Cuando las calles de Atenas empezaron a arder, pocos de los asiduos a un pequeño café de la calle Banchi di Sopra, en Siena, se sorprendieron. Tampoco se extrañaron los jóvenes que acuden a diario a un local social de la plaza del Sol de Barcelona. Sabían de antemano que Grecia sería el foco de […]
Cuando las calles de Atenas empezaron a arder, pocos de los asiduos a un pequeño café de la calle Banchi di Sopra, en Siena, se sorprendieron. Tampoco se extrañaron los jóvenes que acuden a diario a un local social de la plaza del Sol de Barcelona. Sabían de antemano que Grecia sería el foco de atención y se preparaban para respaldar las protestas a distancia.
Hay quien ve las cosas pasar y hay quien decide que las cosas pasen. Los estudiantes griegos salieron a la calle, y el mundo recibió la noticia con estupor. Fueron muchos los que se preguntaron: ¿Qué sucede? ¿Por qué tanta rabia?
Muchos, sí, pero no todos. Porque en el mismo momento en que el primer joven pisaba las aceras de Atenas para manifestarse, decenas de páginas de internet informaban con precisión sobre lo que estaba sucediendo. Son webs independientes, abiertas a todos y actualizadas al minuto.
Las gestionan entidades alternativas, relacionadas con los movimientos sociales que crecen sin freno, conectados entre sí. No importa que algo suceda en Buenos Aires o Seattle, en Madrid, Roma o Atenas se enterarán al momento.
«Si nos ponemos, somos capaces». La frase es casi un lema para los movimientos sociales, dice, José David Carracedo, redactor del periódico Diagonal, publicación alternativa, sin directores, regida por asamblea y con una tirada de 15.000 ejemplares.
Ligado hace años al movimiento zapatista, Carracedo ha visto cómo su lucha iba cobrando vida. Fue hace casi 10 años, cuando estudiaba en Londres. «El 18 de junio de 1999 se convocó una jornada anticapitalista en 35 ciudades del mundo», recuerda, «se demostró cómo pocas personas eran capaces de poner en jaque al sistema». Colapsaron la capital británica, lograron incluso que la Bolsa cerrara durante media hora, se llevaron a cabo más de 300 acciones contra bancos, multinacionales, empresas de armas, petroleras… Aquel día comenzó algo que ha seguido sin tregua y aún sorprende a muchos.
«¿Que por qué se extrañan todavía? Pues porque los medios y los poderes institucionales impiden saber que hay otras realidades. Nos dibujan como un grupo reducido, dicen que somos 1.000 personas en todo el mundo, que manipulamos las cifras, pero somos decenas de miles, y si nos ponemos, somos capaces». Lo fueron aquel verano en Londres, donde montaron 40 puntos de información que retransmitían por internet de forma inmediata lo que sucedía en la ciudad. La rigurosidad fue tal, que la cadena ABC de EEUU dedicó horas de programación tratando de analizar el éxito de aquellos jóvenes que, según pensaban, habían salido de la nada. Se equivocaban, como se han equivocado ahora.
Estos jóvenes -y no tan jóvenes- están súmamente organizados y conectados, proceden de los más diversos colectivos, de las causas y lugares más dispares, pero todos con un objetivo común: «Denunciar la injusticia». «Ni en la manifestación contra la Cumbre de la UE en Barcelona, donde hubo más de 300.000 personas; ni en las protestas contra la guerra, en las que hubo millones de personas; ni en las acciones contra la discriminación a los inmigrantes. No han sido capaces de vernos, no creen que seamos un grupo unificado porque no saben darnos nombre, porque no pueden etiquetarnos», comenta Carracedo. «Somos redes muy amplias, diversas, en las que cabe todo el mundo, y no nos han querido prestar atención».
Los amigos del joven Alexander, el griego asesinado por un policía en Atenas, lo avisaban, como llevan avisando desde hace años los movimientos sociales: «Somos vuestros hijos. Esos conocidos, desconocidos. Esperábamos que nos defendiérais, esperábamos que os interesárais. Que por una vez nos hiciérais sentir orgullosos. En vano».
«Lo que sucede es que de pronto nos cuentan que hay hambre en Somalia, como si ayer no lo hubiera, o nos dicen que hay malestar entre los jóvenes griegos, como si hace cuatro días no lo tuvieran», opina Pascual Serrano, fundador de rebelion.org, la web alternativa más antigua en castellano y posiblemente la más leída. «Se ofrece espectáculo, la anécdota, y se criminaliza a los movimientos alternativos; se informa desde la emotividad, los medios convencionales dan partes de guerra, no se explica el contexto, y eso hace que la gente se sorprenda».
Y que otros busquen en medios paralelos. Ocurrió en Seattle, el 30 de noviembre de 1999. Aquel frío martes comenzaba en la ciudad estadounidense una reunión de la Organización Mundial del Comercio (OMC), un encuentro que decenas de miles de personas se habían propuesto reventar. Sin violencia, sin miramientos. Y lo consiguieron. Sindicatos, asociaciones ecologistas, profesionales, anarquistas, gente a título personal. Más de 100.000 manifestantes boicotearon una reunión en la que debían participar 150 dirigentes mundiales. Nació entonces el puntal, el referente de la información alternativa mundial, indymedia.org, web en la que todos los movimientos sociales vierten sus convocatorias y opiniones.
El Día Internacional de la Acción Directa logró frenar algunas de las propuestas que debían debatirse, como la ampliación de la jornada laboral a 65 horas semanales. ¿Les suena? Sí, hace ya 10 años que la iniciativa planea sobre las mesas de los despachos del poder y fueron estos grupos -tachados de utópicos y de violentos por muchos- los que lo frenaron entonces.
«El desencanto social es viejo, encontramos las primeras expresiones en el siglo XIX, con la consolidación del capitalismo en Inglaterra», comenta Rodrigo Araya, miembro del grupo de investigación egoredes.org, del Departamento de Antropología de la Universtat Autònoma de Barcelona. Lo novedoso, según Araya, es que «hoy no hay intermediarios. Antes dependíamos de los medios de masas o los partidos políticos».
Y recuerda que «si los activistas son una red diversa, que conecta mundos sociales distintos y tienen alta capacidad de intermediación, la revuelta puede lograr un peak y desestabilizar un sistema e incluso crear una revolución».