darfur, etc.) en ejecución de una indudable política expansionista del capital internacional, esencialmente el noratlantico para ser precisos.
 
Esto es facilitado por la abrumadora cobertura de lectores, audiencia y telespectadores, de lo cual se jactan a diario los oligopolios mediáticos y a la vez es empleada en muchas ocasiones como justificación para afirmar que sus mensajes son del ‘gusto’ y la conveniencia de los habitantes del planeta, pues sencillamente dan lo que ‘gusta’ a las masas. A este argumento esgrimimos la declaración de Julius Streicher director del diario nazi Der Stürmer, durante el juicio de Nuremberg en 1946: «En nuestro momento cumbre teníamos una circulación de un millón de ejemplares. Todo el mundo leía Der Stürmer, y debía gustarles, por que sino no lo hubieran comprado«[17].
 
Este periódico difundía constantemente propaganda antisemita. Streicher fue ejecutado luego de ser declarado culpable por el Tribunal al estimarse que sus actividades ‘periodisticas’ contribuyeron al holocausto judío, es decir que con sus informaciones y comentarios colaboró eficazmente en incentivar el odio hacia minorías perseguidas durante la era hitleriana y casi exterminadas al final del mismo. No cabe duda de que un hombre que manipuló de tal forma los medios de comunicación de su época en su país en pro de unos fines de guerra de expansión por recursos y mano de obra como Joseph Goebbels el poderoso Propagandaminister, hubiera corrido una suerte similar a la del director de Die Stürmer, de no haberse suicidado en 1945, pues en Nuremberg estaba muy fresca en la memoria la cotidiana insistencia del gobierno nazi de la existencia de seres humanos, con el carácter incluso de amigos o vecinos, inferiores y por tanto invisibles en sus padecimientos, seres prescindibles[18]. Fue una ideología antihumanística puesta en la mente de millones de alemanes con sumo cuidado la ideada para su difusión; la prensa dócil al régimen obedeció con inocultable complacencia. El Tribunal de Nuremberg fijo también responsabilidades para este tipo de propaganda antiperiodística con la sentencia a Streicher.
 
Regresando más recientemente al genocidio de Rwanda, el Tribunal Internacional de Justicia para este país, ha reafirmado la responsabilidad de los periodistas en su oficio, declarando culpables a tres periodistas y propietarios de medios de crímenes de genocidio, delitos de lesa humanidad, concluyendo: ‘Debemos encontrar una vía para responder a tales abusos de poder …’[19] . En este tipo de crímenes sucede cuando los periodistas usan o permiten ser usados por otros con el objetivo de ‘diseminar el odio, deshumanizar a la gente, y más aún para guiar a los genocidas hacia sus víctimas‘, … no puede haber asunto más importante, ni obligación más apremiante que la prevención del genocidio‘, sentenciaba el Secretario General de las Naciones Unidas Kofi Annan, pero pocos escucharon o leyeron estas declaraciones, pues fueron silenciadas a nivel mundial, por los mismos medios universales a los cuales se dirigían[20].
 
En Latinoamérica el caso de la operación Colombo, en el cual varios periodistas y medios de comunicación de tres países, se prestaron con toda conciencia para ocultar el desaparecimiento y homicidio de más de un centenar de opositores por parte del gobierno de Pinochet, con descuartizamientos de por medio, todo un montaje mediático de espías, ha servido al menos para sanciones de tipo ético contra quienes se prestaron como cómplices de estos comportamientos, también delitos de lesa humanidad. Estas sanciones, por supuesto, tampoco fueron dadas a conocer con la debida profundidad, por la siguiente generación de colegas de los sancionados[21], en ejecución de otra práctica antitética más.
 
No obstante no podemos pensar que el asunto de complicidades periodísticas con el horror es cuestión de la era nazi y del tercer mundo, pues la guerra con sus víctimas y dolientes arrojados al anonimato en los medios oligopólicos, es en este momento un espectáculo, uno frívolo, donde se obvian las felonías y se exaltan sin vergüenza alguna los brutales ataques de los victimarios; algo muy tosco y cursi, y a la vez cruel, un espectáculo mediático ideado por la élite del periodismo mercenario para sus propios pueblos.
 
