Septiembre, 1987. El Real Madrid se enfrenta al Nápoles de Maradona con el Bernabéu cerrado al público por sanción disciplinaria. El partido se retransmite íntegramente por televisión. Baudrillard encontró en este acontecimiento la metáfora exacta de nuestra organización social: «los asuntos de la propia política deben desarrollarse en cierto modo ante un estadio vacío (la […]
Septiembre, 1987. El Real Madrid se enfrenta al Nápoles de Maradona con el Bernabéu cerrado al público por sanción disciplinaria. El partido se retransmite íntegramente por televisión. Baudrillard encontró en este acontecimiento la metáfora exacta de nuestra organización social: «los asuntos de la propia política deben desarrollarse en cierto modo ante un estadio vacío (la forma vacía de la representación) del que ha sido expulsado cualquier público real en tanto que susceptible de pasiones demasiado vivas y de donde sólo emana una retranscripción televisiva (las pantallas, las curvas, los sondeos)».
La cultura consensual, que gobernó sin réplica durante los años 80 y 90, es efectivamente un sistema de información centralizado y unidireccional, donde los expertos y los intelectuales mediáticos tienen el monopolio de la palabra, las audiencias están sometidas y existen temas intocables.
Seattle, 1999. El público regresa al estadio del que había sido expulsado, aprovechando la transformación del contexto tecnológico para saltarse las mediaciones y producir las herramientas que le permitan narrar en primera persona lo que vive. Por ejemplo, la red mundial de indymedias se crea bajo la consigna «don’t hate the media, become the media!» y con la idea de alentar una construcción colectiva de la actualidad. Las audiencias se rebelan, se convierten ellas mismas en medio de comunicación. En 2001, durante los acontecimientos de la cumbre de Génova, fue sintomático observar cómo la edición digital de El País «robaba» la información a los propios medios independientes.
España, 2004. Lo que ocurre tras el 11-M demuestra que el público tiene autonomía con respecto al bombardeo de la mentira y la saturación de imágenes consensuales. El «estadio vacío» de la representación entra en crisis. Ahora el público abuchea, pita, boicotea, silba o simplemente se muestra indiferente a la seducción. El voto es cada vez una opción más instrumental, los tabúes políticos caen (atacados también desde la nueva derecha 2.0), la burla de la representación es general («baila el chikichiki», ¿recuerdas?). Las herramientas comunicativas ni siquiera están en manos ya de los activistas, sino que se han socializado entre el público cualquiera (pensemos en el papel de los blogs en el surgimiento de V de Vivienda).
Hace poco uno de los popes de la cultura consensual en declive se despachaba histérico contra «los desconocidos del ilegible diario Público». Desde luego hay que alegrarse siempre de ser «desconocido» e «ilegible» para los códigos dominantes, es buena señal. Efectivamente, este periódico ha cuestionado tabúes hasta ahora atados y bien atados, ensanchando así la realidad: por ejemplo, la situación de la vivienda o de la precariedad, el modelo dominante de propiedad intelectual, el juicio 18/98 o la desinformación sobre Venezuela.
Pero aún queda mucho por hacer para que «este periódico [nos] pertenezca», como dice su publicidad. ¿Cómo conectar con ese público que ha vuelto al estadio vacío sin pretender dirigir su percepción ni aleccionarlo?
Dos ideas muy básicas. En primer lugar, sería un error interpretar el nuevo protagonismo social como un fenómeno «de izquierdas». Si la derecha sólo puede vender miedo, la única mercancía de la izquierda electoral es el miedo al miedo. Por eso reducir la información a consigna («caña al PP») distancia. Se trata más bien de escuchar a lo social y transcribir su complejidad.
En segundo lugar, Público tiene una ventaja: no teme a la red. Una manifestante chilena del movimiento de los «pingüinos» decía: «el arma es internet y allí los políticos vejetes no cachan lo que pasa. Ellos sólo la usan para mirar mujeres en bolas». El País, faro de la cultura consensual, ni siquiera permite comentar sus noticias, que es la forma más baja de participación. Pero hay que ir mucho más allá, inventar espacios de autogestión y comunicación directa para el público (un ejemplo sería el papel del wiki de escolar.net durante V de Vivienda). No expropiar a la gente de su capacidad de pensar y de crear pasa por dejar que las herramientas se te vayan -al menos un poco- de las manos, por dejarse desbordar.
Público, ¡no falléis a la grada!
Amador Fernández-Savater es editor.