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El diario El País bajo la orden de gritar su prepotencia

Fuentes: Ogunguerrero/Rebelión

El diario del Grupo empresarial PRISA, El País, ha publicado este seis de septiembre un editorial bajo el título Orden de callar, en el que revela, además de su prepotencia, su vocación injerencista y su apego a las prácticas ilegales de la política. No me tomaré el trabajo de recorrer los numerosos momentos en los […]

El diario del Grupo empresarial PRISA, El País, ha publicado este seis de septiembre un editorial bajo el título Orden de callar, en el que revela, además de su prepotencia, su vocación injerencista y su apego a las prácticas ilegales de la política. No me tomaré el trabajo de recorrer los numerosos momentos en los que el corresponsal al cual no se le ha reiterado su credencial, Mauricio Vincent, miente, tergiversa u omite información importante, para dar la imagen de Cuba que su diario ha predeterminado para todos sus lectores en el mundo. Le ha señalado apenas unas pocas el bloguero Iroel Sanchez en La pupila insomne.

Pero sí, por cuanto he sido una de las víctimas de difamación, tergiversación y omisión de ese mismo diario, me dejo llevar por el impulso de parodiar, en su tono editorialista, una respuesta.

De lo primero que El País se asegura es de que sus reporteros actúen como altavoces dóciles de su política de oposición al socialismo legítimo cubano, haciéndose eco de opiniones de minorías que, en términos estadísticos demográficos, aparecerían señaladas con el guión que significa cantidad despreciable, o insignificante.

Para El País, la libertad de prensa se reduce a su exclusivo criterio, a sus constantes manipulaciones y tergiversaciones, y no a la diversidad de opiniones, ni siquiera a un astuto ejercicio de matización de las noticias. Sus reportajes no acuden a cifras estadísticas que muestran lo contrario de lo que se propone: un pretendido fracaso del sistema. Sin embargo, en nombre de su expresión monopolista, El País considera «contrastada» a una opinión que es, en realidad, contrastante y, muchas veces, capaz de mentir, ya sea directamente, por omisión, o por suposición.

El editorial de El País considera que la Isla se ha precipitado al fracaso durante medio siglo, lo que supone una precipitación bastante lenta, desliz que por supuesto no advierte, acostumbrado como está a comandar sin piedad el ejercicio del criterio. Como su corresponsal en La Habana, se precipita él mismo a anunciar lo que solo en la realidad virtual de su construccionista mundo ocurre. No obstante, se atreve a anunciar la próxima caída del régimen y lanza un anatema de amenaza, ejemplo de la prepotencia que caracteriza a quien autoritariamente gobierna la opinión pública, para quienes se han responsabilizado con el retiro de la credencial a Mauricio Vicent, considerando abierta y descaradamente la medida «un acta de acusación adicional contra los dirigentes que la han decidido y los burócratas que la han ejecutado». La amenaza que, de darse la tantas veces anunciada situación de la caída del sistema socialista cubano, se revertirá en venganza, en un ajuste de cuentas que superará a cualquiera de las barbaridades que a diario se reportan desde tantos lugares del universo. El País ha considerado, sin embargo, a unos gritos de ciudadanos y ciudadanas exaltadas contra el reducido grupo de las Damas de Blanco, como un atropello mayor al recibido por pueblos invadidos, masacrados y privados de todos sus derechos de autodeterminación.

¿Por qué El País no refleja jamás la opinión de la sociedad civil cubana que no comparte las ideas con los contados, y asalariados, opositores? ¿Por qué ese diario no reconoce que existe en Cuba una numerosa intelectualidad crítica y valiente que no pretende derrocar el sistema, sino hacerlo eficiente y cada vez más justo? ¿Por qué su corresponsal no se tomó jamás el trabajo de marcar el teléfono de otros intelectuales que no son parte confesa de la disidencia? El País es un órgano de oposición convencional, un ente ideológico del capitalismo monopolista que, acaso por cansancio cínico, se ha quedado con el apelativo de socialista.

Cuando un órgano de prensa concibe la verdad como aleatoria, y la subyuga a su punto de vista pretendiendo una falsa objetividad universal, e imponiéndola con su poder económico, es porque detrás de sus mentiras se establecen fuertes coyundas de financiamiento que no le permiten siquiera acercarse a un precario equilibro informativo; porque su autoritarismo ha llegado a un nivel de prepotencia tal, que ninguna opinión ajena le merece el más mínimo respeto.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

rCR