Al el inicio del ataque a Iraq por parte de la nación más prepotente y belicosa de los últimos sesenta años, en abril de 2003, una periodista llamada Katie Couric de NBC News vociferaba: «¡Gracias por venir al show! Y quiero agregar, ¡pienso que las Fuerzas Especiales son sensacionales
 
Otro intonso, Lou Dobbs de CNN al ver al nominal causante de miles de muertos bajar en un portaviones disfrazado, alucinado por el poder de la fuerza bruta simbolizada, expresaba: «Parecía alguien que pasaba alternativamente de ser comandante en jefe, a estrella de rock, estrella de cine y a ser uno de los muchachos.«
 
Como si fuera poco, un tal Chris Matthews de MSNBC, en medio de una euforia imbecilizante al ver al mismo sujeto trocado en piloto de guerra, lograba no ahogarse al exclamar: «Estamos orgullosos de nuestro presidente, … A los estadounidenses les encanta tener a un tipo como presidente, un tipo que tiene un poco de pavoneo, que es físico, que no es un tipo complicado como Clinton ni siquiera como Dukakis o Mondale, todos esos tipos, McGovern. Quieren a un tipo que sea presidente. A las mujeres les gusta un tipo que sea presidente. Compruébenlo. A las mujeres les gusta esta guerra. Pienso que nos gusta tener a un héroe como nuestro presidente. Es simple[22]
 
En los estados aliados a este poder exicial no conocido antes en la historia, los medios se igualan infamias a los de este. De su parte, en el país del único gobierno latinoamericano alentador de esta catastrófica aventura de Iraq, una impasible comunicadora en un canal privado por supuesto, llegó a explicar en el horario de mayor audiencia sin reato de conciencia visible, las ventajas para su nación de la guerra que se aproximaba: mejores precios del petróleo y contratos en la reconstrucción de Iraq, seguramente para monopolios trasnacionales con algún aportante local[23].
 
Los muertos futuros y previsibles no eran de tener en cuenta para estos oficiantes del periodismo.
 
Si estos paradigmas comunicativos no constituyen una apología de la guerra de agresión, de la misma naturaleza de la contemplada en las sentencias de los líderes nazis juzgados en Nuremberg, entonces deberíamos redefinir estos términos.
¿Están previniendo de los flagelos de la guerra estos oficiantes del periodismo? Su labor dentro del complejo mediático-especulativo actual es contraria a la solidaridad humana, es directamente destinada a la exacerbación bélica de aquella, idéntica a la realizada en pequeña escala por Streicher o a la estrategia general de preparación y mantenimiento de un clima de agresión e irreflexión de un Goebbels. Los resultados están en la historia.
 
Pero las muertes de las mayorías mimetizadas con el fin que sólo algunas sean las por lamentar mediante la info-basura (saturación de múltiples intrascendencias en las que se muestran alterados los sucesos relevantes, a través estrategias de totum revoltorum), no pueden distinguirse de lo restante hoy arrojado a nuestros sentidos. Esto conlleva otros asuntos de importancia. Si la población en general es conducida a que su cultura sea una incesante ir y venir de distracciones y cuando más los chismes y las particularidades de unos pocos plutócratas y sus fieles relacionados son el centro de atención de los medios, entonces las masas, puestas intensivamente en la condición de meros espectadores pasivos y atolondrados, se ven abocados a una merma sustancial en la calidad de la vida social, pues nuestra existencia sólo se puede valorar, así el neoliberalismo lo niegue, en lo colectivo; la vida cultural en los medios resulta entonces en una simulación grotesca[24]. Que esto ocurra en un país puede ser una contingencia superable con ayudas externas a las luchas por humanizar el interior, pero si el fenómeno se propaga en extensas zonas del mundo autoproclamado aún como civilizado, erigiéndose en el denominador común de los medios socialmente constituidos, ocurre la muerte de lo humano como tal. Cuesta trabajo pensar en la supervivencia de valores como la solidaridad en un paisaje como este.
 
