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España

La Nochevieja antisistema de José Mota y el pueblo que no se enteró…

Fuentes: El Blog de Cordura

¿Pero es que nadie va a decir nada? Han pasado ya más de dos semanas, el año nuevo ya es «viejo», y apenas cabe encontrar reacciones al programa de fin de año de José Mota. Sobre todo, procedentes de entornos sistémicos «sensibles», pese a que quizás no falten los motivos para su escándalo. Lo hallado […]

¿Pero es que nadie va a decir nada?

Han pasado ya más de dos semanas, el año nuevo ya es «viejo», y apenas cabe encontrar reacciones al programa de fin de año de José Mota. Sobre todo, procedentes de entornos sistémicos «sensibles», pese a que quizás no falten los motivos para su escándalo. Lo hallado apenas se limita a una breve reseña y a una reflexión más extensa que se identifican con el espíritu crítico de Mota pero sin constatar el salto cualitativo de la última edición de su «especial».

No soy dado a abismarme en el medio televisivo, embrutecedor y engañador donde los haya. Pero en las fechas más típicamente vanideñas, con las obligadas reuniones familiares, me topo con la tele puesta y le presto alguna atención. El talento de Mota -aunque mis gustos en humor español, zafiedad aparte, sean más bien chanantes– también ayuda.

Aquí no busco hacer de él un «líder de opinión» o similar, por más que este hombre admirablemente sencillo tenga gustos asumibles (afirma que su libro favorito es 1984) y no haga ascos a que se asocie su «Tío la Vara» con el movimiento indignado español. Solo intento, desde una plataforma tan modesta como este blog, dar un mínimo realce a su último «especial» para compensar siquiera un poco lo inadvertido que pasó su mensaje.

Se trata de un programa de elaborado guión y factura esmerada. El actor, director y guionista manchego parece haber llegado a su madurez vital y artística. El éxito le ha proporcionado más medios, y el tiempo, más profesionalidad. Junto a ello, no debe dejar de reconocerse la sensibilidad social de un privilegiado que no se limita al humor evasivo (la gran crítica que cabe hacer al chanantismo). Nuestro tiempo, sobre todo nuestro tiempo, necesita humor, pero de alienación ya estamos bastante saturados. No hay más que ver la pasividad general en medio de la planificada destrucción del mundo que conocemos. En medio de una crisis global que, en la época contemporánea, solo tiene parangón con la de los años treinta del siglo XX, a la que sin duda superará con creces.

El contenido crítico del programa de Mota

Lo de esta vez ha ido más allá de las habituales chanzas contra los políticos, viejo y estéril deporte nacional. Mota, como en su día Cruz y Raya -y antes Martes y Trece-, se caracterizó durante mucho tiempo por un humor «blanco», exento de zafiedad y poco comprometido socialmente. En los últimos años, sobre todo con el comienzo de la crisis, es de agradecer que lo primero se haya preservado mientras se alteraba lo segundo. El cambio, en principio, no parecía más que populismo, una especie de eco en clave simpática del creciente malestar del pueblo.

Espacios como los del «Tío la Vara» ya apuntaban más intencionalidad. Esa especie de supermán castizo y paleto, enemigo de los abusos flagrantes, parecía identificarse con el afán de justicia social. Otros sketches cada vez más ácidamente críticos contra la clase política y la banca confirmaban la capacidad de Mota para conectar con el sentir de la gente. Pero en el caso que nos ocupa, y dejando al margen la base cinematográfica del programa -la película Seven, que no he visto-, hay suficientes detalles como para hablar de un cuestionamiento del Sistema. El exitoso humorista se habría radicalizado casi tanto como los tiempos demandan. Ya no parece limitarse a una solidaridad elemental con el pueblo del que, sin duda, quiere seguir formando parte. Su voz esta vez ha resonado como auténtico grito de protesta.

