Recomiendo:
0

Es posible derrotar la dictadura mediática

Medios alternativos para una gran causa

Fuentes: Revista Correo No. 5/Rebelión

«Los medios de comunicación son, ante todo, empresas, corporaciones que buscan producir utilidades. Y a diferencia del poder de los funcionarios políticos, el de los medios de comunicación no está sujeto a término, ni está sometido a las estrictas reglas de transparencia que les son demandadas a los políticos. Es urgente que entendamos que debemos […]

«Los medios de comunicación son, ante todo, empresas, corporaciones que buscan producir utilidades. Y a diferencia del poder de los funcionarios políticos, el de los medios de comunicación no está sujeto a término, ni está sometido a las estrictas reglas de transparencia que les son demandadas a los políticos. Es urgente que entendamos que debemos ser muy cuidadosos con la pretensión de algunos medios de arrogarse la representación del interés público, y de sustituir en esa función a los representantes electos democráticamente».

Lo anterior no es un pensamiento novedoso. Centenares de científicos sociales lo han denunciado desde cuando menos el siglo XIX, y aunque sobran periodistas al servicio de los dueños del poder mediático, que se ocupan de negar esa realidad y sembrar la ficción de una prensa «independiente», «apolítica» y sin partido, es un hecho incuestionable. Tanto, que lo ha dicho (el 26 de agosto de 2009) el presidente de Costa Rica, Oscar Arias, un personaje libre de toda sospecha de «izquierdismo».

Lenin decía que «los obreros saben también, y los socialistas de todos los países lo han reconocido millones de veces, que esa libertad (de prensa) será un engaño mientras las mejores imprentas y grandísimas reservas de papel se hallen en manos de los capitalistas, y mientras exista el poder del capital sobre la prensa, poder que se manifiesta en todo el mundo con tanta mayor claridad, nitidez y cinismo cuanto más desarrollados se hallan la democracia y el régimen republicano, como ocurre, por ejemplo, en Norteamérica. Los capitalistas llaman libertad de imprenta a la libertad de soborno de la prensa por los ricos, a la libertad de utilizar la riqueza para fabricar y falsear la llamada opinión pública. Los defensores de la «democracia pura» también se manifiestan de hecho en este caso como defensores del más inmundo y venal sistema de dominio de los ricos sobre los medios de ilustración de las masas, resultan ser embusteros que engañan al pueblo y que con frases bonitas, bellas y falsas hasta la médula distraen de la tarea histórica concreta de liberar a la prensa de su sojuzgamiento por el capital».

¿Qué tienen en común Arias y Lenin para que ambos, desde posiciones de clase antagónicas, lleguen a conclusiones parecidas?

En 1880, en New York, el periodista norteamericano John Swinton confesaba que «el negocio de los periodistas es usar la mentira pura y simple, pervertir, difamar y adular a los pies de Mammón (dinero), para destruir la verdad, y para vender su país y su raza por el pan de cada día. Usted lo sabe y yo lo sé, ¿y qué locura es esta brindando por una prensa independiente? Somos las herramientas y vasallos de los hombres ricos ubicados detrás de la escena. Somos los títeres para que tiren de la cuerda y bailemos. Nuestros talentos, nuestras posibilidades y nuestras vidas son propiedad de otros hombres. Somos prostitutas intelectuales».

Deborah Davis en su libro «Katherine The Great» (1991), cuenta que un agente de la Central de Inteligencia America (CÍA), reveló que los agentes «podemos encontrar periodistas más baratos que una buena prostituta, por doscientos dólares mensuales».

Por su parte, el ex director de la CÍA (1973-1976), William Colby, afirmaba -con timbre de orgullo- que la central «controla a todos los que son importantes en los principales medios de comunicación». Poco o nada ha cambiado en esos medios de comunicación convertidos en omnipotentes corporaciones multinacionales, trasmutadas en el poder mismo del capitalismo.

Todos estos comentarios describen la realidad de la sociedad capitalista en todas sus épocas, y Nicaragua no es la excepción, sino la regla. Sobran los vasallos, los títeres, las prostitutas intelectuales, cuyo expreso objetivo es destruir la posibilidad que objetivamente tiene ahora el país de resolver sus problemas estructurales (hambre, ignorancia, mortalidad, atraso, desempleo).