Si no se quiere prevenir exponiendo en su verdadero alcance y significación los genocidios, la guerras y las crueldades ¿en que clase de cultura esta siendo alimentado el periodismo autista de hoy haciéndose cómplice de tales desgracias por acción y fundamentalmente por omisión? La experiencia nos grita que silenciar los horrores de la guerra es la mejor forma de iniciar o prolongar una para el gobierno agresor.
 
¿Esta es la cultura que defienden con rabia quienes hablan de libertad de medios para que estos estén en manos de unos pocos?
 
Si el periodismo se aleja de su deontología, de sus orígenes de dar voz a quienes no poseen poder de expresar sus pensamientos a las masas, entonces lo que resta de aquel como mensaje es la propaganda de guerra, la publicidad banal, y las grandilocuencias de las diversas formas de la dictadura del capital, como escatológico y lastimero lenguaje. Como decía John Pilger, es la comunicación quien primero sucumbe en los inicios de una guerra[25], y con ello la cultura creada luego de varios milenios de desarrollo de la transmisión de ideas. Las consecuencias de este entramado de omisiones calculadas de invisibilización dolosa de las víctimas, de superficialidad trapacera y de abierta apología a lo bélico relativizando sus mortíferos efectos en los inermes, dirigidas a no tratar los desastres de las guerras de nuestros tiempos como los sucesos de mayor importancia, es la prolongación de los mismos y la impunidad del asesinato a gran escala y la rapiña.
 
El juez Robert Jackson Fiscal General durante los Juicios de Nuremberg, de imposible sospecha de pertenecer a ONG alguna, afirmó mirando al futuro: «No debemos olvidar que el listón con el que juzgamos hoy a estos acusados es el listón con el cual la historia nos juzgará mañana«[26].
 
El momento ya ha llegado, las normas internacionales sobre crímenes de guerra han ido en forma progresiva en el campo del derecho internacional, haciéndose sensibles a las nuevas situaciones de los conflictos incluso en el campo de la comunicación, aunque prefiriéramos que sencillamente unos principios humanísticos fueran, quienes guiaran el ejercicio del oficio de dar informaciones y el más importante aún, colocar estas en el contexto de desarrollo de la existencia de nuestra especie.
 
Es asunto llenado por el poder de las multinacionales del entretenimiento, con un sin número de opacidades; no obstante los valores periodísticos al servicio de los pueblos no son algo etéreo y abstracto de apenas exposición teórica. Es decir no hablamos de novedosas elucubraciones doctrinales. La Declaración sobre los principios fundamentales relativos a la contribución de los medios de comunicación de masas al fortalecimiento de la paz y la comprensión internacional, a la promoción de los derechos humanos y a la lucha contra el racismo, el apartheid y la incitación a la guerra, de la UNESCO, suscrita en 1979 habla sin cortapisas de experiencias y necesidades insustituibles: «…persuadidos de la necesidad de asegurar a todos el pleno e igual acceso a la educación, la posibilidad de investigar libremente la verdad objetiva y el libre intercambio de ideas y de conocimientos, resuelven desarrollar e intensificar las relaciones entre sus pueblos, a fin de que éstos se comprendan mejor entre sí y adquieran un conocimiento más preciso y verdadero de sus respectivas vidas«. (Preámbulo, párrafo sexto)[27]
 
Ese conocimiento preciso y esa libertad de investigación son a los cuales se dirigen los esfuerzos de obstrucción o reconducción para trocarlos en indiferencia u odio, diluyendo sentimientos fundamentales a la civilización como la solidaridad, pues por elementales razones no podemos ser solidarios si no conocemos a nuestros semejantes y al menos una aproximada magnitud de sus tribulaciones. Es notable que los medios centralizados en pocas manos, no tengan como principios éticos ninguno de estos valores de la Cartas de las Naciones Unidas o de la UNESCO, y menos de los fallos de Nuremberg, Rwanda o de los mismos Tribunales de ética.
 