No ha sido cosa de uno o dos detalles. Prácticamente todo el programa -y desde luego su hilo conductor- ha estado lleno de ellos. La trama central muestra a un «teniente Zapatero» y un «detective Rajoy» plenamente compenetrados. De principio a fin se evidencia el total compadreo PPSOE. El sketch sobre los bancos resulta algo trillado pero necesario. Los cortos sobre la «subsanidad pública» y los recortes en educación, no menos imprescindibles, lo mismo que el «tango del paro» -en el que también la crítica desborda el mero guiño populista- y las dos historietas sobre los contratos basura.

La cosa se pone más seria en el corto del hombre al que se le lleva la grúa de la policía municipal. Ignoro la intención de Mota, pero tras un año en el que se dispararon los abusos policiales, es difícil dejar de agradecer esa breve secuencia. Donde nuestra sospecha alcanza rango de certeza es en la versión coreográfico-estudiantil del añejo «Resistiré», quizá la parte más conmovedora del programa. Pocas veces se habrá hecho una crítica social tan dura partiendo de una base tan apolítica e individualista como la de ese tema del Dúo Dinámico. Ahí ya resulta indudable la indignación, compartida por Mota, contra el capitalismo salvaje que niega cualquier futuro a la juventud española. No es en absoluto una parodia, ni siquiera una «cita» o «referencia» cómplice, sino toda una identificación: aparecen las pancartas con los eslóganes literales del movimiento 15-M, así como las tiendas de los acampados. La última estrofa dice: «Cuando ya el asunto esté muy feo, / cuando abusen de mi buena fe…/ Cuando se me acabe el desempleo,/ y ya no me dé para comer…/ Me indignaré, me sentiré estafado. Soportaré sus trolas pero no les votaré./ Sé que los sueños pueden más que los mercados. Me indignaré, me indignaré.» El sketch concluye con un inmenso escupitajo sobre «Ángela Merme» (Merkel, quien da una rueda de prensa, por cierto en presencia de periodistas reales y sistémicos).

Volviendo a la trama principal del programa, ahí definitivamente el calado crítico se confirma. Se trata de una sucesión de asesinatos investigados por los susodichos «teniente Zapatero» y «detective Rajoy». Las víctimas son un concejal recalificador, un banquero, un juez prevaricador, un alcalde despilfarrador y un alto directivo empresarial enchufista. En cada caso, cerca del cadáver aparece un «pecado capital» escrito en letras grandes por el asesino. Al leerlo, ambos investigadores siempre coinciden en que el autor de los crímenes «nos sermonea».

No menos interesante es que el «comisario Bono», como portavoz policial (y, en el fondo, político) ante la prensa, informe de que en realidad la víctima es siempre la misma persona. Algo que cabe interpretar en el sentido de que todos los poderes (políticos, bancos, jueces, grandes empresas…) forman una sola piña sistémica; un monstruo con muchas caras y unos mismos planes e intereses.

Pero lo más fuerte aún está por llegar. Para empezar, hallado el diario del asesino, el «detective Rajoy» lee algunas frases: «No hay inquietud en el mundo. No somos lo que debíamos ser.» Un evidente lamento por la inacción frente a tanto abuso del Poder. El clímax tiene lugar una vez capturado el asesino. Entonces este pronuncia un discurso de varios minutos, en varias fases, y en un tono que resulta de lo más serio y dramático (como lo delata además la ausencia de risas en off, abundantes en el resto del programa). Con feroz crítica incluida sobre la catadura moral de Zapatero, calificativos como «sucio país» o «cínica sociedad», y una expresa identificación con el «Tío la Vara». «Ahora entrará Rajoy -le dice a «Zapatero»- y luego otro de los tuyos, y así sucesivamente…» Severo puyazo contra el régimen y la casta política que lo controla.

