Si escucha atentamente las coberturas periodísticas del fútbol -sobre todo las televisivas-, podrá usted descubrir que Boca y River son dos escuadras que nunca ganan tres a cero, sino que golean, bailan o despachan soberbiamente a su adversario. Sus delanteros o mediocampista no le pifian a la pelota, la tiran desviada; no se caen, pisan […]
Si escucha atentamente las coberturas periodísticas del fútbol -sobre todo las televisivas-, podrá usted descubrir que Boca y River son dos escuadras que nunca ganan tres a cero, sino que golean, bailan o despachan soberbiamente a su adversario. Sus delanteros o mediocampista no le pifian a la pelota, la tiran desviada; no se caen, pisan mal; no la tocan despacio, dejan deslizar una sutileza; durante un partido no son ni el 10 ni el 8 ni el 9, se llaman Carlitos, Burrito o Martín; no se equivocan, sólo no comprenden esa jugada puntual.
Cuando un equipo «grande» se enfrenta a uno «chico», sus jugadores nunca hacen lindos goles, sino golazos, o rompen el arco, o ponen en ridículo al arquero y a la defensa adversaria. No cometen faltas ni golpean al del otro equipo, se les escapa el pié o llegan a destiempo.
Los once de Boca y de River nunca están cansados, y mucho menos mal físicamente, es que han corrido mucho o han entregado todo; no son protestones ni llorones con el árbitro, son cancheros, vivos, o simplemente hombres que reclaman lo que es justo. No se burlan del periodismo ni son mal educados cuando no responden a sus preguntas, es entendible que no quieran hablar.
Para Tití Fernández estos jugadores no se lesionan, así nomás, son personas a las cuales se las extraña mucho, y de las que se espera que se repongan pronto, y se les manda un abrazo a ellos y a su familia. Para Tití Fernández, ellos no se van de vacaciones, disfrutan de un merecido descanso.
Para quienes presentan el fútbol y lo «analizan» por la pantalla de Torneos y Competencias, los jugadores de Boca y de River nunca juegan partidos aburridos, sino encuentros trabados; jamás la encuentran de casualidad en el área, sus delanteros están siempre bien ubicados; nunca juegan mal, sólo no le encuentran la vuelta al partido.
Los zagueros de los equipos «grandes» pueden tirar la pelota afuera, pero no revolearla a la tribuna. Los hombres que emigran de la formación lo hacen porque se les termina el contrato o porque, sencillamente, no son tenidos en cuenta, pero nunca son ignorados por el técnico. Los defensores de Boca no son rústicos o torpes, sino férreos marcadores.
Los chicos provenientes de las inferiores que debutan en primera no son juveniles en la voz de los relatores, son el nene o el pibe.
Juan Román Riquelme nunca juega para atrás, maneja los tiempos del partido. Saviola en Europa no es un suplente, es un as bajo la manga que tiene o que se guarda el técnico. La Pulga Messi -promesa de nuevo barrilete cósmico- hace todo de manera brillante y maravillosa, incluso los laterales (¡los laterales!). Los delanteros de Argentina no son morfones, como en el barrio, que juegan de manera displicente, sino habilidosos a los cuales no se les abren los caminos jugando para la selección nacional.
Quienes consideran que las palabras son inocentes -que los discursos que circulan por la sociedad no están atravesados por el poder- tienen aquí un pequeño ejemplo cultivado en el mundillo del fútbol. Un ejemplo de cómo las empresas dueñas del negocio representan la realidad a través de sus relatores y comentaristas repartiendo de manera desigual, entre los diferentes equipos y jugadores, todos estos términos en apariencia sólo descriptivos. Un ejemplo de cómo este léxico crea un objeto de consumo a medida, listo para ser vendido a quienes todas las noches consumen el fútbol pasivamente. Como si sólo fuese un entretenimiento.
Emiliano Bertoglio es Lic. en Ciencias de la Comunicación.