Murdock, Berlusconi, y de quienes andan detrás de Time Warner, Prisa, etc., por supuesto que no consideran estos postulados como relacionados con sus propiedades, pues para sus mentes la comunicación entre seres humanos es un negocio más, pero con el beneficio extra de rendir también réditos políticos, y no una actividad social que nos ha llevado a ser lo que somos como grupos humanos, ahora expuesta a las asechanzas del capital liberado de todas sus máscaras, para el cual la muerte y padecimiento de millones es un efecto no deseado, pero necesario a sus fines, debiendo ser colocado en la más profunda oscuridad.
 
Se presencia a diario el despliegue mediático causado por la muerte de algún potentado o figurón político, en dimensiones extensas y apologéticas; toda muerte humana merece tal exaltación. Obviamente no es posible por razones de tiempo y espacio ocuparse de la de todos y cada uno de los habitantes del planeta, empero, no es posible tampoco entender los valores que inhiben la conciencia de oficiantes de la comunicación enmascaradores de la muerte violenta de pueblos enteros, grupos, o individuos, y eso ocurre con insultante indiferencia en este momento. Esa es la realidad abrumadora del que llamara Albert Camus ‘el más bello oficio del mundo’. La memoria colectiva sobre estas infamias es la garante de que otras generaciones no padezcan los estragos de la Segunda Guerra Mundial, Indochina, Kurdistán, o lo ocurrido en estos momentos en muchos lugares del mundo.[28] Se debe eliminar esa percepción social impuesta mediante retorcidas visiones de guerras lejanas entre seres extraños, por tanto no trascendentes a nuestras vidas; esa sensación impuesta en contra de la elemental solidaridad.
 
Millones merecen una vida digna, careciendo de medios de comunicación para hacer notar sus dramas y tragedias, a pesar de que con los medios técnicos existentes para informar desde cualquier parte del mundo podemos saber de ello de manera casi hiperealista, y se poseen claros principios universales éticos para establecer los contenidos más importantes de la época, los de mayor significación para nuestras vidas.
 
La pobreza periodística es hoy un dogma, que se viste de teorías de la entretención y la mercadotecnia, sirviendo a imperios mediáticos. La distorsión de la realidad sensible es la consecuencia dirigida a la formulación de ideologías sobre supremacías de modelos culturales, económicos, religiosos, políticos, que deben ser sostenidos y expandidos por minorías autoelegidas mediante la simple y llana fuerza, aún contra la oposición de pueblos enteros que sencillamente buscan mejorar sus condiciones de existencia, y no obstante son atacados con saña por su insumisión.
 
Podríamos prevenir muchos homicidios, deteniendo la deshumanización estructurada y difundida en los mass-media como información, sin duda con alevosía. Quienes podrían prevenir en un futuro próximo una guerra la que como todas genera imprevisibles consecuencias, como es el caso de un ataque a Irán, nada inocentemente apenas mencionan de soslayo el grave peligro de una confrontación nuclear, dentro de lo que se nos dice que es lo relevante de las informaciones internacionales actuales; como vemos otro silencio criminal está en curso.
 
Sin embargo ante este presente, hay suficientes antecedente en el campo de la justicia y del derecho como para estructurar una responsabilidad periodística en el campo de las omisiones sospechosas y las mimetizaciones trapaceras de quienes tienen el carácter de informadores de la realidad y de los entes a los cuales se adscriben con lealtad digna de mejores causas. Eso si entendemos medianamente aquello de la responsabilidad social cada vez más ampliada por causa del poder de penetración en la población y por tanto de difusión de ideas en esta comunicación contemporáneas con nuestra existencia. El tema con el antecedente de Nuremberg y la condena a quienes hicieron apología de la guerra de agresión y persecución y exterminio de las minorías, en Rwanda con lo propio a quienes ejerciendo el oficio periodístico incitaron al genocidio, los tribunales de ética como el de Chile y sus sanciones, que aunque simbólicas en la mayoría de los casos, sirven de antecedente para quienes, se hicieron cómplices pasivos o activos a través la desinformación en desapariciones y torturas, va adquiriendo consistencia.
 
