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Era de la información, era del conformismo

Fuentes: Rebelión

Parte de la sociedad global del siglo XXI carece de la información necesaria que  justifique el voto electoral hacia un partido político determinado. Esta carencia se debe contradictoriamente a que desde que comenzara lo que denominamos la era de la Información se ha desvinculado, por medio de la persuasión propagandística, una sociedad de su percepción […]


Parte de la sociedad global del siglo XXI carece de la información necesaria que  justifique el voto electoral hacia un partido político determinado. Esta carencia se debe contradictoriamente a que desde que comenzara lo que denominamos la era de la Información se ha desvinculado, por medio de la persuasión propagandística, una sociedad de su percepción ideológica. Por extraño que pudiera parecer, la sociedad no está más o menos informada de los asuntos que repercuten a su país por que permanezcan en actividad más o menos medios de comunicación. Los medios, insisto, de masas, controlados en mayor o menor medida por los poderes políticos, parecen procurar alejarse de la controversia que se viene sucediendo entre los partidos españoles de los últimos años.

 

Quizá por el escaso arraigo popular que desde hace décadas reina en los partidos, en concreto por la gran disminución de afiliaciones políticas, las élites se han visto obligadas a desencadenar un proceso propagandístico por medio de los medios. Qué mejor que el medio de comunicación -dirán los políticos-, tan asumido en nuestros días por los países ricos (los que importan),  para mostrar en forma de noticia sumamente objetiva una serie de ideologías predeterminadas a todos los que, desde sus casas, creen estar «informados» de la actualidad nacional.

 

La propaganda, según M. Le Riche, ha dejado de existir y es cada vez más difusa porque ha comenzado a disolverse con otras estrategias más seductoras como la publicidad. Parece que la convencional propaganda electoral está más que demodé y ahora es más efectiva una propaganda que no se reconoce a sí misma como concepto.

 

Tal y como decía Vernier «la publicidad habla de lo que no vende para vender aquello de lo que no habla». Ése es el quehacer de la política divulgativa. Aquello que no vende la publicidad no es real y así los anuncios publicitarios de hoy día representan todo tipo de ilusiones sensoriales y no informan del producto que se vende, encarnan un paralelismo casi perfecto con los carteles de propaganda electoral de los partidos políticos. De la misma manera como en un spot de un perfume aparece una joven que procura atraer la atención de los espectadores en un contexto propicio, adaptado con una música de fondo seductora y firmada con un eslogan altamente persuasivo; en un cartel político de preelecciones generales los que aparecen son los mismos elementos persuasorios. Un personaje político que figura en la imagen sobre un fondo (o contexto) de color claro, que apacigüe la primera impresión del espectador que lo vea, y un eslogan corto, intenso y fácilmente reconocible por su ingeniosidad. «Confianza» (PP) o «Miramos adelante» (PSOE) son algunos de los utilizados y, como vemos, son expresiones que lo dicen todo del partido. Ésta es la nueva forma de información que se nos impone. Y con esto nos ha de bastar porque los ciudadanos ya no tenemos suficiente interés por un partido o por otro.

 

¿Qué puede haber creado este desinterés? Singularmente el estado social, o también denominado estado de «bienestar» (para los países ricos) se ha encargado de cumplir esta función. La era de la información es la era de la desinformación popular, la era de la conformidad.  

 

Nos han hecho creer durante años que el mundo ha cambiado en proporciones gigantescas hacia el progreso. El Estado se ha convertido en un prestador de servicios a favor de la ciudadanía y, dentro de los aspectos sociales y económicos, el país marcha adelante. La gente, consecuentemente, se tranquiliza. Ya no es ésta una época bélica en que se ha de pertenecer a un bando determinado.

 

Atención: hemos encontrado la libertad.

 

Pero leyendo a Chomsky que admite que «la propaganda es a la democracia lo que la violencia es a la dictadura» he comprendido que no. Rectifico.

 

Atención: si esto que admite Chomsky es cierto, alertémonos pues, porque nos apuntan con las armas de los medios, de forma disimulada, para crear inclinaciones ideológicas preestablecidas a la sociedad.

 

Modificar este estado en que nos encontramos es tarea complicada. Con la globalización todo se interconexiona. Y la relación de coordinación entre política y economía  está a la orden del día. Lo mismo sucede con la relación entre lo público y lo privado y entre la propaganda y la publicidad. La barrera que separa estas parejas de conceptos es y será cada vez más difusa. Y así como los propietarios de los medios comunicativos se sumergen en una entrañable relación con los poderes políticos, los políticos surgen de los medios de una determinada manera favorable, siempre, a los intereses del propietario mediático.

 

El Estado «abonará 0,18 euros por elector en cada una de las circunscripciones en las que haya presentado lista al Congreso de los Diputados y al Senado…». Hemos de prestar una insistente atención en el concepto «elector». Tal y como comunica el Ministerio de Interior, las subvenciones para la propaganda electoral dependen proporcionalmente de los votantes de cada partido. Entonces, un partido minoritario, que no disfruta de tantos votantes, no posee el suficiente capital para darse a conocer a la sociedad como posible formador de un nuevo gobierno.

 

El Estado, repito, prestador de servicios a toda la ciudadanía en su conjunto, debería procurar una igualdad propagandística para todos los partidos políticos. Ya que debemos convivir con este procedimiento persuasivo, a mi forma de ver irrespetuoso y deplorable para la sociedad, debería darse al menos mediante un procedimiento democrático. Y que todos los partidos políticos dispusieran de los mismos medios para sus campañas electorales. Si se pactara por ejemplo un número determinado de carteles electorales de propaganda para cada partido político nos llevaríamos todos los ciudadanos más de una curiosa sorpresa.

 

Los partidos mayoritarios son los que actualmente ejercen más influencias en los medios comunicativos, y por tanto, la sociedad los conoce como los únicos verdaderamente importantes. De acuerdo con esto, queda clara la diferenciación cuantitativa de un partido y de otro. Pero no la cualitativa. Porque aunque cierto es que en los informativos por ejemplo, en épocas preelectorales se administra un mismo número de minutos a cada partido político ¿qué pasa con el resto de la legislatura en la que un partido mayoritario, ya asienta el poder en su regazo?, ¿y su partido contrario, también mayoritario, que no hace más que obstaculizar al gobierno?

 

Uno de los valores fundamentales de la Constitución Española es el pluralismo político. ¿Hay realmente pluralismo cuando sabemos de antemano cuáles son los dos partidos que pueden optar a la presidencia en las elecciones de marzo?