Buenos Aires, noviembre (SEMlac).- En la ciudad que crecí -Termas de Río Hondo, Santiago del Estero-, hay quienes tienen un duelo eterno; en este momento viene a mi mente un relato de mi querida Ana Valentina Benjamín: «la falta de tumba confunde a la ubicación de nuestras almas». Mi familia tiene ese duelo abismal y […]
Buenos Aires, noviembre (SEMlac).- En la ciudad que crecí -Termas de Río Hondo, Santiago del Estero-, hay quienes tienen un duelo eterno; en este momento viene a mi mente un relato de mi querida Ana Valentina Benjamín: «la falta de tumba confunde a la ubicación de nuestras almas».
Mi familia tiene ese duelo abismal y también tiene insatisfacción. José y Daniel, mis hermanos, llevan el horrendo mote de Desaparecidos y digo horrendo, porque discuto el trasfondo de esta palabra.
No tengo memoria de ellos, sólo algunas fotos en blanco y negro, porque yo apenas había nacido cuando pasaron a estar en ese estado que confunde: los habían matado o estaban escondidos, y en 1983 -tenía 10 años- imaginé que un día volverían del exilio.
Y en enero de 1984, mi hermana Silvia tuvo la espantosa (pero quizás premonitoria) pesadilla de encontrar a Daniel en un pozo.
En casa, todo el tiempo recordábamos a José y Daniel. Mi viejo los recordaba como: «los chicos» y me decía que yo era tan alta como ellos, aunque en realidad se equivocó, porque a los 15 se detuvo mi estirón.
El 24 de marzo de 2006, mi familia sintió levantar cabeza, porque finalmente considerábamos que ese pueblo, que durante años nos trató como parias, estaba inquieto por saber realmente: qué, por qué, cuándo, quiénes?
Aquel 24 de marzo, inaugurábamos un modesto monumento en el parque Martín Miguel de Guemes, denominado Parque de la Memoria, donde se levantaba una escultura que los recordaba a ellos y a otros dos compañeros con el nombre de Ausencias.
Aquel día sentí que realmente había un intento de reconstruir la memoria. Recuerdo que aquel día mi familia caminó, por primera vez, por las calles de esa ciudad, acompañada por mucha gente que gritaba: NUNCA MÁS.
Tengo la postal de aquella jornada, Anita -mi hermana- caminaba con valentía y yo en medio de la fragilidad, que sólo lo puedo explicar con la impotencia. Tengo el recuerdo de haber mirado hacia un costado y ver a un compañero de la escuela primaria, que acompañaba los gritos de NUNCA. En ese momento recordé que durante años nosotras, mi hermana y yo, fuimos «las chicas raras».
Hoy, noviembre de 2008, el actual intendente, Luis Saleme, pretende matar la memoria. En el plan de reconstrucción de ese parque hizo extraer la escultura. No sólo no mandó a colocarla nuevamente, sino que mis hermanas -el 12 de noviembre- la encontraron demolida en un basural.
Este ensañamiento lo imparte una autoridad elegida democráticamente. ¿Por qué destruir la memoria?, ¿Por qué este atropello? Me pregunto y no encuentro respuesta. El accionar de Luis Saleme es detestable.
A nuestras familias les faltan tumbas, quizás por eso siempre tenemos ese peregrinar lleno de insatisfacción. En ese espacio destinado a la Memoria, nosotros, los familiares, teníamos un lugar simbólico para, al menos, intentar reacomodar nuestras vidas, inmersas durante años en interrogantes y ausencias.
La escultura está hecha añicos y, con esta acción, volvemos a desaparecer. Matar la memoria es ocultar la verdad y atentar contra los lineamientos de esta democracia.
No puedo explicar tanta indignación, y vuelvo a las líneas de mi amiga Ana Valentina Benjamín cuando siento que ellos, mis hermanos, «están en ninguna parte». En mi ciudad, Termas de Río Hondo, siempre estarán esos «cuerpos espectrales que caminan por las calles de la Lesa Humanidad»*.
El Parque de la Memoria recordaba a:
José Teodoro Loto Zurita, secuestrado el 8 de febrero de 1975
Daniel Roberto Loto Zurita, secuestrado el 25 de septiembre de 1976
Mario Ángel Ordoñez, secuestrado en la planta textil de grafa, en 1977
Francisco Ismael Serrano, secuestrado en el ingenio de Santa Lucía, Tucumán.
(*) «El país de los sin tumbas», relato de Ana Valentina Benjamín