En el oficio del periodismo esta en juego mucho más que un intercambio de objetos o servicios corriente como nos pretenden hacer ver ciertos comunicólogos. Aquel trata con la realidad sensible, y la difusión por tanto de un error, una manipulación, o lisamente un ocultamiento, pueden tener unas consecuencias lamentables en los destinatarios del mensaje, debido a que puede llegar en determinados casos, a interrumpir nada más ni nada menos que la solidaridad al interior de nuestra especie, tal vez el mayor de los crímenes en los cuales puede incurrir un ser que comunica. En este y en otros eventos sociales, seamos realistas y exijamos la responsabilidad en todos los campos (ético, social, político, penal), de los patrones mediáticos con sus modernos latifundios simbólicos y a sus más que serviles subalternos, tal vez un imposible hoy dada la correlación de fuerzas sociales en las naciones poderosas donde estos se enquistan, ¿pero y mañana esto acaso, no podemos cambiar iniciándolo ahora?
 
Notas


[2] http://www.zmag.org/Spanish/0807toussaint.htm
[3] Dario Azzellini. Página 12 (Argentina). 24 de mayo de 2004.
[4] El Silencio de los Medios de Comunicación sobre la Carnicería en Iraq: Matar 10.000 iraquíes al mes. Michael Schwartz. CounterPunch.12.07.2007
[5] Iraq en cifras: Traspasando las Puertas del Infierno. Tom Engelhardt Ibidem.
[6] portal.unesco.org/es/ev.php-
[7]http://www.unicef.org/spanish/infobycountry/sudan_darfuroverview.html. http://www.realinstitutoelcano.org/analisis/575.asp
[8] http://www.rebelion.org/palestina/030727rooij.htm
[9] Las autoridades colombianas podrían dar con el hallazgo de unos 800 cadáveres, enterrados en unas 300 fosas comunes, luego que ex paramilitares de las AUC que operaban en el departamento del Valle del Cauca, revelaron este jueves que entregarán los planos de las zonas en las que pueden estar sepultadas sus víctimas. Telesur: 24/05/07.
[10] 24 de octubre de 2005 7 p.m Noticias Caracol de. Canal Caracol, el cual forma parte del Grupo Cisneros.
[11] II http://www.eltiempo.com/politica/2007-06-20/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3603438.html
[12] http://www.elmundo.es/1997/12/28/internacional/28N0000.html
[13] ¿Cuántos dólares por una Matanza? Tom Engelhardt. Tomdispatch.com. 17.05.2007
[14] Tomdispatch.com Ibidem
[15] Murdoch: comprador y mercader de influencia. Le monde Diplomatique. Maríe Venidle 27-07-2007.
[16] Informe Identifica como Riesgos globales el cambio climático y la dependencia del petróleo: El terrorismo no es la mayor amenaza mundial. Rosa Meneses. elmundo.es 18.10.2007
[17] Las Entrevistas de Nuremberg. Leon Goldenshon
[18] Goebbels el Mefistófeles Moderno. Curt Riess.
[19] Información como arma de guerra: La Palabra que Mata. Stella Calloni. Cubadebate
[20] www.icrc.org/Web/spa/sitespa0.nsf/html/5TDMHW
[21] Stella Calloni, Ibiem
[22] Los Halcones del Teclado: EEUU: Un espejo sangriento de los Medios. Norman Solomon. Counter Punch 11-07-2007
[23] Erika Fontalvo.16-03-2003 7 PM. Caracol Noticias. Este canal jamás ha rechazado tales opiniones disfrazadas de información a pesar del desastre humano causado.
[24] Neil Postman, en El Crepúsculo de la Cultura Americana. Morris Berman.
[25] Sobre la Propaganda, la prensa, la cesura y la resistencia contra el imperio estadounidense. John Pilger Democracy Now. 10.08.2007
[27] http://www.unhchr.ch/spanish/html/menu3/b/d_media_sp.htm
[28] He aquí un listado no taxativo de naciones donde las guerras en sus múltiples formas se ensañan, además de las ya mencionadas: Perú, Somalia, Liberia, Nigeria, Indonesia, Timor Oriental, Nepal, Birmania.