¿A quién representaría el «asesino»? Sus crímenes «sermoneros» expresan la ira del pueblo. Su crítica a la resignación general induce a pensar que sería la vanguardia más activa y concienciada del mismo. [Quizá, de nuevo, el 15-M, pues «Zapatero» -en coincidencia con influyentes opinadores que diagnostican tanto como desean el crepúsculo de este movimiento- le dice: «Eres una estrella fugaz, una camiseta de moda, nada más.»] Además, el «asesino» declara que lo que busca es que «estalle el talante», probable referencia a la necesidad de desenmascarar la opresión camuflada bajo las buenas maneras zapateriles.

Que representaría al pueblo quizá lo da a entender también el que «Zapatero» y «Rajoy» le llamen «Juan» (en posible alusión a «Juan Español»), o que «Rajoy» proclame a gritos llenos de pánico que «él tiene el control» (si quisiera, claro…). En su confesión final, el «asesino» se autoacusa de ser víctima de la misma «ansia viva» que mueve a los políticos, y de que en realidad le gustaría vivir como aquellos a los que condena. Un rasgo paradójico pero típicamente español. [Hace escasos días, hablando con un conocido sobre la crisis, le escuché despotricar contra los mercados que la agravan y contra los trucos que emplean al efecto, para acabar diciéndome: «Pero, ¿sabes lo que más me j…?» ¡Que yo no sé hacerlo!»]

Al final «Rajoy», ya jefe policial, ordena a un subalterno que al preso «no le falte de nada». Frase que despista pero que no debería leerse en el sentido más favorable al pueblo, pues al «asesino» le faltará lo esencial: la libertad. Quizá sea una alusión a que hay que procurar mantenerlo en el estado más plácido -menos rebelde- que sea posible. [Editado el 16.1.12: Una amable lectora, seguramente con razón, me indica aparte que esa frase más bien alude a «Zapatero» (quien se queda hundido al final), lo que reforzaría la idea de complicidad interna de la «casta»).]

¿Por qué nadie ha parecido darse por aludido?

Como puede verse, la carga subversiva del «especial» es más que notoria. Incluso cabe detectar un nada desdeñable apunte crítico acerca del Imperio en el atuendo naranja «guantanamero» que exhibe el «asesino» una vez preso. Eso, aparte de la susodicha escena de Merkel. Ya solo faltarían las guerras de agresión (pues una referencia al Gran Tapado ya hubiera sido «pa’ nota»). Y todo ello, en la televisión pública.

Pero (casi) nadie parece haberse conmovido. Un 39,2% de audiencia, y nada. Podemos preguntarnos si el humor y la imagen pública de Mota impiden que se tomen sus críticas en serio. En todo caso, las masas, ocupadas esa noche en el comercio y el bebercio, seguramente tenían la tele puesta pero no reparaban mucho en ella. A lo sumo, en medio del bullicio familiar, algunos notarían que el programa estaba en plan «humor crítico». Los políticos, banqueros, medios afines y demás ralea es probable que temieran que su reacción «escandalizada» se entendiera como falta de sentido del humor. Quizá por eso callaron. Y, sobre todo, en vista de que el pueblo había callado primero.*

Un pueblo, por lo que se ve, más preocupado en rituales de calendario que en su suerte real e inminente. O que busca conjurarla, siquiera por unas horas, deseando que el «nuevo año» les traiga -cual dios benefactor- la dicha que anhela, y pese a tratarse precisamente de un año que ya en aquella nochevieja se barruntaba más bien siniestro.

Y que es, semanas después, lo único que nos queda mientras no nos decidamos de una vez a alzar nuestras cabezas.

* Una explicación alternativa, estimable pero tal vez rebuscada, me la daba el amigo GG. Iría en la clave de «cuanto peor, mejor». Al Sistema le interesaría desprestigiar al máximo a su propio establishment porque, a fin de cuentas, busca su demolición controlada.

Fuente original: http://lacomunidad.elpais.com/periferia06/2012/1/15/la-nochevieja-antisistema-jose-mota-y-pueblo-no-se