Dice esta mañana (10 de diciembre) la enviada especial de El País (por fin se han decidido a enviar a alguien, por cierto, ya que hasta ahora se habían limitado a reproducir noticias de la prensa griega, y, sea dicho de paso, de los periódicos más conservadores): Pasadas las cuatro de la tarde, hora local […]
Dice esta mañana (10 de diciembre) la enviada especial de El País (por fin se han decidido a enviar a alguien, por cierto, ya que hasta ahora se habían limitado a reproducir noticias de la prensa griega, y, sea dicho de paso, de los periódicos más conservadores):
Pasadas las cuatro de la tarde, hora local (una hora menos en la España peninsular), el ataúd blanco con los restos de Alexis desapareció del plano. Las imágenes siguientes, minutos después, fueron ya de disturbios y enfrentamientos.
¿La enviada especial de El País se queda en el hotel viendo la tele? No importa. Algunos de nosotros estábamos allí.
El entierro tuvo lugar en Palio Faliro, un barrio a unos ocho kilómetros del centro de Atenas. A esas horas el Politejnío está relativamente en calma. No hay policía en los alrededores.
Frente a la iglesia se concentra una multitud de gente, en especial adolescentes, muchos de ellos con sus padres. Algo a lo lejos empieza a reunirse también gran cantidad de policía. Mis compañeros griegos insisten en que precise que no se trataba de antidisturbios, sino de motoristas. Iban armados.
De las calles adyacentes van llegando cada vez más chavales. Vemos a madres gritando desde el balcón a sus hijos que vuelvan a casa. En vano. Hablamos de chicos de clase media acomodada, vestidos con ropa de marca, que probablemente nunca han estado en Exarjia y nada saben de política.
De pronto un motorista saca un arma y dispara tres veces al cielo. (Posteriormente el policía afirma que sacó el arma por miedo, porque se sintieron amenazados -amenazados por tener frente a ellos a niños, y la vía libre a sus espaldas.) Se desata el caos. Los chavales corren a recoger los casquillos de las balas. La policía vuelve a disparar al cielo unas diez veces. Entonces, y sólo entonces, es cuando empiezan los disturbios y los enfrentamientos. Sí, se producen importantes destrozos en la zona y los alrededores.
Está filmado por cámaras de televisión. Es una lástima que la enviada especial de El País no sólo se limitara a quedarse viendo la tele, sino que además ni siquiera se tomara la molestia de echar un vistazo a los distintos canales.
Y sigue diciendo:
En la plaza Sintagma, el kilómetro cero de Atenas, se hizo de noche prematuramente en torno a las dos de la tarde. El humo negro producido por plásticos quemados se mezclaba con los botes de humo disparados por los antidisturbios.
Luego se pierde en comparaciones con la Intifada, en David y Goliat, en la desproporción del recurso a la fuerza por parte de ambos bandos, se da un paseo por Tesalónica y vuelve a la plaza Síntagma para decir que algunos manifestantes «no se conformaron con arrojar piedras, también usaron vallas, palos y papeleras. Y los más radicales cócteles molotov». Sólo en el siguiente párrafo, tras haber mencionado la manifestación convocada por el partido comunista griego, deja caer, casi por descuido, que «la otra concentración» (la de Síntagma) era «mayoritariamente estudiantil» y «concentró a miles de participantes».
Curiosa manera de contar lo sucedido. No decimos «falsa». Decimos sólo «curiosa». Lo que cuenta es cierto, pero tan parcial, tan absolutamente sesgado y tan estratégicamente expuesto, que al final poco tiene que ver con lo que presenciamos los que allí estábamos.
Era, efectivamente, una manifestación estudiantil. Hablamos de chicos de colegios e institutos entre once y dieciocho años, en su mayoría acompañados por sus profesores y sus padres. Habían llegado escuelas enteras de toda la ciudad y del Ática. Pretendía ser una manifestación pacífica.
Los manifestantes se sientan ante el Parlamento. Los más jóvenes, directamente niños, ocupan las primeras filas.
La policía los rodea totalmente. La plaza va llenándose de gente.
La policía intenta desalojar a los manifestantes a empujones y patadas (contra las primeras filas, las de los niños). Los chicos no se mueven. La policía saca sprays lacrimógenos y empiezan a rociarlos. Los profesores y los padres corren hacia las primeras filas y se enfrentan a la policía a gritos: «Pero ¿qué hacéis? ¿No veis que son niños? ¿Pretendéis matárnoslos a todos?». Es cierto: alguna piedra empieza a caerles. La policía se pone nerviosa, se guarda los sprays y lanza por los aires un bote de gases lacrimógenos. Y es entonces, y sólo entonces, cuando se desata la batalla campal, cuando los que han ido concentrándose en los alrededores de la plaza no se conforman con lanzar piedras, sino que recurren a vallas, palos y papeleras.
Y sigue diciendo la enviada especial:
«Saludamos y damos la bienvenida a los jóvenes que no se cubren la cara», era la consigna más repetida entre los profesores y los estudiantes que participaron en la primera marcha de la mañana.
Tampoco decimos que sea falso. No decimos que no haya encapuchados radicales y vándalos. Los hay. Pero no son tantos. Las calles están llenas de gente a todas horas, y por las noches, en los alrededores del Politejnío, todos podríamos pasar por encapuchados, entre otras cosas porque tenemos que salir con gorro (caen huevos, tomates, piedras e incluso algún cóctel molotov de balcones de casas particulares en cuanto pasa la policía), los ojos untados con vaselina, pañuelos mojados sobre la nariz y la boca, o mascarillas. Llevamos cuatro días largos respirando lacrimógenos (hay testimonios de que han lanzado botes estadounidenses caducados, lo cual ha complicado todavía más las cosas -el ministro de Sanidad pidió hace unos días a la policía que moderara el uso de lacrimógenos, comentó que incluso el personal médico tiene problemas para respirar cuando atiende a los heridos).
Y dice además:
Dos palabras se repiten sobremanera estos días en los medios de comunicación y en las calles: hooligans y vándalos. Otra frase favorita es: «Atenas parece Irak».
Suponemos que esto es lo que se repite sobre todo en los medios de comunicación extranjeros. En cuanto a las calles, está claro que depende de con quién hable cada cual. La frase que más hemos oído nosotros incluso en los peores momentos, cuando todo el centro de Atenas ardía y la situación estaba totalmente fuera de control, era: «Iparji logos» (Hay motivos).
La situación es sorprendente. Desde el principio en las calles hay muchísima gente hasta bien avanzada la madrugada, pero cuanto más se empeñan los medios en que se trata sobre todo de pequeños grupos de vándalos radicales y anarquistas, más gente sale a la calle. Y los que al principio se limitaban a hacer acto de presencia empiezan ahora a animarse a lanzar alguna piedra que otra.
Está claro que en Atenas sólo los vándalos son fotogénicos.