Uno de los comentarios que con mayor frecuencia se escucha en el exterior, es que no saben qué ocurre en Nicaragua, ni a quién creerle. Se declaran súbditos de la confusión entre otras razones, porque cuando leen las versiones digitales de los diarios de la oposición, creen que el país está rumbo al caos, que sufre una dictadura, que hay represión y persecución políticas, que el gobierno es corrupto e incapaz, que la gente empobrecida ha sido abandonada a su suerte, que los nicaragüenses están peor que nunca. En suma, han creado su propio país, una realidad virtual acomodada exactamente a sus intereses y cuyo único objetivo es acosar y derribar un gobierno democráticamente electo.

El presidente ecuatoriano Rafael Correa ha señalado que «hemos vencido a quienes han detentado el poder para ejercerlo a favor de los privilegiados, pero no al poder en sí mismo. Todavía hay poderes fácticos. Sobre todo ese terrible poder, que es el poder informativo».

La periodista y escritora española María Toledano afirma que «existe una relación histórica, conocida, que une información y poder. Es una relación estable, limpia y ordenada como un sacramento católico, como un buen matrimonio burgués. Las empresas propietarias de los grandes medios de comunicación (que a su vez detentan infinidad de otros negocios multinacionales) deciden, de acuerdo con sus intereses y los de sus anunciantes, qué se emite o publica, cómo y cuándo. Los férreos filtros (pocas veces se equivocan) vienen fijados por los directivos, verdaderas líneas de transmisión -perros de presa- de su accionariado y responden ante los indefensos espectadores con pequeñas dosis de verosimilitud (una aparente mirada inocente sobre el mundo) que nada tiene que ver con la verdad de los hechos descritos, ni con el principio básico -repetido por ellos mismos hasta la extenuación- de la objetividad».

El factor miedo

Desde que la sociedad se dividió en clases sociales, el principal factor de dominación de unas sobre otras ha sido el miedo. El siquiatra y escritor argentino Pacho O’Donnell, en su libro «La sociedad de los miedos» (2009), describe ese sentimiento que paraliza y reduce los mecanismos humanos de defensa natural, como «el más poderoso de los mecanismos para influir en la conducta de las personas. Por eso los miedos se fabrican a medida de las necesidades políticas y económicas de las élites que gobiernan. El miedo a la muerte es la base de todos los demás. Pero hay otros. Son miedos que parecen ir encadenados. Dependen unos de otros, se potencian: miedo a ser distinto, a perder lo que se tiene, al futuro, a no ser amado, al fracaso, al sufrimiento, a la locura, a la inseguridad urbana, a la vejez, a la soledad».

O’Donnell asegura que el factor miedo atrapó prácticamente a todo el planeta a partir de la hegemonía del imperialismo norteamericano y sus socios «y el desarrollo de modernas técnicas de comunicación masiva que permitieron infiltrar los elementos del cóctel de «amenazas y peligros» en cada hogar del mundo. La Gripe A, como tantas otras «amenazas», forma parte de la galería de miedos fabricados industrialmente, en forma sistemática, por los amos del mundo».

Toledano se pregunta: «¿Qué contrapoder informativo puede garantizar la calidad y veracidad de las noticias difundidas, si aquellos en los que hemos depositado nuestra confianza mienten?»

Lenin creía que la prensa socialista debe ser «un medio de educación y cohesión de las clases realmente avanzadas», pues «cuando las masas lo conocen todo, pueden juzgar todo y se resuelven conscientemente a todo».

El uruguayo-venezolano Aram Aharonian, uno de los fundadores de teleSUR, advierte sin embargo contra uno de los más graves peligros de los medios alternativos: «de nada sirve tener medios nuevos, televisoras nuevas, si no tenemos nuevos contenidos, si seguimos copiando las formas hegemónicas. De nada sirven nuevos medios si no creemos en la necesidad de vernos con nuestros propios ojos. Porque lanzar medios nuevos para repetir el mensaje del enemigo, es ser cómplice del enemigo».

Credibilidad, compromiso, crítica

En Nicaragua, los medios alternativos al poder corporativo tienen 30 años de historia: son fruto de la Revolución. Aunque en la prensa escrita cotidiana ya no existe un solo medio sandinista, docenas de radios de todas las potencias y los ámbitos, bajo distintos regímenes de propiedad, pueblan el espectro radiofónico y se esfuerzan todos los días para operar desde la ideología sandinista como portavoces auténticos de los ciudadanos. También existen muchos pequeños canales de televisión de paga (cable) y el sistema informativo Multivisión, que se emite por el Canal 4 de televisión abierta y tiene cobertura nacional.

