En 1997 Jorge Riechmann publicó un celebrado poemario bajo el epígrafe: «El día que dejé de leer EL PAÍS» (Poesía Hiperión. Premio Jaén de Poesía 1997). El prólogo que el propio Jorge firma concluye con el párrafo que sigue: «…Por lo demás, se sabe que el yo lírico no coincide con el yo biográfico: son […]
En 1997 Jorge Riechmann publicó un celebrado poemario bajo el epígrafe: «El día que dejé de leer EL PAÍS» (Poesía Hiperión. Premio Jaén de Poesía 1997). El prólogo que el propio Jorge firma concluye con el párrafo que sigue: «…Por lo demás, se sabe que el yo lírico no coincide con el yo biográfico: son como primos lejanos a quienes no les gusta encontrarse, porque les incomoda su vago y sin embargo inocultable parecido. No ha dejado de leer EL PAÍS: cada día mi primo se entrega a ese vicio con la ferocidad de un rito de autodestrucción». Quien así reflexiona con arrepentimiento es por la penosa razón de haber caído en la trampa. La trampa de los Ortega Spottorno, los Cebrián, los Polanco; de aquellos que hicieron y aún hacen creer que la defensa del «progreso» (progresismo) a ultranza es lo contrario de la «reacción», cuando en realidad se refieren a un progreso predador del que el decano de la prensa «democrática» española iba a ser su soporte escrito. Por la ideología progresista-liberal (inofensiva) encastrada en su línea editorial este diario es, diríase, la versión impresa más a la izquierda que puede tolerar en España la oligarquía financiera, Sión y otras águilas predadoras.
El País es, por tanto, el referente de la prensa «objetiva» por su aparente asepsia y porque está trazado a imagen y semejanza del sistema que defiende: es el árbol que no nos permite ver el bosque, es decir, representa el posibilismo de una prensa en el límite máximo del marco diseñado por las reglas incuestionables del capital, de ahí que parezca, a veces, «independiente» (como él mismo se autodenominó) y «crítico». Siendo así, este periódico tan «global» como hipócrita debe ser acusado de representar al quintacolumnismo impreso, de ser responsable directo de la conformación y divulgación de una opinión (ideario) que creyéndose incuestionable y correcta ha deformado y manipulado los potenciales posicionamientos políticos de la generación de la llamada «Transición democrática» y, aún más, se ha instalado como valedor del «modo de vida estadounidense» arrastrando consciente o inconscientemente a buena parte de individuos (desaprensivos) potencialmente hostiles al sistema.
La diferencia que podría vislumbrarse entre El País y El Mundo, por poner el ejemplo de un rotativo manifiestamente «facineroso», es una suerte de abstención a la hora de caer en la tentación de usar lo tendencioso en la elaboración de las noticias que desgrana, una infeliz estratagema para arrogarse libertad y progresismo, cuando en realidad si no comete atropellos mayores (si no se somete presuntamente al amo) es por pura omisión o autocensura. Este ejercicio de omisión deliberada de datos claves para la comprensión e interpretación de la realidad obedece sin más a la mordaza que le imponen las élites y sus intereses mercantiles. Todo un modelo de órgano de propaganda del Imperio global («global» como se hace llamar hoy en su cabecera).
El seguidismo lacayuno que practica sin remilgos se concreta actualmente en una ciega apuesta por Obama, el presidente que «iba a cambiar el mundo» (un criminal en potencia condecorado a priori por la academia sueca), como recambio iluso en una confederación de estados sin arreglo posible. Esta constante exaltación de los EE.UU. y la indirecta justificación de sus infamias ha conseguido que cientos de miles de «lectores fieles» sean incapaces ya de hacer una crítica y denuncia adecuada y justa hacia ese «simpático» país. El europeísmo y pro atlantísmo incondicional del que hace gala lo obliga a defender sumisamente cualquier atrocidad del brazo armado del capital (OTAN), condenando sin necesidad a todo aquél que oponga resistencia legítima a los desvergonzados genocidios «democráticos» que tal organización perpetra. Recuérdese el desprecio, por ejemplo, que aún mantiene sobre el honrado escritor Peter Handke por defender este abiertamente a Milosevic y al pueblo serbio. O el silencio patético que aplica contra uno de los más grandes dramaturgos vivos: Alfonso Sastre (sólo por que éste apuesta por comprender la realidad vasca desde una posición honrada…).
En otro orden de despropósitos, su decidido apoyo al borbonismo con la carpetovetónica excusa de los «ruidos de sables» (no quiere enterarse de que el 23-F fue sencillamente un auto golpe), ha disuadido a buena parte de la generación que hubiese sido valedora de la restauración del régimen legal español, la República, en su tercera proclamación. La sintonía con el centrismo político, (esa entelequia tan vacía y arribista), ha formado conciencias políticas equidistantes, dispuestas a diluírse en el conformismo y la autocomplacencia. Pierde este diario su presunta objetividad (u objetivismo), sospechosamente, cuando trata de Cuba (Castro), Venezuela (Chávez), Bolivia, Nicaragua, República Popular de Corea, Irán, Siria, etc.(queda claro así que no se le permite el mínimo flirteo con «el mal»). La inquina que, en especial, ejerce contra la Revolución cubana y la constante acusación de dictadura totalitaria, coloca a este periódico a la altura de los anélidos (gusanos) que, entre otros, con sus prebendas sustentan al emporio PRISA.
¿Podría explicarse el gran desmán (llamado El País) con el reciente nombramiento (2006) del «carnicero» tardofranquista Rodolfo Martín Villa como presidente de Sogecable (grupo Prisa)? ¿La amnesia de sus fieles lectores que se llaman de izquierdas es voluntaria, o son las hojas tóxicas de ese diario quienes procuran semejante tara mental?.
La progresía renegada
La tibieza y domesticación de sus colaboradores (con honorables excepciones, lamentablemente ya desaparecidas: E. Haro Tecglen, Michi Panero, J. Vidal-Beneyto…) y una opinión editorial que en una constante cabriola equidistante sólo satisface a aquéllos que nunca se comprometerían con nadie. Con otra excepción: los editoriales sobre «el conflicto vasco» son dignos de manual de comisaría, ¿o de juzgado de guardia?
Un periódico que destierra de su vocabulario o, aún peor, entrecomilla términos como: burguesía, sionísmo, imperio, oligarquía… será por la sencilla razón de que no puede, como es natural, denunciarse a sí mismo ni a quienes representa.
De esta guisa, nos encontramos con un amarillismo entregado a la fabricación de pequeñoburgueses que cegatos de tanto leer entre líneas se ven condenados a comprar cada mañana (por defecto ¿o por una pose ética o estética?) un símbolo engañoso, una estafa, …una ponzoña. Ya se ha dicho que «en el país de los ciegos el tuerto es el rey» (y el tuerto, torcido está).
Secuestrada, por tanto, la viabilidad de una prensa de izquierdas de ámbito nacional o generalista en todo el imperio y sus provincias. El totalitarismo como el «terrorismo» son dos «defectos» que la burguesía sólo acierta a ver, con lupa, en el ojo ajeno.
Nota bene: cuando en la renovación de su formato, en 2007, incorporó la tilde en su título de cabecera, perdió la ocasión de «tildarse» de rojo. Lo hizo… de azul. ¿Por no perder clientela o como un gesto de sinceridad?
Robert de Mombeltrán es artista plástico (Robert García), diseñador gráfico y escritor.
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rCR