A diferencia de lo que ocurre en otras realidades del norte o del sur, en Nicaragua los medios alternativos, la mayoría de los cuales son sandinistas, están en la batalla por ganar la hegemonía entre los ciudadanos: ser los más oídos y los mas vistos, y en muchos casos, ya lo han logrado. Pero la influencia sobre la opinión pública (privatizada por los oligopolios mediáticos) o la divulgación de hechos noticiosos, no sólo se construye con el liderazgo de audiencia, sino con credibilidad, la cual proviene de la confianza; criterio, que surge del conocimiento y ofrece la posibilidad de ejercer la crítica y el análisis para fortalecer los procesos políticos de cambio, cuando se aplican las técnicas inherentes con calidad y destreza suficientes; coherencia entre lo que dicen y lo que hacen, a nivel personal (como periodistas) y como medio de comunicación; consecuencia para sostener lo que se predica con los hechos que lo demuestran; y compromiso voluntario y explícito con las causas que se defienden, con los ciudadanos con los cuales se convive, con la humanidad de la que formamos parte y con el planeta en el cual habitamos.

a) Compromiso. El periodismo implica compromiso, y no al contrario. De lo que se trata es definir y asumir con quién es y obrar en consecuencia. Quienes laboran para un medio corporativo, están comprometidos (concientes o no) con los intereses de sus patrones. Puede que comulguen con ellos, o que simplemente sean sus obreros, enajenados o títeres. Quienes laboran en un medio de comunicación alternativo, asumen concientemente como propio un compromiso con los objetivos del medio y se colocan al servicio de su público. Unos y otros ejercen la comunicación social desde una posición de clase. Unos usan el disfraz patronal de la «objetividad», «imparcialidad», «apoliticidad» y «apartidismo». Los otros asumen con sinceridad su papel de trabajadores ideológicos al servicio de las clases empobrecidas y secularmente oprimidas por el capitalismo y el coloniaje cultural.

El periodista chileno Camilo Taufic, en su monumental obra «Periodismo y Lucha de clases» (1973), sostiene que «lo que determina la esencia de la comunicación humana (individual o colectiva) es el propósito del emisor y las características del receptor al cual va dirigida; su intención será distinta según vaya hacia los amigos o hacia los enemigos; según se proyecte horizontalmente, a una misma clase, o verticalmente, a las restantes clases de la sociedad. Pero en ningún caso la comunicación está flotando entre «la Tierra y el cielo», independiente de los que participan en ella, de sus intereses e ideología. Desde esa perspectiva, la comunicación se revela como una fuerza que puede servir tanto para la liberación del hombre como para su opresión, y en el hecho, la revolución de las comunicaciones contemporánea, en vastas regiones del mundo no ha servido a la revolución, sino a la reacción. No son, entonces, los instrumentos los que cambiarán la naturaleza de la información colectiva, sino las mismas personas. Para perfeccionar -o simplemente sanear- a la comunicación masiva, hay que empezar por transformar la sociedad».

Agrega Taufic que «al informar y dar su interpretación y su opinión sobre las noticias, el periodismo es al mismo tiempo una activa fuerza política, un instrumento de la lucha de clases que se da en el seno de la sociedad. Influye directamente en la realidad cotidiana contribuyendo a organizar el mundo material según los contenidos de clase que transmite y hasta el punto en que éstos encuentran la resistencia suficiente para ser anulados. Es un arma poderosa cubierta por un camuflaje de «independencia» cuando sirve a los capitalistas, o actuando a campo descubierto y proclamando su carácter de clase, cuando sirve a los trabajadores».

b) Conocimiento. La comunicación social conlleva técnicas especializadas. No es un oficio empírico sino una auténtica disciplina teórica y práctica, que implica la permanente actualización. También significa involucrarse en la realidad de la cual informamos y sobre la cual pretendemos influir, conociendo personalmente sus contradicciones, estudiando sus antecedentes, sus circunstancias y los factores que la determinan. De poco sirve la sabiduría técnica, si los comunicadores no se vinculan con la gente en sus realidades específicas y generales. La famosa regla de la constatación de los hechos para luego informarlos, es solo posible si hay un estrecho vínculo con la sociedad, desde su propia realidad (gentes, territorio). Para poder entender esa realidad compleja y contradictoria, el periodismo necesita más que ninguna otra profesión, conocer lo que algunos autores denominan como el alma del pueblo (tradiciones, sentimientos, anhelos, creencias, cultura, historia, patrones de conducta), porque sólo de esa forma puede entender al público al cual sirve.

c) Criterio. Como es sabido, el periodismo no se puede limitar a las técnicas propias: debe saber un poco de todo, para definir su propio criterio. Quien como periodista aspire a interpretar correctamente las realidades y las aspiraciones de los ciudadanos, para influir en sus procesos de cualquier naturaleza, necesita conocimiento y vínculo directo e informado desde la misma realidad. Pero en periodismo el ingrediente fundamental para determinar el criterio es la posición de clase de quien lo ejerce.

O como dice Camilo Taufic: «El periodismo da informes que permiten guiar las actividades de los partidos políticos, de las organizaciones sociales y de los mismos individuos, y como esta información diaria y reiterada por distintos canales (prensa, radio, televisión, etc.) llega a influir decisivamente en la propia orientación de la sociedad, es que las clases, los partidos y el Estado se esfuerzan por tener bajo su control al periodismo, para -con su auxilio- configurar el mundo según sus intereses. No existe la información por la información; se informa para orientar en determinado sentido a las diversas clases y capas de la sociedad, y con el propósito de que esa orientación llegue a expresarse en acciones determinadas. Es decir, se informa para dirigir. En ese sentido, el mimetismo entre periodismo y política llega a ser total. Que nadie se llame a engaño en una materia en que tantos quiere aparecer (los comunicadores burgueses) como inocentes, apolíticos o neutrales. No hay tal inocencia, tal apoliticismo o tal neutralidad. El hecho de que los principales medios de comunicación estén en manos de un número limitado de propietarios (…) agrega la dimensión de la lucha de clases (a la relación entre medios y cuerpo social) donde las noticias escogidas para su publicación son las que convienen al interés de la clase dominante».

d) Calidad. La esencia está en el dominio del lenguaje y de los códigos lingüísticos y culturales. Y también en la decodificación de los mensajes que usan como martillo los medios corporativos. En este campo -el lingüistico- también se libra una auténtica batalla de clase. Se pueden ofrecer muchos ejemplos de cómo el imperio mediático deforma los conceptos: democracia como sinónimo de capitalismo y como consecuencia, los demócratas son los que defienden a ese sistema. Quienes resisten un gobierno progresista, son ciudadanos concientes; quienes lo apoyan, masas ignorantes o turbas. La Resistencia contra la ocupación imperialista europea y norteamericana en Afganistán o Irak, son talibanes y terroristas; los enemigos de Cuba (como el criminal Posada Carriles) son anticastristas y luchadores por la libertad. Si Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa o Daniel Ortega se reeligen o reforman la Constitución, es porque encabezan una dictadura y se perpetúan en el poder; si lo hace Álvaro Uribe u Oscar Arias, son líderes insustituibles de un pueblo libre. La calidad exige el uso apropiado de las técnicas de la comunicación social en general, pero por encima de todo, es adecuar el lenguaje al común conocimiento y saber conectar el mensaje con el discernimiento (la mente) y los sentimientos (el corazón) del público. Los medios alternativos son expertos en desmenuzar sesudamente los acontecimientos, pero no han sido lo suficientemente capaces para lograr la empatía con las emociones de la gente.

e) Credibilidad. La credibilidad nace de la confianza del público en el periodismo y en los medios de comunicación a través del cual se ejerce. La confianza se labra en la veracidad de los hechos que se transmiten y en el criterio emitido con claridad, sin dobleces ni escondites, de quienes informan, opinan y analizan. Contrario a lo que predican los teóricos de las corporaciones mediáticas, no es la posición política de los periodistas la que deforma su enfoque sobre los hechos, sino la hipocresía y los disfraces. «La sociedad de la información (la que ahora vivimos) es una de las más ignorantes de la historia», decía el italiano Giovanni Arrighi. La base de esa ignorancia informada, es el exceso deliberado de información de todo tipo, la síntesis interesada.

El lingüista norteamericano Noam Chomsky considera que «el cuadro del mundo que se presenta a la gente no tiene la más mínima relación con la realidad, ya que la verdad sobre cada asunto queda enterrada bajo montañas de mentiras».

Toledano explica que «la idea es sencilla. Cuanto menos sepamos (esa es la única función de los mass-media) y más sepan (de cualquier materia) aquellos que circulan por las autopistas y moquetas del poder, más difícil será la crítica, más dura la batalla e imposible (casi) la erradicación de sus métodos y procedimientos de explotación y apropiación. La ciudadanía, destrozada y sin apenas más aliento que el denominado «tiempo de ocio» promovido por la dinámica consumista, es incapaz de reaccionar y las píldoras o mensajes -lo que se denomina «información»- van calando de tal forma que resulta imposible establecer un diálogo sensato (por no decir crítico) con alguien cuyas fuentes sean, únicamente, los medios mayoritarios. El objetivo está logrado. Por un lado la sociedad, el conjunto de los ciudadanos libres e iguales, legitima con su aceptación cotidiana -su incapacidad colectiva para desear otro modo de mirar, exigir y entender es dramática- los medios de masas y la veracidad de las noticias o análisis (ya no existe diferencia) y por otro, desautoriza, de raíz, sin paliativos, como exigen los cancerberos de la difusión, todas aquellas informaciones (por contrastadas que estén) que no provengan de sus autorizados órganos de emisión».

«Vivimos atenazados, amedrentados, por el ruido informativo. El bombardeo permanente de datos provoca un atroz desconcierto. Ya no se trata de que los periodistas manipulen la realidad (su salario depende de la fidelidad ideológica a su empresa), el problema, mucho más grave, consiste en la sobreabundancia y en la imposibilidad de retener, discriminar y analizar (una función periodística olvidada) lo relatado. Los canales de transmisión se han multiplicado (las empresas ha creado un sistema reticular que difunde el mismo mensaje por infinidad de medios) creando la apariencia de absoluta y transparente libertad. La consagrada «libertad de expresión» ha sido asimilada a la proliferación de medios, dando por sentado -una falacia más- que un mayor número de radios, televisiones, revistas y periódicos garantiza la pluralidad».

Y agrega: «el resultado es el siguiente: cualquier información ajena a los detentadores del poder mediático universal será considerada propaganda, falsificación o mentira. Resulta sorprendente comprobar, día a día, cómo la ciudadanía, en esta «democracia de superficie» ha cedido su soberanía informativa y, por tanto, la función de control y crítica, a las empresas de transmisión de la ideología dominante».

En comunicación, no es el error el que mina la confianza de la gente, sino la manipulación y la mentira. «La marca de la verdad, de hecho, es que su contrario no es ni el error, ni la ilusión, ni la opinión, de los cuales ninguno recae sobre la buena fe personal, sino que su contrario es la falsedad deliberada o el engaño. El error, por supuesto, es posible, e incluso corriente, en relación con la verdad de hecho, y en este caso este tipo de verdad no es de ninguna manera diferente de la verdad científica o racional. Pero lo importante es que, en lo que concierne a los hechos, existe otra posibilidad y que esta posibilidad, la falsedad deliberada, no pertenece a la misma especie que las proposiciones que, justas o equivocadas, pretenden solamente decir lo que es, o cómo me parece que es alguna cosa», escribe la teórica política Hannah Arendt (nacida en Alemania y nacionalizada norteamericana), en su obra «Between past and future. Six exercises in political thought».

f) Finalmente, como casi todo en la vida, en el periodismo o la comunicación social, son también imperativas la coherencia y la consecuencia. Practicar lo que se predica, asumir sin ambages los resultados del compromiso que se asume, resistir las tentaciones (en formas de prebendas económicas, políticas o personales) y los chantajes para mantener intacto su compromiso con la causa que se asume.

En 1999, ante docenas de periodistas latinoamericanos, el líder cubano Fidel Castro, resaltaba entre otras cosas las misiones de la comunicación social, comprometidas con el destino de la humanidad. «El hombre lo que necesitó siempre fue una gran causa. Nunca habrá hombre grande sin causa grande. Cuando hay una gran causa, mucha gente, casi todos pueden llegar a ser un gran escritor, un gran periodista, un gran comunicador. Nuestros periodistas tienen hoy esa gran causa, la tienen bien definida y la comprenden perfectamente bien. Hagamos luz, porque hay posibilidades de hacer luz, porque el hombre no es ciego. Lo pueden embrutecer y lo están embruteciendo. ¡Antídoto contra el embrutecimiento, que es mucho peor que el SIDA, es lo que hace falta! ¡Remedios contra el embrutecimiento! ¡Vacunas contra el embrutecimiento! Y esa vacuna la tienen ustedes, esa vacuna es la verdad, dirigida a un objetivo: a la razón del hombre y al corazón de los hombres».